jueves, 30 de abril de 2020

Sin público, sin aficionados, sin toro, sin nada


¿Hay alguien ahí? Sí, los de la tele. ¿Pero hay alguien ahí?




Demasiado a menudo se escucha, cuándo quieren justificar los regalos de despojos, que esto de los toros es una fiesta del pueblo, aunque igual no se les entiende bien y lo que quieren decir es que es una fiesta para sacarle la pasta al pueblo y en agradecimiento les reembolsan con casquería a tutiplén. Y que si para intentar llenar la bolsa hay que prescindir del pueblo, pues adelante con los faroles. Total, ¿qué más da? Que hoy en día, con los adelantos de la técnica se puede suplir al respetable con mil y un artilugios. ¿Qué no se oye el rumor de la gente? Unos altavoces así, bien gordos, que haga retumbar los muros del templo de Salomón. ¿Qué no hay quién pida los despojos sacudiendo pañuelos al viento? ¡Naaa! Manden un mensaje al 3232 con la palabra “despojo1” o “despojo2”, si quieren que estos sean dos y si han de ser más, manden los dos mensajes juntos. O bien, voten en nuestra cuenta de tuiter o de güasad, indicando su nivel de agrado, con las siguientes palabras: “bueno, no ha estao mal”: “ha estao por encima del toro”; “Olé los toreros güenos”; “Hay que abrir la puerta!; “Inmenso”. Y en cuanto a los toros, solo se admitirá el mensaje “este toro es de vacas”, no admitiéndose ningún otro. Eso sí, yo quiero verles dar la vuelta al ruedo a una plaza sin un alma, aunque igual tampoco es demasiado inconveniente, bastaría con ir repartiendo a lo largo de las tablas, de forma estratégica, ramos de flores, botas, puros, manojos de espárragos o gallinas boca abajo. Y ahora que me digan a mí que para esto de los toros hace falta público. ¡Anda ya!



Aunque lo mismo, pensándolo bien… Que a lo mejor no es momento de poner esto en manos de la tecnología, de los adelantos inventados por el hombre blanco, ni los cerebros del oriente, que igual la cuestión es pararse un segundito nada más y volver a recapacitar sobre lo que es esto del toro y no echarnos sin reservas en los brazos del e.taurus versión 2.1. No parece muy aconsejable que para salvar la cartera de cuatro se eliminen a alguno de los actores de la fiesta de los toros. Que la demagogia puede ponernos por delante justificaciones casi humanitarias, salvar una res, salvar una ganadería, minimizar el desgaste económico de tal o cual señor, lo que me recuerda a quel final de la Lista de Schlinder en el que el protagonista se deja llevar un tanto por la sinrazón, pero los parches nunca han sido buenos, si acaso los medicinales que calman el penar de los pacientes, pero que solo palían el mal, sin ponerle un remedio definitivo. Que si solo vamos a lo económico, lo mismo estamos tirando de la manta para taparnos las orejas y dejamos los pies al aire, para que se nos acabe llevando por delante nuestra fiesta una pulmonía doble. Que a otros parece que les han entrado ahora las prisas y solo quieren que les arreglen lo suyo y nada más que lo suyo, porque la fiesta les importa entre poco y nada.



