Después de iniciar la lidia con la verónica y la media, parece obligado que el siguiente paso sea hablar de la gran cantidad de quites que se pueden ejecutar con el capote. Estos se pueden dividir en dos grandes grupos: en los que pasa el toro y en los que es el torero quien se mueve. Aunque yo prefiero diferenciarlos de otra forma y es si el toro tiene que llevarse toreado o no. Como en todo lo que se desarrolla durante la lidia, cada uno tiene su función: unos para poder al toro y someterlo para prepararlo para la faena de muleta, y otros, aparte de su vistosidad, para permitirle un cierto desahogo; pero no debemos pensar que sean exclusivos para animales sin fuerza, ya que, en ocasiones, el fundamento del lance está en aprovechar la acometividad.
Como en todo, en esto también han intervenido las modas; todos conocemos los casos de un matador que tiene predilección por un tipo de quite, que lo ejecuta con una personalidad muy marcada, que es aceptado por el público y que a continuación es imitado por otros matadores. El caso más reciente puede ser el de José Tomás y las gaoneras, y el runrún que provoca cuando se echa el capote a la espalda forzando la postura, poniéndose en la trayectoria del toro. Pero aunque este momento está lleno de emoción y dramatismo, según mi forma de entender la lidia prefiero que se inicie el quite de frente, mostrando todo el capote y después del primer lance, colocarse el capote a la espalda, para ya disponerse a torear por gaoneras, pero como ya he dicho, esto es un gusto personal.
Hubo otra época en que eran mucho más habituales las navarras o los delantales, y otro que se mantiene a lo largo del tiempo, como es la chicuelina, aunque con notables diferencias en la forma de ser interpretado. Unos se aproximaban más al lance original con las manos altas y otros con las manos exageradamente bajas e incluso con el defecto de torear dando sólo medio capote o a veces menos.
Y ha habido otros matadores que no han puesto de moda un lance, sino que recuperaron una idea de la lidia clásica, como es el caso de Luis Francisco Esplá, quien parecía que toreaba para el toro, para mostrar todo lo que éste llevaba dentro, lo cual es muy de agradecer, sobre todo en estos tiempos en que todo se guarda para dar miles de pases con la muleta. En este apartado, aunque su filosofía del toreo era completamente diferente, me atrevo a incluir a Joselito, y muy especialmente la tarde del “Dos de Mayo” en la que la lección de tauromaquia cubrió todas las fases de la lidia, desde el paseíllo hasta la salida a hombros. Serpentinas, navarras, verónicas, chicuelitas y todo lo que pudieron imaginar Pepe Hillo y Paquiro en sus tauromaquias.
En estas ilustraciones he querido incluir el quite de la mariposa por cuestiones personales, porque mi padre, que era un sabio de verdad en esto del toreo, estuvo años explicándome cómo era: el capote se ponía en la espalda e iba ofreciéndose al toro por uno y otro pitón alternativamente, como si fueran las alas de una mariposa. Y al fin lo vi en directo una tarde gracias a Ortega Cano, que lo recuperó para que los jóvenes de entonces nos hiciéramos una idea aproximada del quite. Y resulta que a la salida esa tarde, me encontré con el mismísimo Marcial Lalanda. Yo, que no soy demasiado mitómano, no me pude resistir a pedirle que me firmara la entrada que, por supuesto, guardo como oro en paño.
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