Hoy recibía un mensaje desde Huelva, desde Trigueros, que me
decía que yo había sido uno de los últimos con los que habló Revisor, aquel
toro de Cuadri que se ganó en el ruedo su vuelta al campo, rodeado de las vacas
del hierro de la “H” tumbada. Ese toro que este verano tuve la oportunidad de
conocer y que no tardo en demostrarme que era un animal especial, con una
sensibilidad y un desparpajo que no podía imaginar. Grande como un tótem
sagrado, pesado en los andares, como aquellos sabios cargados de años cuando
caminaban en busca de sus discípulos para compartir con ellos su saber y tantas
experiencias acumuladas en el tiempo. Una arboladura vuelta hacia atrás, en
otro tiempo amenaza de muerte o tránsito a la gloria. El símbolo de la dignidad
del toro bravo, el toro de lidia, la causa y el motivo por el que el rito del
Toreo se mantiene vivo. El toro, el único ser que ha mantenido unida la Balsa
de Piedra, como llamaba Saramago a nuestra Península, la cuna de la casta y la
bravura que los hombres convierten en arte, en pasión y en puro sentimiento.
Si en una corrida de toros se entremezclan sin control
sensaciones y emociones opuestas que en si mismas parece que no pueden darse en
un mismo instante, ni conformar ese todo armónico, cuando tenemos la
oportunidad de encontrarnos con un toro, un semental que en su día volvió a su
casa, que superó esos momentos de las curas en que aún no se sabía si habría
posible recuperación y que superado esto pasó a ser germen de bravura con las
vacas, todo sentimiento se nos dispara. Es más, hasta parece que proyectamos
cualidades humanas, o ¿por qué no? ¿No será que entonces, una vez de regreso,
el toro nos desvela una faceta para nosotros desconocida? No pienso detenerme
en este punto, porque con toda seguridad no llegaría a ninguna parte y me
enredaría en divagaciones sin sentido; y yo no quiero ni volverme loco, ni que
ustedes lo piensen. Por eso me voy a limitar a contar mi último y gran secreto
en torno a Revisor.
Hace unos días, después de tanta fiesta, tanta comida,
compras, carreras y angustias por encontrar los regalos de todos, agotado me
tumbé en el sofá de casa, cerré los ojos y dejé que se relajaran todos los músculos
de mi cuerpo. Era tal el cansancio, que ni podía quedarme dormido, pero la
sensación de paz me envolvía de tal manera, que no importaba. Cómo una brisa
del mar me pareció escuchar algo, como una voz conocida, pero que no sabría
decir de quién era:
-
Pareces cansado, ¿eh? Sí, sí, tú, el que este verano
vino desde Madrid para hacernos una visita al amo, a mis compañeros de campo y
a mí.
-
¿Quién es?
-
No me digas que no te acuerdas de mí. El paseo que me
hicieron pegarme con toda la solanera que caía aquella mañana, con la
conversación que tuvimos y no te acuerdas.
-
Pero no me digas que eres…
-
Pues claro, ¿o es que conoces alguno con unos cuernos
tan grandes como estos?
-
Hombre, no quisiera yo…
-
Vale, vale, he planteado mal la pregunta, pero tú me
has entendido.
-
Sí, claro que te he entendido, pero, ¿qué haces tú por
aquí?
-
Pues ya ves, ahora, con tantos años, me resulta más fácil
colarme en las cabezas de la gente, que levantar este cuerpo y dar tres pasos.
-
Ya lo veo. Este verano ya te costaba caminar, pero
ahora…
-
Pues sí, a mis años el invierno ya se te pone muy
cuesta arriba y para colmo el tiempo no ha ayudado, no ha caído una gota y al
no haber casi hierba fresca, uno casi ni come.
-
Hombre, pero te echarán pienso, no creo que a ti te
vaya a faltar para rumiar.
-
Si no me falta, lo que pasa es que los piensos me cuestan
más para rumiar y digerir. A los más jóvenes, los que están en edad de crecer y
preparándose para la plaza les viene muy bien, pero yo ya no estoy para esos
granos, lo mío son hierbitas y agua fresca.
-
No, hombre, aún te queda mucha guerra que dar y mucha
vaca por cubrir.
-
¡Huy! No, eso de las vacas se acabó y lo otro, pues
dentro de poco, también, de ahí el motivo de esta vista.
