En Cuadri, ¿quién es el jefe de la manada? |
Bendito y ya lejano verano, con las excursiones, la playa,
encuentros con amigos, charlas en largas sobremesas y si uno se arrima hacia
Huelva, hasta puede pasarse por Comeuñas para ver lo que Cuadri nos tiene
preparado para el curso próximo. Para cualquier aficionado que vea al toro como
un fenómeno totémico, el contemplar los ejemplares de este hierro es como tocar
el cielo. Grandes, fuertes, musculosos, bien armados, muy hondos y con la
tranquilidad del que se sabe poderoso. Mientras esperábamos que apareciera
alguien de la casa, mi buen amigo Marín me llevó a ver los utreros que el año
próximo saldrán a las plazas como toros, con continuas referencias a sus
hermanos que ya fueron lidiados. El tío conoce la ganadería como si fuera suya,
sabe ver al animal en la plaza y en el campo. “Mira, quédate con ese, que lo
verás en Madrid”, me decía, un novillo que podría pasar por toro en plazas casi
de primera y que podría parecer el padre de los que matan muchas figuras en sus
tardes de gloria artificial. El calor aplastaba el aire espeso contra las
cabezas, los animales iban buscando el refugio de los árboles y el alivio del
viento. En esto que nos sorprendió la llegada del ganadero. Quizá uno podría
esperar que apareciera en un gran coche, con el pelo engominado, traje de
modisto italiano y un deportivo que fuera berreando que el pasajero es un señor
de posibles. ¡Ay, cuánto mal ha hecho la modernidad en esto del toro! Pero don
Fernando desembarcó en una furgoneta y vestido para trabajar y meterse entre
los toros. De natural educado en sus modales, al saber que llegábamos de
Madrid, parecía defraudado por haber embarcado todas las corridas del año,
tenía que corresponder a sus visitantes. Desapareció unos minutos y volvió
sobre su montura, un caballo nada espectacular, pero que seguro que sabía
moverse entre el ganado como nadie.
Don Fernando nos indicó que nos tapáramos detrás de los
muros del cerrado, que no nos dejáramos ver, no fuera a ser que los toros se
pusieran estupendos. Al poco fueron asomando delante de él cuatro toros, parte
de la simiente de la “H” inclinada. Faltaba uno que se había saltado a un
cercado en busca de jaleo y otro que pidió que le excusáramos, que él se
quedaba a la sombra y que no se movía de allí abajo. De los presentes, uno era
un novillo a prueba, al que se le notaba la diferencia con los demás. Dos eran
dos toros ya cuajados, que igual se pueden llegar a ver en algún ruedo. Y el
cuarto, un grandullón con paso cansino, casi indiferente, pero al que parecía
que los demás respetaban de una forma especial. Cada paso era un suspiro, la
desarrollada cornamenta se bamboleaba según oscilaba semejante cabezón al ritmo
de las pezuñas que casi no se separan al andar.
Aún estaba comentando la primera charla con el ganadero, un
hombre claro, directo y que con toda la calma del mundo imparte lecciones sobre
cómo se deben criar toros de lidia. La genética que domina de una manera
sorprendente con el banco de experimentos que es su pajarera, el manejo y las
decisiones que hay que tomar en el momento preciso, antes de que un
contratiempo se convierta en un problema y un gran dolor de cabeza. Los toros
ya habían llegado delante de nosotros, el grandón a la cabeza y los otros tres
brujuleando detrás.
-
Pssssst.
-
Calla hija, no molestes a los toros.
-
Pssst. ¿Usted es de fuera, verdad?
-
¿Qué? ¿Quién es?
-
Joer, yo, el toro, el grandón que dice usted, que tengo
nombre.
-
¿Qué pasa?
-
Joer, que soy yo, Revisor, el toro que indultaron en
Valverde hace unos años.
No sabía si me estaba volviendo loco, si la pastilla me
estaba haciendo reacción o si las magdalenas tenían algo raro. El semental más
viejo me estaba hablando.
-
Sí hombre, sí.
-
¿Qué tal, encantado de hablar con usted?
-
Me puedes tutear, tranquilo. Aquí todos somos iguales.
¿Eres aficionado?
-
Sí, sí, un poco.
-
Y cómo otros muchos, vienes a vernos, a ver cómo nos
trata don Fernando y su gente.
-
Pues sí, claro, ¿y cómo os trata?
