
Señores antitaurinos, estoy de su lado y por este motivo me pongo codo con codo con ustedes para pensar la estrategia a seguir, sobre todo después del triunfo sin precedentes que se ha obtenido en Cataluña. Pero el camino no es escoger comunidades en las que las corridas de toros sean casi algo testimonial, no podemos contentarnos con eliminar quince o dieciséis festejos por año como mucho y a los que asisten mayoritariamente extranjeros; sólo si se anuncia José Tomás en la plaza de Barcelona es cuando la plaza se llena. Y tanto que se llena que hasta el señor Mosterín se ha declarado admirador del toreo del madrileño. Lo que son las cosas, mira que encontrarle un sentido estético al toreo y pensar que la faena al toro que indultó en la Monumental fue algo de excepcional belleza (perdonadme si no reproduzco las palabras exactas, pero el mensaje era básicamente ese).
Las cosas hay que hacerlas a lo grande. Yo propondría que se prohibieran todas las corridas de la próxima feria de San Isidro y de la feria de Abril. Viendo el apoyo de los grupos antitaurinos de cincuenta o cien militantes activos que se congregan un día, de las casi treinta tardes, a la puerta de las Ventas, seguro que no tienen que tener problema en encontrar el suficiente eco entre la sociedad madrileña, ni mucho menos en la sevillana. Bien es verdad que se acabaría con ese rico plato que es el rabo de toro, pero quién nos dice que no se puede sustituir por cogollos de Tudela con pimientos del piquillo.
Tendríamos que pensar en un plan de actuación integral y acabar con cualquier manifestación en las que tan sólo se pudiera adivinar la presencia de cualquier bóvido. Se hace absolutamente necesario acabar con los encierros en toda España, empezando por los de Ares, en Galicia, ya denunciados por lo compañeros de allá arriba, aunque haya quien no haya querido ver el peligro de la mezcla encierros y alcohol, aunque sean toros de peluche, dentro de los cuales se esconden los vecinos del pueblo. Pero, ¿quién me dice a mí que dentro de uno de esos toros de felpa no se encuentra un conductor resentido que busque con saña a los agentes de la municipalidad del pueblo por una multa a trasmano? ¿Quién me dice a mí que un cuñado resentido no quiera saldar cuentas pendientes por un quítame allá esas pajas de las últimas Navidades? Eso sí, la asociación denunciante ya ha pedido disculpas y reconocido su error al tramitar esta denuncia. Imagino que será por incluir el tema del alcohol; no se puede ir de frente contra unas tradiciones tan arraigadas en nuestra cultura como es el consumo de alcohol en las fiestas populares. Así que yo también me uno a esas excusas.
Pero no nos dejemos intimidar y sigamos adelante, acabemos con esas esculturas que en el medioevo representaban a individuos enfrentándose a un toro en las escalinatas de la Universidad de Salamanca, sustituyámoslo por planchas de metacrilato que den transparencia a nuestras vidas. Limpiemos las paredes de esas inscripciones hechas con sangre de toro, eliminemos el símbolo de la ciudad de Teruel y sustituyámoslo por algo nuestro, algo propio de nuestra cultura, como por ejemplo, el pulpo del mundial, eso, el pulpo Pol.
Yo que he sido aficionado hasta que hoy he visto la luz, os aseguro que no es tan problemática la abolición de los toros. Basta con que los dejemos en el campo y ya está. En lo que no había caído es que a lo mejor los propietarios actuales no tendrían con qué sufragar los gastos de alimentación de estos animales. Quizás eso sea un problema con el que no habíamos contado porque en las actuales dehesas tampoco se podría montar una red nacional de merenderos, con sus mesas de granito y sus asientos que torturan las más recias posaderas del dominguero naturalista. Y una cosa que no se nos debe escapar, compañeros, es que no todo ganado bovino de los campos de España y parte de Francia y Portugal son afables vaquitas de las que obtener rica leche para hacer quesos, mantequilla y llenar vasos de Cola Cao. Porque las hay que por su naturaleza brava aconsejan mantenerlas a una distancia considerable.
