Que la fiesta está mal no es novedad y que los maestros se pueden quedar sin trabajo es una preocupante amenaza y no creo que nadie les pueda reprochar que se busquen las lentejas en otro puchero. Hasta el momento el torero era una persona que se dedicaba a enfrentarse a los toros con las únicas armas de una muleta, un estoque y el saber acumulado durante siglos.
En estas fechas estamos viviendo en una continua vorágine que se quiere llevar la fiesta por el desagüe de las prohibiciones. Unos mantienen que este espectáculo, manifestación de la tradición y acerbo cultural de un país, debería pasar a ser regulado por el Ministerio de Cultura, abandonando el hasta hoy regidor de la fiesta, el Ministerio del Interior. Quizás ya es hora de acabar con ese control al que las fuerzas del orden someten a los ganaderos y profesionales del toro. Puede que sea el momento de acabar con esa secular imagen en que la Guardia Civil vigila los herraderos en el campo bravo. Igual se debería desterrar esta imagen opresora, revisando los libros y controlando los nuevos pupilos, y tratar a estas criaturas como los protagonistas de un hecho cultural y cambiar el herradero por una ceremonia de graduación, adornada por la lectura de poemas y la interpretación de bellas sonatas para cuerda.
Pero si nos ajustamos a la realidad de la fiesta, quizás sería mejor que pasara a depender del Ministerio de Sanidad, y como primera medida se debería convalidar a la torería actual sus títulos de doctores en tauromaquia por titulados en primeros auxilios. A los banderilleros como asistentes de enfermería y a los picadores como celadores de hospital. Señores ¡Renovarse o morir! Ya está bien de esas posturas inmovilistas ancladas en el pasado que sólo parecen disfrutar poniendo en peligro la integridad de estos valientes capaces de plantarse en una plaza ante miles de personas con un traje de colores y unas medias de color rosa.
Seguro que otro gallo nos habría cantado si los matadores que se han enfrentado a los Núñez del Cuvillo hubieran ya tenido convalidados sus títulos. En cuanto los hubieran visto salir por toriles habrían sabido que el tratamiento adecuado para los seis eran unas enérgicas friegas de alcohol de alcanfor. Pero no, como andamos en lo que andamos, nos empeñamos en que los piquen, los toreen de capa en los turnos de quites y después de banderillearles, que los toreen con la muleta bajando la mano y haciéndoles retorcerse en torno al talle del torero.
Habrá quien esté preocupado por lo que ha pasado en las Ventas, pero para eso pueden dirigirse a Burladero o Mundotoro, donde no encontrarán una palabra más alta que otra en contra de los tres matadores y a los que sabrán elogiar hasta empalagar, a El Cid, Alejandro Talavante y Oliva Soto que confirmaba la alternativa. Pero a mí me preocupa mucho más el futuro de esos padres de familia abocados al desempleo.
Lo de que los Cuvillos no tenían casta, ni fuerzas, ni ganas de embestir es lo de menos, el que en la suerte de varas los de a caballo simularan que picaban, es pecata minuta, así como el que casi toda la corrida acusaba el escozor provocado por los arponcillos de las banderillas, seguro que a causa de la mala esterilización del material empleado.
Tampoco merece la pena detenerse en que el Cid sigue errando por esos páramos y ciénagas del toreo donde habitan las ánimas atormentadas, sobre todo cuando le ven ponerse francamente pesado delante de un moribundo gordote y con cuernos. El sevillano sigue sin encontrarse, pero con este ganado el reencuentro consigo mismo va a ser realmente complicado.
Alejandro Talavante sigue sin ser aquel que maravilló, pero él cree que sí, lo que le hace inmensamente feliz. Es una versión desfigurada del toreo moderno que a veces sufre pequeños conatos de querer torear de verdad, pero rápido se le pasan. Un natural aquí, un remate allá, pero inmediatamente regresamos al pico y a despedir al toro de la suerte largándolo todo lo lejos que sea posible.
