jueves, 25 de octubre de 2018

Pasados los diez años


Él estuvo en esta grada desde el primer día, pues que siga estándolo

Pues sí, esta grada ya ha sobrepasado los diez años de vida ¿Quién me lo iba a decir a mí? Un día comencé a andar y con alguna parada para descansar, hasta aquí he llegado. Viéndolo todo con perspectiva, la que da el tiempo, no sabría decir si lo realizado coincide con lo en un principio planeado, pero al menos sí se ha cumplido la premisa fundamental: se ha hablado de toros. Muchas han sido las ocasiones en que me he visto con la llave en la mano dispuesto a echar el candado, pero siempre había algún taurino profesional que lo evitaba, siempre había unos Choperitas, un Casas, un Morante o aquellos “Geses”, ¿los recuerdan? Que desbarraban a destiempo.

En diez años he tenido ocasión de pensar que Morante iba a dar poco de si, de hacerme morantista acérrimo, de desengañarme, de no entender sus cosas y hasta de ser testigo de como un personaje devoraba a un torero. La creación se tragó al creador. Dos lustros esperando a ver la reaparición de José Tomás en Madrid y aquí seguimos, que si quieres arroz… Que si viene a Madrid, es con gorra, barbas, una camiseta y a la grada del 4. Eso sí, no se paga con dinero el ver a los “aficionaos” correr como debutantas escaleras arriba en las Ventas, para pedirle una foto al torero, que por otra parte no parecía nada entusiasmado con la idea. También en su día se formaron los ya mentados “geses” peleando por el bien de la fiesta, según decían, pero fue sacar su propio beneficio y ¡plum! A la fiesta, que le vayan dando. Ahora andan ahí, en sus cosas, unos más cabreados que otros, tanto, que hasta se cortan la coleta; otra cosa es saber cuánto tardará en crecerles de nuevo. Dicen que los billetes hacen milagros y que a golpe de morados, les crece hasta una cola de caballo.

Empezamos padeciendo a los Choperitas en la plaza de Madrid y de momento vamos a ver cuándo cae la estrella Michelín para el señor Casas, don Simón. De la esperanza en plazas como Bilbao, Sevilla o Madrid hemos llegado al “otra plaza que ha caído”. Eso sí, al menos han asomado más nombres, esos que dieron en llamar toreros emergentes, que confirmaron muy rápido que eran más de lo mismo, pero dejando respirar a las figuras, porque si se reparte el peso, la vulgaridad se lleva con mayor comodidad. Y de entre todos, el vendaval de Roca Rey, que dicen que es un fenómeno. Bueno, a ver si el año próximo hay suerte y le podemos ver torear en Madrid, porque hasta el momento, solo ha sido cuestión de que el toro pasara, siempre con el mismo ganado, que tampoco hay que probar hierros y encastes diferentes, ¿verdad? Aunque si tiramos por ahí, igual caemos en la cuenta de que las figuras y sus emergentes llevan poniéndose delante de lo mismo desde antes incluso de que este Toros Grada Seis se hubiera tan siquiera ideado.

Diez años y recuerdo a Juan Mora o Diego Urdiales, recuerdo una cuadrilla dando la vuelta al ruedo, recuerdo a los que un día nos ilusionaron y ya no están, Fandiño, Víctor Barrio. Aquella despedida triunfal de Esplá, aclamado por los mismos de los que ahora reniega sin pudor. Cuantas tardes de toros, a veces tarde- noche. Cuantos toros lidiados, cuantos toros buenos que se fueron, cuantos que no nos dejaron ver, cuantos pseudotoros. La consolidación de la Tauromaquia 2.0, con sus empresarios/apoderados/ ganaderos/ toreros/ opinadotes/ todo lo que se les pueda pasar por la cabeza. Y tanto corre el tiempo, que ya casi se ha superado esa Tauromaquia 2.0, para dar paso a este engendro que no hay cristiano que lo bautice.

Pero lo mejor, y con diferencia, han sido todas las personas que este Toros Grada Seis me ha traído hasta esta grada imaginaria. Muchos amigos, muy buenos amigos, compañeros de afición, de pasión, de penas y alegrías, porque si las penas se rumiaban, las alegrías se celebraban y de qué manera. Pocas cosas son comparables a encontrarte con alguien, que te pare y te recuerde la última entrada, aunque si me lo permiten, voy a revelarles un secreto. Una vez que escribo algo y lo publico en este blog, se me olvida casi instantáneamente. Que seguro que ustedes saben más de lo que aquí se ha publicado, que yo mismo. Recibido el regalo de amigos de Madrid, de fuera de Madrid y hasta de México, el DF y Aguascalientes, de Perú, Dinamarca, Rusia, Italia, que no se me olvide mi milanés. He tenido que escuchar estremecido como una familia, ya mi familia, se agarraba a mis escritos con una frase mágica: traigo un papel. Que me perdonen los que gastaron papel y tinta por mi culpa. Un sabio, un maestro, que me comentaba con pseudónimo y que hasta me apadrinó en mi primera aparición en público, mis ojos en el campo, en Trigueros. Hasta un programa de radio me regaló este Toros Grada Seis, un programa y los que se dejaron embarcar en él. Entiéndanme, no puedo dejar de agradecerles el estar siempre ahí, el estar en desacuerdo y manifestarlo con tanta elegancia como sabiduría. Y por supuesto hasta detractores he tenido, ¿cabe mayor privilegio? A todos, muchas gracias, muchos abrazos, muchos besos y si me permiten, a quién un día me puso en este camino de la afición a los toros, un beso muy grande allá dónde se fuera; él que lo leía todo de toros, nunca me leyó una línea. Quizá tenía que ser así. Y ahora a ver si ya alcanzo las mil entradas, el millón de visitas y muchas más satisfacciones, pero eso ya se lo contaré pasados los diez años.

