En estos días muchos han sido los que han recordado a Joaquín Vidal y de forma más que notable, todo sea dicho de paso. Todos hemos podido disfrutar de las semblanzas que del maestro han hecho en este ciberespacio taurino. No se trataba de ningún ganadero de renombre, ni de ningún maestro con la espada, era simplemente un señor que escribía de toros y que contaba lo que veía, aunque que nadie se pierda cómo lo hacía. Pero yo no voy a contar quién era Joaquín Vidal, no me atrevería. Además, después de todo lo que he leído, prefiero evitarme el hacer vergüenzas gratuitamente o repetir lo ya dicho. Yo sólo me voy a limitar a contar lo que fue para mí este señor de aspecto tranquilo, con una voz muy particular y sin parecer ni un matador de toros, ni una imagen de un paso de Semana Santa. Algo muy frecuente en los maestros de la pluma de nuestros días. Don Joaquín Vidal no necesitaba aparentar ni siquiera lo que era.
Tengo que reconocer que me tenía comida la moral, primero porque tenía la sensación de que poseía una tupida red de espías repartidos por todo el tendido. Y es que era capaz de recoger el sentir del aficionado como nadie, que aparte de ser un enorme aficionado, esto había que saber hacerlo. Y que nadie piense que es ni una crítica, ni desmerecer su trabajo. Es que me parece tan complicado reflejar el sentimiento de una afición…Podría haber bastado con que repitiera lo dicho en los tendidos, que había dos orejas, pues triunfo, que no había orejas, pues fracaso, que ponían banderillas a todo correr, diversión, que daban seiscientos pases, más diversión. Pero no, separaba el trigo de la paja escrupulosamente y se quedaba con los mejores granos. Aunque no era un crítico taurino al uso de esos de: “Con tres cuartos de entrada se han lidiado seis ejemplares con desigual presentación de don…” Tenía la virtud de conseguir que los no aficionados a los toros se convirtieran en asiduos lectores de sus crónicas. Qué socorrido era para muchos no aficionados el soltarte la crónica del día anterior y empezar a comentarte la corrida por lo leído en el periódico. No es que fuera una obligación, más bien todo lo contrario, pero si querías quedar bien con un posible ligue, había que darse más prisa que esa loca que no distinguía un natural de un vendedor de cervezas, pero que se desayunaba con un zumito, un café, una tostada y la crónica de don Joaquín. Es que era un sin vivir.
Era un critico tan poco usual, o quizás tan clásico, que lo mismo empezaba con un Manili “on the rocks”, como con un Lalo, la lona, El par “al sopetón”, Pitorreo general o ¡Torero, Toreo! De la misma forma que de una tarde horrorosa hacía una crónica rebosante de sentido del humor aliñado con unas buenas dosis de tabasco, era sensible como el que más ante la tragedia o ante el toro bravo o el toreo bueno. Era tan fino y exacto como un funcionario de telégrafos. En una frase encerraba todo lo que se puede decir de una tarde de toros.
Si Joaquín Vidal ya era valorado, seguido y admirado en sus días de periodista del País, hoy lo es aún más, sobre todo si vemos y leemos a esos periodistas de cámara de los semidioses de hoy, figurones que quieren aparentar ser más toreros que el mismísimo Mazzantini y más redichos que don José María Pemán.
Puede que haya quien piense que no haya sido todo lo respetuoso que merece Joaquín Vidal, pero aparte de sentir una especial devoción por él y por su trabajo, su recuerdo me sugiere buen humor, el que me producía el leer sus artículos, aunque fueran de una tarde nefasta, y la satisfacción al comprobar que coincidía con él. Con él no tenía la sensación de haber estado en otra corrida. Eso sí, tenía que darme prisa, no fuera a ser que se me cruzara la fiel seguidora de “el de los toros del País” y me pillara en renuncio. Otro día hablaré de Navalón el del Pueblo. Otra pluma con retranca y de como un buen aficionado se mudaba de periódico al son de los cambios de estos dos maestros del toreo.
