Era a principios de los ochenta cuando se anunció la vuelta a los ruedos de Manolo Vázquez Garcés. El motivo no era otro que doctorar a su sobrino, Pepe Luis Vázquez hijo, como se decía en aquellos días. La ilusión de los viejos aficionados se contagió en los más jóvenes que iban a poder contemplar con sus ojos aquello que tantas veces habían oído a sus mayores.
Para los más veteranos, especialmente del público de Madrid, Manolo Vázquez, igual que Manolo González, había sido uno de los grandes, uno de esos toreros por los que el público ya daba por bien empleado el dinero de su entrada. Y eso que desde el primer día que vistió de luces tuvo que llevar encima la pesada carga de ser el hermano de Pepe Luis, con lo que eso debe lastrar. Quizás esa comprensión y complicidad fue la que le empujó a vestirse de luces para entregarle los trastos al hijo de Pepe Luis y al sobrino de Manolo Vázquez, su sobrino. Eso es una dinastía y no la de los Trastamara.
Aquel día recuerdo que yo ya iba muy en situación, no sólo para aquella tarde, sino por todo lo oído durante años, que si se ponía de frente, que si daba el pecho, que si toreaba así o asao. Y como buen hijo, en ese momento le decía a mi padre que era un pesado y que eso me lo había contado mil veces. Pero como buen hijo también y con la insoportable soberbia de los pocos años, rebosaba ignorancia por los cuatro costados y no sabía lo que se me iba a venir encima.
Recuerdo que vestía de grana y oro, lo cual no me parecía lo más apropiado para un venerable anciano. Salió a hacer el paseíllo con esos andares suyos nada ceremoniosos, pero muy toreros, y con ese movimiento de hombros como para acomodarse el traje, pero sin las estridencias de los tauroatletas de hoy, que parecen más que nada contorsionistas. Aunque de esto ya hace casi treinta años ya había malos usos que se repetían tarde tras tarde. Sonó el clarín para anunciar la salida del toro de la reaparición en Madrid y me chocó ver como un peón salía casi al tercio delante del burladero junto a la puerta de arrastre. Allí espero quieto y cuando asomó la gaita el toro le llamó para fijar su atención. Lo que son las cosas, en aquellos días en los que el toro se daba mil vueltas al ruedo antes de ser fijado, a este no le dejaron que anduviera a su aire ni un segundo. Una vez parado, Manolo Vázquez desplegó su capote y levantó la plaza. Tanto que me habían contado y aquello no me lo imaginaba así. Pero ¿este señor no era el que toreaba de frente con la muleta? Pues sí, pero también toreaba con el capote. Con una gracia increíble, pero toreando, no abanicando al toro, nos dio a los jóvenes ignorantes la primera lección de la tarde y a los veteranos les recordó como era el toreo.
Era una forma de hacer completamente desparecida, todo estaba en su sitio y nadie se salía del papel asignado. Eso que tantas veces reclamamos, la colocación y el estricto sentido de la lidia, lo teníamos delante de los ojos de grana y oro. Luego vino la lección con la muleta y ese toreo de frente, muy natural y muy de verdad, en una faena cortita, como siempre se dice que eran las faenas clásicas. Los años no me permiten acordarme de los detalles, pero lo que no se olvida es que toreó con la derecha, citando a media distancia y colocado muy de frente. Eso era más de lo que nadie nos había contado y no es que censure a los que me hablaron de este toreo, sobre todo mi padre, pero es que aquello era difícil de explicar. Bastante tenían los viejos aficionados cuando acompañado de un codazo te decían: ¿qué, te gusta? Eso no lo has visto tú nunca ¿eh? Y no te quedaba más remedio que reconocer tu ignorancia y tu soberbia juvenil de aficionado muy leído, pero que no sabía de la misa la mitad. Tampoco recuerdo si cortó o no orejas, creo que fue una, pero la verdad es que eso no cuenta demasiado. Años después en un viaje a Sevilla me lo encontré casi de frente, no podía ser de otra manera, en un aparcamiento y me quedé pasmado como una estatua de sal sin saber qué decir.