martes, 23 de octubre de 2018

Anuncios de adioses y despedidas


Pocos son los elegidos que dejan un hueco con su marcha

Parece como si octubre tuviera el poder de iluminar las mentes y clarificar las ideas y como por arte de magia, a algunos se les aclara su futuro, así, de repente, como si fuera cosa del más allá. Padilla, al fin, ya se ha despedido de los ruedos; Talavante se ha sentido desplazado y se aparta por un tiempo no determinado; Alberto Aguilar se ha puesto a echar cuentas y las cuentas no le salen; y el Cid esperará una temporada más, quizá vislumbrando una gira triunfal de despedida por esos ruedos de Dios. Lo de Padilla ya se sabía y quizá ya estiró demasiado la goma y parece que ya se pasó el tiempo de pasear esas maneras tan personales que le han hecho triunfar sin dar un mal capotazo, ni un muletazo, ni tan siquiera poner un par de banderillas medio regular. Un torero vulgar donde los haya, al que la tragedia y la mala suerte un día se llevaron por delante, para convertirse en un ejemplo de ambición y pundonor para todos. Se merecía que la afición se volcara con él y así fue, pero no confundamos, que una cosa es esa lección de vida y otra el toreo. Un torero muy integrado en el sistema del taurinismo vigente, lo que quizá le permitió el continuar unos años más vistiéndose de luces.

El caso de Talavante de repente se ha convertido en lo opuesto a lo que es Padilla, un torero del taurinismo, un torero del que para algunos está permitido hablar bien, aunque a la larga sea uno más de los figuras al uso y de los que se sintió parte. No olvidemos sus jugueteos cuando aquello de los “Geses”, ¿recuerdan? Como se revolvían contra quien fuera para defender su bolsa, aunque decían que luchaban por la fiesta, ¿qué cosas? Que nos debían ver cara de ingenuos o de estúpidos. Alejandro Talavante, un torero que en sus inicios despertó las ilusiones de muchos, hasta se veía en él al sustituto natural de José Tomás, pero cosas de la vida, cambió de rumbo y se tiró por lo cómodo, por las formas del puro modernismo y ahí quizá lo perdimos para siempre, porque ni su izquierda volvió a ser su izquierda, ni Talavante volvió a ser Talavante. Intentó regresar al origen, pero la transformación era muy complicada. La polilla no puede volverse crisálida de nuevo y pretender ser una hermosa mariposa. Tras un período de intensa búsqueda, al final pareció encontrar un sitio en el que se sentía cómodo, pero no el sitio que se le reservó en sus comienzos. Así ha ido navegando más o menos, entre dos aguas, hasta que en esta temporada tuvo la ocurrencia de pedir una mejora al señor Matilla y al recibir el no por respuesta y cometer la osadía de enfrentarse al todo poderoso, tuvo que soportar el vengativo ostracismo al que fue condenado por ese magnate del toreo. No entro ni salgo en si esa mejora era merecida o no, ese es otro debate, pero lo que ha quedado muy claro es cómo está esto montado. O pasas por el aro o fuera, aquí sobras. ¿Delito? El no transigir, el no decir que sí, que bueno. Intentó responder en el ruedo con dos tardes en la feria de Otoño de Madrid, pero puede ser que Talavante no estuviera preparado para esa guerra. Y en parte por decisión propia, en parte empujado por las circunstancias, el caso es que Talavante se marcha.

Lo de Alberto Aguilar es algo que nada tiene que ver con los dos casos anteriores, nunca estuvo en una gran casa, por un tiempo tuvo que tragar con lo duro y medio se defendía, pero aguantó poco en este camino lleno de piedras y embarrado hasta las rodillas. Poco a poco ya ni se justificaba con las corridas en que le anunciaban y al final ha tenido que decir adiós, porque si no hay contratos, esto no hay cristiano que lo soporte y la realidad es esa, que no hay contratos. Se marcha con la misma honestidad, con la honradez que mantuvo vestido de luces, no aguantó el ritmo de carrera y nos dice adiós.

Lo del Cid quizá haya sido una sorpresa esperada, aunque lo que muchos se preguntan es que para qué esperar un año. Pero quizá el sevillano aún quiera arrastrase un año más por los ruedos, tal y como viene haciéndolo desde hace demasiadas temporadas. Da la sensación de querer borrar del todo cualquier buen recuerdo del torero que fue, aquel que encandiló a la afición, aquel al que se quería ver, aquel que nadie se quería perder, el mismo que tras bordar el toreo esparcía la frustración sobre los tendidos al pinchar en hueso. Cuantas salidas por aclamación se fueron al limbo por la espada, pero daba igual, lo hecho, hecho estaba. Eso que ahora quiere acabar de enterrar con una temporada más evidenciando que a este Cid, ni doña Ximena le ofrecerá ni un mínimo asomo de entrega.

Otoño de despedidas, octubre desplegando adioses, pero paradójicamente, cuando también muchos aficionados empezaban ya a entonar el “no vuelvo más, se acabó”, cuando empezaban a renunciar a renovar los abonos, cuando ya se despedían de sus compañeros de localidad de años, a punto de decir ese definitivo y doloroso adiós a su plaza, a su pasión, se les plantó delante un torero haciendo eso, el toreo, y encantados, absolutamente entregados, volvieron a beber la pócima mágica del toreo eterno, el de los naturales hondos, con mando, puros, infinitos y se cambiaron las cantinelas del nunca más, por las de por siempre jamás. No había acabado la penúltima del año y ya estaban pensando en si este tal Urdiales vendría en mayo una, dos, tres o las treinta y tantas del abono, incluidas las de rejones y novilladas. Que así es esto del toro, que cuando surge el imposible, esperamos que vuelva a ser posible. Y mientras unos deciden que se quedan un ratito más, se seguirán oyendo de fondo esos anuncios de adioses y despedidas.

