miércoles, 6 de mayo de 2020

La liberalización a modo de Pandora taurina


La liberalización no nos traerá riadas de arte, no tiene nada que ver, lo que provocaría es una ausencia total de exigencia y la caída irremediable del arte de los toros.

Cuenta la mitología que Pandora, la primera mujer para los griegos clásicos, recibió como regalo de bodas una caja en la que se encerraban todos los males de la humanidad y que ella, curiosota dónde las hubiera en el Olimpo, no pudo aguantar la tentación y hala. La abrió y allá que se expandió el mal por todo el orbe. También, no podría haberse desahogado con el juego de café que te regalan en todas las bodas o el jarrón chino que nunca falta; se tuvo que tirar por la cajita de marras. Y es lo que tienen los caprichos, que unos se empeñan y se empeñan y luego a ver quién asume  y quién sufre las consecuencias. Que si en esto de los toros nos ponemos a asignar papeles, los caprichosos, Pandora, son los taurinos y la cajita serían todas las peticiones que relatan una y otra vez y que solo buscan su comodidad y el beneficio propio. Todos los males del mundo de los toros que se encierran en la caja de la “liberalización”. Que así dicho, todo término que empieza por “libera”, suena bien, pero la cosa no es cómo empiece la palabrita, sino como acaba. Vamos, lo mismo que la idea en sí, que lo malo no es cómo empecemos esa liberalización, sino en que acaba y, lo que es peor, en qué termina.

Lo de liberalización siempre ha sido una forma pretendidamente elegante y cargada de razón de decir “ a mí déjame en paz, que yo ya haré lo que me dé la gana” y que a la postre no haya nadie para pedir cuentas, porque cómo estábamos liberalizando, no caben censuras. Por un lado tenemos a los toreros, que están muy empeñados en que lo que salga por toriles es suyo de su propiedad y pueden hacer con ello lo que les dé la gana, negando a nadie la posibilidad de opinar y arrogándose a si mismos todo poder de decisión e infalibilidad que uno se pueda imaginar. Ellos deciden si se le pica o no a un toro, si se le banderillea o no o si se ponen el toro por montera o no, con el inexcusable resultado de que pase lo pase y hagan lo que hagan, el resultado será su triunfo innegociable. Pero claro, la primera liberalización que no tiene un pase es esa de que no haya veterinarios que puedan decir que tal o cual animal no pasan. De tal manera que ellos, toreros y taurinos eligen el ganado que mejor les venga, sin limitaciones por abajo que les puedan incomodar, que para eso estamos liberalizando, y dando por hecho que todo lo que salga por toriles es válido y admisible.

Pero no son los únicos que demandas tales medidas que les exima de cualquier forma de control, que a esto se unen también los señores ganaderos, que según dicen, junto con los toreros, son los que saben de verdad de esto, los demás ni saben, ni pueden saber, ni tienen que opinar. Entonces, ¿para qué un reglamento? Ellos dicen que al arte no se le pueden poner cadenas, que el arte debe ser libre y a lo mejor hasta se puede estar de acuerdo en eso, pero claro, eso si admitimos pulpo como animal de compañía y tragamos con que el arte se da absolutamente todas las tardes en una plaza de toros, seis veces, dos veces por coleta. Que eso ya es mucho suponer, por mucho que liberalicemos, ¡No, hombre, no! Que en esto del arte de la tauromaquia, el arte aparece de vez en cuando y últimamente, muy, muy de vez en cuando. Es más, habrá toreros que no hayan hecho arte en su vida, ni lo harán, por mucho que ellos se crean. Que no se puede tomar una consecuencia como el todo, ni reducir el todo, los toros, a una consecuencia que se da contadas veces, el arte.

Que si nos paramos a echar cuentas, estos caballeros quieren algo muy sencillo, que les dejen a su aire, que unos paguen una pasta para que estos vayan a su aire y que nadie les rechiste por querer ir a su aire. Ellos siempre a lo suyo y quieren hacer creer que pelean por evitar que se hunda un barco, sin importarles si se va a pique el resto de la flota. Así no es de extrañar que les sobre la autoridad, que les sobren los aficionados y que les sobre todo el que no vaya con la pasta por delante y las palmas y el jolgorio por detrás. Y resulta que ahora a eso le llaman liberalización. Y es que uno escucha la palabrita y le entran unos escalofríos por la espalda, que no me llega la camisa al cuerpo. Que solo nos faltaría eso, un Leman Brothers a lo cañí, que se llevara por delante la fiesta de los toros. Porque bien es cierto que los públicos, los menos exigentes, que pueblan todos los tendidos de todas las plazas, aunque sena cada vez menos, son los que sustentan este espectáculo, porque son los que más aportan económicamente, pero los aficionados, los que estos liberalizadores no quieren ver ni en pintura, los que según unos caben en un autobús y según otros en un taxi, son los que mantienen a la fiesta en su sitio, en el lugar en que debe estar, con el toro, toro, con la verdad en el toreo, con la integridad en los tres tercios y haciendo que la gloria se gane de verdad y que esté al alcance solo de los elegidos, porque si la juerga se da todos los días, será de todo menos la gloria. Y a ver si por atender los caprichos de unos ególatras que se creen que la fiesta son ellos y nada más, vamos a acabar lamentándolo si llega la liberalización a modo de Pandora taurina.

Enlace programa Tendido de Sol del 3 de mayo de 2020:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-3-mayo-de-audios-mp3_rf_50670907_1.html

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