Parece imposible, pero se han inventado los Toros, sin toros |
No creo que ya haya lugar para ponerse a hacer balance
detallado de lo que ha pasado esta primavera en Madrid. Si acaso, y por
resumir, se puede afirmar que ha sido un desastre previsible y se podría decir
también que inevitable, porque si se construye una casita con palos y paja, en
cuanto sople el Lobo Feroz de la avaricia, la falta de afición y el extremo
mercantilismo del momento, no quedará nada en pie. Aparte de otras muchas cosas
que no vienen a cuento, se han tenido que escuchar muchas cosas, pero hay una
que siempre me ha llamado la atención y es cuando te dicen que hay que ir a la
plaza con la mente abierta, con actitud positiva y dispuesto a disfrutar y
pasarlo bien. ¿Hay alguien que vaya a los toros a pasar un calvario? Bastantes
elementos incontrolados te pueden arruinar la tarde muy seriamente, sin que el
torero pueda evitarlo, pues al final es el toro el que decide. Aunque lo mismo
estoy equivocado y sí que hay algún trastornado que vaya a pasarlo mal, a
aburrirse, a cabrearse, a sentir que le están tomando el pelo, que le están
robando y que además le exigen que se mantenga calladito y sonriente.
Yo no entiendo que se pueda ir a la plaza con una actitud
tan negativa, pero ojo, esto no tiene nada que ver con que el aficionado tenga
memoria y recuerde cómo tantas y tantas veces le han querido dar gato por
liebre, como ciertas situaciones se vienen repitiendo desde hace años,
especialmente los días en que se anuncian las figuritas del momento. Y es que
una cosa es que acudas con cierto optimismo esperando ver algo que te llegue y
otra el que te impongan como obligación el convertirte en un palmero
profesional. Si uno iba con ilusión hasta los días de Espartaco, Ojeda, Ponce o
Morenito de Maracay. Creo que no me equivoco si digo que el aficionado de
Madrid es tan ingenuo que aún cree en los Reyes Magos del toreo y siempre
espera que va a salir feliz de la plaza.
Puede que dé la impresión que a Las Ventas se va como van
los jueces a impartir justicia, que uno se sienta allí, pone el torerometro en
modo “on” y cada vez que el coletudo pega un pase mal, se enciende una luz roja
y suena una bocina, y a los ciento catorce pitidos ya se plantea que igual no
pide la oreja. Menudo incordio, a ver si ahora va a haber que cargar también
con ese cachibache. Eso hay que llevarlo ya instalado de serie y funciona de
repente, sin que nadie pueda prever la descarga de gustito que suelta cuando en
el ruedo ocurre algo de verdad. Un muletazo, un recorte, un par de banderillas,
una arrancada de bravo y zas, salta el aparatito y el individuo en cuestión
pega un bote del asiento, acompañado de un olé que le revienta la garganta. Que
no quiere decir que esto le divierta, es otra cosa más fuerte, más irracional.
Perdonen la comparación, pero no creo que haya nadie que cuando llegue al
clímax estando con su pareja se limite a decir ¡Bieeeejjjnnnn! No es posible,
como tampoco lo es el quedarse mudo, inexpresivo o como si nada, tragándose el
chispazo como si nada. No me lo creo.
Así un servidor se encontró un día de esos que había que
acomodarse como buenamente fuera, en que vio como un señor iba despachando un
toro tras otro, como el que despacha entresijos en el mercado de Torrijos. El
efecto que se producía era el mismo, cara de disgusto, aburrimiento y cierto
mosqueo, porque aquello debía ser otra cosa. Y lo mismo cuando el señor
presidente, don Manuel Muñoz Infante, recientemente despalcado, gracias a Dios,
se lió a regalar orejas a todo quisque, quizá porque el torerómetro no le
funcionaba y no pitaba cuando se daba un trapazo y él, que confía mucho en los
aparatos modernos, en vez de mirar a ver si se habían agotado las pilas, lo
tomó como una señal divina que le ordenaba sacar los pañuelos blancos a paso de
legionario. No había freno, valían lo mismo los trapazos de Manzanares que los
de Talavante, Castella, Perera o el chico de la Menchu, allí se jaleaba y se
orejeaba todo, que había que divertirse. Pero uno no se divertía, intentaba ver
lo que a los demás les hacía disfrutar y perder la chaveta, pero es que no
encontraba otra cosa que vulgaridad, mentiras y sacudidas de los trapos, con
una ausencia absoluta del toro. A la salida escuchaba como unos y otros
comentaban lo que bien que lo habían pasado, “Hoy sí que nos hemos divertido,
que ha habido orejas”. No acababa de encontrar la relación entre una y otra
cosa, incluso llegué a pensar que trabajar en una casquería debía ser el
despiporre padre, un no parar de risas y diversión que alcanzaba sus cotas más
altas cuando una señora pedía oreja para echar a las judías blancas. En ese
momento las señoras enganchaban sus capazos y echaban calle arriba y calle abajo
con un jolgorio sólo comparable a una corrida presidida por don Manuel.