Nos viene ahora un señor con que tiene que sacrificar la mitad de su ganadería, como si las circunstancias actuales fueran la causa definitiva de ello, como si no lo tuviera decidido hace tiempo, como si la causa real no fuera la inviabilidad de una vacada sobredimensionada, como tantas otras, porque un día solo se pensó en lo económico, en ampliar el negocio y no en otras cosas, como la buena salud de la ganadería o, yendo más allá, de la fiesta en si. Y si de parches hablamos, ahora nos viene la tele oficial del taurinismo y dice que quiere dar festejos a puerta cerrada, en los que por supuesto que caben todas las ocurrencias y barbaridades que se puedan pensar y que el absurdo ya apuntaba unas líneas atrás. Que igual nos vienen con el caramelito de que habrá encastes variados y toreros no habituales. Parche, parche y otro parche más. Porque díganme ustedes qué hierros se verán agraciados con la lotería de la tele. Pero si así calmamos el rugir de nuestra conciencia y hasta lo podemos vestir de mérito protaurino, pues nada, los disfrazamos y que salga el sol por “ande quiera”. Y si a este engendro no se apuntan las figuras, pues ya saben ustedes, que dicen que si se pagan los mínimos y entonces el parche ya gusta poco, ya gusta menos que uno de nicotina en un ojo. Eso sí, sin personal, el Valhala taurino, torear sin nadie que reproche nada, que pida nada y que censure nada. Así lo ven ellos, el público molesta, el aficionado molesta, porque es el que no les permite el confort del hacer de su capa un sayo. Eliminamos a uno de los actores principales de la fiesta y todos tan contentos. O igual público si quieren, porque estos son los que ponen la guita por delante, que escala en la bolsa del empresario, termina en sus bolsillos. Quieren esa fiesta liberalizada que les permita campar a sus anchas. Y sí es verdad que el público mantiene esto económicamente, pero el aficionado es el que hace que la degeneración no avance, el que lucha por mantener las esencias de todo esto, el que exige el toro íntegro, el que no traga con el toreo trampa y el que puede hacer que no siempre sean los mismos, los mismos hierros, ni los mismos toreros. El aficionado es uno de los contrapesos de la fiesta, o debería serlo, en oposición a los toreros, ganaderos y empresarios, cada uno por su lado, aunque en los últimos tiempos más parece que el aficionado se encuentra solo ante los otros tres estamentos, lo que se viene llamando “taurinos”. Que igual estos caballeros no son conscientes de adónde nos puede llevar todo esto, ni las consecuencias, ni dónde está el final del camino, quizá más cerca que lejos, pero lo que está claro es que su objetivo, aunque no sean conscientes del todo, es una fiesta sin público, sin aficionados, sin toro, sin nada.



Enlace programa Tendido de Sol del 26 de abril de 2020:

https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-26-abril-se-audios-mp3_rf_50441099_1.html

miércoles, 22 de abril de 2020

La naturaleza desbocada


Quizá no solo no sea posible volver a la edad de las cavernas y además, no parece muy recomendable

La verdad es que no me gusta eso de que no hay mal que por bien no venga, porque mejor es que el mal no aparezca y que el bien nos llegue cada mañana, como tampoco me agrada eso de que hasta del infortunio hay que sacar enseñanzas positivas, pero así es la vida y no la vamos a cambiar ahora, aunque bien es cierto que de todo se pueden sacar conclusiones que nos pueden venir bien, si es que nos aplicamos en ello, porque también puede ser que no y que permanezcamos en esta negra ignorancia.

Uno de los argumentos de muchos urbanos ecologistas es el pretender que se deje la naturaleza a su aire, dejar a los animales en paz, sin cazarlos, sin regular su población o, como en el caso de los toros de lidia, permitir que anden a su aire en la dehesa, que se les eche de comer, sin mentar ni de lejos una plaza de toros. Tal cual como en los tiempos en que nos cubríamos con pieles de los animales que cazábamos, por cierto, y que nos alimentábamos de bayas, frutos del bosque y la escasa carne cruda de los animales a los que “arrebatábamos estas pieles.

Eso quizá estuviera muy bien en aquellos años en que el urbanismo era cosa del diablo, cuándo los loft se reducían a un rincón en dónde acurrucarse en una cueva, cuándo la expresión artística era pintar ciervos, búfalos, mamuts y toros en la gruta y cuándo, desde luego, no había wifi para watshapear con los neardenthales que conocimos recogiendo moras. Pero si ahora dejamos a los animales a su aire, puede pasar lo que está pasando, que los animales se desmandan, que las poblaciones se disparan en unos casos y en otras quedan muy mermadas porque no hay quién las atienda, cuando no es que sus depredadores se han multiplicado sin medida. Otros atacan directamente a plantaciones de frutos, con el perjuicio que esto acarrea para el ser humano que no tiene acceso a las bayas y se tiene que alimentar de lo que se siembra en el campo, eso que se ha dado en llamar agricultura. Y precisamente para que se alimenten los que habitan en eso que llaman ciudades. Vaya, que se nos está empezando a resquebrajar el mito de la naturaleza a su aire, o cómo diría el clásico, a su p… bola.