Enlace programa Tendido de Sol del 14 de octubre de 2018:


Enlace programa Tendido de Sol del 21 de octubre de 2018:

sábado, 13 de octubre de 2018

Les faltó rebuznar


Ni la estampa respondía a lo que fueron

Nunca había acabado tan tarde la feria de San Isidro de Madrid, pero este año ha cerrado sus puertas el 12 de octubre, vaya si se ha alargado. Con cartel diferente de toreros, pero el mismito de toros que nos tenían programado para aquel ya lejanísimo 28 de mayo. Que si lo llegamos a saber, en lugar de disgustarnos por aquella suspensión a causa de la lluvia, habríamos ido corriendo a la ermita del santo a darle gracias por el milagro de habernos evitado una mala, malísima tarde de toros. Y créanme que lamento profundamente tener que decir esto, pero esta es la realidad. En esta tarde de la corrida de la Hispanidad hemos podido constatar el adiós de los Pablo Romero, ahora Partido de Resina, a los que ya ni guapura les queda. Ni los más fieles podemos seguir defendiendo este hierro, esto no se sujeta por ningún lado; mansos, feos, descastados, a veces hasta con malas ideas, más próximos a las acémilas, que al toro de lidia. Una verdadera lástima.

Habría plaza Rubén Pinar, especialista en rellenar carteles, que no molesta, no estorba, no levanta la voz y puede que haya quién piense que nunca va a decir un “aquí estoy yo” y que los demás se pongan a temblar. A él correspondió el primer Pablo Romero, ahora Partido de Resina, abanto, con intenciones incluso de escapar del ruedo, sin atender a los requerimientos de los capotes. Acudió al caballo a su aire y se limitó a quedarse allí. Complicó a Ángel Otero en el tercer par, defendiéndose y echando la cara arriba, ¿qué digo? Poniéndole el hocico en la frente. Pinar tomó la muleta y no llegó a más que muletazos anodinos a ese mulo que ni tan siquiera iba o venía, pero en un instante en que enganchó la muleta, al no querer soltarla el matador, le tiro un mal derrote le pegó la cornada al espada. Un mulo que no valía ni para hamburguesas y que te meta para adentro. No tiene sentido. Continuó Pinar en el ruedo intentando a su manera sacar lo que aquello no tenía. Era evidente que no estaba en condiciones de hacer nada y quizá en estos casos lo mejor sea irse para adentro lo antes posible. Que esa merma de facultades no pueden justificar cosas como el bajonazo con que se lo quitó del medio. Y aquí se entra en el eterno debate. ¿Si permanece en el ruedo hay que consentirlo todo? ¿Si no se va a la enfermería hay que juzgarlo como a los demás? No creo que nadie disfrute viendo a nadie chorreando sangre y poniéndose delante de un mulo, porque esa es otra, si fuera un toro con algo y le hiciera el toreo, aún, pero en este caso no se dio ni una cosa, ni otra, así que casi mejor que no se haga esperar a don Máximo.

El segundo, para Javier Cortés, ya salió frenándose y resoplando mansedumbre, con mala pinta, no dudó en irse a toriles tras un pequeño garbeo por el ruedo. Ni capotes, ni capotas, ni humillaba, ni se le pasaba por el testuz semejante dislate. Mal tercio de varas, que empezó con la joyita frenando al sentir el palo y como mayor virtud fue el que se dejara debajo del peto. Suelto, mucho capote, nadie le sujetaba y él tampoco estaba por la labor. Que no había joyero que puliera este pedernal. En banderillas hizo hilo y se tiró como un león cuando calculó que podía enganchar a Prestel. Que hasta saltó las tablas para llegar a su presa, con el consiguiente tremendo trompazo para el torero, que se fue para dentro, quizá no contrariado porque te coja un toro, que con eso se cuenta, sino porque te coja eso. En la muleta el bicho se quería ir, no había manera. Cortés medio se pudo defender para sacarlo más a los medios, pero a los mulos no se les puede torear, si acaso, mulear o si nos ponemos finos, acemilear. Era para machetearle y a otra cosa. En los intentos de naturales y derechazos, el espada se quedaba al descubierto, muy al descubierto, encima se puso andarín, sin dar la más mínima opción al menos para cuadrarle y tirarse a matar. La noticia es que no se le escuchó rebuznar, lo que tampoco habría sorprendido.

A portagaoya se marchó Gómez del Pilar, que al menos consiguió dársela y hasta defenderse en unos delantales. Bien puesto al caballo, en los dos encuentros, el de Partido de Resina hasta hizo por pelear, pero al final era más tirar derrotes, que otra cosa. Nada tenía para el último tercio, el matador comenzó dejando que le tocara demasiado la tela, un desarme, cambio al pitón izquierdo y ahí se quedaba a mitad de viaje. Un amago de correr la mano y hasta pareció obedecer; el toro incierto, Gómez del Pilar sin confiarse, intentando dar pases y sin quizá pensar en torear, y me refiero a darle por abajo hasta que no le quedara aliento al animal. Muletazos de uno en uno y unas manoletinas en las que no había acabado de pasar el toro y ya se estaba revolviendo a ver qué quedaba atrás.

Javier Cortés cambió el orden de lidia y echó en cuarto lugar el de José Luis Pereda, que incluso con la capa castaña y sin tener nada que recordara a lo de Pablo Romero, era el que más se podría parecer a lo de Pablo Romero. Entiendan la broma. El de Pereda salió a andar por allí, a su aire, sin poder picarlo, en el último terció la tónica era un muletazo y al siguiente al suelo. Por allí anduvo Javier Cortés, pero allí no había nada que hacer.

Volvió a irse a la puerta de chiqueros Gómez del Pilar y esta vez el cárdeno se frenó antes de tiempo y ni la larga de rodillas se tragó. Acomodado en toriles, no quería ni un capote, pero aún así, su matador se despachó con unas verónicas medio apañadas, que ya era mucho decir. Muy mal picado, en mitad del lomo. Suelto al de puerta, sin atisbo de humillar, paseando como un mulo, volvió al de tanda y ahí el pica se aprovechó, tapándole la salida y dándole sin pena. Incierto en banderillas, siempre con la cara alta, se paraba y cuando lo veía claro, tiraba el arreón a los de los palos. No quería muleta, huyendo permanentemente, primero en busca de la querencia de toriles y después escapando a cualquier parte donde no viera un trapo rojo. Quizá aquello no tenía otra cosa que un macheteo y a tirar, pero Gómez del Pilar se empeñaba en el derechazo y eso era un imposible.