Ante esto uno se empieza a plantear muchas cosas, no sólo
taurinas, sino también en lo que toca a lo más íntimo de uno. Si uno no se
divierte con eso de las orejas y los pases, si no se emociona, ni consigue que
en un segundo me recorra el cuerpo un chispazo que me haga saltar de mi asiento
y además no logro entender el motivo por el que a otros les hace felices,
entonces, ¿qué me pasa doctor? Si yo voy con voluntad de que me guste todo y no
me gusta casi nada, si uno ve millares de pases y lo único que experimenta son
unas terribles ganas de bostezar y en cambio se emociona viendo lo que debería
ser la norma en los dos primeros tercios, igual es que tengo algo grave y no me
he enterado. No lo sé, pero el caso es que ni me divierte, ni me emociona, será
que no lo entiendo.
6 comentarios:
Tranquilo Enrique, tú caso no es aislado. Somos muchos los que no hemos "entendido" nada.
Antes me daba por contar las caídas de los toros durante el festejo, ahora cuento los bostezos que pego cada tarde. Y no son pocos...
Un saludo
J.Carlos
P.D: ¡Qué suerte tuviste de perderte el "Recital" del Domingo!
¡Ay don Enrique!: Veo que el "síndrome de abstinencia" de las pildoritas de colores le está afectando... pero hay una solución para el problema, vuelva a ellas y todo lo verá color de rosa (pese a lo variopinto de las píldoras)... y así "el mundo siempre será mejor"...
J. Carlos:
Pero es que resulta que estamos en un momento excelente, pero no nos enteramos. Y mira que hacemos por verlo, pero nada.
Un saludo
Xavier:
¿Y si resulta que toda esa bondad que no entendemos viene motivada por un consumo extremo de las pildoritas y otras sustancias? Igual hemos estado yendo un mes seguido a un fumadero de opio y no nos hemos enterado. Esto va a ser una segunda "Guerra del Opio", versión castiza y cañí.
Un saludo
Enrique:
Padezco la misma enfermedad que tu. Se está convirtiendo en epidemia porque cada vez lo tienen más aficionados. Los síntomas apuntan a falta de diversidad de encastes, a falta de bravura, a falta de toreros, a falta de pureza y de verdad, a falta de primeros tercios como antaño y de cuadrillas que sepan torear (algunos incluso se preguntarán si las cuadrillas torean...)
Todo eso unido al exceso de destoreo, a ver a toreros sin personalidad que torean todos iguales, a toros que salen picados, arreglados y toreados de fábrica, unido a la falta de decencia del público y de los presidentes y, sobretodo, a esos mamoneos (perdón por la expresión) que se traen los empresarios, los palmeros, los portales taurinos...
Esa enfermedad la tenemos muchos Enrique. La diversidad del toreo se pierde, el toro se pierde, la fiesta se pierde y los aficionados nos perdemos porque no entendemos este circo que han montado.
Solo con decirte que mis padres todos los años nos regalan a mi hermano y a mí una entrada a los toros la tarde que queramos y no sabemos si decirles que se la ahorren, porque por mi tierra no sé que tarde elegir porque ninguna nos ilusiona, con eso te lo digo todo Enrique.
Perdón por la parrafada pero me siento muy identificado. El problema de esta enfermedad es que es fácil diagnosticarla pero el tratamiento es complicado. Quizás con altas dosis de diversidad de encastes-Fandiño, Aguilar, Castaño se mejoren los síntomas ¿El problema? Que nuestros farmacéuticos-empresarios están quitando ese medicamento del mercado y habría que buscarlo en Francia.
Un abrazo Enrique. ¡Ánimo!
Alberto:
Que mal remedio tiene esto, porque así como en otros casos dicen que cuanto peor, mejor, porque esto nos acercaría a la solución, en este caso no hay lugar para eso. Lo pésimo puede ser el final y no dar lugar a recuperaciones. Pero estamos en que no sólo no se ve el problema, no se identifica y encima nos tildan de pesimistas y descerebrados a los que simplemente lo insinuamos. "Esto no se puede acabar nunca" dicen, igual que hace unos años lo decían en las Ramblas y en Plaza de Cataluña, después de haber estado en la Monumental, las Arenas o en la Barceloneta. Ahora ya lo dice el señor empresario de Madrid y todos se echan las manos a la cabeza. ¡Ay señor! No aprenderemos.
Un abrazo y bienvenidas tus parrafadas.
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