lunes, 25 de abril de 2022

Tarde de toros en Madrid

Saltillos y Santa Colomas de los hierros de Saltillo y los Maños, para una tarde de toros en Madrid


Lo que son las cosas, estamos en tal estado de cosas en esto de los toros, que lo que debería ser habitual se ha convertido en una extrañeza. Porque si nos preguntamos que vamos a ver a una plaza de toros, aparte de cuando había conciertos, y acudiendo a una corrida de toros, ¿qué sería lo lógico que nos encontráramos? Pues toros, no van a ser ni sardinas, ni perros pachones que se dejan acariciar, ni adorables koalas, ni peluches simpáticos, ¿no? Pues igual la cosa no es tan simple. Que sí, que parece cosa de locos, pero lo habitual en estos días que nos tocan es lo segundo, pero con cuernos. ¡Qué lástima! Pero resulta que una tarde, como sin quererlo, van y te dan una corrida de toros, con toros. Grande prodigio sucedió en Madrid. Seis toros seis, cómo decían antiguamente. Que no piensen tampoco que eran los pupilos de Jaquetón, Diano o el toro Capitán; ni mucho menos. Que la gente no ha salido toreando, como se decía que ocurría en aquellos días gloriosos del toreo de antes, la frase más repetida era la de: “pues yo no me he aburrido”, “pues que la tarde se me ha hecho corta”. Que no pidan que les diga cuánto ha durado la corrida, que ni lo sé, ni me lo he planteado, porque no he mirado el reloj ni para ver la hora de la pastilla.

Lo llaman desafío ganadero y no sé si al final lo suyo sería decidir si han ganado los de la divisa azul y blanca o los de la divisa verde y amarilla, aunque para definir lo ocurrido esta tarde, yo diría que en era un desafío de los de las medias rosas contra los de capas negras y cárdenas. ¿El resultado? Pues yo diría que 4 para estos últimos, cero para los primeros y dos sin calificar por incomparecencia de uno de los contendientes, los de luces. Sánchez Vara, Luis Bolívar y Thomas Dufau, que perdieron los papeles casi en cuanto se rompió el paseíllo. Que avispados algunos que se arrancaron a ovacionar a los comparecientes, quizá porque atisbaban que iba a ser la última oportunidad que iban a tener en toda la tarde. La mayoría no estuvo tan espabilada y así pasó, ni un palmas, palmitas, higos y castañitas. Bueno, a los toros sí, pero nada más. Que vale, que así no te aprovecha el yintonis, ni las pipas, ni el bocata de chicharrones, pero no todo va a ser diversión y jolgorio, ¿no?

Sánchez Vara quizá esperaba que le saliera uno de aquellos Saltillo que hacían jirones los capotes y ponían en franca huida a los lidiadores, pero no, resulta que los ha habido que hasta metían la cabeza y seguían los engaños, cuanto más por abajo, mejor. Eso sí, como les dejaras tocarte las telas y se percataran de que allí nadie les mandaba, tomaban ellos el mando. Su primero, de Saltillo metía la cabeza con cierta entrega, pero… Ya estamos con los peros. Mantazos y más mantazos, mal picado, tapándole la salida, el animal queriendo pelear, aunque solo fuera con el pitón izquierdo. Le puso Sánchez Vara de lejos en el segundo encuentro, al que acudió no sin tardear demasiad, que al final fue, pero dejando claro que no estaba por la labor. Acto seguido, el matador se ofreció a parear y… que la voluntad solo no basta. Se lo sacó en el comienzo del trasteo a los medios. El Saltillo acudía a la muleta, pero se le permitió justamente lo que no se le debía permitir, trapazos por alto tocando la tela, para acabar venciéndose por el derecho. Cambio a la zurda, vuelta a la diestra, pero ya estaba hecho todo el mal, el toro se le quedaba, cuando no se le echaba encima. Bueno, a ver si con el de los Maños había más fortuna. Recibo con larga de rodillas, dejando al animal suelto por el ruedo, queriendo este llegar al picador que hacía la puerta por dos veces. Mal picado, con puñaladas muy traseras, a lo que el de los Maños respondía tirando derrotes al peto. Tras una lidia nefasta, ya en el último tercio Sánchez Vara tuvo la virtud de darle distancia, paralelo a las tablas más allá del tercio. Inicio aseado por ambos pitones, para continuar con la derecha empalmando, que no ligando, muletazos con el pico, sin rematar y sin quitarle la tela del hocico, echándoselo para afuera. El animal no paraba de embestir y no encontraba otra respuesta que un intento de toreo muy distante, sin quietud alguna, sin parar de bailar, para culminar de bajonazo soltando la tela. Será otro día en el que Sánchez Vara tenga más suerte y le salga un marrajo ilidiable que no le descubra sus carencias y al que pueda responder con el único recurso de estar ahí, pero cuanto un toro le exige toreo, ahí se le tuerce todo y no sabe cómo salir del embrollo.