Pero miren, al menos con esto de la pandemia y el tenerse que quedar en casa lo mismo neardenthales, que cromagnones, que ecologistas/ veganos/ almas puras/ que malajes carnívoros, van a dejar a los toros en el campo, sin que nadie les moleste, sin que nadie les muestre trapos rojos provocadores. ¿Seguro? Pues no, la vida no es tan simple. Quizá precipitadamente, no digo yo que no, pero ya ha empezado el desfile de reses al matadero. Algo que si no era hoy, tenía que llegar. Que bien, un toro de lidia sacrificado en un cajón con una descarga, en el mejor de los casos, desollado casi cuándo aún le queda resuello, en demasiados casos. Que bonito espectáculo, ¿verdad? Una maravilla. Que habrá a quién le parezca más justo, más ético y de mejor persona. Pues si así lo creen, perdonen y permítanme que les diga que desconocen de medio a medio la naturaleza de lo que llamamos toros de lidia. ¿Sufrimiento? Pues no me atrevería a asegurar que el matadero les estrese más que una plaza de toros. Que aunque les parezca inverosímil, en esta la sangre se evita mucho más minuciosamente que en un matadero industrial.

En una plaza de toros el hombre aprovecha el instinto de un animal, el toro, que nació y está configurado morfológicamente para luchar, para pelear hasta la muerte si es preciso. Igual que el caballo o el galgo viven para correr, los perros para cazar o los pájaros para volar. Díganme en qué caso defendemos la dignidad de este animal en un matadero, cómo dejamos que aflore su instinto. Que una cosa es la idealización que podamos recrear en nuestra cabeza, tan llena de bondad, buenas intenciones y supuesto amor a los animales y otra la realidad, el resultado de millones de años de un laborioso proceso llevado a cabo por la naturaleza. Que no discuto que a ustedes no les gusten las corridas de toros, si hasta puedo llegar a entenderles y soy capaz de ponerme en su lugar, pero a cambio, ¿por qué no intentan ponerse en el lugar del toro? Que aunque ustedes crean lo contrario, no creo que hayan podido conseguirlo jamás. Bueno, sí, se ponen en lugar del toro, pero sin perder su condición de bípedos animales racionales. Eso no me vale. Cómo apuntaba Luis Landero, intenten ser toros, ¡qué gran afán, ser toro! Pues pónganse a ello y si les cuadra y tienen wifi, háganlo mientras ven embarcar toros cuajados de cuatro años camino del matadero. Y piensen que si esto de los toros se acabara mañana mismo, tendrían que ampliar la potencia de su wifi, porque entonces los vídeos se multiplicarían exponencialmente con vacas y terneros yendo en busca de ser apuntillados o electrocutados. Y sdi quieren, a continuación deténganse un instante viendo un tercio de varas, ese momento en que se pica al toro desde un caballo. Contemplen al toro arrancándose de lejos al peto, despreciando cualquier oportunidad de huida y vean cómo jinete y montura bailan sobre los pitones conducidos por la fiereza, la casta y la bravura. Entonces, no les quepa duda, ustedes sabrán de verdad lo que supone y lo que es la naturaleza desbocada.

Enlace programa Rendido de Sol del  19 de abril de 2020:
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miércoles, 15 de abril de 2020

Volveremos


Las cuadrillas volverán a pisar la arena y con ellas, volverán las emociones




Son días de estar en casa, encerrados y casi mejor, porque los hay que se ven obligados a salir cada mañana a trabajar, esos a los que nunca agradeceremos suficiente el que podamos pensar que si enfermamos nos atenderán, si nos hace falta pan ellos lo cuecen y otros lo venden, que si hay que llenar la nevera, ellos nos la llenarán desde lugares lejanos en los que nace, crece y se produce todo lo que nos permite seguir viviendo con los mínimos trastornos posibles. La pena es que a nuestro lado también los hay que no tienen ni nevera que llena, ni un rincón no solo dónde colocar esta nevera, sino que ni sitio para descansar sus huesos tienen. Permitámonos el desasosiego, el penar, lamentarnos, gritar al cielo, pero no dejemos que esto sea una cadena que se nos agarra al cuello. Que el dejar salir las tensión está bien y hasta es sano, pero convertirlo en una cantinela que nos ate de pies y manos es letal.



Hay mucho que lamentar, desde luego, los aficionados a los toros vamos viendo pasar el calendario y con él contemplamos cómo se van cayendo esas fechas que siempre fueron tardes de toros. Los toreros con el de luces en el armario, los toros entre la dehesa y el matadero y los empresarios entre la esperanza y la bancarrota. ¿Quién nos lo iba a decir? Lamentándonos por los empresarios, pero sí, ellos también son necesarios y también están pasando su quinario. Ya llegarán los días de pedirles cuentas. Ojalá lleguen pronto esos días, los días de aclamar las glorias de los que lucen moña y coletas y si es el caso, de censurarles, de criticarles, porque ese es también un elogio, la exigencia a aquel que creemos que se le puede exigir, porque él puede hacer el toreo. Porque les queremos tratar como toreros y no como monigotes vestidos de dulce. Los toreros han alcanzado esa dignidad de poder tocar la gloria con los dedos y de tener que encarar con valor las críticas. Por eso son únicos.



