lunes, 8 de abril de 2024

El camino de la felicidad novillada a novillada

A saber qué tendrá el toro de hoy al que se le dan chicuelinas de salida. Igual es que no tiene nada y por eso lo permite.


Ya está bien de amargarse la vida, ya está bien de poner pegas a todo, ¿no? O cogemos el toro del optimismo por los cuernos o no sé qué va a ser de nosotros. Que no, hombre, que no, que por la vía del mosqueo no vamos a ninguna parte. A partir de ahora, de ya mismo, solo vamos a ver el lado bueno de las cosas ¿Estamos? Pues no se hable más. Y no hablaremos más, tendremos que guardar un largo y profundo silencio si decidimos mentar solo lo bueno de la primera de las novilladas de esta incipiente temporada. Bueno, sí, que era una tarde agradable, sin frío, sin una climatología adversa y además hasta había partidarios de uno de los novilleros que llegaban dispuestos a darlo todo. Si hasta habían hecho pañuelicos ad hoc para la ocasión ¿Cabe mayor muestra de optimismo? Esos son el ejemplo a seguir. Que uno no sabe si luego tuvieron que guardárselo en un lugar íntimo. Y es que la tarde enseguida agotó cualquier atisbo de optimismo posible. Que no hay necesidad de detenerse en detalles, porque ya que vamos de optimistas, tampoco nos vamos a ensañar en la vulgaridad, el despropósito y el tedio que produce la nada.

Salía el señor ganadero de Brazuelas en una entrevista previa al festejo, diciendo que él había formado su vacada con lo mejor de lo mejor, con unas gotitas de calidad de aquí y de allá, pero igual es que no se fijó muy bien en los frasquitos de esta calidad y puede que esta se le hubiera pasado de fecha. Que hay que tener cuidado, que te caduca lo de dentro y luego las reacciones pueden ser no deseables. Esto es, inválidos hasta el punto de que el mayor mérito no era otro que evitar rodar por el suelo. Unos animales con algún kilo de más, pero que gracias a esto, para algunos pasaron como bien presentados, ¡Bendito optimismo! Iba a hablar del tercio de varas, pero casi mejor podría hablar de la campaña de vacunación de novillos en la plaza de Madrid. ¡Oiga! Que hay vacunas que se ensañan más con los animales. Eso sí, los señores picadores, como de lo sanitario no deben saber demasiado, lo mismo apoyaban el palo en mitad del lomo, que en un brazuelo, que en el carnet de la piscina de los criadores de semejantes animalitos. Que habrá quién me diga que fueron a la muleta; bueno, iban cómo podían, mientras no se vinieran abajo, lo justo para jugar al voy detrás del trapito y tú me lo quitas de golpe. Y a todo esto, desde el palco parecía que no se veía un atisbo de invalidez y el usía no sacaba el pañuelo verde, no fuera a ser que alguien se pensara que la cosa no iba cómo debiera y le invadiera el pesimismo. Bueno, sí, a uno lo echaron para atrás y salió uno de María Cascón, que… Si los demás no podían con su alma, este no podía ni con los pensamientos. Eso sí, de presencia imponente, pero tan hueco de todo, que parecía el palacio del eco, eco, ecooo, ec… e…

Pero también hubo tres muchachos que se presentaban, que ya después del festejo, si alguien, aparte de los paisanos, quiere recordar sus nombres, no le quedará otra que mirar y remirar el programa: Daniel Medina, Fabio Jiménez y Tristán Barroso. Que habrá quién les haga creer que la excusa de la flojera del ganado les sirve para excusarse ellos mismos, pero… Que no cuela, ya les digo yo que no. La misma vulgaridad de todos, la misma trampa de todos, trapazos a tutiplén abusando del pico como si no hubiera un mañana, manteniendo una prudencial distancia al pasarse los novillos y una insistencia desesperante de mantener en el ruedo a un inválido. Que antes ya se ha apuntado la negligencia del señor presidente, pero esta será diferente según le pregunten a un optimista o a los muchos ue le coreaban que se marchara del palco y que en su fuero interno deseaban que no volviera, al menos mientras siga en sus trece de no devolver los inválidos. Pero por otra parte estarán eso que sintieron que le había robado una oreja a Tristán Barroso. Que ya le regaló una y fue por demás, pero claro, si sacamos cuatro pañuelos y gritamos mucho, hay que concederla, ¿no? Pues igual no. Premiar con una oreja el aturullamiento, todos los vicios modernos ya comentados y el que se descarara constantemente con el personal, resulta excesivo, pero claro, por si alguien aún no se queda convencido, después de dos bajonazos tirándose descaradamente a los blandos, ¡qué oreja, ni qué oreja! Un tirón de orejas, sí, pero al novillero. Y es la primera, que esto no ha hecho más que empezar y los de los autobuses ya se están frotando las manos, que esos sí, esos sí que saben sacar rédito al paisanaje y saben para su bolsillo, cuál es el camino de la felicidad novillada a novillada.

 

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lunes, 1 de abril de 2024

Si cobraran por el frío, nos habrían desplumado

Y lo contenta que se pone la parroquia cuando un picador cita de lejos y el toro se arranca con alegría.

El que dijo aquello de que los toros eran con sol y moscas, no sabía lo que decía, o sí. Que si lo hubieran sabido los que han ido a la del Domingo de Resurrección en Madrid, igual se habrían pertrechado bastante mejor para sobrellevar la tarde. La saben, un abrigo gordo, guantes, bufanda, calcetines gordos, termo con café calentito, manta eléctrica, un brasero, su mesa camilla, orejeras de felpa y una burbuja climatizada con un agujerito para sacar las narices y respirar. Que menos mal que con la entrada, los señores de Plaza 1 te dan el frío gratis. Eso sí, barra libre de frío; que no digo yo que no vean ahí un filón y quieran cobrar el frío, el calor y el entretiempo.  Que luego lo de pagar es otro cantar, porque ya le podrían pagar el curso de pintor de rayas al nuevo encargado de tal tarea, que a nada se va para un lado, para el otro o para ninguno. Así el personal no protestaba cuando un caballo pisaba y borraba los garabatos. Si era más que para protestar, para gritar un aleluya a voz en grito.

Y a pesar de las lluvias, de las inclemencias del tiempo, el ruedo estaba aceptable, para que luego digan de la lona y el departamento de lonólogos que la quita y la pone. Con toros de Pedraza de Yeltes, que hasta parecían de Pedraza de Yeltes, que visto lo visto, ya es un adelanto. Flojos en líneas generales, sin llegar a desesperar y el fue sustituido por uno de Carmen Valiente, quizá se dañó al estamparse estrepitosamente contra las tablas. Fue devuelto a los corrales, pero, ¿lo fue reglamentariamente? Que si se abre ese camino, si sale un toro que no es del gusto del matador o lo es más el sobrero, pues nada, se le estrella contra el olivo y a otra cosa. El primero, algo pasadito de peso, ya de salida puso en complicaciones al confirmante Dias Gomes, más por su impericia que por la fiereza del animal. El toro empezó mostrando fijeza en el peto, para al final solo emplearse cuando no sentía el castigo. El luso dejó muestras de su escasa capacidad y su ausencia de poder; que sí, que el viento molestó toda la tarde, pero el problema ya lo traía Dias desde el hotel. Pico y a correr, dando aún más aire con las telas al de Pedraza. La muleta hecha un burruño, tirones y hala, a recolocarse. Bajonazo y a otra cosa.