-
¿Qué me dices? ¿Qué significa todo esto?
-
Pues que se acabo, que en unos días dejaré todo esto y
pasaré a ser un recuerdo. Se acabará Revisor para siempre.
-
¿Cómo es eso?
-
Ley de vida amigo, ley de vida. uno ya ha gastado su última
brizna de hierba, ya no le quedan ratos que pasar refugiado bajo los árboles,
ya he consumido todo lo que tenía, ni fuerzas me quedan para bufar. Uno anda
como alma en pena, viendo como los más jóvenes me miran con pena y me tratan
con ese cariño que se les da a los viejos cuando se sabe que ya están a punto
de pasar el arroyo que separa las dehesas de esta parte, de las de la otra
orilla, las que siempre están verdes, con hierba fresca todo el año, donde la
lluvia te sosiega y donde puedes rebozarte en bancos enormes de tierra roja.
-
Amigo, tal y como lo cuentas, me dan ganas de irme
contigo.
-
No, ni se te ocurra, tú todavía tienes que quedarte aquí,
tienes muchas cosas que hacer y no renuncies
a nada, es mejor decir que no pudiste, que no que no lo intentaste, no tengas
miedo a fracasar, tira para adelante.
-
Hombre, de eso tu sabrás bastante, has sido un toro que
ha conseguido lo máximo a que puede aspirar uno de tu especie.
-
No, no te dejes deslumbrar por las apariencias. Me voy
con un pesar muy grande.
-
No me digas, ¿cuál?
-
No morir en la plaza. No pude cumplir el destino de los
toros de lidia, el de los toros bravos, cumplir en todo momento y entregar mi
vida al relámpago de una espada.
-
Pero, ¿cómo dices eso?
-
Pues sí, es lo que siempre escuchaba a los aficionados
que visitaban la ganadería, les oía hablar de otros compañeros, que me
precedieron en la plaza, incluso de varios de mi misma edad y siempre era lo
mismo, la bravura que demostraron y que acabaron cayendo en la arena.
-
Y eso es verdad, los toros bravos mueren en la plaza,
pero los muy bravos no.
-
No te entiendo.
-
Pues está muy claro, que los muy bravos, los
excelentes, los que derrocharon casta, bravura y nobleza, esos se ganan su
derecho a volver al campo y precisamente por ser tan extraordinariamente
bravos, adquieren la responsabilidad de transmitir todo lo que demostraron en
el ruedo, a sus terneros. Por eso tú volviste a Comeuñas.
-
Me estás tomando el pelo y eso no me gusta.
-
Qué no, en serio, si no, ¿por qué te crees que te han
mantenido todos estos años con las vacas y como ejemplo para los jóvenes?
-
Pues no me lo había planteado.
-
Pues así es, eres la mayor gloria de esta ganadería, tu
ejemplo perdurará para siempre, todos los machos te querrán emular y todas las
vacas querrán parir un Revisor.
-
¡Coño! Y será verdad.
-
Tal y como te lo cuento. Eres único y siempre se te
recordará. Los aficionados siempre nos acordaremos de Revisor, el toro de
Cuadri que fue indultado por su bravura.
-
Gracias, siempre había vivido con ese pesar dentro de mí,
pero ahora me has hecho ver claro. No entendía el motivo de tanto cuidado, pero
ahora me has abierto los ojos, No sabes cómo te lo agradezco. ¿Sabes una cosa?
-
No, si no me lo dices tú.
-
Pues que creo que ahora si es el momento de marcharme,
de cruzar el arroyo y empezar a disfrutar de esa hierba verde y fresca todo el
año. Ya no me queda nada que hacer en esta orilla. Gracias. Cuando te vi pensé
que igual podías entenderme y por eso te hablé. Porque no creas que hablo con
cualquiera, ni mucho menos.
-
No, ya me imagino.