Pero si vamos a dejar a los toros a su suerte y no nos vamos a poder acercar a las vacas, ¿qué va a pasar entonces con estas criaturas de Dios? Porque aunque algunos compañeros y en especial nuestro guía el señor Mosterín diga que son inofensivos, yo no me lo acabo de creer. Y ya que estamos, yo me pregunto, qué les contó el camarada Mosterín a los miembros y “miembras” del Parlament para que votaran en contra de las corridas de toros. Y si les contaron la barbarie que es el mundo del toro, ¿cómo les van a explicar ahora eso de que ha descubierto la estética del toreo? Y, ¿no es ir un poco lejos el llegar a pensar en el peligro de los toros de peluche? ¡Dios mío! Ahora me doy cuenta de que mis hijos duermen con un enorme toro de peluche a sus pies desde que les licenciaron de la maternidad.
Llevo diez minutos de antitaurino y empiezo a darme cuenta de que esto no hay por donde cogerlo. Perdonad, compañeros, pero en mis cuarenta y nueve años de aficionado no había tenido tantas lagunas como las que me asaltan al abrazar vuestra fe. En todos estos años no había pensado nunca en el abandono de los toros, nunca se me había planteado ninguna duda sobre el futuro del hábitat del toro bravo, ni he tenido nunca la sensación de estar haciendo el ridículo, ni de ser motivo de mofa entre mis opositores. Eso sí, su odio lo he sentido muy próximo, tanto que hacía que no me creyese sus buenas intenciones animalistas.
Pues creo que ha llegado la hora de tomar una opción decisiva en mi vida. No puedo decir que nuestra relación fue bonita mientras duró, porque casi no me ha dado tiempo a saborearla, pero casi prefiero quedarme con lo que tengo, con sus defectos, que son muchos y que son el motivo que a los aficionados nos hace mantenernos vivos. Y si al final voy a llegar a la misma conclusión que el señor Mosterín, el llegar a apreciar la belleza y la estética del toreo, pues para qué necesito antitaurinizarme, si cuando veo un toro bravo arrancarse de lejos al caballo o veo un natural de verdad ya se me ponen los pelos de punta. Pues lo dicho, que yo sigo con mi afición y vosotros con vuestra desafección, así que ustedes por su camino y yo por el mío, y como muchas tardes de toros se oye al inicio del paseíllo, ¡qué Dios reparta suerte!
Las cosas hay que hacerlas a lo grande. Yo propondría que se prohibieran todas las corridas de la próxima feria de San Isidro y de la feria de Abril. Viendo el apoyo de los grupos antitaurinos de cincuenta o cien militantes activos que se congregan un día, de las casi treinta tardes, a la puerta de las Ventas, seguro que no tienen que tener problema en encontrar el suficiente eco entre la sociedad madrileña, ni mucho menos en la sevillana. Bien es verdad que se acabaría con ese rico plato que es el rabo de toro, pero quién nos dice que no se puede sustituir por cogollos de Tudela con pimientos del piquillo.
Tendríamos que pensar en un plan de actuación integral y acabar con cualquier manifestación en las que tan sólo se pudiera adivinar la presencia de cualquier bóvido. Se hace absolutamente necesario acabar con los encierros en toda España, empezando por los de Ares, en Galicia, ya denunciados por lo compañeros de allá arriba, aunque haya quien no haya querido ver el peligro de la mezcla encierros y alcohol, aunque sean toros de peluche, dentro de los cuales se esconden los vecinos del pueblo. Pero, ¿quién me dice a mí que dentro de uno de esos toros de felpa no se encuentra un conductor resentido que busque con saña a los agentes de la municipalidad del pueblo por una multa a trasmano? ¿Quién me dice a mí que un cuñado resentido no quiera saldar cuentas pendientes por un quítame allá esas pajas de las últimas Navidades? Eso sí, la asociación denunciante ya ha pedido disculpas y reconocido su error al tramitar esta denuncia. Imagino que será por incluir el tema del alcohol; no se puede ir de frente contra unas tradiciones tan arraigadas en nuestra cultura como es el consumo de alcohol en las fiestas populares. Así que yo también me uno a esas excusas.