El primero de Román también besó las tablas por no frenar a tiempo. Derrotando en el peto, sin picar, encelándose cuando el palo ya apuntaba a las nubes y no al lomo, que es dónde le picaron, trasero. Capotes al cielo para evitar que perdiera las manos. Empezó Román citando a mucha distancia, teniendo que ir buscando el punto pasito a pasito. Pico, se vio desarbolado en los primeros envites. Insistió en eso de las distancias, recibiendo a su oponente siempre con el pico, trallazos, que si se le viene encima sin poder hacerse con él y sin parar de recolocarse constantemente. Dos trapazos y al tercero ya se le venía encima. Con la zurda más de lo mismo, echándoselo para afuera tirando demasiadas líneas rectas, mientras al animal le costaba mantenerse en pie. Muy chabacano, cerrando con unas manoletinas de aquella manera. Pero como el personal estaba generoso, pues una orejita; una de esas que no valen para nada, aunque luego se sorprendan de ello, pero…

Francisco de Manuel recibió a su primero con una ensalada de mantazos. Simulación del primer tercio, al tiempo que la eficacia capotera parecía cosa de otro mundo, ausente en este del frío lacerante. Inicio de faena por abajo, con el de Pedraza esforzándose en no rodar por la arena. Mantazos según le venía, más pendiente de que el tendido le jaleara, que de ver qué hacía con aquel flojito colorado. Pico exagerado y sin saber por dónde tirar, pero con muchas carreras, demasiadas y sin que nadie pudiera aventurar adónde quería ir a parar de Manuel. Pero él decidió acabar con un bajonazo de los que te quitan puntos en el carnet de estoqueador. Y volvía román, quizá pensando en algo grande, pero ni él, ni el flojo Pedraza que tiraba cornadas desesperadamente al peto al notar la puya. El mansito se dolió en banderillas, se defendía y no cesaba en manifestar su flojera. Román empezó y continuó con su repertorio de vulgares trapazos, de destoreo, de pico, carreras y hasta una pesadez que se acrecentaba con el gélido ambiente de la tarde. Mitin con los aceros y hasta algún pito por parte de los no habituales en la queja. A Dias Gomes le tocó el sobrero de Carmen Valiente al que el picador masacró sin piedad tapándole la salida. El trasteo se resume en pico, posturas, destoreo y un constante bailar, yéndose en mitad del muletazo, sin aguantar jamás, buscando el sitio que no encontró. Un pinchazo y a por el descabello; se ve que nadie le había dicho que los toros se matan con la espada y no aprovechando el tirón del verduguillo.

Y cerraba Francisco de Manuel al que le tocó la mala fortuna de que le saliera un toro de esos de triunfo, que por si fuera poco, encandiló al personal en el caballo. Fue tres veces al peto. Cumplió en el primer encuentro, en el que le taparon la salida; una más yéndose desde lejos, tardeando, así como una tercera, tardeando y escarbando y con el caballo casi en el seis, si bien hay que reconocerle la alegría en la arrancada. El personal entusiasmado, jaleando a Aurelio Cruz que las tres veces le cogió arriba, lo que les hizo obviar que de la tercera vara se fuera suelto. En banderillas dejó claro que su pitón era el derecho y que por el zocato no se entregaba de la misma forma. Pero Francisco de Manuel no debió haber prestado la atención requerida y primero se empeñó en enjaretarle la faena tipo de trapazos y más trapazos desde fuera, con el pico y sin firmeza. Peor por el izquierdo, el toro se le comía, pero a base de trapazo tras trapazo, un toro de carril acabó por írsele sin torear. Se comía trapo y torero, pero este no estaba a lo que celebraba y así pasó, lo de siempre, que si el toro no se torea solo, malo. Un bajonazo, que no se merecía ni este toro, ni casi ninguno y todo el mundo deseando que doblara ese buen toro y así poder marcharse al calor del hogar, del bar, del metro o de un incensario procesional y dando gracias de que la empresa no hubiera reparado en cobrar por las inclemencias del tiempo padecidas en los tendidos, porque si cobraran por el frío, nos habrían desplumado.

 

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lunes, 25 de marzo de 2024

Ilusión por encontrarse con el toro y luego…

Algunos recordaban los Cuadri de otra manera. Será que la imaginación distorsiona la realidad o quizá es que la realidad puede ser otra.


Hacía tiempo que no había tanta expectación, o quizá sería más exacto hablar de ilusión, que en la tarde de los Cuadri de Madrid para abrir esta nueva temporada; que tampoco sabemos cuántas más va a haber o si definitivamente se pasa al modelo de “ferias, verbenas y poco más”. De momento y para empezar, parecía estar garantizada la presencia del toro y así fue, aunque el aficionado no pudo evitar salir de la plaza con una sensación extraña. De Cuadri eran, porque así lo indicaba la “H” tumbada, pero… que no se parecían ni a los padre, ni abuelos, ni primos lejanos que en otros tiempos se enseñorearon por Madrid. Trapío irreprochable, ni un pero, pero… Ni en el comportamiento parecían de lo que eran y habían sido, que se les hicieron mil perrerías y poco o no como cabía esperar, las acusaban. Que con tanto mantazo sin intención, con tan escasa capacidad lidiadora, la cosa se complicaba, desde luego, pero no lo otras tardes había sucedido. Y no vamos a medir las complicaciones de los animales según los maestros, porque ya se sabe que hoy en día, les sale uno que mira así y ya están perdiditos. Eso sí, los de a caballo no se habían parado a pensar si eran o no eran y se aplicaron a zurrarles la badana con saña, que parecían estarse cobrando la venganza de afrentas pasadas. Eso sí, allí estaban los tres espadas muy dispuestos ellos a levantar el brazo con ostensibles gestos de desagrado pidiendo al del palo que lo levantara y aliviara el castigo, pero sin hacer ni intención de ir a sacar al toro del peto. Que el pica debía decir: grita, grita, que como no me lo quites tú. Y como no se lo quitaban, pues allí seguía barrenando hasta que se le durmiera el brazo. Todos muy mal picados, puyazos traseros, caídos y venga que te zurra mientras les tapaban la salida. Unos primeros tercios dónde exageraban la distancia para el primer encuentro y que luego no dudaban en evitar una tercera entrada. Quizá con un poquito de lógica primero se le podía poner a una distancia prudencial y luego ya habría tiempo para dejarlo más en largo.

El gran artista de la tarde fue Ferrera, artista no sé si del magno arte del toreo o más bien del de Talía, musa de… Él sabe escenificar su incapacidad como nadie para hacer creer que está luchando cuan gladiador colosal. So sí, no se le puede negar su precisa y oportunísima intervención en un quite a un banderillero, mientras el que estaba a la salida del par solo fue capaz de tirar el capote al suelo. Al césar lo que es del del césar. Bien merecidas fueron las palmas. Pero hablando ya de su primero, poco o nada capote, mantazos sin poder, viéndose obligado a darse la vuelta cediendo terreno al Cuadri, haciendo lo que sería cosa de un subalterno, pero que el tendido jaleó sin pudor. El toro primero fue andandito al caballo y en el segundo encuentro ya mostró más alegría y codicia. Fijo en el peto, más peleando con el zocato, recibiendo cera como para alumbrar una catedral. Eso sí, el matador, allá a lo lejos, levantaba el brazo con desesperación con el “vale, vale”, colaborando para echarle el público encima al de aúpa, pero de tomar la seda e ir a sacarlo, naranjas de la China. Con la muleta, tanteo aparte, mucho trapazo, de uno en uno, sin parar de bailar, sin un asomo de aguante, aperreado con el que al final pareció más en Cuadri que el resto del encierro. A su segundo ya le empezó a cortar el viaje de salida, mejor por el pitón izquierdo, pero él solo daba para un manteo sin sentido. El toro empezaba a hacer cosas feas, que si escarbando, que si ahora echo la cara arriba en el caballo, que si sigo escarbando, que si derrotando con desesperación. Y la puya, pues aquí, allí, ahora más abajo, ahora más trasera. Achuchó a los banderilleros, que aguantaron y tragaron a base de bien al dejar los palos, primero Fernando Sánchez y después Miguel Murillo. En el último tercio Ferrera empezó trapaceando sin torear, para continuar con muletazos de uno en uno. En toda la tarde no fue capaz de ligar dos. Mucha carrerita, ahora cazo uno aquí, otro allá, otro… aprovechando el viaje más largo en algunos naturales, siempre citando desde fuera, pero eso al personal le importaba poquito, había pases, había entusiasmo; muletazos acompañados de voces que enardecían a los del sol, que era dónde más público había y quizá dónde se instaló gran parte del paisanaje. Que no se quejarán los toreros de esa tierra de lo incondicional de su público. La plaza se dividía en dos, unos jaleando y otros dando palmas de tango. Cómo se pusieron los primeros porque no gustara lo que a ellos les gustaba. Unos se volvían estupefactos como la vaca viendo pasar el tren, otros se encaraban mentando a…, otros simplemente pretendían imponer su supuesta cátedra con eso de “no tienes ni pu…”, y los de las protestas, pues a lo suyo. Y Ferrera, con banderazos, enganchones, carreras, muy encima del toro, muy fuera y para rematar, el palo al viento, que para lo que le sirve, bien tirado está, ¡fuera miserias! ¡Viva la vulgaridad! ¡Pobre Madrid! Culminó con un solemne bajonazo y mientras las mulillas procesionaban por mitad del ruedo, el espada, creyéndose Aquiles, se abrazaba en una imagen enternecedora con su subalterno. ¡Chacho, cómo habemos estao! Pues eso, que lo disfruten.

