viernes, 8 de noviembre de 2013

Cuando vamos a los toros

Una tarde puede durar todo el tiempo que permanezca vivo el recuerdo


La primera vez que fui a los toros… ¡La primera vez que fui a los Toros! ¿Cuándo fue esta primera vez? El caso es que no puedo recordar cuando fue y por eso tengo que conformarme con mis primeros recuerdos de un mundo luminoso, con una luz muy especial, y no me refiero a aquellas bombillas que colgaban de unos cables que cruzaban Las Ventas de parte a parte, era la luz de la niñez, la que entraba por unos ojos que se llenaban del color del ruedo, de las rayas pintadas de Burdeos, los capotes destellando hechizos y el fuego de la muleta guiada por un vestido que era más que el ropaje de los dioses, era el deseo de poder lucir uno ya de mayor y poder decir que era torero. Mi padre me guiaba de la mano, me llevaba a beber agua de un botijo que ofrecía una anciana por una peseta el trago; las tejas de cartón para el sol y el toro asomando por la puerta de chiqueros. ¿Qué mayor misterio? ¿Qué mayor incertidumbre que ver salir el toro al ruedo?

Porque a los toros siempre se va de la mano, de la mano de mi padre en este caso, al misma mano que yo pude coger cuando ya era mayor, muy mayor, hasta la última corrida que pudo llegar a presenciar en la Feria de Otoño de 2004. Bueno, más bien le llevaba del brazo, despacito y felicitándonos porque había conseguido superar una temporada más, mientras yo, y probablemente también él, pensaba si no sería el último día de muchos. Luego no he dejado de ir con él a la plaza, nadie lo ve, nadie lo oye, sólo yo y escucho con atención queriendo seguir aprendiendo. Lo que son las cosas, aficionados tan sabios, tan llenos de grandes toros y toreros, se acercaban a la plaza llenos de humildad, la que sólo da el saber, y el respeto a una plaza, a una historia, a un rito, a una tradición y a tantos y tantos que antes repitieron las mismas rutinas desde hace más años de los que se pueden contar. Cuanta diferencia con esos que pasean su arrogante ignorancia disfrazada de supuestos conocimientos aprendidos de alguien que aparenta saber.

Señores respetables que volvían a la niñez cuando aclamaban con entrega a un torero, a su torero, porque a partir de ese momento ese sería su torero, el que pasaría a su enciclopedia taurina, el torero del que contarían mil y un sucedido en las plazas, cuando se cruzaron con él en un café o cuando le vieron paseando por la Gran Vía. Que poderoso influjo ejercía el torero sobre los aficionados a los Toros, conseguían hacerles gritar sin freno, aplaudir, aclamar y hasta olvidarse del bien hablar, para balbucear palabras sin sentido; pero las palabras eran inútiles, las miradas y las expresiones de la cara eran todo un discurso sobre la felicidad, la ilusión y la admiración que provocaba ese ser que era más que un simple hombre, era un torero, un ser único y privilegiado por enfrentarse al toro y vencer a la muerte investido de arte y oro con alamares de poder y valor.

Por esto vamos a los toros, porque siempre hubo alguien que quiso compartir con nosotros esos momentos de felicidad infinita, por querer mostrarnos la belleza de la vida, el respeto a la muerte y la armonía que provoca el encuentro de la violencia animal con la delicadeza y poder de la inteligencia, hasta provocar la creación del arte efímero y supremo, el toreo. Una palabra que encierra un rito que se repite desde hace siglos en el ruedo, el altar en que se sacrificará al dios supremo de la Fiesta, y en los tendidos, donde un aficionado único y universal ha ido cambiando de hijo a padre, de padre a abuelo, para volver a ser hijo de nuevo, padre, abuelo, formando una cadena de afición que se aferra al tronco del árbol de la afición. Un orgullo que viaja de generación en generación; el abuelo viajaba a Madrid todos los años para ver las corridas de Madrid, Machaquito, El Gallo, Bombita, Vicente Pastor y los más grandes, José y Juan. El hijo soñaba con las hazañas que le contaban una y otra vez, hasta que ya pudo experimentar la magia del toreo con Manolo González, Manolete, Pepín Martín Vázquez, Pepe Luis, Manolo Vázquez, Domingo Ortega y todos los grandes desde los años cuarenta, hasta esa entrega incondicional a El Viti, su particular espoleta de la pasión y entrega a un torero. Y el que fue nieto e hijo a la vez prosiguió este camino, un camino que de repente se empezó a estrechar, el firme se agrietaba, se desprendían terrones de asfalto, hasta casi tener que vagar por una vereda casi oculta por la arena, el tiempo y las malas hierbas, sin otra orientación que seguir la luz de la verdad que desprende el toro cuando es íntegro y está en plenitud, esa verdad con la que el hombre desafía a la bestia renunciando a las trampas, artimañas y triquiñuelas que conviertan este arte en una lucha desigual.

