miércoles, 8 de abril de 2020

Los discursos del toreo


El comienzo del discurso, toro, torero y surge el toreo

El toreo se percibe como una unidad en sí misma, una conjunción de toro y torero, pero que si nos ponemos, se puede ampliar al público y hasta a las condiciones meteorológicas, algo que quizá ya sabían los clásicos y que expresaron con aquellos del sol y moscas. El toreo es un relato compuesto de varios discursos que configuran un hecho armónico, en el que no cabe desafine alguno. Como si habláramos de una sinfonía, basta que un instrumento no dé con la nota, para que se desbarate toda aquella obra. Evidentemente basta abrir la primera página para darnos cuenta de que los discursos que llevan todo el peso son los del toro y el torero, el eje del ritual de los toros.

El discurso del toro se fundamenta en la  casta, la bravura, con unas gotitas, no excederse, de nobleza, para generar unas embestidas humillando, con fijeza, lo que no quiere decir que estas broten por generación espontánea, estas solo son posibles si hay un engaño al que el animal quiere coger. Y dense cuenta que he elegido coger y no seguir, porque el toro debe querer agarrar eso que se le escapa por milímetros una y otra vez. Pero este discurso del toro nos muestra ciertos acompañamientos que enriquecen la música del toreo. La media luna cortando el aire, cada vez más abajo, como manda la tela, como manda el torero. El pitón de dentro siempre un poquito más desnivelado, pues es la única manera de poder describir esas espirales de fiereza. Acompañando, el tronco del toro que entra frontalmente, para ir retorciéndose en torno al torero, hasta casi abrazarle con la grupa, que sale despedida en los remates, pero sujeta al pecho, a la cabeza, que sigue buscando, encelada, al engaño. Las pezuñas, que parecen tener su propio lenguaje, el de la tensión, el de correr buscando, para casi dislocarse en ese trazo de espirales, lo mismo frenando, que empujando la mole hacia adelante, obedeciendo el leve toque del torero, el suave correr la mano, el sutil remate que despide y atrae casi mágicamente al mismo tiempo.

Seguimos pasando páginas y nos encontramos con el apartado del torero, punto esencial en este discurso, quizá el canalizador del vigor y fiereza del toro, que aunque fundamental en todo este relato, lo puede hacer saltar por los aires en cada momento, o quizá, viéndolo de otra manera, iniciar un discurso de vida o muerte, de tragedia, de lo no deseado, pero que al final es lo que hace de todo esto algo grandioso, quizá precisamente, por evitar que el discurso del toreo se interrumpa. La oratoria del torero tiene un punto de partida inevitable, ese en el que el valor y la inteligencia van de la mano, porque si uno se impone al otro puede desencadenar en alaridos destemplados, bien los del torero desafinando con bravatas más propias de otros espectáculos, o los del público enfurecido por la falta de entrega del que porta coleta y castañeta. A modo de un Cicerón ibérico, con fluido lenguaje, sin perder la compostura, elegante, sin aspavientos innecesarios, el torero, erguida la planta, va sometiendo a la fiera, a su oponente, que nunca enemigo. Ofreciendo la pierna como columna sobre la que reposar todo el peso del hombre y sobre la que hacer girar al toro una y otra vez, que si se trunca, se acaba todo. Siempre hacia adelante, como ganado sitio a la gloria, conquistando los terrenos del toro, con esa sutilidad, esa delicadeza que exige la verdad cuándo se transfigura en arte supremo. La sinfonía del hombre con el acompañamiento de las muñecas jugando, engañando, cambiando el viaje a la fiera, haciéndole dibujar caracolas en el aire, las caracolas que sonarán para abrir las puertas de los cielos de la tauromaquia. Las manos ofreciendo el engaño, embrujando al tótem ibérico hasta embrujarlo y enamorarlo hasta el momento final, siempre siguiendo las palmas hasta ese instante en que el toro busca el envés de la mano para encontrar la muerte en la arena. Siguiendo los vuelos de las telas, las que con su discurso describen ondas en el aire, al compás que le marca la mano, la muñeca, el torero, siempre elegante. Discurso que jamás debe interrumpirse con enganchones que silencien el toreo, ni habitar en la lejanía de los pitones, porque entonces no existe el discurso, no existe el toreo, porque dar aire, escapar de las agujas o agitarse con violencia nada tiene que ver con esta sublimación de la tauromaquia, los toros, la corrida de toros, expresión máxima de eso, de los discursos del toreo.

Enlace programa Tendido de Sol del 5 de abril de 2020:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-5-abril-de-audios-mp3_rf_49647466_1.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Enrique,

Soberbia imagen. Tengo que decirte que me ha gustado que metas esa nobleza que necesita el toro para que esto funcione....

Espero que todo vaya bien. Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Anónimo:
Quizá es solo un ideal que nos gustaría contemplar con mayor frecuencia. De momento seguimos aguantando.
Un abrazo y a cuidarse, que es lo que toca