lunes, 5 de octubre de 2009

Entre torear y dar pases, la diferencia es Urdiales


Nos hemos hartado de repetir eso de que torear no es lo mismo que dar pases y Diego Urdiales, muy amablemente, ha demostrado la diferencia con una clase práctica. Sin estridencias, sin histrionismo y de una manera natural, el riojano se plantó delante de dos infames victorinos que, igual que el resto de los cinco que pasaron el reconocimiento, ni tenían presencia, ni clase, ni bravura, sólo malas ideas. La tarde anterior presenciamos una faena tipo de lo que es dar pases. Ya no me meto en si tiene mérito o no, me da igual, pero el caso es que con los pases me quedo frío y con lo que hizo Diego Urdiales por momentos me quedaba helado. Me quedaba helado al ver como se desenvolvía ante dos toros que ponían todas las dificultades imaginables y las no imaginables, también.

En su primero, Diego Urdiales ya lo recogió con mimo y poder, consiguiendo meterle en los engaños y demostrando para que vale ese trapo grande, rosa y pesado. Lo llevó al caballo después de aguantar unos amagos del victorino zigzagueando inciertamente mientras se lanzaba en busca del capote o del que estaba detrás del capote. Allí sobre el caballo esperaba un deslomaburros que no tuvo el menor reparo en picar en mitad del lomo. ¡Qué mal se pica! O se tapa la salida y se hace la carioca, o sólo se señala el puyazo y casi siempre se pica trasero. Pero a pesar de la poca colaboración del “pica” el riojano cogió los trastos de matar y allá se fue. Empezó doblándose muy bien por ambos pitones para que el mal victorino supiera desde el primer muletazo que allí había un torero. A base de cruzarse mucho intentó arrancar algún muletazo, pero allí no había nada que rascar, parones revolviéndose a mitad del viaje, derrotes y brusquedad era todo lo que daba el toro de si. Probó por el izquierdo, pero la cosa era todavía peor y no quedaba otra que doblarse de nuevo para prepararle para la muerte. Un pinchazo y una entera un pelín rinconera. La gente, con ese afán orejista tan suyo, se enfadó porque el usía no sacara el pañuelo blanco, pero ¿qué más da? Diego Urdiales dio una vuelta al ruedo que le debe saber a gloria, una vuelta al ruedo ganada y no regalada y toda la plaza rendida a sus pies. En su segundo todo siguió por los mismos derroteros, pero si el primero ayudó poco, éste ayudo aún menos con la cara alta desde que salió de toriles, incierto y con esa dificultad de no humillar, incluso a pesar del macheteo que le recetó su matador.

Los otros dos espadas anunciados, José Luís Moreno y Sergio Aguilar, son un ejemplo de esos que se limitan a estar ahí, que intentan dar pases, que unas veces se ponen pesados y otras muy pesados. Que parece que van a ponerse a torear y a someter a su oponente, pero que a la mínima ocasión que tienen se ponen a meter el pico y a torear a distancia. En este caso y con el ganado que tenían delante no es para ponerse exquisito, lo único es que con estos vicios tan arraigados desaprovechan lo poquito que los animales llevan dentro. José Luís Moreno se lió a dar pases y más pases e incluso instrumentó una buena tanda de derechazos a su primero, pero ahí se acabó todo. Sergio Aguilar por su parte, daba la sensación de estar a merced de sus no victorinos, y de entre tantos pases, muchos sueltos y sin ligazón, sólo consiguió alguno algo estimable.

Parece que la leyenda de Victorino Martín ya es sólo eso, leyenda, y ahora echa toros con tan poca presencia como los demás, tan descastados como los demás y con tan poca clase como los demás. Igual es que esta ganadería va lanzada a ser una como las demás. ¡Qué lástima!

1 comentario:

Olivier Franconetti Benamor dijo...

vale!...olé!...Curro Puya! "el gitanillo de Triana"

Viva Triana!