Para juzgar al segundo de la terna, Luis Bolívar, quizá bastaría decir que no está, que es un cúmulo de desconfianza y excesivas precauciones, quizá debido a esa falta de recursos que se hizo evidente hasta para poder cuadrar a un toro para atacar el hoyo de las agujas. Su primero, de Saltillo, también mostró cualidades de salida metiendo la cara en el capote y yendo lejos, parándosele solo en el momento en que le marcó la salida antes de tiempo. Distraído antes de probar el caballo, después recibió tres puyazos, a cada encuentro un poquito más lejos. En la primera vara fue con la cara alta y derribo al de aúpa. En la segunda se acercó unos pasitos, para después arrancarse, aunque justo antes de llegar al peto parecía frenarse por un instante, lo mismo en este que en el siguiente encuentro. Peleó con fijeza y sin que le cerraran la salida en el peto, recibiendo una puñalada infame en la segunda entrada. Comenzó Bolívar su trasteo pleno de desconfianza y con demasiadas precauciones, ignorando las embestidas que le ofrecía el Saltillo, a las que respondía con trallazos destemplados y no con el temple que precisaba y que le hacía seguir la muleta. Sin encontrar la distancia, a pesar de que el animal se lo cantaba, para acabar gazapeando, aunque si se le encontraba el sitio, seguía queriéndola coger. Se cerró este segundo con una bronca, a consecuencia de un mitin con la espada. El quinto, de los Maños, apenas fue mal picado, yendo el caballo al toro y no al revés, el pica perdiendo el palo. Más incisiones con la muleta, que si ahora voy con la derecha, que no, que vuelvo. Echando al animal para afuera y sin saber por dónde meterle mano, soso hasta cansar, pico, venga carreras, siempre descolocado, dejando claro que el colombiano no está, ni tampoco tiene recursos ni para volver, ni para quedarse.

