El pase de las flores, esas que con tanto cariño arrojan a los de las medias rosas |
Se está implantando una nueva vía de acceso de nuevos
pilotos a la Formula 1; Los aspirantes solo tienen que pilotar un coche en un
gran premio y si hacen podium, pues entonces pasan a iniciar su aprendizaje
desde las categorías inferiores. Algo parecida es la nueva política de fichajes
en el Atlético de Madrid, el que quiera jugar al fútbol de rojiblanco basta con
que juegue de titular el primer domingo posible y si marca un gol, pues
entonces le mandan a jugar en los equipos alevines, infantiles o juveniles del
club. Pero esta corriente innovadora también ha arraigado en el mundo de la
política; incluso se dice que los aspirantes empiezan de ministro para probar y
aprender, pero de esto no hay pruebas, aunque sí más de una evidencia de la
visones de estos señores.
Y ahora que alguien se atreva a decirme que esto es un
disparate. Porque si pensamos un poquito y comparamos circunstancias, en el
mundo de los toros esa es la fórmula de empezar a funcionar en esto, vamos por
lo gordo y luego a por lo demás; y me explico, pocos son los que se echan las
manos a la cabeza al ver como a unos chavales muy poco rodados son acartelados en la plaza de Madrid, con el
único propósito del “a ver si hay suerte”. Lo mismo novilleros, que matadores
de toros. Eso sí, luego nos lamentamos y nos compadecemos de esos pobrecitos que
tienen que ponerse delante de unos pavos de cuidado, que no siempre tienen
buenas intenciones, ni son la Pelos en el Barrio Gótico.
Los argumentos son concluyentes, es un crimen echar ese
ganado a unos chicos que están empezando y que apenas han toreado un par de
veces con caballos; o que no hay derecho que a matadores con uno o dos
paseíllos, en el mejor de los casos, tienen que pechar con unos perlas
encastados y con una lámina para rilarse por las calicatras. Pocas afirmaciones
podrán estar cargadas de tanta razón, pero, y aquí viene la segunda parte de la
parte contratante, ¿qué pinta tanta visones en Madrid, en la palaza de Las
Ventas? Quizás esa condescendencia se podía tener en las becerradas sin
caballos, en las que a los actuantes se les supone tener múltiples carencias y
alguna que otra virtud, de esas que no se aprenden. Y como decían los viejos
aficionados, se veían en la obligación de enseñar e ir formando al aspirante a
matador de toros. Pero de ahí para arriba, el que se pase por Madrid se supone
que tiene que acreditar un cierto bagaje y haber demostrado méritos suficientes
para ocupar uno de los tres puestos en primera línea tras los alguacilillos.
Vale que esto está montado con los pies y boca abajo,
empezando la casa por el tejado y que haya pasado a ser algo habitual, pero lo
que no puede ser es aceptado, porque no es aceptable, ni lógico. Baste con
pensar en otros campos y en otras actividades para darse cuenta del grado de
insensatez que hay en todo esto. Y las figuras, esas que siempre miran para
adentro, esos que parece que viven ajenos a todo lo que no sea su bolsillo y su
comodidad, en un arranque de humanidad y compañerismo se lanzan a la piscina
cuando no tiene agua y claro, el trompazo es tremendo; y mientras se levantan
tambaleándose y sacudiéndose la ropa, hacen como si nada hubiera pasado y como
si antes del salto ya supieran que iban a chapotear contra los azulejos del
fondo. Si es que se meten en unos charcos, con perdón.
¿Y qué piensa unos cuando El Juli saca la cara por los
novilleros poco rodados? Qué hay gato encerrado, que de alguna forma se está
cubriendo las espaldas y puede que hasta se le conceda algo de razón. Pero
claro, como además de tener el don de la oportunidad, también cuentan con la
desaprobación de los dioses taurinos, el domingo siguiente salen unos
novillitos de juguete, pero con un puntito de casta suficiente para descolocar
a una legión de aspirantes a figuras del toreo. ¿En qué quedamos entonces? ¿El
problema es el tamaño, las intenciones del toro o la falta de pericia y
conocimientos de la torería de hoy? Pues hombre, con un poco de lo último,
igual lo otro, ese volumen aterrador y esas dificultades para darle pases al
negrillo, no se verían como si fuera un monstruo de siete cabezas.
Uno contempla domingo tras domingo como los que quieren ser
figuras no saben llevar el toro al caballo, lo que les supone un esfuerzo
extremo y sin conseguir el fin deseado. ¿Cómo no se les va a hacer cuesta
arriba, si algo tan básico como fijar al toro es un imposible? No lo fijan, se
hace el amo del ruedo, no miden el castigo en el caballo, pidiendo el cambio de
tercio mecánicamente al segundo encuentro, haya sido picado poco, mucho o nada,
no tienen en cuenta los terrenos y actúan como autómatas, sin pararse a echar
cuentas de las condiciones del animal, vamos que aquello de la lidia es un
concepto utópico, más propio de la mitología taúrica, que del cotidiano
discurrir de la corrida. Lo de la colocación sería de risa, si no fuera por el
peligro que esto provoca. Con el toro en el peto, lo mismo se colocan a la
grupa del caballo, que a dos metros del estribo derecho, que a ocho y ante las
voces que atruenan con el “a tu sitioooo”, los mocetones rodeados del paisanaje
parecen interrogar con la mirada para ver si alguien les sopla cuál es el sitio
ese. Tres cuartos de lo mismo ocurre en el segundo tercio, sin pararse a pensar
en que los de los palos pueden necesitar auxilio antes y después de entrar a
clavar y que aquello no es una simple pose para la foto, ni una pantomima ¿o
sí?
Con estos mimbres no resulta difícil echar cuentas de los
toros que se marchan al desolladero sin haber recibido ni un pase, ni un lance
en el que hayan sentido el dominio de un capote o muleta que les hayan obligado
solo un poquito. Y luego nos dicen que ahora se torea mejor que nunca. ¡Ay!
Señor, señor, a cualquier cosa llaman torear. Pero que no cunda el pánico y que
nadie se crea que una figura va a enarbolar la bandera de la verdad, la
autenticidad y el toreo eterno, mientras con un pecho fuera guía a los taurinos
ciegos por el destello que esto produce en los ojos de los pecadores. Sería
mucho esperar de quien nadie ofrece a favor de la fiesta. Seguirán bramando por
los tamaños tan exagerados de los animales con aquella coartada tan recurrente
de que los toros grandes no valen, aquello del sacarlos fuera de tipo, lo de
los kilos, lo de caber en la muleta y no sé cuántas… ocurrencias más. Atacarán
a todo lo que no se corresponda con el borreguillo corretón tan necesario para
enaltecer el toreo de zanahoria, el de la Tauromaquia 2.0. Y mientras todavía
habrá algún insensato que pretenderá correr en Monza con la “L” colgada del
alerón trasero.