Tengo que reconocer que me tenía comida la moral, primero porque tenía la sensación de que poseía una tupida red de espías repartidos por todo el tendido. Y es que era capaz de recoger el sentir del aficionado como nadie, que aparte de ser un enorme aficionado, esto había que saber hacerlo. Y que nadie piense que es ni una crítica, ni desmerecer su trabajo. Es que me parece tan complicado reflejar el sentimiento de una afición…Podría haber bastado con que repitiera lo dicho en los tendidos, que había dos orejas, pues triunfo, que no había orejas, pues fracaso, que ponían banderillas a todo correr, diversión, que daban seiscientos pases, más diversión. Pero no, separaba el trigo de la paja escrupulosamente y se quedaba con los mejores granos. Aunque no era un crítico taurino al uso de esos de: “Con tres cuartos de entrada se han lidiado seis ejemplares con desigual presentación de don…” Tenía la virtud de conseguir que los no aficionados a los toros se convirtieran en asiduos lectores de sus crónicas. Qué socorrido era para muchos no aficionados el soltarte la crónica del día anterior y empezar a comentarte la corrida por lo leído en el periódico. No es que fuera una obligación, más bien todo lo contrario, pero si querías quedar bien con un posible ligue, había que darse más prisa que esa loca que no distinguía un natural de un vendedor de cervezas, pero que se desayunaba con un zumito, un café, una tostada y la crónica de don Joaquín. Es que era un sin vivir.
Era un critico tan poco usual, o quizás tan clásico, que lo mismo empezaba con un Manili “on the rocks”, como con un Lalo, la lona, El par “al sopetón”, Pitorreo general o ¡Torero, Toreo! De la misma forma que de una tarde horrorosa hacía una crónica rebosante de sentido del humor aliñado con unas buenas dosis de tabasco, era sensible como el que más ante la tragedia o ante el toro bravo o el toreo bueno. Era tan fino y exacto como un funcionario de telégrafos. En una frase encerraba todo lo que se puede decir de una tarde de toros.
Si Joaquín Vidal ya era valorado, seguido y admirado en sus días de periodista del País, hoy lo es aún más, sobre todo si vemos y leemos a esos periodistas de cámara de los semidioses de hoy, figurones que quieren aparentar ser más toreros que el mismísimo Mazzantini y más redichos que don José María Pemán.
Puede que haya quien piense que no haya sido todo lo respetuoso que merece Joaquín Vidal, pero aparte de sentir una especial devoción por él y por su trabajo, su recuerdo me sugiere buen humor, el que me producía el leer sus artículos, aunque fueran de una tarde nefasta, y la satisfacción al comprobar que coincidía con él. Con él no tenía la sensación de haber estado en otra corrida. Eso sí, tenía que darme prisa, no fuera a ser que se me cruzara la fiel seguidora de “el de los toros del País” y me pillara en renuncio. Otro día hablaré de Navalón el del Pueblo. Otra pluma con retranca y de como un buen aficionado se mudaba de periódico al son de los cambios de estos dos maestros del toreo.
13 comentarios:
Pues a mí me pasaba cómo a esa loca de la que hablas: yo no me perdía un artículo de Joaquín Vidal, y aunque no distinguiera un natural de un derechazo, era un placer leerlo. Ý a fuerza de leerlo, hasta me picó la curiosidad por eso de los toros, fíjate tú...
Pues como en todo, es mejor entrar en una afición de la mano de un buen maestro, que arratrada por los pelos por un tuercebotas que no diferencia lo blanco de lo negro y encima se las da de entendido. Buen maestro sí señor.
Leer una crónica de Vidal era disfrutar un rato de literatura de calidad. Independientemente de si te gustan los toros o no. Vidal y Navalón cuando se fueron nos dejaron un vacío imposible de llenar.
Me gusta el retrato. Enhorabuena.
Saludos
Supongo que el pasado domingo, como en años anteriores habría muchos aficionados que antes del festejo dejarían una flor bajo el azulejo que le recuerda a la entrada del tendido 10. Varios años lo he hecho, pero éste, por estar enfermo, yo no he podido y, por eso, hoy y aquí, aprovechándome de la permisividad del blog y de la oportunidad del post, quiero dejar mi recuerdo imborrable junto a mi admiración a tan ejemplar crítico, con un simple: ¡¡¡¡CUÁNTO LE ECHAMOS DE MENOS, DON JOAQUÍN!!!!