El tercero era el galo Thomas Dufau, que de salida se vio desarmado ante las largas embestidas del primero de los Maños, al que apenas se pico y que se picó de mala forma. El animal acudía a todo, en los medios en los comienzos de la faena, en la que Dufau hacía lo que podía, abusando del pico, teniendo que recolocarse a cada trapazo. Siempre fuera, mientras el toro no se cansaba de entrar al engaño. Envites que se debían dominar con toreo y a los que el espada solo respondió con ventajas y ya acortando las distancias, lo que hizo que el toro se empezara a parar, para acabar marchándose sin que nadie le toreara lo más mínimo. El que salió sexto, de Saltillo, hubo de ser devuelto por manifiesta invalidad, que todo el mundo pudo ver de inmediato, sobre todo después de cinco, seis, siete, yo qué sé cuántas caídas, pero que el señor del palco solo atisbó en banderillas, en mitad de una magnífica capea, con un desorden total, aunque sin paella ni calimocho, que es lo mínimo que se puede pedir en una capea. Salió un sobrero del mismo hierro, un torazo que como otros cuantos a lo largo de la tarde entraba de largo en las telas. Otra lidia nefasta, un tercio de varas para mandar a Soto del Real al montado, quizá para calmar su rencor después de haber medido el suelo con el lomo, si bien es verdad que el Saltillo se salía suelto del encuentro. En el segundo tercio ya sí que parecía que iba a asomar alguien ofreciendo paella y calimocho a los asistentes, pero afortunadamente esto es más serio que eso, a pesar de los actuantes. Pasadas para dejar un palo, capotes por el suelo, banderillas por el suelo y el toro tan campante, entero y esperando a ver que se les ocurría a aquellos señores que le andaban alrededor. Y salió Thomas Dufau, pero como si no hubiera salido. Trapazo por aquí, te merodeo por allá, hago como que hago y a por la espada, sin tan siquiera sonrojarse. Que no irá con él eso del sonrojo. Si no irá con él, que igual hasta se atreve a pedirle a alguien una oportunidad para no sé qué sitio y en qué fechas. Aunque si tuviera vergüenza torera, lo mismo subía los trastos a Wallapop, a ver si alguien les da mejor uso. El traje no, que como recuerdo siempre es bonito mostrarlo a las visitas. Pero lo que nadie nos puede quitar es que después de… ni se sabe, hemos podido disfrutar de una tarde de toros en Madrid.

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miércoles, 20 de abril de 2022

A pasar niveles en el Candy Crash

Cuando la emoción está en el ruedo, no hay lugar a ninguna distracción.

Uno no deja de aprender de los que saben, sobre todo de los que más saben y si hablamos en cuestión de “tauromaquia”, en Sevilla se sabe un rato largo. Que no quiero yo señalar con el dedo a la afición hispalense, Dios me libre, pero en estos días ha circulado una imagen que seguro que podría aplicarse a cualquier plaza del mundo. Que no es Morante con el capote, ni Juan Ortega, ni Pablo Aguado, ni tan siquiera los endebles y enclenques animalejos de Juan Pedro Domecq. No, la imagen que dice mucho se la coja por dónde se la coja, es la de un señor supuestamente trajeado para la ocasión, el Domingo de Resurrección en la Maestranza, en una localidad de barrera, bien hidratado y mientras el toro estaba casi delantito de él, él estaba con el móvil jugando al Candy Crash. ¡Telita! ¿No? Que no me digan ahora que la culpa de que este señor se buscara entretenimiento extra es de la tecnología, de los móviles o del 5G. Que no quiero yo dudar de la afición del caballero, porque hasta es posible que la buena afición que atesore este señor sea la que hace que le deje de interesar la mojiganga del ruedo maestrante y decida ponerse a pasar niveles en el jueguecito en cuestión.

Que los sabrá que pongan a este caballero, al que afortunadamente para él no se le ve la cara, de chúpame dómine, pero si los taurinos no fueran ni tan taurinos, ni tan egocentristas, igual era para que echaran una pensadita, que meditaran un ratito nada más. Pero no. Ellos mismos parecen empeñados en distraer de lo que sucede en los ruedos y prefieren cambiar el punto de atención y la fuente del divertimento a otros factores y a todo lo más que llegan, es que si hay aburrimiento, no hay que combatirlo, hay que hacer que dure menos tiempo. Y así estamos en que lo fundamental en una plaza es una buena copa, preferentemente un yintonis con bayas del trópico, la música, los despojos, las salidas a cuestas cargando a los de las medias rosas, una buena merienda o en su defecto una bandeja de “canapeses” top delicatessen, jalear hasta a los alguacilillos y evitar que alguien nos chafe la tarde. Y si hace falta, en lugar de seis, cuatro toros. Que la verdad, tampoco es tan grave el que nadie se ponga a jugar con el móvil, que ya digo que este no es un caso aislado, no por falta de afición, sino porque es muy probable que sea esta la que hace que muchos se pongan a jugar al Candy Crash, a hacer solitarios, a ver el fútbol en la Condomina, las carreras de motos, el Sálvame de Luxe o a preparar una oposición a juez. Una vez que uno paga, ya no les importa nada más. Bueno, sí, que no des guerra, que te quedes sentadito y calladito y a todo lo más, que no se escuche más que el clic clac de las pipas y el puffff al escupir las cáscaras en la espalda de quien haya tocado delante, aunque si estás en barrera, tampoco hay que tener demasiado cuidado y si estás en la andanada…