El que cerraba plaza no sé si era el que más parecía un Pablo Romero o el que más tenía apariencia de toro de lidia, pero bastaba con verle un momentito y se esa idea se esfumaba. Fue al caballo al paso, sin intento de pelear, tirando derrotes a la guata. Mitin en banderillas y cuando Cortés tomó la muleta para pasarle por el derecho, aquello miraba y volvía a mirar, sin meter la cara, tirando derrotes, lo mismo por el pitón izquierdo, cara al cielo y quedándose en mitad del muletazo. Una joya, como todos, que ni pasarle por la cara admitía. Y esto es lo que creímos que nos habíamos perdido en el ya lejano mes de mayo. Quizá no supimos entender la señal que nos mandó el cielo, que aquello no iba a valer ni para carne, que eran unas joyas que no había joyero que supiera enga5rzarlas, que no se puede decir que los espadas estuvieran bien, ni mucho menos, pero es que lo que echaron de Pablo Romero, ahora Partido de Resina, es para avergonzar al que los fundó. Feos, con trazas que en nada podía imaginarse que estos fueran hijos de aquellos que se ganaron el ser los más bonitos, mansos, descastados con malas ideas, en dos palabras, que solo les faltó rebuznar.

lunes, 8 de octubre de 2018

Cuando se vive el toreo


Urdiales vivió el toreo

Lo de las creencias, las pasiones, las entregas incondicionales a una idea, los mundos heredados, los universos aprendidos y a veces no vividos, a veces te regalan eso mismo, el poderlos vivir, aunque sea por unos breves instantes, muy intensos, pero que siempre se hacen cortos. Y el toreo, esa creencia que tantos profesan, unos porque lo vieron un día, otros porque se lo contaron y todos, porque lo quieren volver a sentir, hay veces que te besa en los labios, te abraza y te hace sentir cosas que no se pueden explicar y además, que nadie lo intente, es imposible. Puede exteriorizarse con exabruptos, alaridos, silencios crispados, muecas, lágrimas furtivas, pero explicarse. Se puede contar lo que ocurrió un día, un instante, pero lo que sintieron los corazones, ni lo intenten. O sí, inténtenlo y disfruten del no saber que decir y en este caso, de lo que sucede cuando se vive el toreo.

Y se ha vivido con una interesante corrida de Fuente Ymbro, con sus cosas, incluso con algún manso de manual, con comportamientos cambiantes a lo largo de la lidia, con un buen tercero que su matador tiró por el retrete y un sexto que un peón crecido con los aplausos inutilizó a base de tirones con el capote. De presencia aceptable para estas alturas de año y por momentos exigentes con sus lidiadores, con la pega, que no es pequeña, de que no fueron picados, ofrecieron esa imagen del toro moderno, que no aguanta ni medio puyazo y eso que uno de ellos derribó al caballo. Al primero lo recogió Urdiales por abajo, llevándolo toreado, siguiendo en buen tono en los primeros lances en pie, pero ahí ya empezó a flojear el de Fuente Ymbro, saliéndose del engaño. Un garboso galleo por chicuelitas del riojano para poner el toro en suerte, rematadas con una larga con aires cordobeses. Después de los dos picotazos de rigor, el toro ya parecía un moribundo. Apretaba cuando veía los toriles de fondo, aunque estuvieran muy al fondo. Le tomó Urdiales con la muleta con muletazos por ambos pitones, con torería y llevándolo, para continuar con la diestra en una tanda muy molestado por el viento, aparte del vicio del animal de vencerse por ese pitón derecho. Tuvo que buscar los papelillos y tirar del Fuente Ymbro a esa zona menos ventosa. Naturales de uno en uno, el toro no acababa de tener continuidad y para colmo, asomaban los enganchones. Cambio a la diestra, uno suelto, limpio, de nuevo al izquierdo y el quedarse el toro le obligaba a tener que volver a cruzarse, impidiendo la ligazón y continuidad de la faena. Con el toro ya parado, el mejor momento fue una tanda de naturales arrancados a regañadientes al animal, obligando a tener que tirar mucho de él. Sucesión de intentos, para terminar citando de frente mientras no cesaba de escarbar y hasta soltaba algún arreón que otro. Uno estimable, para cerrar con una serie de adornos con gusto, muy toreros y culminar con un estoconazo, consiguiendo el primer trofeo de la tarde.

En su segundo parecía que Urdiales estaba pensando más en irse a casa, que en ponerse a hacer el toreo, pero caramba, caramba. Salió el cuarto doblando las manos, le dejaron de cualquier manera en el caballo. Sin castigo en la primera vara, costó que volviera de nuevo, deambulando la lidia por terrenos del nueve. Una capea en el ruedo, que cerró el Pirri llevando ante el peto al toro, que hizo sonar el estribo. Antes de que Urdiales se fuera al toro, el mismo Octavio Chacón auxilió a los compañeros para cerrar al toro y allá que se fue el matador. Tanteo a una mano por ambos pitones, intentando torear, para proseguir con la derecha, pero con tirones y hasta atravesando el engaño. Un derechazo muy largo y muy hondo, pero no parecía estar claro lo de continuar por ese lado, cambio a la zocata y ahí llegó una tanda de naturales imperiales, conduciendo al toro, tirando de él, templando, mandando, rematando atrás y quedándose colocado para el siguiente, ligando, gobernando las embestidas y el remate. Una tanda más y otra con la derecha, no del nivel de “esa tanda”, pero con fuste y torería. Remates muy toreros, para proseguir de nuevo por el derecho, una tanda citando de frente con la izquierda, dos muletazos espléndidos, un kikirikí y un natural rodilla en tierra para abrochar el milagro, ponerle el sello de Urdiales en el lacre y enviarlo todo al cielo. Una faena que transcurrió con esa naturalidad improvisada del que tiene el toreo muy bien asimilado, muy interiorizado, que no planeado de antemano. Un fluir que culminó con un estoconazo que le llevó directo a los brazos del alguacil que ya esperaba con los máximos trofeos en Madrid, dos orejas, dos vueltas al ruedo y los hubo que pidieron la vuelta al ruedo a un toro que se inventó el torero, pues él hizo todo, él hizo al toro. Y A partir de ahí, que si dos orejas, que si una, que si mil, da lo mismo, porque cuando surge el toreo, no se puede cuantificar en despojos, eso para otros que viven y matan por ellos. Claro que los disfrutará Diego Urdiales, pero lo que ha dado a la plaza de Madrid es mucho más que dos desechos de casquería. Eso no paga, ni pagará, el toreo.

