miércoles, 31 de enero de 2018

Así somos, o no, los aficionados a los toros


Aficionados o no aficionados, es ver el toro en la calle y se revolucionan las almas

Seguro que no hay quién me diga que nunca se ha encontrado como, siendo aficionado a los toros, ha tenido que aguantar que le cuenten cómo es, sencillamente porque alguien, vaya usted a saber quién, un día decidió que o cumplías una serie de clichés o no podías ser aficionado a los toros. Pues bien, permítanme que yo le aclare a estos señores cómo somos de verdad. ¡Atención! Y no repito más, los aficionados a los toros somos gente alegre, que nos gusta, aparte de los toros, la juerga, el fino, el flamenco, somos de derechas, muy de derechas, no entendemos estar haciendo permanente referencia a los toros, nosotros no cruzamos la calle, cambiamos los terrenos, no somos directos, entramos por derecho; cuándo no le dedicamos poco esfuerzo a algo, hacemos una faena de aliño: no salimos emparejados con nuestra/o chuti, vamos en colleras o mano a mano; no se nos ocurre ir a un bar que no tenga cabezas de toros a tutiplén por las paredes  del local. Las vacaciones se adaptan para ir a todas las ferias del norte, del sur, de la Francia taurina y ya puestos a buscar un destino exótico, a la feria del Cristo de los Milagros. Al primer niño se le llama Juan o José y al segundo, Belmonte o Gallito, que el cura sabrá entenderlo. ¿Qué es niña? Macarena. A los aficionados a los toros nos gusta el cante y si nos ponen un pasodoble, tiramos de servilleta, toalla, rebequita o kleenex y nos liamos al natural, la verónica o con una larga cambiada. Los aficionados a los toros no saludamos estrechando la mano, nos largamos un abrazo de sonoras palmotadas en el lomo del ajeno y le llamamos maestro, seguido de un “me alegro verte”. Seamos de Porriño, Canillejas o Medina del Campo, no podemos evitar que se nos deslice un cierto deje de ahí abajo, nunca el Sur, se dice ahí abajo, salpimentado con  estratégicos “¡Ohú!”. A ninguno le puede gustar, ¿qué digo? Ni agradar tan siquiera, ni el fútbol, ni la música en inglés, ni esas barbaridades de la enebeá. ¿Lectura? Libros de toros, revistas de toros, periódicos de toros y hoja parroquial de toros. En invierno nada de abrigo, ni gorro de lana, ni bufandas y los guantes, para los ladrones. Un tres cuartos sobado, los cuellos arriba, camperas y la gorrilla de visera de medio lado y si acaso, cuándo la rasca sea contumaz, soltar un castizo ¡Ohú! Luego, según el opinador, hasta podrán creernos unos sádicos que nos pone la presencia de la sangre, que ve en los animales un ser que está ahí para nuestro uso y abuso. Eso sí, excepto los caballos, que en esos nos damos largos paseos y son ideales para lucir estampa.

Pues bien, ahora ya saben cómo somos los aficionados a los toros, ¿no? Para que nadie les cuente milongas y para que inmediatamente que se encuentren con uno de nosotros, sepan de que reata venimos. Pero, ¿y si todo esto nada tuviera que ver con la realidad? Y si resultara que con tales trazas no se encontrarían un aficionado a los toros así ni en toda la producción del señor Arniches o los Álvarez Quintero. ¡Qué decepción! Que no digo yo que no haya uno que igual se acerque, pero señor no aficionados, los sí aficionados tenemos dos piernas, dos brazos, dos ojos… que tampoco quiere decir que si la desgracia te ha arrebatado algún órgano, ya te borren de la nómina de aficionados. El aficionado a los toros es una persona, lo que no es poco, que vive en su tiempo, que sale de los toros y se va a casa a ver la Súper Bowl escuchando en el coche a Bisbal, la Travista, the Rolling o Concha Piquer, si es que no va oyendo los deportes. Que juega al tenis, que no juega a nada, que le gusta el sushi o lo odia, que no se ha puesto unos botos en su vida, que le gusta Paul Auster, Cervantes o Naguib Mafoud. Sufre con que su equipo no gane el domingo, que se lleva mal o bien con sus cuñados, que les gusta guisar o que lo odia. Espera con ansia la temporada de esquí, un verano en la playa, bebe fino, cerveza fresca, mojitos, coca cola, colacao y hasta cerveza sin alcohol. Que lo mismo hasta va a los toros con la camiseta de su equipo a vivir la tarde intensamente, para después largarse al fútbol, que se va de cena fin de curso, fin de carrera o fin de matrimonio; que los hay casados, descasados, así así o que se lo están pensando.

Que va ser verdad que los aficionados a los toros son como tantos, con una pasión que les da la vida, llenos de contradicciones, que aman al toro y entienden que su único fin es morir en la plaza, sacrificado como se sacrifica a un dios. Contradictorios al exigir al torero que arriesgue el alma, pero sin querer que caiga jamás en la arena. Los aficionados se rebelan cuándo se quiere hacer desaparecer el riesgo, pero que no entienden el riesgo sin sentido. Reniegan una y mil veces de esta fiesta, claman que nunca más, que no volverán a pisar una plaza de toros, mientras se están despidiendo hasta el domingo siguiente. Los toros les da la vida y se ven sin ellos solo en la muerte. Quizá lo que diferencie de verdad al aficionado a los toros es eso, que sin los toros no entendería vivir. Luego pueden tener sus gustos, sus maneras, profundizarán más o menos en ese querer descifrar el misterio del toro, pero siempre sentirán el hechizo que este provoca sobre ellos y sobre su forma de sentir. Pero esto también es una interpretación particular que puede que sea verdad el que así somos, o no, los aficionados a los toros.


Enlace programa Tendido de Sol del 28 de enero de 2018:

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien explicado. Así somos.
Rigores.

Enrique Martín dijo...

Un abrazo fuerte, Rigores

Anónimo dijo...

Me ha encantado este artículo, Enrique. Perfecto.
Nos vemos pronto!
Un abrazo
Jesús

Enrique Martín dijo...

Ya queda poco.
Un abrazo