Octavio Chacón, pues poco que se pueda decir, estuvo por allí, muy desconfiado, con muchas precauciones y sin eso que algunos le recuerdan de llevar la lidia. La lidia, que se lleve sola. Incapaz con el capote, sin poder, dándose la vuelta para ceder todo el terreno. Sin colocar para el primer puyazo, de lejos en el segundo entre el seis y el siete, para que el picador ejerciera como un consumado partelomos, sin importarle la flojera del animal. Tomó el espada la pañosa para mostrar mucha desconfianza, siempre dando la impresión de estar preparando la escapada, más que intentar poder a su oponente. Soso, buscando a ver si el toro le iluminaba, pero cuando las cosas no se ven, no se ven y punto. En su segundo, un cornalón que te juran que es de Cuadri y no te lo crees, lo recibió de forma algo más aseada. Le pusieron de lejos al primer encuentro, pero hubo que acercarlo para que se arrancara. Le cogió bien el montado, pero lo que pudo haber estado bien dejó de estarlo al taparle la salida. El animal solo peleaba con un pitón, cosa no buena, dejando más clara su condición al tardear para la segunda vara, arrancándose finalmente ala media vuelta, sin llegar a emplearse en la pelea. Y de nuevo Chacón empezó a buscar y no encontrar, dejando que le tocara demasiado el engaño y siempre rectificando el sitio a cada embestida. El bajonazo final, muy similar al jaleado un ratito antes, fue la imagen que encerraba toda la labor de Octavio Chacón en la primera de la temporada.

Gómez del Pilar, torero apreciado en Madrid, torero al que muchos tildan de saber lidiar, pero que se empeña en dar permanentes muestras de lo contrario y como muestra, el recibo a su primero, punteándole mucho el capote, dándose la vuelta para recular hacia los medios y acabar abandonando al animal. En mitad del desorden, el Cuadri, que ese hierro lucía, no metía la cara en el peto, aunque si mostraba fijeza. En la segunda vara, desde lejos, le pegaron en toda la paletilla y en el tercer encuentro otro puyazo trasero, después de arrancarse las tres veces con alegría. Pero llegaron las banderillas y ahí se dolió, ahí dijo que eso no, que eso no se le hacía a un amigo. Inició Gómez del Pilar con cierta vistosidad el trasteo por abajo, pero poco tardó en empezar a bailar. Enganchones, pico, trapazos quitándole la muleta de repente y sin la quietud deseable. Fue acortando distancias, ahí se le venía a él, a merced del toro, lo que el público jaleaba; ya saben aquí la incompetencia provoca incertidumbre y esa incertidumbre llega y el que lo ve, lo traduce como emoción. Pues bueno, allá cada cual. Aperreado, optó por acortar demasiado las distancias, que eso siempre parece que gusta al personal. Y salió el último Cuadri, al que el señor picador acabó de arreglar con un marronazo y ante las protestas del personal, aunque se hubiera dañado en el ruedo, el señor del palco devolvió a los corrales. Salió un sobrero de Saltillo, que seguro que haría las delicias de Carpanta y el gremio de carniceros. Un zambombo azambombado, que en el manteo inicial desconfiado parecía que le costaba girar, aunque esto tampoco importó mucho, la mansedumbre no le iba a hacer esforzarse. Cara muy alta en el caballo, tirando derrotes y en estas que enganchó al penco por el pecho, que acabó despanzurrado en la arena. El desconcierto se extendió por el ruedo, convirtiéndose la lidia en un despropósito. El zambombo sintiéndose el amo y acabó adueñándose de la situación. Gómez del Pilar salió en un a ver qué pasa y solo pasó que no paró un momento, intentaba dar muletazos para acabar en enganchones, citando desde fuera, pegando tirones y al final el Saltillo ya se acabó revolviendo, sabiendo que la presa la dejaba atrás, para terminar buscando las tablas tras un bajonazo. Se cerraba la primera de la temporada, la de los Cuadri, tan esperados ellos, la tarde en la que tantos aficionados iban con la ilusión por encontrarse con el toro y luego…

 

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viernes, 15 de marzo de 2024

Que saquen de nuevo al caballo, que antes, con el cubata y las pipas…

La cosa resulta que si quiere indultar a un toro, como antes estaba a mis cosas y no estaba haciendo caso al toro, pues no me he enterado de nada, así que, que me vuelvan a sacar al picador, a ver si ahora ya sí que me entero.


Vuelven los sesudos taurinos con eso de regular el indulto, no se sabe si para convencer a los que estos indultos no nos convencen, si para que el show sea más show o vaya usted a saber para qué. Que ahora dicen en Castilla y León que quieren incluir en el reglamento el que para devolver un toro al campo haya que hacer que el toro vaya de nuevo al caballo, pero no durante la lidia ordenada según la lógica del conocimiento de siglos, no; la cosa es que después de los tres tercios se decida que salga de nuevo el picador, por si a alguno aún le quedaban dudas. Ustedes me perdonen, pero si hay dudas, ¿cómo puede haber indulto? El indulto, a mi entender, es un sobresaliente cum laude, no es mirar si se aprueba al mozalbete que saca un 4,80 en un examen. Aunque claro, si el gran objetivo es aprobar al muchacho, cualquier razonamiento es bueno. Que claro, si hay dudas para ver si se indulta o no, quizá es que durante toda la lidia alguien no estuvo demasiado atento, ¿no creen?

Que esto de volver a sacar el caballo es algo que se ha escuchado muchas veces y en muchos lugares, pero, realmente, ¿es necesario? ¿Es que durante todo el transcurso de la lidia ordinaria el señor presidente, el propio ganadero, el matador, los veterinarios, el público asistente, el vendedor de refrescos, el que vende almendras, los acomodadores, los almohadilleros, los acomodados y bien acomodados en el callejón, no se han dado cuenta de si el toro era de indulto o no? ¡Hombreeee! Hay que estar más atentos, hay que fijarse más, hay que estar pendiente de si el toro hace fu o micifú y no estar tan absorbido por el cubata, las pipas o el mozo o la moza de tres filas más arriba o más abajo. Que sigo pensando y no sé si es necesario y oportuno alimentar este show del absurdo y el sinsentido, solo posible por el toro que tenemos hoy en día, demasiado domesticado y al servicio de los señores de luces, de sus caprichos y sus ocurrencias según les venga el aire. Que se ponen filosóficos, como si meditarán constantemente sobre esto y paren semejantes ocurrencias, que no llegan ni a la categoría de ideas.