Enhorabuena por éste gran post en que nos has recordado a este maestro de la crítica tan diferente a “esos periodistas de cámara” y tantos trincones del taurineo que sólo saben medrar sin importarles el hundimiento de la Fiesta. Éstos, hay que distinguir, no son críticos taurinos, son cronistas de la cosa vendidos al mejor postor.
Como muy bien dices Vidal “era simplemente un señor que escribía de toros y que contaba lo que veía” pero, además, yo añado, “sabiendo lo que veía”: eso es un crítico.
Lupimon
Gracias por vuestro comentario, tanto a Lupimon como a Antonio Díaz. Los dos, igual que el anterior de Qamar y el de otros aficionados que he podido leer, me confirman que a topos nos provocaba sentimientos muy limpios, que todo el mundo le respetaba y veneraba y que hacía que cada uno sacara las sensaciones que llevaba dentro. No voy a decir que era muy obvio, porque puede sonar a menosprecio, pero era muy evidente, muy claro y muchas veces te dabas cuenta de la evidencia porqueél te la descubría. Esa evidencia, esa claridad, esa sinceridad, ese cariño por lo que escribía y otras muchas cualidades muy simples, y muy poco frecuentes, le hacían tan grande y que llegara a todo el mundo. Era lo fácil y lo sencillo que sólo está al alcance de los elegidos como él. Y en el retrato se ve que era un señor normal. Con lo difícil que es eso. Ya me gustaría a mi ser la mitad de normal que él. Y no le conocí personalmente, pero además de culto e inteligente, seguro que era buen tío.
Bajaba una tarde isidril de Manuel Becerra a Ventas; pasada la iglesia, el kiosco de prensa y el de flores, en uno de los bancos que se apostan a la sombra de los arboles se encontraba sentado Don Joaquín Vidal, ya por entonces estragaba su rostro la cruel enfermedad que se lo llevó, le miré y como muchas veces pasa al primer golpe de vista no lo reconocí, cuando ya le rebasaba caí en la cuenta de quien era y volví la cabeza, murmurando entre dientes un: ¡Coño, si es Joaquín Vidal! Debiera en ese momento haberme acercado y, por lo menos, haberle estrechado la mano como muestra de admiración. No lo hice y pienso que no hubiera estado mas satisfecho de haber saludado a alguien importante en toda mi vida.
Con este comentario, y al hilo de este buen articulo, solo quiero rendir un pequeño homenaje a Don Joaquín Vidal maestro del periodismo taurino y como bien dice mi querido amigo Enrique "azote de la vulgaridad".
Un saludo.
David:
Veo que ya estás mejor, me alegro, pero hiciste mal en no hacer lo que te pidió el corazón. Es algo habitual y sobre todo si la admiración y el respeto es tan grande. Además estoy seguro que desde ese mismo punto que tú dices, hasta la plaza, Joaquín Vidal podría bajar agarrado permanentemente a una mano, siempre diferente.
Un saludo y te veo el jueves, ¿no?
"Allí donde no hay poesía no hay toreo"
salud!
Olivier:
Poco más hay que añadir a esta sentencia. El problema es conseguir que esto lo entienda la mayoría de la gente.
Es imposible que alguien piense que no ha sido todo lo respetuoso que merece Joaquín Vidal; yo lo que pienso, es que ha sido usted exquisito.
Para mí, Vidal tenía en su pluma la serenidad del los que realmente cuentan lo que ven y lo que sienten; de los que dicen su verdad, que es la verdad sin precio. Al leerle, siempre sentí su cultura y su sencillez, como la de todos los grandes; y, por supuesto, su independencia e integridad, que para mí es Libertad
Me gusta su dibujo y, una vez más, me encanta la entrada
Gloria
Olivier Franconetti Benamor, "allí donde no hay poesía no hay toreo", cierto; y allá donde no hay Toro, ni hay Poesía, ni hay Torero.
Al menos no para mí
Gloria
Gloria.
Muchas gracias por tu apoyo y ánimo, que siempre ayuda a seguir. Con Joaquín Vidal he podido ver como todo el mundo coincidía en sus apreciaciones generales, pero a cada uno le tocaba un punto especial. Un saludo y gracias de nuevo.
Gloria:
A propósito, por tus comentarios me doy cuenta de que no eres de las que van a los toros a "divertirse" y que sólo te mueve el toro y la verdad. Buen camino, sí señor.
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