viernes, 2 de noviembre de 2018

Libertad para su arte, manga ancha para los artistas


Ese traslado del eje del toro al torero y al jarte, puede provocar el mismo efecto que si se modifica el eje de rotación de la Tierra, una catátrofe

Es una conocida reivindicación del taurinismo eso de que al arte no se le pueden poner barreras, no se le puede limitar, hay que dejarle volar y que él mismo descubra dónde están sus fronteras. ¡Qué gran verdad! ¿Quién osaría tal barbaridad? ¿Quién se atrevería a diezmar el arte de Morante, Fran Rivera, Finito o quién sea? Yo no, desde luego y el abogado de alguno de ellos, tampoco. Claro que al arte no se le puede poner límites, pero hombre, una cosa es querer hacer arte en el mundo y otra pretender adaptar el mundo para ver si surge el arte. Que mientras que me digan que van a hacer arte en lo que viene siendo una corrida de toros, al menos habrá que procurar que eso siga siendo una corrida de toros. Pero sin empezar manipulando desde el primer instante al que da nombre a todo este tinglado, el toro. Que si el toro es toro, adelante con los faroles. Eso sí, si sale el toro íntegro, el de verdad, el encastado, no me veo yo a todos estos artistas pidiendo que no se pique, que se le hagan mil perrerías durante lo que ellos creen que es la lidia y atreviéndose a trapacearle con poses de opereta venida a menos, trampeando a su manera y durante lo que llega a parecer cuarenta días con sus cuarenta noches.

Que estos señores taurinos amantes de la libertad ya parten de una base engañosa, con que eso donde ellos consideran que brota el arte, es una corrida de toros. ¡No, hombre, no! Llámenlo show, performance con cierta inspiración taurina, taurineo unplugged, lo que quieran, menos corrida de toros. Que si quieren montar sus cositas extrañas, allá penas, pero no me cuenten que es otra cosa, porque igual uno va allí esperando ver eso, toros y se encuentra con el show de los Teleñecos. Que vamos a ver una de romanos y nos sueltan una de chinos y tortazos, pero sin corazas, sin cascos con plumeros, sin aves, sin césar y sin circo máximo. Repito, ¡no, hombre, no!

Que igual a la postre no les queda mal el espectáculo resultante, incluso puede resultar algo familiar, para pasar el día y salir alegre, feliz y hasta con ese alejamiento de la realidad que producen los excesos etílicos. Que igual uno se arranca a cantar desde el tendido, que otro hace que se encara con el palco, que si otro va y se desplanta ante el animalito que todo lo aguanta. Y hasta te permiten jalear con entusiasmo al artista, quién previamente ha tenido que recibir los convenientes despojos, que como si estuviera en los cacharritos de la feria, son los que le permiten al susodicho darse una, dos o más vueltas en ese tío vivo pseudotaurino. Y para completar la tarde, hasta cabe la posibilidad de salir del lugar con la conciencia henchida de satisfacción y creyéndose que son unas bellísimas personas, magnánimas como nadie, indultando a uno o varios animalitos, que eso ya depende mucho del artista, de la plaza y del señor del palco, pero torres más altas han caído.

Este es el resultado de un cambio del eje de rotación de esto que se llama fiesta de los toros. En origen tal eje se sustentaba sobre el toro, sobre su integridad, sobre el toro encastado, manso, bravo o todo lo contrario y con ese material era con el que el que podía, hacía arte, pero solventando los problemas que presenta la casta, era primordial preparar el lienzo y a partir de ahí, a crear, aunque el mero hecho de poder a aquel animal, con arte o no, pero con absoluta observancia de los principios de la lidia y teniendo siempre presente el respeto al toro, ya era digno de alabanza. Solo para esto había que cumplir un requisito fundamental, ser torero. En estos casos no hacía falta buscar coartadas mentirosas y cogidas con pinzas, como eso de que cada uno tiene sus maneras, cada uno tiene su tauromaquia, unos lo entienden así y otros asao. ¡No, hombre, no! Que el toreo es toreo, es verdad que cada uno con su personalidad, pero no con sus maneras, porque hasta puede ocurrir que las maneras de ejecutar la suerte suprema en unos la eleven a sacrificio ritual y otros se desvíen a ser meros matarifes. Qué fácil y qué difícil, la línea recta nos lleva a lo excelso y las artimañas a mero apiolamiento de carnicero de un animal. Y quizá sean estas cosas lo que me hace desconfiar cuándo interpreto que lo que me piden es libertad para su arte, manga ancha para los artistas.

Enlace programa Tendido de Sol del 28 de octubre de 2018:

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