Si esto se lo hacen a un torillo se esos que hay cuidar, lo parten en dos |
Siempre ha existido el estudioso del Toreo, el que quiere
investigar en el por qué de todo lo que rodea al toro, su crianza, los
requisitos que se le piden para favorecer el espectáculo, las suertes y
capacidades de los de luces y cómo se puede mejorar en un continuo progreso
hacia la utopía. Esto ha sucedido desde los años de Mari Castaña y sigue
pasando, aunque por momentos, uno no sabe si siempre se busca el camino hacia
delante o si lo único que se pretende es encontrar una justificación
supuestamente plausible para tapar las carencias de un tipo de toro, un tipo de
torero y hasta un modelo de Fiesta. Incluso hay quien, cogiendo el rábano por
las hojas, pretende trasladar un momento histórico a otra época, como si hubiera
comparación posible con una diferencia de 50 años, cuando no más. Allá cada uno
con sus conciencias y con las intenciones con que a veces nos quiere hacer
creer que el pulpo es un animal de compañía.
Mi postura creo que está suficientemente definida a lo largo
del tiempo, no solo no la he ocultado, sino que además me he empeñado en que se
conociera, como si pudiera interesarle a alguien, pero que al menos puede
servir para que nadie se sienta engañado. Es verdad que siempre intento ser
imparcial, pasando todo a través del tamiz de lo que un día me enseñaron que
era el toro y el Toreo, y a partir de ahí, que sea lo que Dios quiera. Mi
propósito en este caso es intentar enfrentar lo aprendido, eso que se da en
llamar la Tauromaquia Clásica, sus fundamentos, lo que siempre se ha entendido
como los pilares de la Fiesta, ante las apreciaciones o justificaciones que
parece que buscan una coartada más o menos convincente para que admitamos lo
que a día de hoy nos encontramos en las plazas de toros. Como si fueran
afiliados a un partido y tuvieran que aplaudir como si estuvieran convencidos, como
uno de sus líderes escapa de la policía, como otro tiene cuentas en Suiza, como
cobran en negro, como cobran comisiones por obras públicas, como desvían fondos
a su bolsillo, como recortan derechos fundamentales, tantas y tantas infamias
que cuesta digerir. Pues en el Toreo pasa lo mismo, unos señoritos están
hundiendo todo esto y encima los hay que se molestan porque se les llama
tramposos, mentirosos, ladrones, descarados, desahogados, caraduras y todos los
adjetivos que a ustedes se les puedan ocurrir y que encontrarán la misma
respuesta: no falten al respeto. ¿Quién falta más al respeto al prójimo? ¿El
tramposo o el engañado? Saquen sus propias conclusiones.
Según se decía tiempo
ha, el fin último de toda la lidia era preparar al toro para la muerte, para el
momento de la suerte suprema, y el torero tenía que poder al toro, dominarlo y
someterlo; eso como fundamento básico, para a continuación, el que pudiera,
crear arte, desarrollando su cometido de una forma armónica, elegante, sin
estridencias y creando belleza, la que nace al imponerse la inteligencia del
hombre, los conocimientos atesorados durante décadas y transmitidos a lo largo
del tiempo, sobre una fuerza de la naturaleza, el toro, quién no duda en
acometer contra aquello que siente que le acecha o que entra en su dominio,
creciéndose en la lucha y peleando hasta su último suspiro. Quién ha sido
alguna vez testigo de esta conjunción mágica, de este conflicto entre la
belleza y la bravura del toro vive unas sensaciones que no puede ni controlar,
ni racionalizar y que siempre estará deseando volver a revivir, con la misma
intensidad.
Pero llega la modernidad y estos términos se ponen boca
abajo. Ahora resulta que el fin supremo es el arte, esa idea santificada a la
que todo queda supeditado, todo vale en función ello, todo, incluida la
demolición de aquellos principios clásicos y la conversión del toro de lidia en
un animal dócil y fácilmente maleable. Hemos pasado de trabajar la obra en
mármol, a hacerlo en latón de mala calidad, que se abolla al más mínimo roce
con la verdad. A los artistas no se les exige que lo demuestren, se les
considera como tales per se, casi por el hecho de poder vestirse de luces. Se
les valora más que por la calidad de la creación, por la extensión de esta. No
hay pelea posible, el toro sale ya dominado, se le cría para ello, se crea un
animal sumiso al que no hay que poder, hay que cuidar, y todo aquel que no
entienda esto es in intransigente, un bárbaro, una antitaurino, un ser empeñado
en que esto desaparezca y un insolidario con aquello que pretenden su
continuidad, aún a costa de mantener una caricatura ridiculizada de lo que
siempre fue el Toreo. Vamos, que si nos pillan Manuel Vicent o Alaska, Olvido
Gara, nos convidan a merendar chocolate con picatostes.