Estos toreros de los que debemos aprender a afrontar los reveses de loa vida. Hemos recibido un tremendo cornalón de mil y una trayectorias, que nos ha seccionado la femoral, la safena y hasta el alma, pero que ni de lejos ha rozado nuestra afición. Lecciones de matadores de toros y novillos que se han tenido que enfrentar al desgarro del pitón en sus entrañas, que desde la misma camilla ya preguntaban cuándo iban a volver a torear, que con resignación aceptaron que el camino iba a ser empinado, lleno de piedras y curvas traicioneras. Toreros que un día les dijeron que no sabían si iban a poder volver, que les valía con poder volver a caminar, con escapar de la pérdida de un miembro, con esquivar la silla de ruedas, con poder volver a ver, aunque fuera por un solo ojo, con poder llorar solo por un ojo, pero podían llorar.



Aprendamos de esos ganaderos que salvaron una vacada del matadero y la pusieron en la cima del toreo, que tuvieron paciencia para mantener la ilusión durante años, a veces décadas, pero que sumando los días de uno en uno, poniendo la mirada en un horizonte que iba más allá de los cuatro o cinco años, al final atisbaban la luz, al final se veían en los carteles, precedidos de esa máxima del “6 toros 6, de la afamada ganadería de…” Ellos, toreros, ganaderos, volvieron. Ellos llenaron su espera con la ilusión de aprender, saber, esforzarse, entregarse al toro para poder seguir viviendo, porque para ellos y para nosotros, los que solo podemos sentarnos en los tendidos, el toro es vivir, él nos permite seguir viviendo. La vida más bella, la más hermosa, la de las emociones al límite, las pasiones, las decepciones, la de esas tardes d no poder hablar, porque lo que vimos no se puede contar. Todo esto es lo que nos dará, lo que nos da la fuerza para después de esta hibernación forzada y no deseada nos hará romper las ligaduras que nos amordazan y que nos hará gritar muy fuerte, muy alto y todos juntos que volveremos, volveremos y después… volveremos.



Enlace programa Tendido de Sol del 12 de abril de 2020:

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miércoles, 8 de abril de 2020

Los discursos del toreo


El comienzo del discurso, toro, torero y surge el toreo

El toreo se percibe como una unidad en sí misma, una conjunción de toro y torero, pero que si nos ponemos, se puede ampliar al público y hasta a las condiciones meteorológicas, algo que quizá ya sabían los clásicos y que expresaron con aquellos del sol y moscas. El toreo es un relato compuesto de varios discursos que configuran un hecho armónico, en el que no cabe desafine alguno. Como si habláramos de una sinfonía, basta que un instrumento no dé con la nota, para que se desbarate toda aquella obra. Evidentemente basta abrir la primera página para darnos cuenta de que los discursos que llevan todo el peso son los del toro y el torero, el eje del ritual de los toros.

El discurso del toro se fundamenta en la  casta, la bravura, con unas gotitas, no excederse, de nobleza, para generar unas embestidas humillando, con fijeza, lo que no quiere decir que estas broten por generación espontánea, estas solo son posibles si hay un engaño al que el animal quiere coger. Y dense cuenta que he elegido coger y no seguir, porque el toro debe querer agarrar eso que se le escapa por milímetros una y otra vez. Pero este discurso del toro nos muestra ciertos acompañamientos que enriquecen la música del toreo. La media luna cortando el aire, cada vez más abajo, como manda la tela, como manda el torero. El pitón de dentro siempre un poquito más desnivelado, pues es la única manera de poder describir esas espirales de fiereza. Acompañando, el tronco del toro que entra frontalmente, para ir retorciéndose en torno al torero, hasta casi abrazarle con la grupa, que sale despedida en los remates, pero sujeta al pecho, a la cabeza, que sigue buscando, encelada, al engaño. Las pezuñas, que parecen tener su propio lenguaje, el de la tensión, el de correr buscando, para casi dislocarse en ese trazo de espirales, lo mismo frenando, que empujando la mole hacia adelante, obedeciendo el leve toque del torero, el suave correr la mano, el sutil remate que despide y atrae casi mágicamente al mismo tiempo.