Nos preguntan que por qué vamos a los Toros; muy sencillo, porque un día probamos el veneno del toro, las sensaciones de miedo y felicidad, incertidumbre y pasión, y esa sensación de estar contemplando algo irrepetible, algo que sólo puede ser firmado y rubricado por el natural y el de pecho que el matador liga haciéndolos uno, mientras el toro le pasa por la cintura con la muerte colgando de los pitones de sangre y de gloria. A eso vamos a los Toros, porque queremos volver a ver, queremos volver a sentir y por mucho que nos abofeteen a traición los mercaderes de la mentira, no perdemos la ilusión.

Quizá alguien piense que a qué viene todo esto, pero no hay misterio alguna, ni responde a impulsos poéticos, ni heroicos, es simplemente que uno quiere demostrarse a si mismo que no todo es amargura en esta afición que bebemos a traguitos cortos, que es precisamente la felicidad que se prolonga en el tiempo la que nos hace seguir yendo a los Toros. No estamos amargados, ni mucho menos, ni nos tienen amordazados en casa sin dejarnos hablar, todo lo contrario, nos dejan contar nuestras historias de tardes pasadas y nos ofrecen las venas esperando a que les entre el toro directo al corazón. Lo que no podemos soportar es que unos siervos de la ignorancia, la mentira, el fraude y la tiranía de la mediocridad nos quieran borrar los recuerdos, nos tomen por dementes y quieran hacernos creer que nuestra verdad, la que se ha formado con los años, no existe, ni existió, ni existirá. Como toda tiranía, todo régimen dictatorial, pretenden rehacer el pasado según sus intereses, hasta queriendo borrar un pasado real que algunos llegamos a vivir desde la piedra de la Plaza de Madrid. Ya podrán emplear todas sus fuerzas para rehacer la realidad, pero esta y la verdad que lleva en brazos, acabarán por salir a la superficie. Lo que no sabemos es el coste que habrá que pagar y las prendas que habrá que entregar hasta que la luz apague las tinieblas. Entonces podrán comprobar que no somos pesimistas, ni derrotistas por naturaleza, pero sí tozudos, muy tozudos, tanto que aún queremos sentir esa sensación no olvidada de “cuando vamos a los toros”.



PD.: Quiero agradecer todos los apoyos, recibidos durante los cinco años que hace poco cumplió este blog y que tanto me han ayudado a seguir sentado en esta grada, porque siento que siempre hay algún buen aficionado dispuesto a darme su empujoncito en forma de lectura de las cosas que a un servidor se le pasan por la cabeza.

23 comentarios:

Unknown dijo...

Sensacional de nuevo ,Enrique ! Me tienes "enganchao" y "entregao" a tus escritos ,tus sentimientos de gran aficionado. Mi más sentida enhorabuena.

P.D.: Yo tampoco soy capaz de recordar mi primera tarde de toros..me vienen varias a la cabeza.
Fuerte abrazo,fenómeno !

Xavier González Fisher dijo...

Que bueno que uno de esos viejos nos llevo de la mano a la plaza. Creo que el mio si supo el gran regalo que me dio. Y "por lo otro", felicidades y a seguir tirando adelante.

