lunes, 3 de octubre de 2022

Para sonrojo de sus partidarios

Ya ni los de Adolfo son los adolfos, ni los toreros tienen los recursos para enfrentarse ni a estos, ni a...


Que cuando vamos a los toros lo hacemos con la ilusión de ver algo que nos levante del asiento, que se nos quede grabado en el alma de aficionado es algo que pocos podrían negar, porque si no, no iríamos; eso sí, otra cosa es que seamos unos ingenuos y que todas las tardes, después de ver el cartel, pidamos peras al olmo. Pero los hay que no pierden la esperanza y se dejan engatusar bien porque el nombre de la ganadería les suena a supuestas glorias pasadas o porque tal o cual torero consideran que estaba llamado a la gloria y este iba a ser el día. Pues cuidado, calma y paciencia, porque si nos dejamos llevar del entusiasmo y sacamos al aire nuestras preferencias, y hasta nuestras debilidades, demasiado pronto, puede resultar que tengamos disimular y mirar para otro lado, pensando que nadie nos va a reconocer como esos que profirieron cantos jubilosos en honor de los toros o de los toreros. Que hay que ser prudente con lo de Adolfo, que ya no es lo que algunos creyeron que era y que lleva años cayendo por el tobogán de la vergüenza. Y en este día ha soltado un encierro en algunos casos demasiado justito de presencia, en otros que estaban un puntito por encima de ese nivel que no llega ni a decoroso, y casi siempre tapado por la cara. Pero si de presencia ya empezamos regular tirando a mal, a ver cómo nos explicamos lo de su comportamiento. En el caballo, nada, no se les ha picado, simplemente se simulaba la suerte con el palo apoyado en el lomo y los animalitos aguantándose contra el peto, que más parecían estar sesteando, que peleando con el del caballo. Al sexto le dieron un poquito más, mientras el de Adolfo a lo más que llegaba era a pegar algún derrote. En la muleta, pues ni para ir venir les daba la cosa. El primero bastante tenía con aguantar en pie; el segundo, pues medio entrega sin entrega; el tercero se tragaba los banderazos sin decir ni mu; el cuarto sí que iba y venía, una malva que no hacía un mal gesto; el quinto bastante tenía con aguantarse en pie, perdiendo las manos constantemente, y aguantando los trapazos que ante tal inválido no tenían ningún sentido; y el sexto, con el defecto de revolverse al principio del muletazo por el pitón derecho, por el que le pegó una cornada seca en la pierna a su matador y más tarde, después de la estocada, al tener al espada a su merced, le lanzó un tremendo viaje que le mandó definitivamente a la enfermería. En favor de los partidarios de Adolfo Martín hay que decir que sus ilusiones previas al festejo no fueron airadas por ninguno de sus fieles, quizá pensando en lo que se les podía venir encima.

Pero los partidarios de un hierro y los de un torero suelen diferir en demasiados aspectos. Estos últimos enseguida dejan ver sus preferencias, en qué residen estas, que suele ser mayormente por el paisanaje. Paisanaje que ciega hasta tal punto, que algunos se atreven a afirmar eso de “es un torerazo”, “Que se enteren estos de lo vales, torero”, “Eso es torear” y mil lindezas prematuras que al cabo de veinte minutos alguno habría querido no pronunciar jamás, al menos en público. Que si empezamos por Adrián de Torres, confirmante diez años después de su alternativa, quizá precipitó tal confirmación y esperar a estar más curtido en esto del toreo. Que pensarán que esto es un contrasentido, pero si nos atenemos a los resultados… Con el capote su actuación fue menos que discreta, con mal manejo de la tela para medio llevar la lidia. Con la muleta se mostró muy inseguro. Su primero le trajo por la calle de la amargura, muletazos sin mando ninguno, sin conducir las embestidas, con lo que el Adolfo se le acostaba constantemente y ahí andaba de Torres abrazado al cárdeno, intentando librarse del animal como fuera. Muletazos en los que parecía que estaba presto a escapar, pero de los que no sabía escapar, sin poder con un pobre moribundo que bastante tenía con aguantar en pie. Y para colmo un bajonazo infame que hasta hubo partidarios que aplaudieron; ¡Total! La espada estaba en el bicho y eso es lo que cuenta, ¿no? Lo del cuarto fue peor. Inédito con el capote, le costó enterarse en el último tercio de aquel animal era para hartarse a torear, pico, desconfiado, muletazos largando tela, desconfiado, echando el toro para afuera, desconfiado y cuando empezó a no desconfiar empezó con un cuarto de trapazo que hicieron las delicias del personal, que si ¡Vivas a su tierra! Que si vaya torerazo, que si eso es torear. Lo malo es que el espada tardó en ver lo que todo el mundo veía y cuando quiso darse cuenta, habiendo perdido por el camino la espada de mentira, el palo, y la de verdad, se dispuso a culminar su obra. Los más afines hablaban de dos despojos y los más distantes deseando que aquello tocara a su fin, pero él dale que dale y cuanto más se alargaba el trasteo, más se evidenciaban sus muchas carencias. Pero había que firmar la obra con la suerte suprema y Adrián de Torres tampoco fue capaz de ver el sitio de cuadrar al toro. Demasiado cerrado y en la suerte contraria; pinchazo, pero no pasa nada, se le aplaude y pa’lante. Otro más y un aviso, pero nada, sigue, que ahora va a ser la… seis pinchazos más, segundo aviso y sin pensarse eso de que se mata con la espada, sin pensar en eso de la vergüenza torera, tomó el descabello y a la quinta y atornillando despenó al animal, mientras algunos miraban para arriba, para abajo o para los lados, esquivando las miradas de esos que tuvieron que aguantar “vivas” y loas que solo se entendían desde el paisanaje. Pero no pasa nada, hay una manera muy buena de evitar este mal trago en un futuro, que no vuelva por aquí y si lo hace, a ver si después de otros diez años ya está más preparado.