Oliva Soto sustituía al maltrecho Manzanares quien repentinamente y de forma sorpresiva no ha podido cumplir, como era su deseo, con este importante compromiso de Madrid. El sevillano ha dado la sensación en varios momentos que iba a dejar ver su toreo artista y puro, como en unas verónicas de recibo en las que se plantaba ante el toro con firmeza, para a continuación tener que rectificar, o ese inicio de faena rodilla en tierra que daba una absoluta sensación de dominio y poder, pero al final ha acabado sucumbiendo al pegapasismo que nos atornilla las sienes tarde tras tarde.
Pero ya digo que no era día para detenerse en minucias de si los matadores no eran capaces de ordenar el caos que se instalaba en el ruedo en el primer y segundo tercio, ni para echarles cuentas sobre su toreo distante y ventajista donde el pico es el rey. Quizás era más oportuno empezar a plantearse pedir cita con la señora Ministra de Sanidad, doña Trinidad Jiménez, a ver si ahora que está en mil y una batallas la pillamos con las defensas bajas y no sólo nos acoge bajo sus manto protector, sino que además no sólo no rehúsa hacerse una foto con los siete magníficos, sino que además se planta una peineta con forma de capote de paseo. Y una vez conseguido nuestro objetivo ¿qué mejor manifestación de buenas intenciones que ver al exconsejero de Sanidad, el señor Lamela como alguacilillo en la plaza de Madrid impartiendo justicia en el callejón? Ya vale de tantos movimientos erráticos, ¡la fiesta en Sanidad YA!
En estas fechas estamos viviendo en una continua vorágine que se quiere llevar la fiesta por el desagüe de las prohibiciones. Unos mantienen que este espectáculo, manifestación de la tradición y acerbo cultural de un país, debería pasar a ser regulado por el Ministerio de Cultura, abandonando el hasta hoy regidor de la fiesta, el Ministerio del Interior. Quizás ya es hora de acabar con ese control al que las fuerzas del orden someten a los ganaderos y profesionales del toro. Puede que sea el momento de acabar con esa secular imagen en que la Guardia Civil vigila los herraderos en el campo bravo. Igual se debería desterrar esta imagen opresora, revisando los libros y controlando los nuevos pupilos, y tratar a estas criaturas como los protagonistas de un hecho cultural y cambiar el herradero por una ceremonia de graduación, adornada por la lectura de poemas y la interpretación de bellas sonatas para cuerda.
Pero si nos ajustamos a la realidad de la fiesta, quizás sería mejor que pasara a depender del Ministerio de Sanidad, y como primera medida se debería convalidar a la torería actual sus títulos de doctores en tauromaquia por titulados en primeros auxilios. A los banderilleros como asistentes de enfermería y a los picadores como celadores de hospital. Señores ¡Renovarse o morir! Ya está bien de esas posturas inmovilistas ancladas en el pasado que sólo parecen disfrutar poniendo en peligro la integridad de estos valientes capaces de plantarse en una plaza ante miles de personas con un traje de colores y unas medias de color rosa.
Seguro que otro gallo nos habría cantado si los matadores que se han enfrentado a los Núñez del Cuvillo hubieran ya tenido convalidados sus títulos. En cuanto los hubieran visto salir por toriles habrían sabido que el tratamiento adecuado para los seis eran unas enérgicas friegas de alcohol de alcanfor. Pero no, como andamos en lo que andamos, nos empeñamos en que los piquen, los toreen de capa en los turnos de quites y después de banderillearles, que los toreen con la muleta bajando la mano y haciéndoles retorcerse en torno al talle del torero.
Habrá quien esté preocupado por lo que ha pasado en las Ventas, pero para eso pueden dirigirse a Burladero o Mundotoro, donde no encontrarán una palabra más alta que otra en contra de los tres matadores y a los que sabrán elogiar hasta empalagar, a El Cid, Alejandro Talavante y Oliva Soto que confirmaba la alternativa. Pero a mí me preocupa mucho más el futuro de esos padres de familia abocados al desempleo.