Que imagino la escena y de verdad, ¿es necesario hacer pasar al toro por eso? Tres tercios, con el desgaste que supone y de postre el obligarle a estamparse de nuevo con el peto. Que no digo picarle, porque imagino que al menos le darían la vuelta al regatón, porque si además el de aúpa se nos viene arriba y se dedica a zurrarle, ¡para qué más! Que digo yo ¿No sería más sencillo, más lógico y menos aparatoso que para que se pueda indultar un toro sea obligatorio el que fuera un mínimo de tres veces al caballo, que al menos recibiera tres puyazos? Así de fácil. ¡Ah! Pero es que entonces lo mismo podría pasar que en lugar de aguantar trescientos veintisiete trapazos y medio solo se tragase treinta y cinco ¡Acabáramos! Entonces, a ver si va a resultar que todo es un trámite sin más y que lo realmente interesante es el trapacerismo. Entonces no digo nada, adelante con su liturgia del trapazo que tanto les entusiasma. Que esto va de que el personal salga contento y si para eso hay que darle la vuelta y poner boca abajo la lidia y su lógica, pues nada, ¡ancha es Castilla! Que uno piensa y piensa y no puede llegar a otra conclusión de que, ¿qué ha sucedido en los veinte minutos precedentes para que al final haya que volver al principio de la película? No nos hemos enterado de nada y resulta que tenemos que rebobinar para saber de qué iba aquello que tenemos ante nosotros. Y lo que es peor, esto es una muestra más de que la lidia no existe y además no importa. Que se les llena la boca a tantos y tantos con eso de la lidia por aquí, la lidia por allá y no se enteran si un toro merece ser indultado o no, que aún tienen dudas y… Pues vuelvo al principio, si para que se dé este caso hay que vencer solo una mínima duda, entonces lo del indulto no tiene caso. O sobresaliente cum laude o una muerte digna a estoque en el ruedo. Aunque tampoco se me va la imagen del señor presidente, el propio ganadero, el matador, los veterinarios, el público asistente, el vendedor de refrescos, el que vende almendras, los acomodadores, los almohadilleros, los acomodados y bien acomodados en el callejón pidiendo que saquen de nuevo al caballo, que antes, con el cubata y las pipas…

 

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viernes, 8 de marzo de 2024

Esos ateos taurinos casi antitaurinos

Un genio un día cogió una silla para torear y años después, una divinidad la convirtió en toro. Vivir para ver


Qué horas tan revueltas y de depravación estamos viviendo. Como diría el clásico, ¡adónde vamos a ir a parar! La falta de respeto se ha instalado en el mundo, se ha perpetrado en esas almas negras de pecado, esos corazones sin corazón, con ese descaro que solo la maldad maneja. La falta de fe en la divinidad es algo que en estos momentos no nos podemos permitir. Esos que se manejan con una insultante falta de impunidad y que se plantan delante de un dios a cantarle las cuarenta. Pero, ¡adónde vamos a ir a parar! Si no se respetan a los seres superiores, a esos entes de categoría excelsa, suprema, cuasi divina, siempre por debajo de la divinidad, por supuesto. Que ahora resulta que uno de los baluartes de la tauromaquia de este siglo y de parte del pasado, de toda la eternidad taurina, era un ventajista, un tramposo como dicen esos ateos de la fe taurina.

Nunca han sido de fiar los descreídos, porque esos no tienen ni principios, ni valores. Esos desconocen lo que es ponerse delante de una fiera corrupia que te quiere devorar, quizá porque desconocen la doctrina y el catecismo taurino de la técnica, esa que está solo al alcance de los dioses y que solo los muy devotos son capaces de sentir, de poseer esa sensibilidad en la que el trapazo cae sobre ellos como lenguas de fuego. Y esto, por mucho que estudien, investiguen, vean o hablen en interminables charlas, no está al alcance de esos ateos de la tauromaquia que niegan la divinidad aunque se haga presente ante ellos. Estos negacionistas del toro bravísimo, encastadísimo, obedientísimo, colaboracionista hasta el extremo y hasta con cara de tan buena gente, que dan ganas de invitarle a un colacao con galletas. Eso sí, tienen que reconocer estos ateos, estos descreídos, que este toro de la fe taurina no se cae como en otros tiempos. ¡Milagrooooo! Aunque dicen estudiosos de la biblia taurina que igual los de otros tiempos tampoco se caerían si apenas se les arañara una vez en el caballo, dos en las plazas de primera, y si en lugar de ese destoreo en línea, mandándolo al animal allí a lo lejos, como si le mandara a por tabaco al final de la calle, a ver si aguantaban un toreo de mando, primero sometiéndolos con los capotes y después con una tanda de muletazos sometiendo, enroscándoselo a la cintura, de arriba abajo, de fuera a adentro y rematados detrás de la cadera. Pero claro, a aquellos había que picarlos y poderlos, porque lo mismo se venían arriba y… Bueno, el resto imagínenlo ustedes.

Señores ateos, cómo pueden negar la divinidad de los dioses taurinos si ustedes no han oficiado nunca de luces, tal y como decía el gran filósofo, el magno pensador del toreo, el famosísimo, sí, hombre, ese que… Bueno, no lo recuerdo… ni yo, ni nadie que no fuera de su familia, si no se han puesto ni delante de un caracol. Que sí, que me dirán que cómo saben ellos quién se ha puesto y lo que es más, cómo saben que esos ateos no saben, porque no… lo de siempre. No vamos a entrar en esto del dogma taurino, porque ya se sabe, los dogmas se creen o no se creen, no hay ciencia, ni saber, porque los dogmas, dogmas son. Que ellos, los seres de fe son capaces de verlo que el ateísmo nos niega, nos ciega y no llegamos a ver más allá del toro íntegro encastado y del torero honesto con la fiesta, que no con la fe que nos invitan a reconocer como única, bajo pena de excomunión, ¿qué digo? De penar en las llamas de la fe por anatema, herejía, por no tener la categoría moral de quién vive el dogma con absoluta entrega, negando nada que no esté en sus sagradas escrituras del fraude y la trampa al servicio del negocio. Los ateos no creen en milagros, quieren la evidencia, aunque esta tampoco valga para entrar en el paraíso de los justos. Para ello hay que ver, sentir, pensar y mantener los gustos que la divinidad manda. Aunque ya digo, si estos ateos no son capaces de reconocer el milagro si este sucede ante sus ojos, si no son capaces de ver el milagro de las tertulias de Caná, en que una silla se convierte en toro y esta embiste hasta allá, bien lejos, ante el entusiasmo de los creyentes y ante la estupefacción de los malajes descreídos. Y es que ya lo dicen los apóstoles y fieles del dogma del taurineo cuando se refieren a esos ateos taurinos casi antitaurinos.

 

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jueves, 29 de febrero de 2024

Vale, vale o… dale, dale

¿Usted le gritaría a este picador que levantara el palo?

Intentar abarcar el primer tercio con uno, dos o tres escritos es de ingenuos, porque esta fase de la lidia, una que debería ser uno de los pilares de esta, tiene mil caras y otras tantas aristas, con leyes claras y concisas que a veces el sentido común recomienda no cumplir. Como la propia fiesta de los Toros, es un mundo de contradicciones que no hay por qué entender, simplemente basta con dejarse llevar por ellas. Y por supuesto hay comportamientos que no son otra cosa que concesiones sin fundamento al público, que este celebra con alegría. Como ejemplo baste esos casos en que el picador, las más de las veces tapando la salida, se ceba con el animal que tiene bajo el peto y a una prudencial distancia se encuentra el matador haciendo gestos mayúsculos con la mano pidiendo que el de aúpa levante el palo. Acompañado de voces gritando eso tan conocido del ¡Vale, vale! Una voz que los hay, los mal pensados, que es una contraseña para decir dale, dale y así acabar con el poco ímpetu que le pudiera quedar al toro. Pero a este vocerío del maestro es fácil que se sumen desde los tendidos los más experimentados del público. ¡Qué cosas! Todos con el ¡Vale, vale! Pero muy pocos, contados, piden el ¡sácalo! Porque el que debería hacer que cesara el castigo no es otro que el propio matador yendo a sacar al animal del caballo, quitarlo, que se decía antes. Pero no, aquí todo se arregla voceando, haciendo que se note, que así la bronca cae en el picador. Que los hay también en los tendidos que le mandan, no que le piden, que levante el palo ¡Hombreeee! El palo no se levanta, o al menos yo no creo que se deba levantar, precisamente por lo dicho anteriormente, porque en el momento en que se considere que el castigo es suficiente, se quita y punto. Así de sencillo, aunque a veces el quitar no lo sea tanto.