Román, la simpatía en el toreo, después de gozar de hierros más benevolentes otras tardes, en esta ocasión le tocó lo de Adolfo Martín y, no como en otras ocasiones, sin partidarios como para llenar un tren. Como ya es norma en cuanto a estos toreros modernos se les complica un puntito la cosa, se pegan el giro y a recular con el capote, como si empezaran a hacer oposiciones a banderilleros, que hay que pensar en el futuro. Matadores con años de alternativa y para los que el manejo del capote es un misterio insondable. En el inicio de la faena por abajo, hasta parecía que templaba las embestidas, pero inmediatamente se evaporó el efecto y hasta aparecieron los enganchones. Continuó con mucho pico, demasiado encimista y recuperando el sitio a la carrera entre pase y pase. Muy fuera, vulgar, venga trapazos, para acabar cazándolos de uno en uno y firmar con un sartenazo y una estocada delantera a capón. En el quinto, una chiva con kilos que ya flojeaba de inicio, después de ese simulacro de suerte de varas, se empeñó en darle trapazos y más trapazos, lo que era un espectáculo lamentable con un animal que hacía por no perder las manos, pero sin éxito. Pero parece que en tiempo de la modernidad la cosa es soltar el repertorio completo. Acabó con un sablazo casi envainado haciendo guardia, que es algo que le puede pasar a cualquiera, pero en esos casos el matador saca la espada y entra de nuevo intentando limpiar ese borrón, pero Román no estaba para torerías de otro tiempo y con un golpe de descabello remató una mala tarde.

Ángel Sánchez recibió a su primero, que no quería capotes y buscaba la salida por el ruedo, con demasiados capotazos que no mejoraban la situación. Bien Curro Javier con los palos, tragando quina en el segundo par. Ya con la muleta, el espada al menos fue breve y no se dilató en banderazos, abanicazos y trapazos, lo que siempre es un alivio. En el sexto, una chiva pegajosita no supo poderle y ganarle terreno, más bien se giró para perdérselo. Inició el trasteo por abajo, más quitándoselo de encima que toreando. Se le revolvía por el lado derecho y a las primeras de cambio le tiró un derrote seco que le levantó del suelo primero y le pegó un revolcón a continuación. Era evidente que estaba herido, pero volvió a la cara del toro, la verdad que para no hacer nada destacable, más bien lo contrario, mientras era más de un hilo de sangre lo que le caía por la pierna. Espadazo en mitad del lomo y al querer irse resbaló, el de Adolfo hizo por él, embistiéndole con tal violencia que le hizo volar por los aires. Finalmente fue Adrián de Torres quién cerró con un golpe de descabello. Aquí concluyó una tarde en la que por momentos algunos se las prometían muy felices, viéndose llevando en volandas al paisano, pero a los que luego la realidad y la poca pericia de su torero pusieron en su sitio y es que hay veces que las promesas solo son efímeros espejismos, para sonrojo de sus partidarios.

Enlace programa Tendido de Sol hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

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