Siempre había conocido la preocupación del aficionado a los
Toros pretendiendo garantizar el respeto al toro, garantizando su integridad,
su casta y la fiereza intrínsecas a su especie, y si a esto además se le podía
unir la bravura, miel sobre hojuelas. Pero ¡amigo! Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad, como grajearía don Hilarión; el respeto debido ya no es
al toro, al que en pos de ese supuesto arte, arte abstracto en la mayoría de
los casos, el respeto se debe a esos artistas, jartistas, como diría mi querido
Xavier González Fisher. A estos se les permite vejar, burlar y maltratar sin
rubor al toro, para mayor loor de sus divinidades. Así imágenes tan bochornosas
como esa de cinco o seis figuras haciendo un desplante a un novillo moribundo,
son celebradas por los más fieles al régimen presente. El que un señor se ponga
a cantar es porque le sale, porque así lo pide su sensibilidad. Ellos son los
verdaderos protagonistas, lo demás, simple atrezzo.
El tercio de varas, pieza fundamental en este rompecabezas
de la lidia, ha pasado a ser un trámite molesto, como tantas veces se ha
repetido hasta el hartazgo, que incluso “aficionados” encuentran justificación
para prescindir en según que casos de esta suerte. Según nos contaron, eso de
picar a los toros, aparte de hacerlos sangrar, tenía dos fines, por un lado
comprobar la bravura, para lo que parece necesario que al menos haya dos
encuentros con el caballo. Como dicen los que saben, la primera vara la toman
todos, o casi todos; la segunda ya le hace ver que allí no se reparten
caramelos y en la tercera, si la toma bien y de lejos, al menos quiere decir
que no rehúye la pelea. Incluso los hay que deberían acudir una cuarta vez,
para poder ver al toro en todo su esplendor. Qué cosas cuento, la suerte de
varas; parece una fábula fantástica. Y además de todo esto, la puya ayuda a
ahormar la cabeza del toro y a atemperar la embestida de cara al tercio de
muerte. Pues bien, olvidemos todo esto y pensemos que aparte de lo pintoresco
que es ver un caballo con faldas, el único objetivo de esto es quebrantar las
fuerzas del animal. Si tenemos en cuenta la flojedad manifiesta, la falta de
casta y la excesiva nobleza de estas bestias corruptas que se crían en
magníficas factorías, se les pica como para colocar un piercing, o menos. Pero
ya digo, si el toro sale ahormado, pues, ¿para qué picarle? Ya puestos, si sale
picado, ahormado, lidiado y medio muerto, ¿para qué torearlos y matarlos a estoque?
¡Aaaah! Por la cosa del arte, lo había olvidado, perdonen mi descuido.
En banderillas todo se ha reducido a un número festivo
gimnástico circense en el que los atlet… los toreros demuestran sus facultades
y lo alto que pueden apuntar con los palos, arqueando el cuerpo hacia atrás,
para lanzarse como un resorte, consiguiendo algunos formar un ángulo recto una
vez ha pasado la cabeza del toro. Que no quiere decir que esto no tenga su
excepción, que banderilleros de plata hay que la ejecutan con pureza, dándole
ventaja al toro, con majeza y personalidad, aunque lo del saltito, más o menos
exagerado, es un mal demasiado extendido.
Y llegamos al último tercio, cuando el torero se enfrentaba
al toro, dispuesto a pasarle de muleta y si es necesario, para limar la
aspereza que pudiera quedarle en la embestida, después de los dos primeros
tercios. De nuevo nos encontrábamos con la pelea del hombre contra el toro, la
inteligencia y el conocimiento ante la irracionalidad de una fuerza de la
naturaleza. Paso a paso se iba ganando la gloria, el triunfo y el dominio de la
situación, culminando con la estocada, el definitivo cruce con la muerte. Que
lejos está esto de eso de cuidar al toro, no molestarle, consentirle o dejarle
a su aire para que no se venga abajo. ¿Qué es esto? ¿Una broma de mal gusto?