¿En qué punto estamos? ¿Dónde nos ha llevado esta gente? ¿Es esto lo que realmente queremos? Porque buenas palabras las escuchamos permanentemente, te sueltan la retahíla fundamental de la “tauromaquia” y hasta te lo creerías, si ese sermón no viniera de quién viene. Y solo hay que darles un poco de sitio y un poquito de tiempo, no mucho, para que rápidamente sigan con sus peroratas modernistas, eso del arte y el arte y más arte, afirmando que eso del arte es el objetivo absoluto de todo esto, ese arte, arte que a todos nos embruja cuando surge, que no surge siempre, ni mucho menos. Porque el arte es una consecuencia del toreo, una consecuencia sublime, pero no es el objetivo primario. El primero de todos los objetivos debería ser ni más, ni menos, que dominar, poder al toro, pero claro, si el toro ya sale al ruedo podido y más que podido, si lo que se pretende es que este vaya y venga, que simplemente se mueva, sin pararnos a ver cómo y para dónde se mueve, esperando que allí llegue un señor a poner posturas, pues entonces no se extrañen, ni se escandalicen si algunos, después de pagar un pastizal y haberse llenado de alcohol hasta las orejas, al final solo se le ocurre sacar el móvil y dedicarse a pasar niveles en el Candy Crash.

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jueves, 14 de abril de 2022

Sobresaliente cum laude

Cuando se torea poco o nada, es muy difícil tener o poner en práctica recursos para la lidia. A veces un sobresaliente tiene que sacarlos del fondo de su afición, pero no nos cofundamos, ni le confundamos a él, cegándole con halagos traicioneros.


Haciendo memoria, por mucho que quiera, no recuerdo un caso como el sucedido el pasado domingo en Madrid, que un sobresaliente tuviera que despachar él solo cinco toros de una corrida de seis, a causa del percance que sufrió el matador titular, Emilio de Justo. Sin pretender convencer a nadie, hay muchos factores que a uno le hacen reflexionar y al final llego a la conclusión de que el público que va a las plazas cada vez es menos exigente y hasta parece que le importa más bien poco lo que le den, con tal de que le den algo. Que resulta que sacas una entrada para ver una cosa y a la media hora, por imperativos no deseados, te cambian a una de las dos partes que integran el espectáculo y te encuentras que el sustituto a muchos hasta les costaba encontrarlo en el programa. Vamos, que miraban y miraban y no lo veían por ningún lado. ¡Ah, sí! Allí, detrás de los sobreros. Sí, es verdad, Álvaro de la Calle y Jeremy Banti. Eso sí, como Google va que vuela, a los cinco minutos ya todos sabíamos que de la Calle era salmantino y que llevaba más de veinte años de alternativa; que un chaval tampoco era. Y diez más tarde, que llegó a la plaza andando con su mujer y su hija. ¡Qué bendición con el Internet!

