domingo, 26 de octubre de 2014

Reconversión industrial en el toro

Solo el toro justifica a los montados


Seguro que los más veteranos recuerdan aquellas imágenes de los astilleros, la minería, las fábricas de coches o las de cualquier sector de los que hace unos cuantos años sufrieron la reconversión industrial. Puede que las cosas tuvieran que cambiar, que no fuera viable el que las cosas siguieran como décadas atrás, ahí no quiero ni asomar la cabeza, pero lo que sí es seguro es que todos estos procesos resultaron muy traumáticos. Trabajadores a la calle, cierre de empresas de esas que se entendían como de toda la vida, paro, jóvenes sin futuro, familias golpeadas sin piedad, exclusión social... ¿Nos les parece que la historia se repite con demasiadas similitudes? Los obreros defendían sus puestos de trabajo a dentelladas y si se daba el caso, hasta a cambio de su sangre. Estaban convencidos de la viabilidad de sus industrias y se esforzaban en demostrarlo. Miraban hacia adelante y veían como un oscuro e incierto futuro se les venía encima.

Y dirán ustedes que, ¿qué tiene esto que ver con los toros? Pues es posible que nada, pero a mí hay situaciones que estamos viviendo en el día a día de la Fiesta que me recuerdan todo aquello, excepto en la postura y disposición de muchos “profesionales” en lo tocante a luchar por su puesto de trabajo y lo que es más, por su dignidad. ¿Acaso alguien ha visto algún picador preocupado por su función dentro de este espectáculo? y es más, ¿se ha visto a algún taurino moderadamente contrariado por el camino que lleva esto y por el destino al que se puede llegar? Pues no parece que se haya dado el caso, es más, no dudan en atacar con toda virulencia al que tímidamente insinúa que el porvenir no está nada claro, que son demasiadas las amenazas que hacen peligrar todo esto, incluidos los puestos de trabajo de los “profesionales”. Pero muy al contrario, en lugar de pararse a pensar, ven el mensajero a un enemigo con la voluntad de hacer que los toros pasen a ser un mero recuerdo. Es como si hubiera un hechizo, una maldición, que hace que las palabras acaben siendo realidad. Es como el matrimonio que está en la cama y a medianoche la señora le dice al marido que parece que huele a quemado; y el hombre de repente pega un salto y se pone como una fiera, se ha desatado la maldición de la bruja avería, ahora las llamas devorarán la casa y no te demuestro lo equivocada que estás, porque las llamaradas que vienen de la cocina no me dejan ni asomarme al pasillo.

Pues las llamas ya han engullido el cuarto de los niños, el de la plancha, el del servicio, el de invitados, el pabellón de caza del señor, la biblioteca y aunque el señor y los caballeros que le acompañan estén en el jardín en animada charla, al final prenderá el emparrado y se les acabarán achicharrando los peluquines. Eso sí, porque a la señora del marido en cuestión le pareció que olía a quemado. Quizá el señor y sus acompañantes sean picadores de toros, esos señores que salen al ruedo subidos s un penco con faldas, se dan una vueltecita, hacen que pican a un animalito que ronda por allí y vuelta a su sitio en el callejón, a seguir viendo tranquilamente el festejo. No les importa si pican o no, que ya es gordo, así que difícilmente pueden inquietarse por no hacer la suerte, por desgarrar lomos y paletillas, o ni tan siquiera por dejar ver al toro y no taparle la salida por sistema. Pero luego, cuando cabalgan su mulo por el callejón, se ofenden grandemente con los “halagos” que el público les dedica amablemente. “¿Serán maleducados y desconsiderados? Me han dicho que soy muy malo, me han llamado matarife, tumba vacas y cosas peores”. Pero no se paran a pensar que el maestro, el mentor del maestro, los criadores de monas y demás filibusteros de la tauromaquia están enterrando el oficio de picador de toros de lidia. Esos que tienen el derecho y el honor de lucir pasamanería dorada, pues en otro tiempo eran parte principal en una corrida de toros. No se debían a nadie, ellos mismos se contrataban con las plazas del mundo. Hubo quien se planteó la posibilidad de retirarles el privilegio de lucir el oro, pero seguro que los taurinos no lo permitirían jamás, no fuera a ser que los de aúpa interpretaran esto como una señal de lo que realmente sería, que han dejado de ser lo principal y por los derroteros que nos movemos, empiezan a ser prescindibles y hasta molestos. Pero ellos se indignan con los que avisan, no con los que les están barriendo la arena bajo sus pies.