-
Hombre no podemos quejarnos y si esto además me lo
preguntas a mí, a uno que le indultaron y le devolvieron a la finca, pues
imagínate, si ya vivía antes cómo un rey, a partir de eso, la cosa mejoró
todavía más.
-
¿Y eso? Pues mira, a partir de aquel día y una vez que
me curaron las heridas y recuperé las fuerzas, me mandaron donde viven las
vacas, que a veces se parece más al infierno que al paraíso. Joer, todas
poniéndose para que yo las cubriera y para que sus hijos fueran famosos. Pero
la cosa no fue así, los niños no eran como quería el amo. Los buenos son los de
mi hermano, al que llaman el Revisor Chico. Oye, que no sabes lo buenos que
salen luego en la plaza.
-
¿Entonces tú no…?
-
Qué va, sí, incluso ahora, pero uno ya no tiene el
cuerpo para fiestas, los años no pasan en balde. El ganadero me mantiene aquí,
más cómo reconocimiento, que como semental que dé buenos becerros. Y yo se lo
agradezco, claro que sí. Ya le he dicho que los buenos son los de mi hermano,
que no ha querido venir, porque decía que hacía mucho calor, que prefería
quedarse a la sombra. No se lo tenga en cuenta.
-
No, no, yo no digo nada.
-
El hombre lleva una vida muy ajetreada, imagínese,
llega el celo y tiene que mantener el tipo durante días.
-
¿Días?
-
Sí, y eso midiendo los esfuerzos. Los jóvenes quieren
ir a toda prisa, una vaca, otra, otra, y se agotan antes. A medida que vamos
creciendo, también aprendemos a dosificar los esfuerzos. Y nadie te dice nada,
ni que vamos, ni que para. Aquí nos tratan de perlas, si hasta las vacunas nos
las pone el amo subido a un árbol, sin que le veamos, para que no nos
alborotemos.
-
Oye, ¿y esa historia de los castaños?
-
Pues parece que el amo viejo no les tenía mucha fe y si
salía uno, lo quitaba de en medio. Eso sí, en esta casa no sabes cómo se las
gastan, lo que creen que no vale se lo quitan de en medio, manteniendo siempre
150 vacas, que ya dirán algunos que son pocas, pero esos son los que no tienen
que cubrirlas. Que una cosa es eso del… usted ya me entiende.
-
Sí, claro.
-
Que una cosa es el placer y otra la obligación. Que son
muchas hembras a las que montar. Pero vamos, que no me quejo. Me decía de los
castaños ¿Vio usted a uno que se llamaba Brigada?
-
Sí, salió en Madrid, un gran toro, al que Robleño no
quiso ni ver, querían que se quedara fuera de la corrida, pero al final salió y
el matador le hizo todo al revés, para que pareciera malo.
-
Sí suele pasar eso. Era un buen chaval, muy viajado,
anduvo de un lado a otro, luego iba a ir a Francia, pero al final parece que le
cambiaron el destino, ¿no?
-
Sí fue a Madrid y salió muy bueno.
-
Más le valía. No sabe cómo exige el amo, si hasta nos
dan cursillos de cómo entrar al caballo, que parece ser que es una cosa que te
pincha y claro, como uno tiene su casta, pues basta que te piquen, como para
que te cabrees y quieras comerte eso que te molesta, no te vas a quedar de
pezuñas cruzadas.
-
¿Y quién da esos cursillos, el amo?
-
Noooo, él nos deja a nuestro aire. Son las vacas más
viejas las que nos lo cuentan de pequeñitos, antes de irnos a dormir, Te dicen
que no hay que achicarse, que lo que moleste, a por ello, ¿qué te hace daño?
Pues entonces hay que pelear más y más. Menudas son las señoras. Eso sí, yo no
me quejo, que ahora me tienen cómo a un maharajá. No me dejan un momento, pero
eso sí, a los pequeñines les siguen comiendo la oreja. Hay quién dice que si
estos luego no cumplen, el amo las aparta. Pero bueno, usted me perdone, pero con
este sol pegando en la testuz, al final parece que te atonta. Ha sido un
placer. Igual cuando usted vuelva yo ya no estaré aquí, pero habrá otro. Lo
dicho, un placer.
-
Igualmente, hasta otra.