Volvía a Madrid Octavio Chacón, quien desde su mayo triunfal parecía haber transitado por caminos de diferente trazado. Su primero parecía que no le iba a facilitar la ruta, frenándose ya de salida, yéndose suelto del capote y un caminar de medio lado nada halagüeño. Manos por delante, parones, queriendo marcharse, se fue suelto, cruzándose peligrosamente por el derecho y en su huída, acercándose a los terrenos del picador que tapaba la puerta, de dónde se le apartó, no sin riesgo. Le costaba ir al peto, siempre escarbando y en cualquier momento soltando un arreón. Bien conducido al caballo por Chacón, de dónde salió pegando respingos. Un manso de libro. Segundo puyazo cabeceando en el caballo, para acabar dándose el piro: Dos encuentros y el toro sin picar, lo que tampoco se consiguió en la tercera entrada, pues tras el picotazo salía escopetado a otros terrenos menos ariscos con él. Bien recogido de muleta por abajo, a una mano, templando las embestidas, pero sin poder confiarse ni un segundo. El toro siempre quedándose, y todo lo que le instrumentaba el espada cargado de mérito. Venga derrotes, la cara arriba, quedándose en el segundo muletazo y en una arrancada de repente, arroyando al matador. Continuó por el derecho y el panorama era idéntico, el primero mal, pero el segundo, imposible, que no había manera, uno y a por las zapatillas. Una entera algo más allá del rincón y una orejita, que costaba protestar después del quinario que pasó el gaditano.

Si el que hizo segundo era una joya, el que salió quinto era una joya engarzada en una mansedumbre apabullante. Ya se quedaba por el lado derecho de salida, aunque eso sí, derribó y todo al picador. En estas que Chacón perdió el capote, se apartó de la escena y en un arreón desde lejos se lo llevó por delante, quedando el torero enganchado por el pitón y aguantando derrote tras derrote. Parecía como si fuera un capricho eso de no calar, como si algo hiciera que el pitón no llegara al torero y se quedara unos milímetros antes. Hasta cuatro veces hubo de ir al caballo, la cuarta cambiándole la lidia, más a favor de querencia, en terrenos del seis. Siempre apretando para los adentros y complicando a los rehileteros. Ya con la pañosa, se lo sacó con muletazos por los dos lados, rematando con dos de pecho. Tirando de oficio, pero allí no había nada que hacer. El de Gallardo se fue a toriles, pues a toriles con él. No había manera, muletazo y a correr. Reservón, siempre al abrigo de las tablas y huyendo. Quizá el matador quería hacer con el toro lo que este no admitía y no le hizo lo que pedía a gritos, cuatro por abajo y a otra cosa.

A David Mora le tocó el lote de la tarde, algo que no resulta infrecuente, y se lo dejó escapar, lo que también ha sido siempre bastante frecuente. Pero es muy difícil aprovechar el toro bueno si todo se hace al revés. Capotazos echando el paso atrás, desentendiéndose de algo tan básico como poner el toro en el caballo, aunque fuera para que no le picaran y le dejaran el palo trasero; y eso que el animal mostraba fijeza, aunque solo peleara con un pitón. Se hizo desmonterarse a Ángel Otero por tirar dos pares de banderillas, pero ya se sabe, los aplausos por programa, que igual una tarde va con pseudónimo y no le hace caso nadie. Comenzó Mora el trasteo con muletazos por abajo, pero sin temple, ni mando, trallazos y más trallazos. Tirones y trapazos de todos los colores, derechazos y naturales con la muleta al bies, muy fuera y hasta arqueando el cuerpo. Le dio distancia, pero el resultado no variaba y mientras, el de Fuente Ymbro no se cansaba de embestir, hasta concluir con esa frase de “se va sin torear”. Que dice el matador que él no puede expresarse con esos pitos de fondo y esas protestas. ¡Caramba! Que se ponga, verá cómo cambia la música, aunque siempre le quedará el tenis o enrolarse en una sinfónica que ahí el silencia es religión. De la misma forma que en esta, la del toreo, el bajonazo es pecado mortal.

El sexto quizá fuera el más feote de todos, que ya en el segundo tercio fue devuelto, porque le dio la gana al señor presidente, porque el animal se rompió una pata, cuando quizá lo procedente hubiera sido llamar la atención a Ángel Otero por los tirones mientras lidiaba, que provocaron que el animal se dañara, y que el matador entrara a matar, pero no, salió una cabra de El Tajo, al que David Mora mandó al suelo en los mantazos de recibo. Puyazo trasero y el animalito empujaba y todo para afuera, con el pitón izquierdo; detalles que interesarán al ganadero, muy preocupado por cómo actúan los animales en el peto. La segunda vara fue algo más que un pinchazo, pero poco más. Tras dolerse de los palos, el diestro comenzó por tirones por abajo, siempre atravesando la muleta, para continuar con su habitual sinfonía de pico, enganchones, brazo estirado y ausencia de toreo. Mal día para soltar tal repertorio de vulgaridades, porque hasta los más entusiastas de la modernidad y el destoreo supieron que lo excelso no se puede explicar, si acaso contar, si acaso dejar escapar exabruptos, alaridos, silencios crispados, muecas, lágrimas furtivas, pero no explicarse, que eso es lo que pasa cuando se vive el toreo.