Me gustaría ver a los señores picadores manejando sus caballos, toreando desde la contraquerencia, citando y cumpliendo la labor que han venido desempeñando desde hace siglos, ahormar al toro y probar sus condiciones para la lidia; y no con un picotazo que ni a eso llega, sino dos y tres puyazos, como era antes de que el ministro Corcuera diera gusto al taurinismo. Ustedes me contestarán que no hay toro que aguante tres entradas al caballo. Muy bien, estupendo, ¿alguien cree que esto sería el fin de la Fiesta? Sinceramente creo que sería el comienzo del repunte, pues de esta forma el problema se haría tan evidente, que hasta los públicos más benévolos y merendadores se revelarían al comprobar que eso que les echan cada tarde es un sucedáneo de toro. En la pasada feria de Otoño de Madrid hubo una tarde de “gran escándalo”, pues hubo que devolver un toro tras otro. La verdad es que hubo jaleo, pero nada extraordinario, quizá poco para lo que tenía que haberse preparado y casi algo anecdótico para lo que tendría que montarse cada tarde. ¿Y por qué no se devuelven tantos toros como hace años? Va a ser que a lo mejor eso de no picarlos tiene algo que ver. Pocos son los que echan de menos un correcto desarrollo del primer tercio y muchos los que sentencian: es que si a ese toro le pican, se va al suelo. Pues que se vaya, que se desmorone; a ver cuánto tiempo aguantaría eso el que paga y cuánto soportarían las broncas los señores empresarios. Seguro que no tardarían en retirarles de su puesto de privilegio a esos ganaderos de cámara, sí, esos que crían animalejos fofos y descastados. No exigir que se cumpla el reglamento, no exigir que se realice adecuadamente el primer tercio, en definitiva no es otra cosa que convertirse en cómplice del fraude y como consecuencia, de la degradación que viene sufriendo la Fiesta desde hace ya demasiado tiempo. Igual muchos se ofendan cuando alguien les señale como culpables de la desaparición de este vicio, esta pasión, esta locura que son los Toros, y protestará airadamente al sentirse marcado con ese estigma. Entonces sí que protestarán, pero ahora no, porque no es correcto. Pues ellos mismos. No sé si cuando llegue ese día los señores del castoreño rondarán por ahí al menos para mostrar sus lamentos en público, aunque me juego con ustedes un duro que no tendrán ni el valor, ni la honestidad de reconocer su parte de responsabilidad. Y no serán solo los de a caballo los que sufran las consecuencias de esta reconversión taurina, les tocará a otros muchos; la diferencia es que esos sienten el peligro y hasta se rebelan contra un destino que parece cierto, algo que los picadores ni hacen, ni parecen dispuestos a ello, ni se atreven aponerle mala cara a los que les mandan, a los que simplemente les consideran algo prescindible, si no molesto y que serán el primer objetivo de la “reconversión industrial en el toro”.

8 comentarios:

fabad dijo...

enrique, no puedo presumir de ver Toros en Francia pues solo los he visto en Céret y Vic Fezensac. Allí se pica y no solo va el Toro al caballo tres veces... va cinco o seis o... No creo que esto ocurra en Nimes ni en Arles pero si ocurre en otras Plazas tan honrosas como las que yo visito.
El tema es que los picadores que allí actúan son los mismos que no pican en Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao (en las demás se da por hecho que la suerte de varas no existe). Allí, se esmeran, torean con el caballo, pican de frente, no lo hacen trasero... y si pueden se llevan el trofeo de cada tarde al mejor picador. Cierto es que el público no permite las marrullerías que aquí acontecen. no tolera un puyazo trasero, ni que el toro sea metido debajo del caballo por el banderillero, ni que lo ponga en suerte el peón (ha de ser el matador), ni que cierren al Toro... Yo he tardado muchos años en ver la suerte de varas bien hecha... Aquí, si se hiciera igual los picadores no peligrarían, puede que peligraran las figuras que no consienten lidiar un Toro que permita una suerte de varas en condiciones.
Ya sabes que estoy, por cansancio mental, casi fuera de esta afición, pero creo que todavía se puede rectificar.

MARIN dijo...

Enrique:
Creo que los picadores, en la fiesta actual, tristemente solo son trabajadores a las ordenes de sus matadores. Y los comprendo Enrique, la mayoría son padres de familia de los que depende el pan de sus casas y no entiendo, ni comparto los isultos hacia ellos desde el tendido. David Adalid ha sido el primero en pagar el peaje de su buen hacer, y esperemos acontecimientos con Fernando Sanchez y Tito Sandoval.

En cuanto a lo de que si los toros se caen y tal...pues mira, yo creo que no es por la cantidad de puyazos, sino por su intensidad. No todos somos capaces de aguantar una Marathon por muy bien que nos preparemos, nuestra naturaleza es distinta dependiendo de cada raza (pregúntenle a los etíopes), e incluso dependiendo de cada familia o individuo. Pues con los toros pasa lo mismo.