Pero no nos dejemos intimidar y sigamos adelante, acabemos con esas esculturas que en el medioevo representaban a individuos enfrentándose a un toro en las escalinatas de la Universidad de Salamanca, sustituyámoslo por planchas de metacrilato que den transparencia a nuestras vidas. Limpiemos las paredes de esas inscripciones hechas con sangre de toro, eliminemos el símbolo de la ciudad de Teruel y sustituyámoslo por algo nuestro, algo propio de nuestra cultura, como por ejemplo, el pulpo del mundial, eso, el pulpo Pol.
Yo que he sido aficionado hasta que hoy he visto la luz, os aseguro que no es tan problemática la abolición de los toros. Basta con que los dejemos en el campo y ya está. En lo que no había caído es que a lo mejor los propietarios actuales no tendrían con qué sufragar los gastos de alimentación de estos animales. Quizás eso sea un problema con el que no habíamos contado porque en las actuales dehesas tampoco se podría montar una red nacional de merenderos, con sus mesas de granito y sus asientos que torturan las más recias posaderas del dominguero naturalista. Y una cosa que no se nos debe escapar, compañeros, es que no todo ganado bovino de los campos de España y parte de Francia y Portugal son afables vaquitas de las que obtener rica leche para hacer quesos, mantequilla y llenar vasos de Cola Cao. Porque las hay que por su naturaleza brava aconsejan mantenerlas a una distancia considerable.
Pero si vamos a dejar a los toros a su suerte y no nos vamos a poder acercar a las vacas, ¿qué va a pasar entonces con estas criaturas de Dios? Porque aunque algunos compañeros y en especial nuestro guía el señor Mosterín diga que son inofensivos, yo no me lo acabo de creer. Y ya que estamos, yo me pregunto, qué les contó el camarada Mosterín a los miembros y “miembras” del Parlament para que votaran en contra de las corridas de toros. Y si les contaron la barbarie que es el mundo del toro, ¿cómo les van a explicar ahora eso de que ha descubierto la estética del toreo? Y, ¿no es ir un poco lejos el llegar a pensar en el peligro de los toros de peluche? ¡Dios mío! Ahora me doy cuenta de que mis hijos duermen con un enorme toro de peluche a sus pies desde que les licenciaron de la maternidad.
Llevo diez minutos de antitaurino y empiezo a darme cuenta de que esto no hay por donde cogerlo. Perdonad, compañeros, pero en mis cuarenta y nueve años de aficionado no había tenido tantas lagunas como las que me asaltan al abrazar vuestra fe. En todos estos años no había pensado nunca en el abandono de los toros, nunca se me había planteado ninguna duda sobre el futuro del hábitat del toro bravo, ni he tenido nunca la sensación de estar haciendo el ridículo, ni de ser motivo de mofa entre mis opositores. Eso sí, su odio lo he sentido muy próximo, tanto que hacía que no me creyese sus buenas intenciones animalistas.
Pues creo que ha llegado la hora de tomar una opción decisiva en mi vida. No puedo decir que nuestra relación fue bonita mientras duró, porque casi no me ha dado tiempo a saborearla, pero casi prefiero quedarme con lo que tengo, con sus defectos, que son muchos y que son el motivo que a los aficionados nos hace mantenernos vivos. Y si al final voy a llegar a la misma conclusión que el señor Mosterín, el llegar a apreciar la belleza y la estética del toreo, pues para qué necesito antitaurinizarme, si cuando veo un toro bravo arrancarse de lejos al caballo o veo un natural de verdad ya se me ponen los pelos de punta. Pues lo dicho, que yo sigo con mi afición y vosotros con vuestra desafección, así que ustedes por su camino y yo por el mío, y como muchas tardes de toros se oye al inicio del paseíllo, ¡qué Dios reparta suerte!