Enlace programa Tendido de Sol del 7 de octubre de 2018:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-7-octubre-de-audios-mp3_rf_29144442_1.html

sábado, 6 de octubre de 2018

Un estrobomproptum masicilae nocturno y la de Adolfo Martín


Nos engañaron como a chinos, haciéndonos creer que íbamos a ver una corrida de toros

Quizá ustedes esperen que les cuente cómo vi la de Adolfo Martín de esta feria de otoño tan veraniego, pero claro, es muy fácil esperar que sean otros los que les cuenten las cosas, ¡qué bonito! Y lo mismo hasta esperan que el relato tenga lógica y que les permita más o menos hacerse una idea de lo pasó, que no me atrevo a llamar corrida de toros. Pues nada, hoy por ti y mañana por mí, yo les cuento lo que sucedió y ustedes a cambio me dan su opinión sobre la vida en manda del estrobomproptum masicilae nocturno. Que no, ¿eh? Que no hay por dónde coger al estrobomproptum masicilae nocturno este, ¿verdad? Pues ya les digo que bastante más sencillo que tratar lo de Adolfo Martín, Alejandro Talavante, Álvaro Lorenzo y Luis Davis, como una corrida de toros; ¿qué digo como una corrida de toros? Ni como un capea de aficionados con merendola campestre y todo, porque en lo que el señor Casas, don Simón, nos preparó, ni asomo de merienda, ni tortillas de patata, ni gachas, ni caldereta al punto, ni nada de nada.

Que los aficionados esperaban la de Adolfo como agua de mayo, casi con tanta expectación como unos científicos eslovenos la época de apareamiento del estrobomproptum masicilae nocturno. Que no había asomado el primero y la cosa ya prometía, y me refiero al primer toro, no a lo otro. Suena el tararí y Alejandro Talavante cruza ceremonioso el ruedo venteño camino de toriles. Que lo de la portagayola no conduce a ningún lado, pero, ¡hombre! Algo querrá decir, ¿no? Que no va a ser que se le olvidara la cartera en la furgoneta. Esto es lo que se llama una declaración de intenciones en toda regla. Este viene a darlo todo, pero a veces la explosión de entusiasmo dura lo que dura la fuerza de una gaseosa. Pero bueno, que igual alguien se emocionó, que ya se sabe que el emocionarse o no emocionarse es la vara de medir el toreo actual, no hay otra. Pues fue salir el toro volando por encima del diestro, mientras este medio daba el capotazo y medio esquivaba el vuelo del Adolfo y se acabó casi toda la emoción de la tarde. Muchos capotazos, demasiados, siguieron a esa declaración de intenciones. El animal suelto, se fue al picador reserva, que le tapaba la salida, pero de castigo, poco. Ya flojeaba el cárdeno, cuando fue a paso peregrinación a Fátima al segundo encuentro con el caballo, más que a pelear, a dar una cabezadita bajo el peto. A la salida se trastabilló el peón y mientras llegaban a socorrerle o se lo jugaban a los chinos, recibió un volteretón, cayendo de mala manera. Lo fácil que se monta en Madrid una capea, ya dicho que sin merendola, pero se las pintan solos. Cada uno por su lado, nadie a la salida del primer par de banderillas, con unos que corren mucho y otros que no reaccionan y siguen con el “tres con las que saques”. Ya en los inicios del trasteo, Talavante se mostró bastante desconfiado, con demasiadas precauciones, sin parar quieto un segundo. Un toro moribundo y su matador aperreado, al que no sacó ni un muletazo, ni tan siquiera acompañando ese paso mortecino. Para recibir al cuarto aún le quedaba suficiente apatía y sosería a Alejandro Talavante. Un primer puyazo en el que se le pegó al Adolfo, más una segunda vara apenas señalada. No acababa de verlo el matador y a tampoco parecía decidido a decidirse con este Adolfo, que no hacía ni ganas de humillar y cuando parecía que igual sí, la respuesta de su matador era un medio pase y un respingo. Allí se entabló un emocionante duelo de sosería y tedio entre el marmolillo y el otro; y ahora ustedes adivinen quién era quién.

Álvaro Lorenzo aparecía en esta feria de Otoño gracias a los triunfos pasados de sus paisanos, que con tanto entusiasmo le regalaron algún que otro trofeo en fechas pretéritas, quizá por eso de la emoción. Y el estrobomproptum masicilae nocturno esperando la época marcada para lo de aparearse, eso sí que le va a emocionar. Como su compañero de terna, parecía que el toledano iba a tener la tarde, a juzgar por algún capotazo suelto en el recibo a su primero, con sosería, pero aguantando sin rectificar. Dos puyazos traseros, en especial el primero, con el Adolfo sin ánimo ni de pelear, ni de emocionar; sería porque eso de simular la suerte no llega al personal. Hubo que esperar al segundo tercio para vivir el momento más interesante de la tarde, interesante y emocionante. Iba Sergio Aguilar con los palos, dispuesto a clavar, cuando el toro le tiró un derrote traicionero en el aire, que sin perder la compostura, ni la cara al toro, el madrileño evitó y dejó los dos palos. En su segundo par ya sabían lo que había allí el gris y el torero, que consintiendo un mundo y sabedor del peligro por ese pitón, dejó un gran par de banderillas. Que es asomar el toreo, aunque venga bordado de plata o azabache y nadie se acuerda del estrobomproptum masicilae nocturno. Cuesta afirmar que este segundo tuviera embestidas francas, pero lo poquito que podía tener lo malgasto Álvaro Lorenzo con muletazos plenos de sosería, sacando el culo, muy fuera de cacho, aprovechando el pico de la muleta para pasárselo a una distancia prudencial y poco emocionante; igual daba que se la echara a la diestra, que a la zocata, nada de nada y eso que algunos entusiastas quisieron contagiar su “emoción” al resto de la plaza, pero na de na. Sartenazo que no hacía doblar al de Adolfo y el matador resistiéndose a tomar el verduguillo. Diez descabellos. Quizá era por eso. En el quinto, el señor de Villa Parro, como diría un castizo, se quedó con el personal. Un animalito que ya debió flojear en el campo, que le costaba mantenerse en pie y que hasta fue una vez al caballo. Entonces el usía, entre las protestas de la concurrencia, sacó el pañuelo blanco. ¿Ha ido dos veces al caballo? ¿Ya le han picado dos veces? En ese momento más de veinte mil almas creyeron haber estado en la higuera por unos segundos. Y el socarrón, bromista e innovador señor presidente, sacó el verde. Que lo de este señor es un no vivir, aunque, a ver si aquel día del rabo en Madrid la cosa fue que se equivocó de pañuelo y lo que pretendía era devolver al toro al corral mientras esperaban las mulillas a llevárselo al desolladero. Que es lo que tienen los genios, que sus contemporáneos se pierden y no entienden sus cosas suyas y particulares. Que en ese momento aparece en el palco un estrobomproptum masicilae nocturno apareándose y seguro que a nadie le extrañaría; es que es el señor de Villa Parro. Salió un manso del Conde de Malladle, venga a olisquear la arena y a escarbar, quizá buscando a un estrobomproptum masicilae nocturno, ¿no? Tomaba el engaño echando las manos por delante, aunque sin las exageraciones de un pregonao. Puyazo en mitad del lomo que comprometió al picador, que ya se veía en el suelo. En la segunda se vengó el de aúpa con un puyazo trasero, tapándole la salida. No paraba de escardar el del señor conde, se dolió bastante en banderillas. En la muleta perdía las manos, Lorenzo le dio distancia, para proseguir largando tela cuando el animal se le venía encima. Sin abandonar ese vicio maldito del pico, permitió que le tocara demasiado el engaño. Muchas carreras cuando la tomó por el izquierdo, mientras el otro no dejaba de perder las manos. Vuelta al derecho y siempre excesivamente fuera, vulgar y ya hasta pesado. Pinchazo soltando la tela, como en su primero y de nuevo ese calvario del descabello; ocho en esta ocasión. Pues nada, que se marque un mambo, dijo un parroquiano.