Lo de que los Cuvillos no tenían casta, ni fuerzas, ni ganas de embestir es lo de menos, el que en la suerte de varas los de a caballo simularan que picaban, es pecata minuta, así como el que casi toda la corrida acusaba el escozor provocado por los arponcillos de las banderillas, seguro que a causa de la mala esterilización del material empleado.
Tampoco merece la pena detenerse en que el Cid sigue errando por esos páramos y ciénagas del toreo donde habitan las ánimas atormentadas, sobre todo cuando le ven ponerse francamente pesado delante de un moribundo gordote y con cuernos. El sevillano sigue sin encontrarse, pero con este ganado el reencuentro consigo mismo va a ser realmente complicado.
Alejandro Talavante sigue sin ser aquel que maravilló, pero él cree que sí, lo que le hace inmensamente feliz. Es una versión desfigurada del toreo moderno que a veces sufre pequeños conatos de querer torear de verdad, pero rápido se le pasan. Un natural aquí, un remate allá, pero inmediatamente regresamos al pico y a despedir al toro de la suerte largándolo todo lo lejos que sea posible.
Oliva Soto sustituía al maltrecho Manzanares quien repentinamente y de forma sorpresiva no ha podido cumplir, como era su deseo, con este importante compromiso de Madrid. El sevillano ha dado la sensación en varios momentos que iba a dejar ver su toreo artista y puro, como en unas verónicas de recibo en las que se plantaba ante el toro con firmeza, para a continuación tener que rectificar, o ese inicio de faena rodilla en tierra que daba una absoluta sensación de dominio y poder, pero al final ha acabado sucumbiendo al pegapasismo que nos atornilla las sienes tarde tras tarde.
Pero ya digo que no era día para detenerse en minucias de si los matadores no eran capaces de ordenar el caos que se instalaba en el ruedo en el primer y segundo tercio, ni para echarles cuentas sobre su toreo distante y ventajista donde el pico es el rey. Quizás era más oportuno empezar a plantearse pedir cita con la señora Ministra de Sanidad, doña Trinidad Jiménez, a ver si ahora que está en mil y una batallas la pillamos con las defensas bajas y no sólo nos acoge bajo sus manto protector, sino que además no sólo no rehúsa hacerse una foto con los siete magníficos, sino que además se planta una peineta con forma de capote de paseo. Y una vez conseguido nuestro objetivo ¿qué mejor manifestación de buenas intenciones que ver al exconsejero de Sanidad, el señor Lamela como alguacilillo en la plaza de Madrid impartiendo justicia en el callejón? Ya vale de tantos movimientos erráticos, ¡la fiesta en Sanidad YA!
4 comentarios:
¡Vaya Enrique! Yo deseando ver tu crónica y me encuentro con esto… muy desencantado te veo, no me extraña, a mí también me pasa a veces.
Respecto a la tarde de hoy, coincido con tu análisis (y el de todo el mundo) sobre el lamentable estado del Cid. De Oliva Soto llevaba tiempo sin hablar puesto que la última vez que le ví en Madrid fue hace tres años, en la final de las novilladas nocturnas junto a Pinar y Siro. En aquella ocasión se le escaparon dos “guadairas” de cortijo. La impresión que me dio el de Camas aquella noche fue la misma que me ha dado hoy, la de un torero pinturero pero exento de pureza y verdad, incluso a la hora de la suerte suprema. Y es que, durante una trayectoria taurina, uno puede aprender detalles técnicos, puede aprender a lidiar mejor, a entender mejor a los toros, etc, pero para ejecutar el toreo con pureza hace falta algo con lo que uno nace y, desgraciadamente, al camero no le ha bendecido el Señor con ese don.