Los toros se fueron por donde habían venido, con la misma
parsimonia y buscando las sombras que les aliviaran del sol de agosto. Aún
pudimos charlar un poco más con el ganadero, escuchando las palabras de un
señor, que antes de nada es aficionado. Todo un privilegio, porque no todo el
mundo tiene la oportunidad de charlar con el verdadero jefe de la manada.
10 comentarios:
Puff Enrique, que te voy a decir chico... la verdad es que te puedes imaginar como me encuentro ahora después de leer esto. ¡Y yo que pensaba que era el único loco que hablaba con los toros!. Si es que no sé si puedo seguir escribiendo.
(Cinco minutos después del primer párrafo). Me parecía que aquel día la cosa supo a poco, pero ya veo que Revisor se encargó de que los kilómetros en tus espaldas sirvieran para algo. Es un gran toro, y sobre todo, SINCERO. No engaña a nadie, y todo lo que te contó es verdad. Yo muchas veces le cuento como está la cosa ahora, que hay muchos de su especie que rehúsan ese castigo al que las vacas viejas le decían que se creciera cuando era pequeño. Que hay toreros que cantan delante de ellos, y que a los pocos que salen como el, sus matadores no los dejan ver y pasan con mas pena que gloria. Y ¿sabes que hace el tío? me mira con cara de gilipollas y me dice que estoy loco, que eso no puede ser.
El dice que los de su especie han nacido para luchar, para vender cara su vida, y que ningún animal humano osaría a cantar delante de ellos. Es normal, ha nacido en la casa que ha nacido, y sus mayores siguen haciendo lo mismo con los pequeños durante décadas. Al final creo que Revisor tiene mucha razón conmigo, y que realmente soy un auténtico gilipollas.
Por cierto, el domingo pasado me dijo que antes de que le llegue su hora le gustaría volver a este "tipo" de Madrid, a Ana, a Quique y sobre todo, a Sarita, la mas torerita de todos los que estábamos aquella mañana.
Un abrazo y mil gracias.
Marín:
Si ya te decía yo que me supo a gloria la visita. Bueno, me ha sabido a Gloria todo lo de ahí abajo, pero esto del campo fue especial, además de otro momento que viví unas horas después, en el que tú estabas especialmente incómodo, pero yo no. Ya ves, los ganaderos que se piensan que hay que enseñarles en el corredero, a que sean artistas y hasta a que hagan palmas si al maestro le da por arrancarse a destrozar una bulería. Pero lo que de verdad tienen que saber lo aprenden escuchando lo que les dice su sangre, les viene con el calostro, lo fijan mamando de la vaca y lo van rumiando hasta que les suben al camión. A partir de ahí sólo les queda repasar y decir quienes son, de dónde vienen y que han aprendido, en la arena. Y no hay otra. Y no hay quien contradiga a revisor, y habrá quién piense que estamos locos por hablar con un toro, pero créeme si te digo que es de lo más cuerdo que me ha pasado en mucho tiempo.
Mil gracias a ti, a los tuyos y a Revisor. Mira si le da por callarse.
Enrique:
Me alegro mucho de que hayas hablado con un toro en la inmensidad del campo. Es algo especial. El campo te habla, solo hay que saber escucharlo. Debió ser una sensación extraordinaria, disfrutarías un montón y, por lo que veo, la compañía también fue extraordinaria. Me alegro mucho por ambos.
Un fuerte abrazo.
Alberto:
Veo que me entiendes y que no es necesario explicarte nada, porque lo entiendes como nadie. Y la compañía, pues imagínate, de lujo.
Un abrazo
Una vez más tengo que volver a felicitarte. Me he leído y releído la entrada cuarenta veces. De hecho no tengo nada que decir; tú, tu pluma, José María y Alberto lo habeis dicho todo.
¡Qué bien habla la pluma cuando se escribe con el corazón!
Nos vemos en la de Otoño. Ya está decidido.
Saludos de Gil de O.
Un relato precioso Enrique.
Yo he ido una vez a "Comeuñas" y es de las mejoras cosas que he hecho en mi vida de aficionada.
Saludos.
Gil de O.:
Muchas gracias y tengo que darte la razón en que escribo con el corazón, salga lo que salga, pero que no choque con mi conciencia.
Nos vemos en Otoño.
Un saludo
Isa:
Aquello parece otro mundo, ¿verdad?
Un saludo
Muy bien todo, pero NO A LAS CORRIDAS DE TOROS POR FAVOR
Anónimo:
Recibido y contestado queda usted.
Un saludo
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