Fue una gratificante vuelta al pasado, a un pasado que estaba aún más lejano del que Juan Mora nos recordó a los que vamos camino de ser veteranos y del que le descubrió a otros jóvenes. Ahora he oído que la sangre de Manolo Vázquez vuelve a coger los trastos y a probarse delante de una becerra. Imagino que si la cosa prospera los más mayores empezarán a ilusionarse como otros hace casi treinta años. De lo que creo que podemos estar seguros es que si a este nuevo Vázquez se le ocurre convertirse en un pegapases adocenado, le destierran del barrio de San Bernardo. ¡Ay si la dinastía continuara!
Para los más veteranos, especialmente del público de Madrid, Manolo Vázquez, igual que Manolo González, había sido uno de los grandes, uno de esos toreros por los que el público ya daba por bien empleado el dinero de su entrada. Y eso que desde el primer día que vistió de luces tuvo que llevar encima la pesada carga de ser el hermano de Pepe Luis, con lo que eso debe lastrar. Quizás esa comprensión y complicidad fue la que le empujó a vestirse de luces para entregarle los trastos al hijo de Pepe Luis y al sobrino de Manolo Vázquez, su sobrino. Eso es una dinastía y no la de los Trastamara.
Aquel día recuerdo que yo ya iba muy en situación, no sólo para aquella tarde, sino por todo lo oído durante años, que si se ponía de frente, que si daba el pecho, que si toreaba así o asao. Y como buen hijo, en ese momento le decía a mi padre que era un pesado y que eso me lo había contado mil veces. Pero como buen hijo también y con la insoportable soberbia de los pocos años, rebosaba ignorancia por los cuatro costados y no sabía lo que se me iba a venir encima.
Recuerdo que vestía de grana y oro, lo cual no me parecía lo más apropiado para un venerable anciano. Salió a hacer el paseíllo con esos andares suyos nada ceremoniosos, pero muy toreros, y con ese movimiento de hombros como para acomodarse el traje, pero sin las estridencias de los tauroatletas de hoy, que parecen más que nada contorsionistas. Aunque de esto ya hace casi treinta años ya había malos usos que se repetían tarde tras tarde. Sonó el clarín para anunciar la salida del toro de la reaparición en Madrid y me chocó ver como un peón salía casi al tercio delante del burladero junto a la puerta de arrastre. Allí espero quieto y cuando asomó la gaita el toro le llamó para fijar su atención. Lo que son las cosas, en aquellos días en los que el toro se daba mil vueltas al ruedo antes de ser fijado, a este no le dejaron que anduviera a su aire ni un segundo. Una vez parado, Manolo Vázquez desplegó su capote y levantó la plaza. Tanto que me habían contado y aquello no me lo imaginaba así. Pero ¿este señor no era el que toreaba de frente con la muleta? Pues sí, pero también toreaba con el capote. Con una gracia increíble, pero toreando, no abanicando al toro, nos dio a los jóvenes ignorantes la primera lección de la tarde y a los veteranos les recordó como era el toreo.
Era una forma de hacer completamente desparecida, todo estaba en su sitio y nadie se salía del papel asignado. Eso que tantas veces reclamamos, la colocación y el estricto sentido de la lidia, lo teníamos delante de los ojos de grana y oro. Luego vino la lección con la muleta y ese toreo de frente, muy natural y muy de verdad, en una faena cortita, como siempre se dice que eran las faenas clásicas. Los años no me permiten acordarme de los detalles, pero lo que no se olvida es que toreó con la derecha, citando a media distancia y colocado muy de frente. Eso era más de lo que nadie nos había contado y no es que censure a los que me hablaron de este toreo, sobre todo mi padre, pero es que aquello era difícil de explicar. Bastante tenían los viejos aficionados cuando acompañado de un codazo te decían: ¿qué, te gusta? Eso no lo has visto tú nunca ¿eh? Y no te quedaba más remedio que reconocer tu ignorancia y tu soberbia juvenil de aficionado muy leído, pero que no sabía de la misa la mitad. Tampoco recuerdo si cortó o no orejas, creo que fue una, pero la verdad es que eso no cuenta demasiado. Años después en un viaje a Sevilla me lo encontré casi de frente, no podía ser de otra manera, en un aparcamiento y me quedé pasmado como una estatua de sal sin saber qué decir.