Oscar dijo...

Yo no me me considero buen aficionado, si acaso aficionado nada mas, pero puedes estar seguro que leo regularmente las entradas de este blog y aprendo en cada lectura.

MARIN dijo...

GENIAL!!! Como siempre. Pocas palabras se pueden añadir a esto Enrique. Solo... GRACIAS.

Alex dijo...

Me temo que te vamos a seguir leyendo otros cinco años mas, y todos los de que nos dejes.




Una de Madrid.

Enrique Martín dijo...

Javier:
Muchas gracias. Uno estaba cansado de escribir cosas malas y tenía ganas de darme una alegría para el cuerpo y demostrar que esto es muy grande, un foco de ilusión y que no se parece en nada a lo que nos quieren colar. Muchas gracias por el apoyo, por ese "enganche" que tanto me satisface y si no nos acordamos de la primera vez, al menos recordamos muchas buenas tardes.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Xavier:
Muchas gracias. Seguro que los que tiraban de nuestras manos sabían lo que nos dejaban, no hay duda y seguro que además sentirían un orgullo especial por poder contar con la compañía de unos "aficionadillos" de pantalón corto y un helado chorreando por todas partes.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Óscar:
No vamos a discutir de tu categoría de buen aficionado, pues no me gusta llevarte la contraria. Yo creo que sí que eres un buen aficionado, pero ya te digo que no voy a discutirlo, jejejejejeje. Muchas gracias por esa continua presencia en la grada.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Marín:
Bracias a ti. Poco te puedo contar yo a ti y seguro que coincidimos en el fondo, la forma cada uno tiene la suya, pero las sensaciones son iguales, difíciles de contar. Aunque hay otras que tú las conoces mucho mejor, pero ahí uno no quiere ni aproximarse, porque el miedo es libre y fuerte y ese me ata para no poder saber lo que es sentirse torero y lo que supone llevarlo ya contigo para siempre.
Un abrazo torero.

Enrique Martín dijo...

Alex:
No sé si el que siga otros cinco años depende del todo de mí o si también es cosa de todos los que estáis ahí y que me apoyan con cada entrada.
Un abrazo

franmmartin dijo...

Mi "primera vez" la recuerdo perfectamente y tengo las crónicas guardadas a buen recaudo.
Fué un 12 de Setiembre del 54 y a su vez, era la novillada 54 celebrada ese año en Barcelona.Los novillos fueron del Conde de Mayalde y tomaron 16 varas.Los espadas,el peruano Humberto Valle,Marcos de Celis y Pepín Jimenez.
Tan solo con estos escuetos datos ya se puede sacar una clara conclusión de cómo está la Fiesta.Esa Fiesta que ya se han cargado los siniestros taurinos y los pinchauvas que estan en el machito.
Lo que no van a poder cargarse, es esa afición limpia y hermosa que nos enseñaron nuestros mayores y que morirá con nosotros.
Gran artículo,amigo.
Un abrazo

Pepe Olid dijo...

Enrique buen amigo, hoy has presentado la cara amable recordando cosas tan imborrables para los que nos ha entrado "la divina locura" de esta manera.

Pero no creas que por qué a través de tu misterio, desde tu justo sarcasmo hiriente, desde tu fina ironía acariciadora -cual puñalada- no adivinamos en ti el desmedido amor -de tan grande, no hay medida para él- que como fondo de todo ello, transmites para con la Fiesta. Aunque locos también, somos muchos los que te comprendemos.

Yo si recuerdo mi primer día: La Plaza de mi pueblo, de piedra envejecida; piedra de las Canteras del pueblo más torero del Universo, Pegalajar; de la misma piedra que con la que se hizo la Catedral de Jaén. Octubre de 1943, día de la Virgen Patrona, me llevó a los Toros de su mano una rojilla "nacía y criá" en las Callejuelas, allí en lo Alto del Pueblo, donde los labradores más pobres; guapa entre las guapas, "vestía" de gasa con sobrepuestos de terciopelo, teja y mantilla de blonda "bordá" por ella. Toreaba su "marío" en el festival matando un novillo de Sotomayor al que le cortó las dos orejas y el rabo. De vuelta a casa , de esta mano la Isabel "la rojilla" de las Callejuelas, y de esta otra el señor del sombrero cordobés de ala ancha que te presente el otro día. Eran mi papa y mi mama.