No sé el empeño del toreo actual en hacer el trabajo en el primer puyazo. Un puyazo largo y fuerte, dejando el toro debajo del peto si posibilidad de verlo, como si no hubiese un mañana. ¿No sería mas beneficioso para el espectáculo que los matadores fuesen midiendo al toro puyazo a puyazo?. Habrá toros que necesiten dos, otros cuatro y otros hasta seis. Claro, el problema está en que muchos no saben dejar al toro en suerte solo con un solo capotazo o dos, y esto les restaría muletazos a sus inmensas faenas de muleta. Y así de paso, dejarían que el picador, esos toreros vestidos de oro, hicieran su trabajo.

Para mi, no valoro la casta de un toro en si se cae al salir del peto o no. Yo valoro esa casta en la forma de acudir el toro al castigo (caballo) sabiendo lo que hay allí. Todos no somos etíopes.

Perdóname por el chapazo otra vez Enrique. Un abrazo.

Luis Cordón Albalá dijo...

Enrique:
Yo creo que ellos, hasta encantados están, fíjate. Imagina su situación: cobran unos honorarios importantes (los de las figuras claro, que son quienes nos ocupan) y apenas trabajan. Vamos, que te digo yo, que yo solito he sudado más esta mañana aquí en el Burguer que cualquier pica de las figuras en toda la temporada.
Y a la par, creo que no son conscientes de que sus quehaceres están en alto peligro de extinción. Si no, no me lo explico. Pena que no puedo decir en este caso eso de "que se jodan, peor para ellos", porque aquí los aficionados también perderíamos algo tan emocionante como la Suerte de Varas, así que me temo que tendremos que seguir haciéndoles el trabajo sucio y defenderles su profesión como si fuera la nuestra.
Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Fabad:
Yo cada día estoy más convencido de que es posible volver a la senda correcta. Si los picadores picaran, quizá más de una tarde eclipsarían a las figuritas o quizá no, hasta es posible que la luz de esta resplandeciera más clara. Veamos el ejemplo de Castaño, un torero con muchísimas carencias, pero que a través de estar por el toro ha toreado lo que a lo mejor nunca habría toreado de otra forma.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Marín:
El problema de los picadores es que la mayoría se doblega, porque si ellos se plantaran y dijeran que a hacer las cosas bien, igual los matadores tendrían que tragar o picar ellos... o eliminar este tercio. Y no creo que el problema de las caídas llegue tan siquiera al castigo, que tienes toda la razón en que no se mide nada, el problema es que no aguantan ni el primer picotazo, se topan con el peto y ya están muertos.
Lo que dices de la casta me recuerda a unas palabras que mi padre repetía muy a menudo y es que él concebía que el toro perdiera las manos al salir del caballo, pues hasta podía ser culpa del que le saca del peto a base de tirones y carreras. La casta es otra cosa, lo que tú describes muy bien. El arrancarse con alegría, sabiendo que allí hay pupa y queriendo pelear, pero tú y yo hemos visto como la gente se entusiasma cuando acude al caballo casi gazapeando, pensándose el seguir a cada paso. Pero eso solo lo veis los "aspirantes a aficionados" como tú, jejejeje.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Luis:
Ahí le has dado, les defendemos nosotros y encima nos desprecian. Pero les falta algo muy importante para ser algo en esto y es la afición, ese impulso que te hace querer hacer las cosas bien y ser mejor que nadie.
Un abrazo

El Secreto de la Bravura dijo...

Enrique:

Conozco a varios picadores y los he visto picando en el campo y te digo que no tienen nada que envidiarle a ninguno de los picadores con más fama del momento. El problema es que si el picador hace su trabajo y encima se luce a las dos corridas de toros siguientes sale de la cuadrilla por quitarle lucimiento a su matador. Otra cuestión es que el torero "viva" del lucimiento de su cuadrilla porque no es capaz de vivir de su propio lucimiento y entonces si permite que se luzca la cuadrilla. Pero ya te digo hay picadores buenísimos por ahí que no podemos ver porque sus matadores no nos dejan verlos.

Un abrazo amigo Enrique y enhorabuena.

Enrique Martín dijo...

Alberto:
Es verdad lo que dices, y quizá se podría arreglar si todos se plantaran y dijeran que ellos salen a picar y punto, pero claro, eso de ir todos a una en esto de los toros es como imposible. Siempre habrá una fisura por la que se les escape el gato y al final, los matadores serán los que manden. Y no habremos avanzado nada.
Un abrazo