Pero claro, como para todo en el toreo, para quitar, y para seguir la lidia, es preciso estar bien colocado y eso… ¡Ay, seguir la lidia! Que aquí tendremos que hablar de los de luces y su saber estar en el ruedo. Qué cosas, cómo no van a saber los “profesionales” ponerse en su sitio ahí abajo, cuando se cansan de repetirnos que los que saben son ellos y nadie más. Que el que paga no sabe y para saber, hay que ponerse y el que no se haya puesto… silencio, no puede hablar, vamos, por no poder, casi ni respirar. Pero se hable o no, lo que nadie puede negar es que en el primer tercio el matador, ponga o no ponga el toro al caballo, se quede como un pasmarote en mitad de ninguna parte. O cerca de la cabeza del caballo en dirección a toriles, si hablamos de Madrid. Otras veces se quedan en medio del ruedo como espectadores privilegiados y absolutamente exentos del transcurso de la lidia. Pero los hay que se sienten incómodos en esas posiciones que van en contra de la lógica lidiadora y corren a ubicarse al lado del estribo izquierdo del caballo, pero en lugar de hacerlo al poner el toro en suerte yéndose por la cabeza, se pasan por detrás de este, o dicho vulgarmente, muy vulgarmente, por el culo del mulo.

Que luego los hay que se quejan de que el primer tercio no pasa de ser un trámite inevitable, en el que el animal de los cuernos tiene que acudir dos veces a estamparse con el peto e independientemente de que se le castigue mucho o apenas se le pegue un raspalijón con el palo, el señor de luces empieza a mover el dedito pidiendo el cambio, con el animalito debajo del peto, independientemente de si se le está administrando castigo. Porque va dos veces y se pide el cambio, como si la suerte de varas se limitara a que el toro se arranque. Que ya pueden estar barrenando, tapándole la salida o haciendo el jinete la suerte del Moisés, esa en que levanta el palo y apoya el regatón en el suelo, si va dos veces, una en plazas de inferior categoría, se pide el cambio. Que ya digo, para muchos es un trámite y punto, pero quizá esto nos debería hacer reflexionar sobre el hecho de que en puridad, el primer tercio en la actualidad es algo que no resulta absolutamente necesario. Y no se me echen las manos a la cabeza. Quizá nos la deberíamos echar al ver que el toro actual no admite el primer tercio, deberíamos también escandalizarnos al comprobar como muchos que se autodenominan aficionados hablan de un gran toro porque ha ido y venido en la muleta, pero al que no se le pudo apenas picar. Y claro que deberíamos echarnos las manos a la cabeza, porque en este caso ya estamos hablando de algo diferente, algo que poco tiene que ver con aquello a lo que muchos nos enganchamos y que no acabamos de entender el que se levante el palo, el que se tape la salida, se barrene, nadie este colocado y  que no sepamos lo que realmente quieren decir los coletudos si vale, vale o… dale, dale.

 

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lunes, 19 de febrero de 2024

El primer tercio, un dónde, cómo, cuándo y de qué manera

Hay tanto y tanto que ver en el primer tercio


A cualquiera que se le pregunte sobre el tercio de varas, afirmarán sin duda que es fundamental durante la lidia. Bueno, cualquiera, lo que es cualquiera, igual no, porque los hay que empiezan a manifestarse de acuerdo con esa idea que parece estar haciendo fortuna de que sea el maestro el que decida si salen los montados o no. Toda la vida clamando por la integridad del primer tercio y ahora quieren imponer las corridas sin picar. Pero de momento será mejor hablar de cosas serias y no de pamplinas taurinas. Pero tampoco se resuelve todo con decir que el primer tercio nos importa mucho, que lo respetamos y que hay que salvaguardarlo por encima de todo, hay mucho más.

No es infrecuente en una plaza de toros el ver cómo se pone al toro de lejos y se espera con ansiedad su arrancada al peto. Pocas cosas habrá más espectaculares durante la lidia, pero a veces, muchas veces, se insiste tanto en que el toro se arranque, que dejamos de lado el sentido de este tercio. Al toro se le debe dar distancia, algo más que sabido y que no voy a descubrírselo a nadie, pero también tiene un tiempo, porque la bravura también se manifiesta en la prontitud. El estar insistiendo e insistiendo e insistiendo, no tiene sentido. Que al toro hay que darle su tiempo, por supuesto, pero no todo el del mundo. Se le pone una vez, si no va, se le cambia y se le vuelve a poner y si a la tercera no va, se le cambian los terrenos, el caballo camina al contrario de las agujas del reloj a favor de la querencia y se vuelve a intentar, que el terreno en el que vaya también importa mucho, vaya si importa.

También es algo que se ve en las plazas el que una vez se arranca el toro, luego ya todo pierde importancia. Pero es que es en el peto dónde quizá se puedan apreciar más matices de lo que el animal lleva dentro, sin olvidar la labor del jinete, que mucho tiene que ver en permitir que se vea al toro. Si el toro cabecea al sentir el palo, si derrota solo con un pitón, si echa la cara arriba, si se pone de lado, si busca dar la vuelta a la caballería y, por supuesto, si empuja con fijeza con los dos pitones. Pero hay otro matiz. Cuántas veces no escucharemos exclamar al público cómo empuja un toro, precisamente cuando se le tapa la salida. Porque claro, no es lo mismo que lo haga en este caso, buscando la libertad, que con la libertad de los medios a su espalda y que la desprecie optando por la lucha. Y volviendo a los terrenos, no es lo mismo que lo haga a medida que se va a favor de su querencia, que a contraquerencia. Y ya no les digo nada, cuando el toro, antes o después, se marcha suelto del peto. Feo gesto que no dice nada bueno del mozo. Que puede ser quien me diga que es que ha visto un capote a lo lejos, pero es que los capotes, a lo lejos, tienen que estar. De acuerdo que no se debe molestar, ni entorpecer el transcurso de la lidia, pero allí tiene que haber unos actores y no se pueden evaporar. Que ya es frecuente incluso en la plaza de Madrid, que en las concurso o en los desafíos ganaderos, aparte de esas rayas tan horrorosas y sin sentido para el aficionado, se haga salir solo un caballo; que esto tiene su sentido en ruedo pequeños, en los que resulta más complicado ver al toro en toda su dimensión, pero en uno como el de las Ventas, perdonen que les diga. Que dicen que eso es para no distraer al toro. Pero, ¿por qué no se le va a distraer? Distraerlo con sentido, aunque si se piensa que el caballo que guarda la puerta distrae, no sé qué decirles. Y digo que yo quiero esa

 Distracción, porque quiero ver lo que el toro decide elegir, si pasar un mal ratito a sabiendas que detrás está la salida o si desprecia esa supuesta libertad y elige la pelea en el polo opuesto al lugar por dónde salió. Que eso algo querrá decir, ¿no?Y volviendo a lo de las rayas, si ya me parecen de poca utilidad las dos rayas del tercio, y que me perdone el maestro Ortega, el poner esas líneas que parecen una cerradura gigante, pues qué quieren que les diga. Que ahora resulta que el aficionado no sabe si un toro se pone de largo o si se le mete debajo del peto, si no es por las dichosas rayitas. Y todo esto, solo en lo que toca al toro, porque si nos metemos en los de luces, esos que ni lo ponen en suerte, que lo dejan abandonado de cualquier manera dónde caiga, que lo meten debajo del caballo, que no van a sacarlo y se limitan al ¡Vale, vale! En lugar de ir a por él al caballo. Esto sería un no acabar. Y por último, también en relación con las rayas, si el toro no va ni empujándolo, a veces hay que ir a por él, porque habrá que picarlo y no pasa nada si el jinete traspasa la raya, que no se rompen, se pintan otra vez y ya, pero será mejor eso a que el toro no se pique. Que ustedes verán en este escrito cuestiones que conocerán de sobra, pero bueno, permítanme la licencia de poderme explayar a gusto restringiendo mucho el tercio de varas, dando solo unas pinceladas para hablar de ciertos matices que encierra esta fase de la lidia y ya saben, el primer tercio, un dónde, cómo, cuándo y de qué manera.