Un abrazo entrañable de tu amigo Pepe Olid

Manolo Troya dijo...

Otra faena cumbre Enrique, esta maciza, onda y con brotes de mucha sensibilidad.!Ole!.

Enrique Martín dijo...

Franmartin:
Qué lujo, con cartel y crónica. Ójala que la afición no acabe con nosotros, o en nosotros, que lo que puede entenderse como algo particular, igual hay que generalizarlo y hasta puede que seamos testigos de la muerte clínica de esta maravilla que son Los Toros, porque me cuesta eso de Tauromaquia. Yo sigo ofreciendo mi mano a ver si mi torerita la sigue tomando y me sigue acompañando a la plaza. Puede que alguien me acuse de cruel, pero la verdad es que es una satisfacción muy grande estar con ella en mi plaza, que ya es suya, y en mi grada, que también la considera suya. Ya ves, al final, hasta voy de prestado. Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Pepe:
Uno necesitaba este respiro, este traguito de agua fresca entre tanto vinazo peleón.

Nunca imaginaría quien aquel día te dio la mano, a la ida y a la vuelta, que el chiquillo se les iba a desmandar tanto y que le iba a prender la afición de esta manera, o quizá sí, lo mismo hasta lo estaban deseando. Seguro que estarán orgullosísimos allá donde estén, de haber modelado semejante aficionado. Quizá esta imagen que nos has confesado, que nos has regalado, podrían leerla algunos que no entienden como podemos besar a nuestros hijos al volver de los toros, que no conciben en nosotros ni una pizca de humanidad, para que entiendan que en esto se venera a la muerte para amar más la vida, para sentirla aún con más fuerza, que no provoca violencia, ni aislamiento, sino que se fundamenta en la familia, en los hijos, en la enseñanza de la vida a través del toro, en fin, qué te voy a contar a ti, pero ya sabes, así uno se desahoga. Muchas gracias por esos matices que entreves en mis escritos. Podrían ser gentilezas, pero conociendo a mi amigo Olid, sé que en esto de los Toros, bromas las justas, lo que todavía me satisface más al leer estas letras.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

Manolo:
Al ir a entrar a matar pensé que igual si me tiraba a los blandos, me aseguraba las orejas, pero sería traicionarme, así que cerré los ojos a la razón, me entregué a la pasión y por lo que se ve, la espada quedó en buen sitio.
Muchas gracias Manolo, Un abrazo

MARIN dijo...

Permíteme que me vuelva a introducir por aquí, pero es que uno lee los comentarios de José Olid y de Franmartin y uno se da cuenta de lo minúsculo que es en esta bendita afición. Uno que ya iba a los toros en el 43 y otro que empezó en el 54 en Barcelona... uff.

Por eso uno no puede desengancharse de la grada del 6 Enrique, porque aparte de llevar cinco años aprendiendo de ti, te encuentras con estas eminencias en afición AL TORO y A LOS TOROS.

Un abrazo a todos.

Enrique Martín dijo...

Marín:
Seguro que más de una vez me lo has leído, pero lo mejor de este blog es la gente que lo leéis y los que además comentáis. Para mí es un privilegio y una gozada. Es como tú dices, que te ves empequeñecido, aunque mi amigo torero no es de los más chicos en esto de los Toros, aunque sí es de los más humildes, respetuosos y... sabios. Eso de seguir aquí por cinco años, igual se lo tenías que contar al médico, que igual hay pastillas para eso, jjejejeje
Un abrazo, torero

El Secreto de la Bravura dijo...

Enrique:

Perdón por llegar tarde pero, ya sabes el dicho, más vale tarde que nunca.

