martes, 12 de mayo de 2015

Están aprendiendo, pero no quieren aprender

¿Y si cambiáramos las manoletinas por ayudados por alto?


Cuando vemos a los niños jugando al fútbol podemos darnos cuenta la fidelidad con que copian a sus ídolos las celebraciones de los goles, las protestas, los enfurruñamientos, como decía aquel, lo primero que aprenden es lo malo. ¡Qué curioso! En el toro pasa lo mismo. No se crean que se fijan en como se fija un toro, en como se le enseña a embestir, en como pone la muleta, como se cita, como se embarca la embestida, como se le manda en el viaje y como se domina al animal, o lo que ya es para nota, como se remata un pase. No, por favor. Lo primero de todo es aprender a encandilar al personal, “venderlo” que dicen los que saben, en darse importancia, en ponerle cara de perro al que te paga, en soltar coces al presidente por un despojo no concedido, o no regalado y en quejarse como una plañidera de que no se le ha tratado como merecía. Pues ahora mezclan todo esto, lo agitan a gusto y tendrán lo que ha sucedido en la primera novillada de esta feria, perdón, de esta verbena vespertina en que se ha convertido este San Isidro 2015. Qué cosas, uno que ya está sobrado de escuchar eso del respeto, el respeto por aquí, el respeto por allá, el ser benévolo con los chavales que tan malos ratos pasan delante del toro y en ese supuesto no saber apreciar lo que hacen en el ruedo. Pero por favor, si alguien tiene la respuesta, díganme, ¿quién respeta a la Plaza de Madrid? ¿Quién se para a pensar en el respeto que merece una historia, una tradición? ¿Quién respeta a una afición pisoteada, a una plaza tan devaluada que la han convertido en un títere en manos de los taurinos? ¿Respetan esos que jalean a presidentes para que concedan un despojo lleno de chinches, los que hacen que las mulillas vayan gazapeando por el ruedo para ganar tiempo a la infamia, los que no miran lo que es el toreo y solo se quedan en el negocio? ¿Respetan todos estos, toda esta panda a los que sí se ponen delante del toro de verdad y hacen el toreo de siempre, el que nunca debería morir y que cada vez que aparece provoca el estremecimiento? Cuéntenme otra, pero no me hablan ya jamás de respeto.

Y dirán, ¿a qué viene todo esto? Pues muy sencillo, yo se lo explico, si me lo permiten y me prestan unos minutos de su tiempo. Esto viene a que en esta primera novillada, tanto los tres chavales, como ese público jaranero u amante de la merienda, cómplices con el señor presidente, han vuelto a violentar esta plaza, esta afición y este espectáculo, que tan rimbombantemente llaman arte. Novillos muy novillos del Parralejo y tres novilleros, muy poco novilleros, Gonzalo Caballero Fernando rey y Francisco José Espada. Dirán que el tono es demasiado duro. Bueno, ya me dirán, si ellos van de figuras, tratémosles como figuras.

Gonzalo Caballero abría plaza y la verdad es que se le esperaba, pues la pasada temporada tuvo tardes que hacían pensar que aquí podía haber un torero en ciernes. Su primero salió enganchándole con violencia el capote por el pitón izquierdo. Quizá si se lo pararan los peones. Cundió cierto desconcierto incluso hasta el primer encuentro en el caballo, cuando el toro perdió las manos antes de llegar al peto. Ni en este, ni en el sucesivo encuentro se le castigó. Tal era la flojedad del animal que todo eran capotes al cielo y así evitar mas descalabros. Pero Gonzalo Caballero decidió empezar su trasteo rodilla en tierra, eso sí, como si fuera un enfermero de primeros auxilios. Todo rezumaba sosería por los cuatro costados, más casi por culpa del novillo, pero eso no es óbice para pedir un poco de torería y no para que todo sea llevar al animal enganchado con el pico de la muleta, lo mismo por uno que por otro pitón, para después echar mano de un encimismo, que no es otra cosa que el valor mal entendido, pero que enerva a las masas. Que si este es el objetivo, pues entonces me callo. Y mientras, el animalito aguantando en pie como podía, intercalando algún morrón que otro. Las bernadinas que no falten y una estocada entera bastante desprendida, por aquello de la benevolencia. Y en lugar de hacer examen de conciencia, el matador se pone a expresar su descontento con el señor presidente por no regalarla el despojo, no siempre en ese tono respetuoso que tanto se exige en esto de los toros.

En el siguiente el panorama no varió demasiado, recibió al novillo con unos mantazos que bien podría instrumentar un peón. Picotazo en la primera vara, marronzao en la segunda y el toro se queda sin picar. Eso, sí, tuvo el detalle de cara a la galería de hacer mover el caballo justo delante de la Puerta de Madrid, quizá para congraciarse con los que exigen ese punto exacto para la suerte de varas, como si un metro más allá o más acá ya no estuviera el penco a contraquerencia. Hombre, pongámonos exquisitos con el picar trasero, con el no poner el toro en suerte, con el no picar, con tapar la salida, con la colocación de los de a pie o con que se ofrezcan los pechos del caballo, pero no con ese más menos un metro a un lado u otro. Y digo un metro, no diez o quince, que a veces das el pie y te toman la mano. Al del Parralejo no le pareció buena idea lo de las banderillas y lo hizo notar. Inicio de faena con estatuarios con los pies muy quietos, para pasar a derechazos sin fundamento, naturales pegando tirones, encadenando las series mecánicamente, con el pico de la muleta y más que ligando, empalmando los pases. La cosa iba ganado terreno hacia la vulgaridad, cuando en un intento sin saber cómo, de un pase por detrás, Caballero salió trompicado de mala manera. Esto pareció despertar al público y tras unas series más enrabietadas que otra cosa y las consabidas manoletinas, esto que no falte, decidió despreciar la muleta y echarse sobre el lomo para matar. ¿Es necesario semejante despropósito? Si por mucho que se pongan, la suerte suprema bien ejecutada siempre tendrá mucho más valor y tendrá mucho más riesgo que todos estos inventos de asaltaplazas sin recursos. En esta ocasión sí que se le dio el despojo, a ver si así se contentaba el hombre. Fueron sonoras las protestas, pero en este caso el espada no optó por despreciar la oreja, que ya sabemos que es algo antireglamentario, pero igual que lo es una oreja tras un bajonazo. Eso sí, si hubiera tomado esta decisión, seguro que los que protestaban le habrían pagado la multa a escote, pero noooo, lo importante era el despojo con chinches. Esperemos que Gonzalo Caballero recapacite y piense como triunfaba en Madrid y si lo de esta tarde se puede tomar como un éxito.

Pero había dos novilleros más, uno, el debutante Fernando Rey, que la verdad que no dejó ver gran cosa. Las verónicas de bienvenida al segundo de la tarde quizá habrían tenido más sentido con el toro ya fijado en los capotes. Intentó ser variado, pero a una distancia que no le comprometiera demasiado, dejando ver solo la puntita del capote al novillo. Primera vara sin poner el toro en suerte, debía haber prisa. Picotazo y picotazo señalado, mientras el malagueño andaba por donde le venía en gana, sin pensar que en el primer tercio los matadores también tienen su sitio en el ruedo. Se dolió de los palos el novillo. El inicio de faena fue una serie de muletazos por bajo con cierto gusto, embarcando bien al toro y llevándolo largo. Pero ahí se acabó todo. Lo siguiente fue un dar aire a su oponente, acompañando que no toreando y apelotonando los pases, que no ligando. Citaba con la pierna de salida adelantada antes de que el toro se arrancase, lo que le facilitaba el echarse el toro hacia afuera en cada pase, obligándose a dar una carrerita a cada trapazo. Y por supuesto, antes de cuadrarse, las manoletinas de rigor. Al cuarto le dejó andar a su aire por el ruedo, probó en el picador que hacía la puerta, luego le abandonó por donde merodeaba el de tanda, para que no se le castigase, mientras echaba la cara arriba. Las banderillas le hicieron mucha pupa y se le notó. El resto, pues casi una copia del trasteo de su primero; pico, trapazos, sosería, más pico, más trapazos, descolocado y así hasta el aburrimiento.


Francisco José Espada es otro de esos novilleros que un día decidieron que ya iba para figura, quizá por un día de esos de público generoso y cuervos peligrosos de los que cogen a los chavales, les sacan las entrañas y luego les dejen tirados, quizá con la excusa de que no están preparados. Por supuesto, ¿cómo lo van a estar? Si a estas alturas solo pueden tener disposición y hambre de querer ser toreros. Así salió Espada con los pasos muy bien aprendidos, mantazos de salida para cubrir el expediente. Sí colocó bien al novillo en la segunda vara, pero no en la primera, en la que el animal eligió desde donde acudir al peto. En ninguno de los dos casos pasó el castigo de un picotazo leve y cariñoso. Siguiendo los pasos del ejercicio gimnástico ya aprendido, comenzó con muletazos por ambos pitones, pero sin coordinarse con la embestida de su oponente. Yo doy el pase y tú te acoplas, que para eso yo soy la figura. Pases según le viene, sin tomar distancias, terrenos, a gusto del toro. Ahogando las embestidas, se limitó a acumular pases y más pases, sin ningún criterio, lo que tocaba era pasar, pasar y pasar y como guinda, un bajonazo de pedir perdón. Lo del sexto fue más de lo mismo, esos capotazos porque sí, porque no debe haber nadie que les haya dicho que quien mejor para al toro es el peón de brega y que en ese acto el torero puede ver mucho de lo que trae el novillo. Este, a su aire, fue al caballo por el trámite de rigor, dos picotazos escasos, que a muchos ya les parecía una carnicería, pues no llega el toro al peto y ya están con eso de “está picao”; y tienen razón, ya salen “picaos”, pero si es así, algo no va como debería, ¿no? Parecía más animoso Espada al tomar la muleta, pero esas ganas se tradujeron en apelotonamiento de pases empalmados, abuso del pico, banderazos levantando la mano al rematar, muchas carreras para ponerse en el sitio que perdía al no mandar en las embestidas, para acabar, ¿lo adivinan? Con unas manoletinas. Hombre, ya puestos, que prueben con el toreo a dos manos por alto, con ayudados, que también calientan a la gente, es mucho más torero y además te permite seguir llevando toreado al animal y ponerlo en suerte para la estocada. Estocada soltando la muleta. ¡Qué perra! unos la tiran para encunarse en los pitones y otros la sueltan allí dónde les parece. Quizá perciban cierta dureza, no les digo que no, pero es que estos chavales se supone que son las figuras de mañana y claro, hay quien ya está cansado de aguantar trampas y vulgaridad y cuanto antes se lo hagamos saber... Que sí, que ya lo sabemos, que “Están aprendiendo, pero no quieren aprender”.

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