Seguimos pasando páginas y nos encontramos con el apartado del torero, punto esencial en este discurso, quizá el canalizador del vigor y fiereza del toro, que aunque fundamental en todo este relato, lo puede hacer saltar por los aires en cada momento, o quizá, viéndolo de otra manera, iniciar un discurso de vida o muerte, de tragedia, de lo no deseado, pero que al final es lo que hace de todo esto algo grandioso, quizá precisamente, por evitar que el discurso del toreo se interrumpa. La oratoria del torero tiene un punto de partida inevitable, ese en el que el valor y la inteligencia van de la mano, porque si uno se impone al otro puede desencadenar en alaridos destemplados, bien los del torero desafinando con bravatas más propias de otros espectáculos, o los del público enfurecido por la falta de entrega del que porta coleta y castañeta. A modo de un Cicerón ibérico, con fluido lenguaje, sin perder la compostura, elegante, sin aspavientos innecesarios, el torero, erguida la planta, va sometiendo a la fiera, a su oponente, que nunca enemigo. Ofreciendo la pierna como columna sobre la que reposar todo el peso del hombre y sobre la que hacer girar al toro una y otra vez, que si se trunca, se acaba todo. Siempre hacia adelante, como ganado sitio a la gloria, conquistando los terrenos del toro, con esa sutilidad, esa delicadeza que exige la verdad cuándo se transfigura en arte supremo. La sinfonía del hombre con el acompañamiento de las muñecas jugando, engañando, cambiando el viaje a la fiera, haciéndole dibujar caracolas en el aire, las caracolas que sonarán para abrir las puertas de los cielos de la tauromaquia. Las manos ofreciendo el engaño, embrujando al tótem ibérico hasta embrujarlo y enamorarlo hasta el momento final, siempre siguiendo las palmas hasta ese instante en que el toro busca el envés de la mano para encontrar la muerte en la arena. Siguiendo los vuelos de las telas, las que con su discurso describen ondas en el aire, al compás que le marca la mano, la muñeca, el torero, siempre elegante. Discurso que jamás debe interrumpirse con enganchones que silencien el toreo, ni habitar en la lejanía de los pitones, porque entonces no existe el discurso, no existe el toreo, porque dar aire, escapar de las agujas o agitarse con violencia nada tiene que ver con esta sublimación de la tauromaquia, los toros, la corrida de toros, expresión máxima de eso, de los discursos del toreo.

Enlace programa Tendido de Sol del 5 de abril de 2020:
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miércoles, 1 de abril de 2020

La primera vez del niño y el gran día del abuelo


La visión de los toros por parte de un niño, a veces es tan pura, como sincera y como ilustrativa

Será por instinto, quizá el legado cultural o la herencia genética, hacen que el hombre desee y procure lo mejor, lo que él considera mejor, para sus crías su descendencia. A los hijos, a los nietos, los mayores quieren dejarles, aunque sea una utopía, una gran fortuna que les arregle la existencia futura, un valioso recuerdo que les permita permanecer en la memoria, una educación que les haga valerse en la vida. Pero no todo son relojes de oro, cuentas corrientes, una casa en el pueblo o en la playa o una colección de sellos, hay legados intangibles que casi nunca pueden medirse en cifras seguidas de ceros y más ceros, pero que tienen un gran valor. Y si de eso hablamos, la afición a los toros es una de las herencias que no solo no suelen malgastarse, sino que se acrecientan con los años. Basta con sembrar una semillita, para que cada uno vaya haciendo crecer un árbol que llegará a ser robusto y frondoso, incluso para darnos abrigo en momentos de poca fortuna.

Aquel día un abuelo, el padre que ya había prendido esa afición al toro en sus hijos, vivió el momento que tanto esperaba, el niño, su nieto, ya tenía edad para poder aguantar dos horitas en los toros, ya era tiempo de su bautismo taurino. Uno de tantos de la feria de Madrid, se convirtió por azar en uno único y especial. Solo tuvo que quedar una entrada libre, una tarde agradable, soleada, sin agobios y que el niño accediera a ir con el abuelo y el papá a eso que iban todas las tardes de mayo. Un acontecimiento que comenzó en el mismo momento en que se tomó la decisión y que prosiguió según se iban acercando a la plaza, el niño mirándolo todo, callado, con los ojos muy abiertos, girando la cabeza a uno y otro lado y haciendo reparar al abuelo y al papá, cada vez que veía algo que le resultaba conocido, algo ya familiar para él; el puesto con capotes, muletas, estoques, toros, carteles y por supuesto, el puesto de los helados. El abuelo tieso, erguido, que el orgullo le impedía mirar al suelo, excepto si no era para dedicarle toda la atención al crío.

Llegó la hora de entrar a la plaza, el papá del niño se disponía a preparar las entradas, haciendo malabares con estas, con la mochila de la merienda, la botellita del agua y no dejando que el mozo se le fuera de la mano. Y de repente, el abuelo levantó su bolsa con los prismáticos, la almohadilla y programas de al menos una semana antes y chocándola contra el pecho del papá del niño, le dijo: toma, cógeme esto. Y sin mediar más palabra, cogió la mano de su nieto y directo a la puerta, sin mirar ni de reojo si su hijo tenía manos para todo, porque él solo tenía ojos para su niño. Y allá que entraron los dos, de la mano, con tanta solemnidad y orgullo como los césares cruzaban el arco de triunfo después de una victoria. No importaba como se apañaba el improvisado porteador, lo importante era que ese día de mayo, él había llevado a su nieto a los toros. Pasearon con sosiego por los pasillos de la plaza, para que el esbozo de aficionado pudiera verlo todo, carteles, azulejos, unos señores gritando y vendiendo almohadillas, otros corriendo con cajones llenos de bebidas, otros distraídos mirando a las nubes luciendo claveles en las solapas, señoras subidas a tacones que no aseguraban la integridad de sus tobillos, unos mozalbetes repartiendo unos cuadernillos, que fueron a buscar el padre y el hijo y que el nieto, imitando a sus mayores, también pidió el suyo. Que no sabía leer, pero sabía que lo de la portada eran un toro y un torero, de eso no tenía duda.

Y cuándo el abuelo le quiso enseñar la puerta por la que los toreros salían a hombros, el niño vió como en una puerta grande, enorme, monumental, se abría una hoja y dejaba entrever dos caballos blancos. Tiró de la mano que le sujetaba, mientras abuelo y padre le querían retener, porque allí no se podía ir. Pero los guardianes de esa puerta no lo debían saber y en lugar de impedir el paso, citaron de lejos al niño, le abrieron la hoja más grande y le invitaron a ver los caballos. ¡Caballos! Exclamó el alevín de aficionado con los ojos de par en par. Pase, pase, dijeron los porteros. Y sin saber ni cómo, ni de qué manera, el niño se levantó del suelo medio metro. Un señor todo de negro, con una capa negra, botas negras y sombrero negro con plumas de colores, le cogió por los brazos con la idea de subirlo a un caballo. ¡Señores! Que ya somos mayorcitos. Pero el que era mayorcito y pesado, era el niño. El alguacilillo desistió, a medias, del intento y le ordenó al papá: súbelo tú, que me pesa. Y aúpa el mozalbete, subido en uno de los caballos que iban a abrir plaza. Para qué más. El rey del mundo, príncipe del universo, encaramado en la silla de uno de los caballos de la autoridad.

Al fin la terna de padre, hijo y niño se encaminaron a la localidad. Y por si fuera poca la carga, una almohadilla para el chaval. Había que subir al sitio, pero para estas tareas más pesadas ya estaba el papá e hijo al mismo tiempo. El niño, la mochila de la merienda del niño, la bolsa de los prismáticos, la mochila propia y la almohadilla de la plaza, ligera y flexible dónde las haya. El padre a un lado, el hijo al otro y en el centro, el debutante, que en esa espera hasta el toque de clarines recibió todas las carantoñas imaginables de los habituales de todos los días, los mismos que le fueron ofreciendo caramelos, pipas, quicos, panchitos, pastas, magdalenas, melón en tacos y el mundo en papel de plata si hubiera hecho falta. Preguntas de quién es tu torero y gran celebración de los mayores cuando la respuesta era José Tomás. Allí había un aficionado en ciernes y de los que saben. Bendita ingenuidad. Sonaron los clarines y timbales, que no sorprendieron, porque ya sabía que así empezaban los toros. Los caballos que ya eran viejos colegas y después los toreros, aquello iba a empezar, de hecho, ya había empezado. Lo que pasó después poco importa, porque lo que realmente importaba era que el abuelo había llevado a su nieto a los toros, con el orgullo, ilusión y satisfacción que eso le producía, porque no era poca cosa, era la primera vez del niño y el gran día del abuelo.

Enlace programa Tendido de Sol del 29 de marzo de 2020:
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