Luis David, de apellido Adame, venía con los Adolfos, quizá para dejar claro si optaba por ser aquel novillero que despertó la ilusión del aficionado el día de su presentación en Madrid o si su intención era ahondar en ese tedio modernista que impones su vulgaridad en la actualidad. A su primero lo recogió con el capote más echándoselo encima, que alargando el viaje. Muy parado el animal, al que no se pico, ya estaba parado, parado, paradísimo. Nada le quedaba para el último tercio, en el que Luis David solo tenía trapazos que ofrecer, desde muy fuera y amparado en el pico, sin otro recurso que acabar metido entre los cuernos, atravesando la muleta, alargando el brazo y sin emocionar, que el motivado ese que se pone a aplaudir solito cuando hay un arrimón debía tener un compromiso y no debió acudir a la plaza, a no ser que estuviera emocionándose por otro lado con el estrobomproptum masicilae nocturno, nunca se sabe. El sexto grandullón salió barbeando las tablas, ¡huyyyy! Que esto no iba a mejorar. No es que pareciera que le emocionaran los capotes a los que trataba con desdén. En el caballo se dejó sin más y el público ni tan siquiera agradeció al pica el que levantara el palo, con lo que eso gusta las tardes de figuritas y paisanaje, pero la concurrencia estaba amuermada y no se emocionaba con casi nada. Una segunda vara con el toro de lejos, pero este fue al paso, él a su ritmo, que no había prisas. Ni señalar el puyazo. El mulo de don Adolfo por allí andaba, se organizó un caos en el ruedo, capotes por el suelo, palos por suelo y cuando ya habían sido tres las pasadas y cuatro los palos clavados, el señor usía decidió que pusieran otro más, que está muy bien, pero la cosa es que han de ser tres pasadas y un mínimo de cuatro palitroques, pero bueno. En las primeras embestidas el animal achuchó al joven matador, pero de ahí no pasó la cosa. Mucho pico, muy ventajista, siempre fuera y de nuevo acortando demasiado las distancias, aunque con semejante mulo, tampoco importaba ya. Vulgar, pesado y de repente que se pone a machetear al mulo. Tres pinchazos, tres y a tomar el descabello, para marcarse otro mambo, como su compañero. La ilusión se torno desesperación y lo que podía haber sido una corrida de toros, en un no sé qué incalificable e inaguantable, que se puede resumir con por allí pasaron Un estrobomproptum masicilae nocturno y la de Adolfo Martín.

lunes, 1 de octubre de 2018

Es sacarnos de Domecq y…


Dos vuelapiés que taparon lo demás

Que daño está haciendo a esto el monoencaste, el monogusto, la monoopinión, el pensamiento único y el monóculo, que solo nos deja ver por un ojo. Nos afiliamos al carretón mecánico y luego nos cuesta movernos de ahí; a las conductas aprendidas y mil veces repetidas y si no seguimos el carril, nos perdemos perdidamente de la perdición. Con lo bien que nos iba con las corridas fofas que se arrastraban por el ruedo del Puerto de San Lorenzo. Ahí lo teníamos fácil, unos ponían posturas de impotencia ante un animalejo rebozado en arena y los otros mostraban su cabreo al ver cómo les tomaban el pelo. Pero en esto que echan una corrida con mucho que torear, con mucho para pensar los toreros y hasta los aficionados y que hasta el que parecía que no se iba a tener en pie, ese al que muchos tildaban de inválido, solo dobló una vez las manos en el tercio de muerte. Si es que esto no es serio. Lo del toro cambiante no se puede permitir. Si sale manso, manso para siempre, si inválido, inválido para toda la vida. Que aprendan de los borregos de la modernidad, salen todos fofos, pero luego es un gusto verlos ir y venir en la muleta y dejan que el andova de turno ponga más posturas que un julay en los billares.