 

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lunes, 12 de febrero de 2024

Esto no va de mayorías o minorías

Al final son minoría los que se ponen y lo hacen sin trampas, los que lo quieren ver sin que les engañen los que viven esto sin importarles si son o no de cualquier mayoría, porque eso no les incumbe


Un argumento de peso para muchos, un argumento al que se agarran para vaya usted a saber qué, es eso de lo que interesa a la mayoría o solo a una minoría. Que esto viene muy bien para que todo el mundo se adapte a un pensamiento determinado, a una moral supuestamente buena y acorde al bondadoso sentimiento del espíritu que esté de moda en cada momento. Así de simples somos. Que ahora resulta que los toros es algo que solo interesa a una minoría, bien, vale, lo que quieran, no voy a entrar ahora en cuestiones estadísticas y menos para valorar un hecho social. Porque si entramos en eso de las estadísticas, como parece que pretende hacer con el mundo antitaurino, incluidos los que ostentan cargos en gobiernos, podemos entrar en una deriva muy complicada y por supuesto muy empobrecedora. Es verdad que así se podría adoctrinar con eficacia a la “mayoría”, pero… ¿Se han pensado realmente en las consecuencias? Que esto puede ser un rasgo magnífico que nos permita percibir una aplastante ignorancia sobre el tema en cuestión y sobre el personaje del que se trate, incluido un señor ministro de cultura. ¡Ministro de Cultura! Pero como autoridad que es, obedezcamos y corramos a aplicar el sentido estadístico a la vida.

España es un país con una indudable y potente cultura, pero hay que reconocer que hay aspectos, muchos, que no tienen el predicamento que algunos desearían y solo interesan a minorías, y en consecuencia, ¿por qué no eliminarlas y excluirlas de momento de ministerios y organismos de la administración de los que se espera cierto apoyo? Que levanten la mano los que se consideren amantes de la ópera, la música clásica, incluso del folklore de los pueblos del país, la poesía, la pintura, aparte Antonio López que gusta a todo el mundo, de tantas y tantas manifestaciones artísticas que por otro lado mueven grandes sumas de dinero… Nos quedaría un mundo de lo más particular, ¿no creen?  Qué bonito sería que nos moviéramos todos con el mismo ritmo, la misma cadencia, a la misma hora, en los mismos lugares y con las mismas cosas, aunque… Bueno, de momento no todo está perdido.

Hay que proteger a las minorías, por supuesto y a veces hasta promover lo que a estos persuade, porque puede ser que sea el desconocimiento lo que impide que el caso no llegue a más gente. Y en esto de los toros, ¿qué les voy a contar? Esto de los toros presenta de primeras muchos obstáculos que parecen insalvables y que solo se pueden superar con el conocimiento, el intentar entender qué hay dentro y alrededor de los toros. Y para conseguir esto, desafortunadamente, los taurinos colaboran más bien poco o nada. Que ellos mismos, los que se quejan de que se arrincone al mundo de los toros, son los primeros que condenan a sus minorías y pretenden y hasta exigen su desaparición total y absoluta. No consienten que nadie ponga en duda ciertas prácticas, al que saca a la luz el fraude lo tildan de derrotista de anti, cuando a veces esa falta de sentido crítico por la que abogan es el mayor de los males de la fiesta de los toros, incluso hasta más que los propios antis. ¿Y por qué digo esto? Muy sencillo, porque si se meten debajo de la alfombra los males, los errores, aquello que carcome en este caso la fiesta, nunca podremos llegar a eliminar la peste y no solo nos fortaleceremos esto que nos apasiona, sino que lo iremos convirtiendo en algo débil. Si atacamos sus fundamentos solo haremos que esto deje de tener sentido.

Pero siguiendo por las minorías, las cuales no son ni buenas, ni malas, ni regulares, solo son minorías, lo que tampoco es admisible es satanizarlas y convertirlas en un enemigo. No puede consentirse que los que gusten de ir a los toros sean unos enemigos a los que batir. Que entre estos puede haber eminencias médicas, grandes artistas, cocineros, hombres de empresa, misioneros en el Congo o simplemente un tío que saluda cordialmente a los vecinos del barrio. No se puede pensar que cuando uno se aficiona a los toros, en ese mismo momento llega Belcebú y le unge con la marca del mal eterno. Porque también, entre otras muchas cosas, estaría bien que se le permitiera a los aficionados explicar su pasión, lo que esta les provoca, lo que esta les genera y lo que es para ellos el toro. Eso sí, cuídense, por favor, de esos entes que unen la falta de toros con la sequía, los toros con la testosterona, el ir a la plaza con un gran botellón y el consumo de alcohol a cubos y hasta con esos que restringen los toros a su españolidad, entre otras cosas, porque la españolidad es mucho más que eso, aunque nadie niegue el carácter profundamente ibérico de los toros, del mismo modo que los toros ya no son desde hace siglos, algo exclusivamente español y de la península, afortunadamente. Dejémonos de tópicos estúpidos, sin sentido y sin ajustarse a la realidad. Y al final, después de dar tantas vueltas, resulta que esto no va de mayorías o minorías.

 

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domingo, 4 de febrero de 2024

A ver si me acuerdo de…

A ver si me acuerdo y en algunos casos habría que remontarse quizá demasiado. Y recordaremos lo de hace mil vidas, pero no lo de hace dos ratos. Y, ¿por qué?

Siempre me ha asombrado la capacidad de muchos para reivindicar a Juanito o a Juanelo cuando salen los carteles de las ferias, cuando aparecen los nombres de los actuantes en grandes certámenes tintados de una oportunidad, aunque ni noticia del ganado. Qué capacidad memorística. Que también puede ser porque el reivindicado sea paisano, pariente o conocido del cuñado de un amigo del bar y entonces hay que hacer fuerza para que al conocido le pongan. Pero lo más habitual en estos días es que los que no tienen relación alguna con gente del toro, ni se acuerden del caballero en cuestión. Que se puede dar la circunstancia de haber visto a un torero, no una, sino varias veces y no recordar ni el nombre; y no digo nada si el susodicho solo actuó una vez y, en el caso de Madrid, si le pusieron cuando lo que mandaba la empresa era cenarse las Ventas.

Que me dirán que es que el aficionado es un desmemoriado, pero se da el caso de que estos se acuerden de toreros ya retirados y los que supuestamente están en candelero, aparte si se es paisano, pariente o conocido del cuñado de un amigo del bar, sean unos perfectos desconocidos. Aunque ya les digo que para acordarse de un nombre por un natural, en el mejor de los casos, una trincherilla o solo la buena disposición, aparte de meritorio, requiere una memoria de elefante. Que no es que nos lo pongan fácil. Primero, porque con tanta presentación, tantas confirmaciones que asombran hasta al confirmante y que luego todos se aprenden la misma lección y vienen a hacer lo mismo, a repetir lo que hacen otros, a repetir el repertorio que tan aprendido tienen, a profundizar en la vulgaridad impuesta de esta agoniante modernidad. Y por si fuera poco, salvo ilusionantes excepciones, el toro siempre es el mismo, el que va y viene, va y viene y a veces, viene y va. Que los hay que parece que quieren remediar esto, pero nada, exigen variedad de encastes, que dicen ellos, pero que luego solo piden variedad de capas, pero con el mismo comportamiento que lo demás.

Y en estas condiciones, ¿quién puede recordar nada? Tenemos una fiesta que es como una caja de cerillas, con todos los fósforos iguales, todo son clones y la única diferencia es si la caja lleva el palillo largo o corto o si hay que arrancarlos de una carterilla de solapa. Que traducido en lo taurino, pueden ser los toreros pegapases sin gracia o los que se enfrentan a l que no quiere nadie, ellos los primero, y pare usted de contar. Eso sí, en los novilleros esa diferencia aún apenas se percibe. Y aún pretenden que recordemos a fulano, mengano o zutano. Que no les digo yo que la solución sea no ir con demasiada asiduidad a la plaza, que eso de ver entre cincuenta o sesenta festejos puede ayudar a que todo se convierta en una amalgama de toros con alamares, toreros enmorrillados, caballos astifinos y trapaceros gesticulantes. O cómo se diga.

Eso sí, quizá algunos que echan de menos a tal o cual en las ferias, lo mismo es porque aquellos triunfos triunfalistas tampoco convencieron a los de los despachos y que ellos, como otros tantos, se percataron de que si no es por los autobuseros, aquel del que se decía que toreaba como los ángeles, no pasaba de vulgar, aunque de estos hay muchos, y gracia tenía la justa, a no ser que se sea paisano, primo, cuñado o conocido del coletudo en cuestión. Otra cosa es lo del ganado. No, esto nada tiene que ver. Aquí es más fácil que nos podamos acordar de tal o cual toro y de los agobios que provo0có en su lidiador. Entonces, en ese preciso momento ese hierro queda sentenciado ¿Nunca más, jamás! Y efectivamente, no los volvemos a ver nunca más jamás. Pero ojito, que en esto de los toros empezamos a caer en algo parecido a lo de los de luces, que se empiezan a ver fenómenos que embisten donde solo hay un animal que va y bien y que apenas pasó por un peto. Eso sí, te cuentan de él su nombre, el de la madre, el del padre, el de los hermanos, pero, ¡oiga! Que les preguntas si a ese fenómeno se le pudo picar y te saltan, en el mejor de los casos, que no mucho, pero que si le hubieran puesto, seguro que habría acudido al caballo, como si esto fuera de suposiciones y no de evidentes certezas. Lo que nos lleva a tener que hacer demasiadas veces el ejercicio del a ver si me acuerdo de…

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lunes, 29 de enero de 2024

Vertigine perdix, mareando la perdiz

Esto no es solo discutir sise dan orejas o no, hay muchos, muchísimos, detalles que hacen esto más grande.


Puestos a marear la perdiz, hagámoslo también en latín, que ya es marear, “vertigine perdix”, que diría Marcial; Marcial el romano, no el más grande, el del pasodoble. Y no me negarán que no estoy haciendo lo mismo, no decir nada y llenar líneas. Pero quizá mi inspiración se encuentre en los taurinos y no tan taurinos, incluido algún que otro habitante de los palcos hace unos días. Parece evidente que la fiesta cuenta con una larga lista de cuestiones que la perjudican y perjudican también los propios intereses de los aficionados, de los que pagan por ver toros y que ven como se vulneran permanentemente sus derechos y nadie, absolutamente nadie intenta protegerlos. Es más, los hay quienes anteponen los intereses de empresas, toreros o ganaderos, antes que los del aficionado. Este no cuenta y el público… el público no está para ponerse a exigir sus derechos y si en algún momento alguien les plantea tal tarea, solo los ven mermados y en peligro si los presidentes no se lían a dar orejas a diestro y siniestro. Ya saben, que si no, luego viene lo del altercado de orden público y eso no, eso no puede ser. O sea, que los niños se pillan un berrinche y hay que darles el caramelo, ¿no?

Pero, ¿qué es lo que plantean taurinos y no tan taurinos? Pues ya saben, “vertigine perdix”. ¿Por qué no obligamos a que haya que cortar dos orejas en un toro para abrir la puerta grande de Madrid? Por poner un ejemplo. Muy bien, que sean dos orejas, pero claro, cuando las dos orejas se empiecen a regalar, por eso del orden público, ya saben; entonces, ¿qué hacemos? Pues siguiendo ese camino, podemos poner que haya que cortar dos orejas, el rabo, la pata, la otra pata y así, hasta que haya que llevarse el toro a casa. Y entonces no se podrá sacar a nadie a hombros, porque no habrá cristiano que aguante a toro y torero subido a la chepa.  Pero dejémonos de “vertigine perdix” y seamos serios por una vez. Y digo yo, si no es más fácil aplicar el reglamento, mantener el sentido común y la seriedad y no volvernos locos. Porque al público también se le educa, lo mismo que se le maleduca, igual que se le hace que aprenda como desde los micrófonos y desde el taurinismo tergiversan y retuercen conceptos que siempre habían prevalecido. Que claro, que si un señor dice eso tan manido de que la primera oreja es del público y bla bla, bla bla bla, pero no dice que si pincha y se le da la oreja al caballero de luces le está dando la segunda, como si su actuación fuera merecedora de dos orejas, pues apañados estamos. Que me dirán que esto no es así, lo que ya da una idea de la edad de cada uno. Y si me confirman esto, es que ya tienen ustedes cierta edad y no aprendieron de esto por Canal Plus y demás locutores televisivos.

Que qué ingenuo yo también. Que digo que esto se resuelve con sentido común, con afición, partiendo del palco, pero claro, si resulta que uno escucha a un señor presidente de una plaza de Madrid que él defiende a la empresa, al torero… Que creo que no tengo que decirles dónde lo he escuchado. Pues uno piensa en lo del principio, cuando empezaba con lo de “vertigine perdix”. ¿Qué sentido común y afición podemos esperar de quien defiende a los que quieren arramplar hasta el último céntimo a costa de toros inválidos en el ruedo, de triunfos prefabricados para luego poner a ese supuesto triunfador por cuatro pesetas, a esa ganadería que echó una corrida muy buena que no se pudo picar, pero que le compran seis borrego por dos duros y si acaso ya le pagarán cuando el 29 de febrero caiga en Pascua. Eso sí, siempre habrá sitio para ocurrencias, desvaríos y bla bla bla… Que no para la afición, el sentido común y salvaguardar el espectáculo, rito o cómo quieran llamarlo, que este no importa. ¿Y cómo nos distraen y nos hacen mirar para otro lado dejándonos embobados? Pues eso, mareando la perdiz o como decía Marcial, el romano, no el más grande, el del pasodoble, “vertigine perdix”, mareando la perdiz.

 

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martes, 23 de enero de 2024

¡Vaya tropa!

Esto está a punto de empezar y ya estamos echando cosas de menos, las mismas cosas desde hace años y es que nada cambia, solo evoluciona... a peor,


Pues anda que pinta bien el panorama taurino. Que si le echamos media pensada, todo transcurre entre peleas de patio de vecinos, que si tú no tienes lo que hay que tener para… que si yo tengo eso y más… Que si el señor García Garrido está condolido porque la afición no se le ronde de hinojos, con lo que él se esfuerza. Pero claro, luego salen los rumores de lo que puede ser el próximo San Isidro y para qué más. Y aún espera que le hagamos fiestas. Que buena feria para un pueblo. Los de siempre, con el ganado de siempre, aunque parece que en casi un mes de toros en Madrid, habrá dos o tres hierros del interés de quién gusta ver el toro. Y para que nadie se llame a equívoco, a pesar de su presencia en la última feria, aquí no incluyo lo de Victorino. Que pueden salir interesantes, pero hace mucho, pero mucho, que esto dejó de simbolizar al toro que gusta de ver a lo que queda de afición venteña. Pero, ¡Vaya! Ya he caído en su trampa. Ellos quieren que nos detengamos en el detalle, en lo superficial, en lo primero que salta a la vista, si viene tal o cuál o si traen a este o al otro hierro. Pero seguimos dejando a un lado la más que lamentable e imparable degradación de la plaza. Una plaza que el señor García Garrido, que no se me ofenda, ve única y exclusivamente como un negocio, en el que solo cuentan las perras. Lo demás… Lo demás no importa. Que lleva años atropello tras atropello y seguimos enredados en si este viene cuatro tardes o el otro tres, en si al final vendrán Cuadri, Saltillo, Cebada o si se confirma lo de Miura o Baltasar Ibán. Mira que nos hemos puesto facilones. Que como buenos hijos de esta tierra, protestamos en la barra del bar, pero luego llega uno con las medias rosas, pega cuatro brincos, seis carreras y tres trapazos y ya le convertimos en nuestro campeón de la “tauromaquia”. Que ya les digo yo que el problema no es que vengan esas tres o cuatro tardes, ni mucho menos. A Madrid hay que venir siempre, pero el problema es venir siempre con lo mismo, a ver si con seis u ocho toros se cortan despojos. Pero, ¿se imaginan que vinieran con variedad en el toro, comprometidos, alternando con alguien que les pusiera las cosas complicadas? Y me dirán que así se les quitan oportunidades a los modestos. Es que para esos modestos debería haber una temporada sólida, no para salir del paso y cubrir el expediente, dónde muchos tuvieran su oportunidad real. Que Madrid no es solo la feria. Pero no, a estos modestos se les anuncia para estrellarlos y si no están como Mazzantini, ya no valen. El problema es cómo han acabado montando esto, que antes y después de las ferias, no solo la de Madrid, no hay vida.

Nada ha cambiado, bueno, algo sí, que ya tragamos con toda naturalidad el que con lo comercial vayan los comerciales, en que si algo se sale de eso llaman a los que no tienen otro camino si quieren pillar toro y pa’lante. Pero tranquilos, que siempre encontrarán al que analice la feria con pelos y señales, que si análisis de los de luces, que si análisis de las ganaderías, que si unos u otros estuvieron grandiosos en Villanueva de los Parches, que si aquel toro fue de vacas en el pueblo de al lado, que si… y así nos va. Les propongo un juego, un juego que yo jugué hace unos años. ¿Por qué no cuentan los puyazos que de dan a cada toro y luego cuentan los que se han dado en toda la feria y en especial a esos toros que luego van a premiar con placas, azulejos o bolígrafos grabados? Igual se sorprenden. Pero puyazos, no el que les vacunen contra el Covid o la glosopeda. Que ahora llamamos puyazo a cualquier raspalijón que se le de a un toro. Y puestos a jugar, apunten el peso de los toros y al lado una crucecita que diga si a pesar de los kilos los animales tienen trapío, seriedad. Y no les pido que cuenten capotazos o muletazos a ley, porque la espera se les puede hacer muy larga y lo de contar trapazos me parece inhumano y sería muy fácil perder la cuenta.

Que con todo este panorama habrá quién me diga que me calle, están en su derecho, y que esos de los tanto despotricamos llenan los tendidos. “Touché” Eso es innegable, pero claro, si yo intento hablar de toros, no me cambien la suerte poniéndose a hablar de finanzas. Que si es así, ahí yo nada tengo que decir, la economía nunca fue mi fuerte, aunque tampoco lo pretendí jamás. Que es una forma de medir los éxitos de una empresa, desde luego, pero, entonces, ¿por qué nos quieren hacer creer que les interesan los toros? Aunque tranquilos, siempre les puede quedar la salida de comentar lo que digan en la tele, cátedra suprema de la tauromaquia, ideal para luego ir a la plaza y soltar cuatro palabros de los que sueltan los amos de los micrófonos. Pero ya les digo que con estos tampoco merece la pena intentar hablar de toros, ellos manejan otro idioma, ese que hay aficionados de toda la vida de Dios que no entienden. Que igual más o menos se pueden hacer una idea, pero vamos, que es como si uno habla en castellano y el otro en portugués. Que el primero se entera de poco y el segundo pilla algo más, pero sin alardes. Y en este guirigay andamos, que unos van a lo suyo, otros se dejan engatusar y entran con decisión al trapo, mientras otros miran al cielo sin entender nada y exclamando eso tan de aquí que se puede aplicar a cualquiera: ¡vaya tropa!

 

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domingo, 7 de enero de 2024

Los toros en la vida

A veces los toros están tanto en nuestras vidas, que hasta hay sitios en que te los encuentras hasta por la calle.


Es muy frecuente encontrarse con gente a la que no solo no interesa esto de los toros, sino que están en contra de todo lo que huela a toro, vaca, torero o hasta pasodoble taurino, pero ni ellos mismos son conscientes de lo mucho que tienen que ver con todo esto, aparte del lenguaje que les salpica continuamente cuando dicen con toda autoridad eso de cambiar de tercio, perder los papeles, en corto y por derecho, desde la barrera, brindis al sol y un largo etcétera, pero… ¿queda ahí la cosa? Ya les digo yo que no. A ver, piensen simplemente en un viaje en avión, la nave ha aterrizado y ya tienen ahí a todas las señoras y señores pasajeros como si esperaran en la manga para que les rociaran el lomo de zotal. Callan, no suelen ni rechistar, hasta que el vaque… perdón, la tripulación abre la puerta y salen a la carrera por ese pasillo cerrado, en tropel, que si se les pone delante el mundo, arrasan con él y se lo llevan puesto por montera. Hasta que llegan a la sala, al cerrado, y ya se dispersan y se calman.

Pero qué me dicen de esos que antes, en el mismo aeroplano, se tienen que acomodar y empiezan a moverse sin parar, a dar patadas como si estuvieran desembarcándolos en la plaza. Y no les digo nada de la que montan para meter el baúl de la Piquer en los compartimentos sobre los asientos. Pum, pam, zas, venga golpes. Que hay toros a los que les ponen la divisa y no dan tanta bulla. Pero, qué me dicen de la salida de un colegio, con los padres en la puerta, ansiosos, berreando para que su ternero les identifique entre esa masa de progenitores. Y de nuevo alguien da la salida, los maestros, y los añojos salen en estampida y el ambiente se llena de un eterno berreo, ¡Mamá! ¡Papá! ¡Jonatan! ¡Lucas! ¡Abuelo! Pero oiga, que todos identifican los mugidos familiares y al final cada uno encuentra a los suyos.

Y ahora, pongámonos en situación, vayamos al campo y esperemos al atardecer a un señor entrando en un cercado, a pie, con un saco al hombro y todos los animales, erales, utreros, cuatreños, van como corderitos detrás del hombre del saco esperando que el pienso caiga y casi sin que toque el suelo merendárselo. Pues bien, ¿alguna vez han ido a un cóctel’ ¿Quién no ha ido nunca a un cóctel? Pues seguro que identifican la imagen de la gente arremolinada a la puerta de las cocinas y en cuanto sale una bandeja con camarero debajo, o al lado, se tira enajenados a por el canapé, tantas veces como bandejas crucen esa puerta del cielo, sin apenas preguntar si son de paté, carne, pescado, veganos, pseudocaviar, pseudoangulas, pseudo lo que sea. En ese momento les preguntas cuál es su canapé favorito y te responden que el de comida.

Que no crean que a algunos en ocasiones, en muchas ocasiones, no nos gustaría parecernos a un toro, poseer su valor, el no volverle la cara a la pelea, su nobleza, esa casta que les hace aprender para ganar en la lucha, ese poder, esa fortaleza y desde luego, esa belleza natural de un animal único ya admirado cuando la civilización aún estaba en mantillas, objeto de artistas, de representaciones simbólicas en las cavernas, convertidos en deidades, mitos guardianes de laberintos, toros blancos momificados como reyes, protagonistas de juegos en tiempos en que los dioses olímpicos habitaban en las cumbres de los montes, figura central en los lienzos de genios del pincel, don Paco, don Pablo, y eje del último rito casi mitológico que queda en la vieja Europa y uno de los últimos del globo. El toro, al que se teme, se admira y se ama por igual, el que deja mudas las gargantas, al que aún se le puede ver arrancándose de lejos peleando en el caballo, queriendo coger los engaños con saña y que lo mismo te entrega la gloria, que te quita la vida en ese camino a la gloria. Yo quiero parecerme al toro, me identifico con él, él hace que alabe al torero, que me conmueva su valor, el poder de la inteligencia sobre un vendaval. Porque sin el toro, no hay héroes en el ruedo, sin el toro, nada de todo el rito es justificable y pasa a ser una pantomima insoportable. Solo el toro tiene el poder de convertir esto en grandiosidad, en una gran ola que cubre el mundo y a la que no son ajenos escritores, artistas, músicos, escultores, pintores, nadie que tenga la suficiente sensibilidad para ver y entender al toro y darse cuenta de que quieran o no, siempre encontraremos a los toros en la vida.

Enlace Programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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