-
Pero tú me inspiraste confianza, con esa cara como si
no hubieras visto nunca un toro, con tu mujer y los niños y también te diré,
que por la compañía que traías, que venías con Marín y Luis, que me parece que
es su hermano. Ese viene mucho por aquí y el tío se limita a estar observando
durante horas, con la misma cara de asombrado que tú. Hace sus fotos, habla con
los amos y hasta el día siguiente. Y tiene muy buen trato con Pepe, el jefe. ¡Qué
tío! Siempre que te hacía falta, allí estaba. Y te contaba historias de tus
padres, tus tíos, tus abuelos, tatarabuelos, de toda la familia; sabía
encendernos el espíritu de la bravura y la importancia de llevar la “H” marcada
a fuego. Pero ya no te entretengo más, me marcho. Quédate como estás, con los
ojos cerrados y dentro de pocos días te avisará Marín de que ya me he ido, pero
me voy satisfecho y agradecido por haber nacido toro. Es grande ser toro y
poder salir a un ruedo a demostrar que no te rindes ante nada, ni ante nadie,
porque eres un toro de lidia. Me voy feliz, cansado, pero feliz. No dejes de ir
a las plazas y piensa que no hay nada más grande para un toro, que morir en la
plaza. Y ahora también sé lo extraordinario que es volver a la finca. Gracias y
hasta pronto, adiós.
-
Adiós.
Donde la hierba siempre es verde y fresca, en el cielo de los toros bravos |
Seguí un rato más con los ojos cerrados, pensando en Revisor
y en lo que me había dicho, que no hay nada más grande para un toro que morir
en la plaza, ¿Podrá entender esto todo el mundo? Pues seguro que no, porque no
todo el mundo es capaz de ponerse en la piel del toro, son muchos los que
pretenden que todo discurra según su lógica de hombre y que quieren que todos
los seres de la naturaleza tengan carácter humano y eso no es posible. Respetemos
al toro, ese animal que cuando nace, y sin poder mantenerse en pie, ya quiere
embestir, que se crece ante el castigo y que busca desesperadamente todo lo que
invade su espacio vital. Eso es el toro, eso es lo que era Revisor, un toro de
la ganadería de Cuadri, de Trigueros, Huelva, que ya ha cruzado el arroyo para
disfrutar de ese campo con hierba verde y fresca durante todo el año. Ese toro
que se ganó en el ruedo el volver a la dehesa y en el campo el ir al cielo de
los toros bravos. A Revisor que estás en los cielos.
6 comentarios:
Puff...Gracias Enrique!!!!
Enrique, nunca he creído eso de que el mejor aficionado es el que más toros y toreros le caben en la cabeza, eso más me parece un contenedor.
Pero de lo que si tengo la certeza es de que quien ha vivido la extraña experiencia de inquietarse con la bravura, queda capacitado de por vida para amar apasionada y desinteresadamente este incomprensible y portentoso milagro.
Después lo vive, lo retiene, lo cuida y sobre todo, lo rememora porque es consciente que representa la esencia de todo.
En este sentido Revisor siempre tendrá ese lugar privilegiado en nuestra memoria y sobre todo en los corazones de quienes buscamos
obstinados, la esencia y el prodigio.
Quizás esta sea la forma más hermosa de honrar al bello y fiero animal que, un día, nos hizo sentir aquella emoción casi indescriptible. Si hay un paraíso para los toros cabales, espero de corazón, tenga un lugar privilegiado.
Permíteme, además y siempre desde la admiración, rogarte que tengas en cuenta esa honorable visita y continúes sin renunciar ni callar nada; quizás la bella oportunidad de morir en la plaza se le negó, pero a nosotros nos ha brindado la oportunidad de poder emocionarnos con tan bello artículo.
Un abrazo.
Marín:
No hay de qué, gracias a ti por presentarme a este amigo común.
Un abrazo
Gloria:
Ya ves, el pobre tenía ese pesar, sin saber que había hecho algo muy grande, había transmitido esas sensaciones, esas emociones, había grabado la imagen de la bravura en muchas cabezas, puede que hasta aficionara a algún descreído, pero pensaba que no había cumplido con su deber, esto le parecía poco. Como esos seres extraordinarios que no se valoran a pesar de conseguir cosas increíbles, este Revisor pensaba que tenía que haber muerto en la plaza. No te creas, que aún me costó un poco convencerlo de lo grande que era, aunque parece que al final se ha ido satisfecho al cielo de los toros bravos. Así son los genios, así era Revisor.
Un abrazo
Gracias por esta clase, una más de maestría. No deje de contarnos cosas D.Enrique.
Pepe:
Muchas gracias a ti por pararte en esta grada y dedicar un tiempo a mis escritos, y si además le pueden agradar de alguna manera o mejorar su momento, pues para qué más.
Un saludo
Publicar un comentario