Fue una gratificante vuelta al pasado, a un pasado que estaba aún más lejano del que Juan Mora nos recordó a los que vamos camino de ser veteranos y del que le descubrió a otros jóvenes. Ahora he oído que la sangre de Manolo Vázquez vuelve a coger los trastos y a probarse delante de una becerra. Imagino que si la cosa prospera los más mayores empezarán a ilusionarse como otros hace casi treinta años. De lo que creo que podemos estar seguros es que si a este nuevo Vázquez se le ocurre convertirse en un pegapases adocenado, le destierran del barrio de San Bernardo. ¡Ay si la dinastía continuara!
14 comentarios:
Hoy te voy a ser mucho más conciso:
La primera vez que ví torear a Manolo Vázquez yo tenía tan sólo catorce años y fue en un cartel con Don Antonio Bienvenida y Cesar Girón. Desde aquél día cuando pienso en el Toreo al Natural, la imagen que se me viene es la de Manolo Vázquez. Y he visto buenos toreros despues!
Que buenos temas eliges, amigo!
Saludos de Gil de O.
Gil de O.:
Perdona la presunción, pero conociendo tu sensibilidad, igual que la de otros compañeros, sab´´ia que no te ibas a poder resistir a Manolo Vázquez, aunque quien es capaz de resistirse. Y como digo, por mucho que me contaran, nada tenía que ver con la realidad.
Muchas gracias por tu comentario
Coincido plenamente. Era mi natural preferido. Lo hacia de forma tan "natural", que me emborrachaba mi sensibilidad taurina. Tambien acabo de ver una gaonera cargada por Chenel..., otro, que me encantaban sus distancias y poderosisimo con el capote.
Lesaqueño:
Que forma de torear ¿verdad? Y como digo, no era sólo el natural, era todo. Y la lástima es que como no hay vídeos en internet, parece que nunca existió.
También he visto esa gaonera de Antoñete y parece mentira como toreaba y como habla ahora. Eran unos tiempos en que podían ser mejores o peores, pero cada uno era diferente y tenía su personalidad.
Un saludo
Bien Enrique ¡Qué torero Manolo Vázquez!. Cuantas veces me acuerdo de esa última etapa suya, su manera de colocarse, la ejecución del natural, aquel revivir una tauromaquia auténtica de años anteriores que no llegamos a conocer. Quien sabe si ahora Juan Mora tomará el testigo para colocar en su sitio el toreo que algunos llevamos en la cabeza, porque lo hemos visto y porque sabemos que existe. Ójala sea así.
Paco:
Esa es la cuestión, que ese toreo lo tenemos en la cabeza, pero que no coincide con lo que tienen la mayoría de los toreros. Eso que tenemos en la cabeza es lo que creo que nos mantiene en esto ¿no?
Un saludo
Yo alcancé también a verle en su última etapa un día en Valencia, y quedé asombrado de ver sus maneras, sus andares, su tranquilidad y paciencia ante el toro, pero sobre todo, el cite de frente. Sin palabras.
Que alegria me da poder leer este articulo Enrique.
He tenido la ocasion de visualizar un video de Manolo Vazquez, todo hecho con sentimiento, sensibilidad y mucha Pureza.
Interpretando su Toreo al hilo y en la " rectitud " del Toro, con muñecas y cintura, pasandoselos muy cerca con verdad y mucha Toreria. ¿Sera esto el Toreo ?.
Pues Claro que si.
Que daño se le hace a esta Fiesta, cuando se pregona ese dicho de que " hoy se Torea mejor que nunca ".
y muchos olvidan estas Tauromaquias y a estos Toreros.
Gracias por enriquecernos con tus articulos.
Un Saludo.
Miguelitonews:
Creo que todos los que le vimos en aquella reaparición tuvimos la misma sensación, primero que qué era esa forma de torear tan increíble y segundo que nos duró poquísimo.
Un saludo
Manolo:
No te imaginas la alegría que me das cada vez que entras por aquí y el orgullo que siento cuando veo que un aficionado como tú lee mis cosas.
Yo no sé si eso es el toreo bueno o no, pero es el que a mí me gusta, el que me levanta del asiento y el que me deja sin palabras, el que me exige un tiempo para asimilarlo y poderlo contar. A lo mejor el de los pases en cantidades industriales, el del borrico que va y viene, el de la regularidad y todas esas cosas, igual es el bueno, pero a mí no me gusta. Me faltará tiempo para comprenderlo o será poruqe no soy un buen aficionado que no disfruta con el caviar, pero ¿qué lo voy yo a hacer? Tendré que seguir siendo un aplicado aspirante a buen aficionado.
Un abrazo
Hola Enrique, primeramente enhorabuena por traer a la palestra, casi siempre, el toreo bueno. Lamentablemente a veces tenemos que hablar de aquellos que deberían perpetuar en el silencio eterno. Manolo Vázquez es uno de los tres toreros que me hicieron brotar las lágrimas; él fue el primero. Fue en Linares en un festival alternando con Rafael de Paula y José Fuentes. Paula aquel día estuvo flojito; Fuentes cuajó un toro de dos orejas; Manolo Vázquez bordó el toreo al natural, arrancó de mi alma todos mis sentimientos; tuve la suerte de poder confesárselo bastantes años después… ¿Aún se acuerda? –me dijo. Toda la vida maestro –le contesté. El toreo al natural de este torero sevillano era hermoso: cortito y sobre la cintura. No necesitaba despatarrarse, cambiar el compás para llevar largo ni cegar la embestida y convertir el natural en circular perdiendo su métrica. Todos los lances de Manolo Vázquez eran cortos en expresión, pero aromáticos y puros: la verónica, el kikiriki, la trinchera, la trincherilla. Todos.
Es lamentable que hoy –hasta toreros que interpretaron así- se predique el toreo vano. Y lo siento por ellos, para mí han desaparecido de mis dialóganos taurinos. No me interesa ni su media de cartel ni su toro blanco; me quedo con las medias de Frascuelo que vive y morirá en torero, y el toro de La Quinta de Nimes aunque no era blanco, era cárdeno, me vale.
Enhorabuena Enrique, debes sentirte orgulloso de tus escritos y de tu público… ¡Vaya colección de buenos aficionados que te visitan!
Pepe Luis, aunque de Manolo.
Se me olvidaba, qué recogidita la trinchera del dibujo, la has "bordao" canalla.
Pepe Luis:
Me encanta ver como acudís los buenos aficionados a la llamada del arte verdadero, y me encanta ver como cada uno sacamos nuestros recuerdos y nuestros sentimientos cuando asoma el toreo. Eso es afición, el que uno no pueda guardarse para si sus recuerdos y que tenga la necesidad de compartirlos con los demás. Y tienes mucha razón, no sabes lo orgullos que me siento cuando veo la gente que se pasa por aquí y lo que me gustaría sentaros uno por uno y escucharos hablar de toros, y es que sois tantos...
Un abrazo
Natural y de verdad. Sin estudiados empaques ni contorsionismos al hilo. Precioso artículo, Enrique. Cómo se nota cuando uno escribe desde el corazón de los recuerdos y sus emociones. Qué diferencia con esas crónicas de tantas ferias que leemos, donde no hay corazón porque tampoco lo hubo en lo que se vio en el ruedo.
No hace mucho, un conocido que suele ir a los toros hablaba maravillas de una "joven figura" actual. Yo le comentaba que hace dos temporadas “sí, muchas tardes”, pero que ahora se ha adocenado y practica la faena industrial al uso. Respuesta del conocido: ¿Y para qué va a hacer eso de cargar la suerte y torear con verdad, si de todas formas le aplauden y corta orejas?
No sé si la naturalidad y la verdad se olvidan, o a uno le malaconsejan o la comodidad es muy poderosa… y comprensible en muchas situaciones y oficios, pero ¿en un torero? El toreo es heroico, ¿no? Por eso los admiramos y nos emocionamos en la plaza, como tú aquella tarde con Manolo Vázquez o tantos con Juan Mora, natural y de verdad, en el último otoño madrileño.
Un abrazo.
Juan:
Cuanta verdad dices. Eso de para que hacer otra cosa si le aplauden y corta orejas es uno de los males de la fiesta. Realmente no tendría que importar si el torero tuviera ansias de superación y de querer superarse y de sentirse torero. Pero ahora ya no son matadores de toros, son proesionales y eso no puede ser. Y es que ser profesional lo es un abogado, un conductor de autobuses, un médico, pero un torero es un artista. Yo incluso paso mejor que un día esté mal, rematadamente mal, que no que todos los días esté vulgar, regularmente vulgar. Esos días en los que como bien dices, hay que escribir por escribir y olvidarse del corazón.
Un saludo
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