Parece que nos avergonzamos de la presencia de la muerte, de la permanente
presencia de la sangre y del riesgo cierto que supone para todos los que visten
de luces. Nos acusan de ser más dañinos para la Fiesta que los propios
antitaurinos, pero son ellos los parecen hacer escuchar atentamente los
argumentos de aquellos y se afanan en “humanizar” y “dulcificar” la Fiesta para
que resulte menos… ¿ofensiva? Y sobre todo, más acorde con la sensibilidad de
los tiempos. Que ya puede acabar esto pareciéndose más a un episodio de
Doraemon, que si los taurinos y aspirantes a ello pueden seguir viviendo de
esta farsa, siempre encontrarán un argumento que echarnos a la cara para
acusarnos de que trabajamos por la desaparición de las corridas de toros,
justo, justo eso en lo que ellos ponen todo su empeño.
6 comentarios:
A veces pienso que vivimos en una época que no nos corresponde, taurinamente hablando. Nunca a estas alturas de la temporada había dejado de ver toros. Valencia o Castellón eran lo primero, pero es así, todavía no he visto nada. Y no he visto nada porque nada de lo que me dan me interesa.
Sabes que hace tiempo que no pongo en mi blog ningún artículo de opinión. Yo respeto mucho a todo el que se ponga delante, pero es que no me gusta la situación de la fiesta. Sin ir mas lejos, se publicó el cartel del domingo de resurrección en Málaga, mano a mano Morante-Juli, y no se anunciaban los toros que se iban a matar. Cada uno los trae debajo del brazo, uno de cada ganadería. Así está el asunto Enrique, antes se anunciaban a bombo y platillo el nombre de la ganadería en los carteles, y luego se apuntaban tres a matarlos. Ahora, lo primero son los artistas y luego...que mas da lo que venga, si es todo lo mismo.
Un día me dijo un gran aficionado y ganadero, que los toros no se mantendrían por los aficionados, sino por el público. Anda que se equivocó mucho. Es triste, pero es así.
Un abrazo Enrique.
Conozco algunos casos de ganaderos serios que en la actualidad siguen criando el TORO. Si bien sus TOROS no los suelen pedir más que unos pocos aficionados (ni toreros, ni empresarios...), tampoco ellos ponen de su parte (o al menos no lo que debieran teniendo en cuenta el panorama taurino actual).
Sé que es triste y lamentable tener que vender corridas a precio de carne para plazas de 3º categoría, pero más triste es aún estar año tras año acumulando animales en el campo a la espera de una llamada que nunca se va a dar.
Son cientos los festejos que aún se vienen dando en los pueblos de la toda la geografía española en los que se anuncian la mayoría de las veces toreros "modestos".
¿También tienen estos toreros "modestos" poder para exigir la contratación de ganaderías del monoencaste?¿Acaso los pequeños empresarios que gestionan dichas plazas tienen algún interés en no contratar ganaderías que no sean de encaste domecq?
En fin, abro un tema de debate aunque quizás no sea el lugar más indicado.
Enhorabuena una vez más por el artículo Enrique.
Un cordial saludo.
Que razón tienes Marin !!!
Marín:
Tanto a ti, como a los demás, perdón por la tardanza en la respuesta, pero la culpa es de un viaje a Murcia y de ese perder la noción del tiempo. Hay que ver la buena gente que he conocido gracias a este blog y lo que rezo porque estén siempre en mi vida.
Sobre lo que dices, ¿qué te voy a decir de nuevo? Así es, nos van empujando poco a poco, esperando que algún día digamos que hasta aquí. Ya ni anuncian los toros, algo que cada día se ve más a menudo. ¿A dónde hemos llegado? ¿Tiene esto algún sentido? Pues a mí me parece que no demasiado.
Un abrazo
Rabosillo:
Muchas gracias y repito mis disculpas por tardar tanto en contestar. Yo también creo que hay toros en el campo, pero quizá falten taurinos aficionados y nos tenemos que conformar con los negociantes, con los productores. Dicen que la Fiesta que queremos no interesa a nadie. No estoy de acuerdo, a quién no interesa es al grupo de taurinos a los que esto les importa un pito.
Un saludo
Cárdeno:
Ya sabes, Marín se equivoca muy poquito.
Un saludo
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