Ya está dicho que era corrida del Puerto de San Lorenzo, para Emilio de Justo, Román y Ginés Marín, ahí es nada. Salió el primero, de la Ventana, con pocas ganas de capote, le costaba a contraquerencia, pero era ver los toriles al fondo y no dudaba un segundo. No acababa de salir y ya tiraba para toriles. Se defendía cuándo se le quería sacar de su comodidad, pero ya en la segunda vara se fue de lejos al caballo, eso sí, tirando derrotes, que esto tampoco es Lourdes. De justo se lo sacó con la muleta a una mano, lejos del abrigo de las tablas. Una primera tanda aguantando, con cierta brusquedad, bronco y una segunda tirando del animal, arrancándole embestidas que parecía que no iba a tener. Lástima que en estos comienzos no hubo asomo de temple. Cambió al pitón izquierdo y la cosa cambió a pico y muletazos pegando tirones, dejándose tocar la pañosa, lo que enseñaba al del Puerto a echar la cara arriba en cada muletazo. Faena con fases de cierto mérito, pero que habría quedado en nada, si no es por el estoconazo del madrileño, que le valió cortar una oreja que no creo que pudiera protestarse, se pidiera o no. Al cuarto le recibió el madrileño con capotazos desajustados. En el caballo mostró fijeza en el primer puyazo que resultó trasero. Mal el picador también en el segundo, que solo atinó a coger toro cuando este ya estaba debajo del peto. La faena de muleta la comenzó Emilio de Justo más dándole aire al toro, que toreando, abusando del pico y con algún que otro enganchón. Daba la sensación de que el de negro se podía empezar a hacer el amo, para lo que no se le ocurrió otra cosa que acortar las distancias en exceso, a ver si así el del Puerto se paraba y dejaba de agobiar de una vez. Cambio de mano y más pico, colada y también por ahí ganaba el toro. Vuelta al derecho, que por ahí funcionó lo de ahogar la embestida. Pero había que cortar la segunda oreja, así que no quedaba otra que tirar de vulgaridad, que eso siempre gusta al público y dicho y hecho, alcanzando el clímax orgasmático y orgiástico con las manoletinas, que nunca fallan. Ni asomo de toreo, pero la gente la estaba ganada, el toro no, pero la gente sí. Otro estoconazo y otra oreja. ¿Excesiva la Puerta Grande? Bastante, pero ya se sabe, una y una, candado abierto. Solo queda que alguien le diga al matador que sí, pero no. Y el respetable que vio un toro que no se movía, dónde había un toro que no se quería que se moviera, que vio peligro, pero no las consecuencias de la falta de mando, de toreo.

Por su parte, al bueno de Román no le quedaron ganas ni de sonreír, no hubo ánimo de mostrar su innata simpatía. Capotazos insulsos de recibo, el toro se puso andarín y acabó emplazándose próximo a toriles. Tanteo capotero propio de peón y cuándo el toro parecía que quedaba para darle tres verónicas el maestro, se lo llevaron al burladero de debajo del palco. En el caballo no hubo quien pusiera al toro en su sitio. Le pegaron y empujó, con más ánimo cuando era para afuera. A la segunda vara acudió como un rayo y hasta casi estuvo a punto derribar. Ya en el trasteo, Román exhibió una sosería y desgana infrecuente en él. Trapazos acortando el viaje y dejando el trapo para que el animal acabara tirando derrotes. Que esto con los del monoencaste y franquicias de nuevo cuño, no pasa. Trapazos y más trapazos, para continuar por el pitón izquierdo, la muleta atravesada y el toro que se va por el hueco entre el bulto y el engaño. Afortunadamente la cosa no fue a mayores. Caos en el ruedo, toreros a cuerpo limpio, a saber dónde tendrían su arma de defensa, el toro hace por la piña de toreros y más parecían mozos en la capea, que toreros. Que parece que eso de solo estoy dispuesto en mi toro y ahí se apañen, está ya demasiado instalado. No parecen querer enterarse de que su toro empieza con el primer tararí y se acaba con los cascabeles del último de la tarde. Prosiguió Román ya en toriles, vulgar, acelerado y las manoletinas, castigo divino, para cerrar con un sartenazo que hizo guardia dos cuartas. En el quinto, uno grandullón y gordinflón, protestado por inválido, que salió con claras muestras de renquear de las patas, las manos traseras para los fieles del Plus, pero que después no acuso tal defecto, ni aún a causa de los mantazos y recortes que le administraron sus lidiadores. Si bien es verdad que hasta empujó en el caballo, también hay que decir que se quedaba parado debajo del peto, sin ánimo de pelea. Quizá era el más marmolillo del encierro. Telonazos de inicio de faena de Román, para ya ensartar serie tras serie de trapazos. Soso el toro y soso el matador. Trallazos y latigazos por el derecho, muñecazos por el izquierdo, pero de toreo, nada de nada. Tras el primer pinchazo y uno más, el grandullón ya salió en busca de su querencia, quizá buscando la salida.

Ginés Marín recogió a su primero a pies juntos, sin sacar los brazos, sin enseñarle al toro a irse lejos. Poco hábil con el capote, no acertaba a poner el toro al caballo y al final, pues desde dentro de las rayas. Al animal se le pegó y él cumplió sin más, acabando peleando solo con el pitón izquierdo. A tirones, con la diestra, se lo sacó más allá del tercio, para continuar citando desde los medios, dándole distancia en esta y en las series sucesivas. Siempre metiendo el pico y manteniéndose a una distancia considerable en cada muletazo y citando siempre desde muy fuera, alargando el brazo. Intento de toreo de frente y el poco mando le obligaba a tener que correr más de la cuenta y de lo permisible cuando se torea de frente. Cambios de mano, muletazos por ambos pitones y enganchones y más enganchones. En su segundo puso en práctica lo de todos, el quererlo parar, tener que instrumentar capotazos de tanteo y cuando el toro ya parece más aplomado, en lugar de salir el maestro, es este el que se lo deja a los peones para que se lo lleven al burladero. Empujó con fijeza, con la cara a media altura, muy mal picado. En banderillas se hizo saludar al Fini y a Manuel Izquierdo. Comenzó el trasteo Marín dando distancia, con la zurda, dejándose enganchar la tela y fue echársela a la diestra, presentándola atravesada, cuándo en una colada el toro se le llevó por delante, pegándole una cornada en la cara. Tuvo que pasar a la enfermería y Emilio de Justo se limitó a trastear con pases de aliño y a matar al toro, que es lo que siempre se ha hecho, sin intentar lucimiento alguno en el toro del compañero herido. Una tarde interesante, con el toro presente, con alternativas de todo tipo, con comportamientos cambiantes de los toros y exigiendo toreros que bregara, les pudieran y les mandaran. Quizá algunos, incluidos los espectadores, esperaban toros dóciles, que salieran picados, lidiados y enseñados a ir y venir alrededor de los de luces, mientras estos ponían poses, como pasa casi todas las tardes, sin entender que el toro de lidia puede presentar mil caras durante su lidia. Pero ya saben, es sacarnos de Domecq y…

Enlace programa Tendido de Sol del 30 de Septiembre de 2018: