¿Quiénes son los otros? Pues muy fácil, los toreros que no tienen ni el más mínimo sentido crítico y que se sienten satisfechos con las orejas, hayan o no hayan hecho el toreo. De los taurinos que se ven beneficiados de esta verbena de orejas, indultos y salidas a hombros. De la prensa, que no duda en deshacerse en elogios a toreros que viven en la más absoluta lejanía de lo que es el clasicismo taurino e incluso se desenvuelven permanentemente en la más triste vulgaridad. De esos “aficionados” de clavel, canapé, televisión y de acudir a la plaza una o dos veces por año, caiga quien caiga, que para eso son unos grandísimos aficionados. De todos estos, a mi que me borren.
La plaza de Madrid se ha vuelto loca con un vulgar Sebastián Castella que ha repetido una de sus faenas clónicas de pase citando en la pala del pitón y abusando del pico, sin torear nunca y dando pases y más pases. Seguro que esto tiene su mérito y a lo mejor hasta es mucho, pero a mí me dice tanto como una máquina de tabaco con eso de: su tabaco, gracias. Yo no voy a los toros a ver cortar mil orejas o a eso que dicen los que justifican tanta vulgaridad: ir a divertirse a los toros. Yo no quiero divertirme, yo quiero pasarlo bien, emocionarme, asustarme, ver a un torero como puede con un toro, pero para divertirme me voy a la montaña rusa o juego una partida de mus con los amigos. ¿Qué satisfacción se puede encontrar aplaudiendo como un poseso un par a toro pasado? ¿Qué divertimento es ese de pedir la vuelta al ruedo a un toro que al ir al caballo la segunda vez sale espantado al notar el roce de la puya? ¿Qué disfrute hay en ver a un señor vestido de colores y con unas medias rosas salir de la plaza subido a un tío, entre los alaridos de sus leales?
Con lo visto y vivido en la plaza de Madrid en la corrida de Núñez del Cuvillo he colmado mi vaso del aguante y del aislamiento. Esta sensación la llevo teniendo hace tiempo, pero en las últimas semanas se me ha venido acentuando. Estoy un poco cansado de tener esa sensación de marciano loco que no se entera de las maravillas que pasan delante de sus ojos. Enhorabuena taurinos y taurinillos, ya tenéis a la prole domesticada, ya comen en vuestra mano. Luego os extrañaréis de que esta basura sea prohibida en Cataluña, pero ¿qué queréis? Se lo habéis puesto a huevo a los antitaurinos. Esta nos es la fiesta que a mí y otros cuantos nos transmitieron nuestros padres, abuelos o tíos aficionados a los toros. Seguro que habrá quien piense lo mismo que yo, que es un marciano, pero yo de momento no le voy a quitar esa idea de la cabeza, porque a lo mejor es verdad y es un marciano. Y para colmo, Pepe mi eterno y buen compañero de localidad me ha soltado: Quique, hazte a la idea de que eso de cruzarse ya se ha acabado. Que razón tiene, como casi siempre. Y este es de los que no se cansan de decir que no tiene ni idea. O mi amigo José Luís Bautista, el de Linares, que más de una vez en sus correos me dice que esto es para “ellos” (taurinos, prensa, etc...).
¿Qué hemos hecho con la herencia que nos dejaron Camino, El Viti, Domingo Ortega, Manolo González, Pepe Luís Vázquez y tantos otros? La herencia de Antoñete él mismo la está malgastando con sus comentarios en la radio y en la televisión. Si un torero, que fue el clasicismo y la pureza vestida de luces, hace los comentarios que hace y se rinde ante la vulgaridad de forma incondicional, ¿qué podemos hacer los demás? Pues a lo mejor sólo podemos callarnos y aguantarnos.
La plaza de Madrid se ha vuelto loca con un vulgar Sebastián Castella que ha repetido una de sus faenas clónicas de pase citando en la pala del pitón y abusando del pico, sin torear nunca y dando pases y más pases. Seguro que esto tiene su mérito y a lo mejor hasta es mucho, pero a mí me dice tanto como una máquina de tabaco con eso de: su tabaco, gracias. Yo no voy a los toros a ver cortar mil orejas o a eso que dicen los que justifican tanta vulgaridad: ir a divertirse a los toros. Yo no quiero divertirme, yo quiero pasarlo bien, emocionarme, asustarme, ver a un torero como puede con un toro, pero para divertirme me voy a la montaña rusa o juego una partida de mus con los amigos. ¿Qué satisfacción se puede encontrar aplaudiendo como un poseso un par a toro pasado? ¿Qué divertimento es ese de pedir la vuelta al ruedo a un toro que al ir al caballo la segunda vez sale espantado al notar el roce de la puya? ¿Qué disfrute hay en ver a un señor vestido de colores y con unas medias rosas salir de la plaza subido a un tío, entre los alaridos de sus leales?
Con lo visto y vivido en la plaza de Madrid en la corrida de Núñez del Cuvillo he colmado mi vaso del aguante y del aislamiento. Esta sensación la llevo teniendo hace tiempo, pero en las últimas semanas se me ha venido acentuando. Estoy un poco cansado de tener esa sensación de marciano loco que no se entera de las maravillas que pasan delante de sus ojos. Enhorabuena taurinos y taurinillos, ya tenéis a la prole domesticada, ya comen en vuestra mano. Luego os extrañaréis de que esta basura sea prohibida en Cataluña, pero ¿qué queréis? Se lo habéis puesto a huevo a los antitaurinos. Esta nos es la fiesta que a mí y otros cuantos nos transmitieron nuestros padres, abuelos o tíos aficionados a los toros. Seguro que habrá quien piense lo mismo que yo, que es un marciano, pero yo de momento no le voy a quitar esa idea de la cabeza, porque a lo mejor es verdad y es un marciano. Y para colmo, Pepe mi eterno y buen compañero de localidad me ha soltado: Quique, hazte a la idea de que eso de cruzarse ya se ha acabado. Que razón tiene, como casi siempre. Y este es de los que no se cansan de decir que no tiene ni idea. O mi amigo José Luís Bautista, el de Linares, que más de una vez en sus correos me dice que esto es para “ellos” (taurinos, prensa, etc...).
¿Qué hemos hecho con la herencia que nos dejaron Camino, El Viti, Domingo Ortega, Manolo González, Pepe Luís Vázquez y tantos otros? La herencia de Antoñete él mismo la está malgastando con sus comentarios en la radio y en la televisión. Si un torero, que fue el clasicismo y la pureza vestida de luces, hace los comentarios que hace y se rinde ante la vulgaridad de forma incondicional, ¿qué podemos hacer los demás? Pues a lo mejor sólo podemos callarnos y aguantarnos.
Pero un último comentario. En tardes de triunfalismo desenfrenado, si alguien, como es mi caso, comenta en voz alta la infamia de este espectáculo, nadie es capaz de abrir la boca y responder y mucho menos de hacerme ver la grandeza de aquello que les hace delirar. Como mucho dicen entre dudas: lo ha hecho bien ¿no? Pues no. Muchas gracias por vuestra atención en un día en el que Sebastián Castella estará tan orgulloso de ser un icono del toreo postmoderno y en el que no hemos podido ver el arte que se les supone a Julio Aparicio y Morante de la Puebla. Otra vez será ¿no?
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