La faena de Talavante al tercero, sí me ha parecido interesante. No es que haya sido una faena rotunda o compacta pero sí que ha habido momentos de mucho interés. Y es que, para que el espectador tenga interés sobre lo que ocurre en el ruedo, debe haber emoción. Desgraciadamente, muy pocas veces pone el toro esa emoción, a veces es el torero el que debe ponerla y hoy ha sido Talavante el que ha puesto emoción en ciertos pasajes. Soy un enamorado del toreo puro pero, como decía Antonio Bienvenida: “todo lo que se hace delante de un toro tiene importancia”. Y es que no es lo mismo un estatuario ceñido que un estatuario despegado, esto mismo se puede aplicar a alguna bernardina que le hemos visto. Ya sé que no es toreo fundamental pero ha habido emoción. Ese pase cambiado cambiando al toro de trayectoria de modo vertiginoso ha sido emocionante, de los mejores que se han visto en la plaza desde hace mucho tiempo. Las trincherillas han sido muy mandonas. También se han podido ver un par de tandas decentes y una original forma de comenzar la tanda al natural. Para ello necesariamente ha tenido que haber un toro (aunque fuera un carretón sin muchos pies) que ha seguido los engaños con nobleza. Tras el pinchazo, también ha sido meritoria la estocada por su realización, no por su colocación, más que nada porque no es algo que se suela ver habitualmente. No soy partidario de dar orejas y hoy tampoco la hubiera concedido pero hemos visto conceder orejas a faenas de menor entidad en esta plaza. También es loable que el matador no haya querido dar una vuelta que le ha sido pedida por algún sector de aficionados, entre ellos alguno del 7, máxime cuando estamos viendo cómo la gente se mata por dar una vuelta sin haber sido pedida (sin ir más lejos la que se pegó Larios la semana pasada). Sí es cierto que allí faltaba más toro, pero es lo que hay. De la faena al sexto mejor no hablar.
Lo que hablas de Sanidad está muy bien traído y no puedo estar más de acuerdo contigo. Sólo hay un pero… la ministra Trinidad Jiménez se ha reconocido más partidaria de las tesis de El Refugio (los antitaurinos que intentaron promover una ILP en Madrid recogiendo firmas) que de la Fiesta taurina.
Saludos, J.Carlos.
J. Carlos:
Coincido en algunos puntos con lo que dices, como en ese pase cambiado de verdad, pero durante toda la corrida a mí me faltó el toro. Tenía la sensación de que podían hacer encaje de bolillos, pero sin toro. Talavante dió un natural, pero no no había toro. Ver que en el caballo hacían que apretaban, sin apretar, me hacía sentirme engañado. Y seguimos con la pena de que el Cid sigue ahí atascado. La cosa no pinta bien. Un saludo y siento haberte decepcionado, pero es que al ponerme a escribir sentía que les importa todo, menos lo importante. Un saludo y muchas gracias por tu análisis.
Un saludo
Enrique entiendo perfectamente tu desazón, desde hace ya mucho tiempo voy a la plaza simplemente a ver detalles y es con eso con lo que me quedo. Ver una buena brega por parte del subalterno, ver un buen par de banderillas, ver un toro un pelín más “cabrón” que de costumbre. En fin, cosas así.
Fíjate, la semana pasada, la novillada de Lozano Hermanos, allí hubo un poquito de todo. Hubo un par de novillos cabrones, sobre todo el segundo, que requerían hacerle bien las cosas y echarle un par de p… Después hubo otros dos, 3º y 4º, que eran novillos buenos para hacer toreo del bueno. En fin, que hubo un poquito de todo. La lástima es que con los pésimos carteles que confecciona esta empresa, a base de ahorro y más ahorro, salen bastantes animales a los que se les podría sacar partido y se van con las orejas puestas al desolladero. Y la culpa no es de la terna sino de quiénes los contratan y de quiénes consienten que traigan esos carteles a la primera plaza del mundo. Todos vienen con la aureola de figura, todos han triunfado en esas plazas de Dios pero, cuando vienen a Madrid, se les fue el duende al cielo.
En fin Enrique, conformémonos con ver retazos aislados de buen toreo y, sobre todo, echarse un grupo de buenos amigos para distraerse en el tendido cuando abajo no hay emoción. A ver qué vemos esta tarde…
J.Carlos
J. Carlos:
Como bien dices, a ver que vemos esta tarde. Seguro que los dos esperamos ver algún detalle de Juan Mora o Curro Cruz, y si estos nos fallan, pues no sé que va a ser de nosotros.
Un saludo
Publicar un comentario