Como siempre una entrada genial pero esta, por lo menos para mí, muy especial. Desde que empecé a leerla hasta el último punto he ido viviendo recuerdos especiales, muy especiales. En mi caso fue mi abuelo el que me llevaba de la mano, pero pocas veces me llevó a la plaza de toros. Él me llevaba a la plaza de tientas o me sentaba en el sofá de su despacho rodeado de cabezas de toros impresionantes lidiados en grandes plazas y me contaba cosas cuando yo todavía era un niño. Gracias a esta entrada me he visto otra vez de la mano de mi abuelo y aunque ya dice que no le gustan los toros (los toros de ahora le aburren) todavía mantenemos conversaciones curiosas de toros. Gracias a esta entrada me he visto correteando de nuevo por el patio de "La Quinta" o con los prismáticos viendo los toros cuando apenas tenía uso de razón.

De verdad Enrique esta entrada me ha devuelto a la infancia ¡Muchísimas gracias y, por favor, sigue así! Un fuerte abrazo.

Enrique Martín dijo...

Alberto:
Cada aficionado es de una manera, somos una corrida muy desigual en cuanto a presencia y comportamiento, pero quizá los inicios, esos primeros pasos y el aprendizaje ese sin enterarte, puede que repita patrones muy parecidos, siempre con la ilusión y ganas de toro de los niños, acompañado todo del amor de esa persona que nos llevó de la mano. Ahora que lo pienso, recuerdo cuando fue la primera vez mi hijo, que mi padre no consintió que nadie más que él le llevara de la manita al entrar en la plaza y para colmo, paseando por los pasillos de la plaza, al asomarse el niño por una puerta entreabierta, uno de los antiguos alguacilillos de Madrid, les cogió y les invitó a que el mocoso se subiera al caballo que iba a abrir plaza. Imagínate el abuelo, casi más alucinado que el niño. ¡Qué maravilla de afición, qué maravilla! Alberto, seguiré, pero que sepáis que mucha responsabilidad de todo esto la tenéis vosotros, que me empujáis y me días energía para todo esto.
Un abrazo fuerte

Enrique Martín dijo...

Rita:
Muchas gracias, ya sabes que cada uno cumple sus pasiones como puede, que si lo miramos fríamente y con fría racionalidad, todo esto puede que no tuviera sentido. El aficionado que vuelve y vuelve a la plaza, que va a ver el toro al campo, que sigue y se desilusiona muchas tardes con su torero, que se desmorona las tardes en que nada sale ni parecido a lo esperado, quienes criáis toros con sacrificio, mucho sacrificio, invirtiendo tiempo y esfuerzos, para que el toro caprichoso sea al final el que decida sobre el éxito, los chavales que pasan su adolescencia y juventud detrás de un sueño, y tantos y tantos que viven el toro de la mejor forma que pueden.
Muchos besos para ti y para ese país que tanto quiero y que tanto nos enseña en esto del toro.

I. J. del Pino dijo...

Creo, por probabilidades, aunque no lo recuerdo, que la primera vez que mi padre me llevó a los toros fue a la plaza de Haro. Si recuerdo una en la que no le dejaron entrar conmigo (gratis), tenía yo seis años y él se tuvo que quedar también fuera.
A partir de ahí el siguiente recuerdo que tengo es estar en los exteriores de la antigua plaza de logroño, porque no tenía dinero para entrar, escuchando los olés y los pitos del respetable e imaginando faenas.
Lo siguiente fue colarme.
Creo que los inicios de todos nosotros son muy muy parecidos.
Emocionante texto.
Un saludo, amigo.

Enrique Martín dijo...

I.J. del Pino:
Tú además escenificas ese llevar de la mano en la foto de tu perfil. No creo que haya mejor manera de acercarse a esto que yendo de la mano de alguien querido, el padre o el abuelo, pero también puede ser un tercero que puede que ni sea pariente, pero que sí que quiere compartir las sensaciones de los Toros.
Un abrazo amigo