Pero mis preguntas van en otro sentido. Queremos equiparar los toros a otros espectáculos, con las lógicas diferencias impuestas por la propia naturaleza de los toros, pero al final la fiesta que tenemos y que muchos hacen por adaptar a depende qué circunstancias, va perdiendo a marchas forzadas. Seguro que ustedes han visto en las noticias como no hace tanto Joaquín Sabina se sintió indispuesto en el escenario y dijo que no podía seguir. ¿Y qué pasó? Salió por allí un motivado o un aspirante a cantante y le soltó al respetable el repertorio que iba a interpretar el artista anunciado? En ese caso, ¿el personal se habría regocijado porque a pesar de todo iban a tener concierto? ¿Habrían celebrado que les hubieran puesto a todo meter las canciones previstas en un CD? No quiero ni imaginarlo. Pero no, el concierto se suspendió y a saber para cuando Sabina iba a poder dar ese concierto. O que usted saca entradas para la última de Will Smith y como el rollo de película se les ha liado, pues cogen otra que tenían por allí y marchando; total, cine van a ver, ¿no? Y no quiero hacer el chiste fácil de que en lugar de la peli de las Williams les ponen la de Alí, pero… No sería lo mismo, ¿verdad que no?

O si en estas sacan entradas con años de adelanto para el concierto de Año Nuevo, ese de la marcha de las palmas y los valses sin palmas, se van a Viena y después del Danubio Azul te dicen que no, que los maestros se han indispuesto y que los mismos valses y la marcha esa de las palmas van a correr a cargo de la Banda del Empastre, que combina música con humor. No sé por qué, pero no veo yo a los asistentes a ninguno de tales acontecimientos encantados de la vida y celebrando que aunque lo que iban a ver no va a ser, al menos van a ver algo parecido. Y lo que me cuesta mucho más imaginar es que esas personas después salieran encantadas con el motivado que sustituyó a Sabina, con la película que ya habían visto y no les entusiasmo, ni con la banda del Empastre, que combina música con humor. Pues si esto le parece de locos, no mire al mundo de los toros, porque va a cortocircuitar. Que no solamente les cambian el reparto, sino que al final, como el suplente, ese que no sabían ni encontrar en el programa de mano, como fue capaz de salir andando, incluso dignamente, empiezan a alabarle y a pedir una oportunidad para él. Una oportunidad después de más de veinte años de alternativa. Que claro, no todo está tan mal, porque al menos ya saben dónde viene su nombre en el programa, detrás de la reseña de los sobreros.

Que la verdad es que es digno de alabanza el que el sobresaliente, Álvaro de la Calle, despachara él solo un encierro, así sin avisar, de repente; que él venía por si pasaba algo en un momento dado y resulta que lo que pasó es que tuvo que plantarle cara a cinqueños que en algunos casos casi rondaban los seis años. Que me parece fuera de lugar el ponerse exigente con que si toreaba así o asao, pero hombre, tampoco me lo vistan de gran hazaña taurina y con merecimientos para empezar a verse por los carteles de aquí y de allá. Que no digo que se le dé una tarde, como agradecimiento y para que se vea anunciado con su nombre. Pero que no veo ese enaltecimiento al torero, entre otras cosas porque él puede ser el primer perjudicado. Entonces la cosa cambiaría y habría que pedirle como a los demás. Así que dejemos las cosas como están, valoremos esto en su justa medida y no queramos sacar los pies del tiesto, porque entonces el color del cristal con que se miraría todo sería diferente. Miremos todo con el cristal de la comprensión, de entender que un torero se encontró de repente con un traguito que quizá nadie pudo imaginar y entonces sí, entonces habría que hablar con todo merecimiento de un sobresaliente cum laude.

 

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lunes, 11 de abril de 2022

Se quebró la ilusión

 

Hay tardes en que el toreo bonito, el de pellizco, tiene que dejarse a un lado, porque lo importante son otras cuestiones. Emilio de Justo, ya te esperamos de luces.

Tarde de grandes esperanzas, tarde de planes de triunfo, de grandes expectativas, todo estaba a punto, pero un toro se llevó todo por delante. Un toro de Pallarés no solo quebró esa tarde de expectación, también se llevó por delante a un hombre, a un torero, al que un mal derrote mandó a la enfermería y que, en el mejor de los casos estará varios meses en el dique seco. Era la tarde de Emilio de Justo y aparte de méritos taurinos, en un santiamén lo único que allí valía era la integridad del torero, que la incertidumbre de las primeras noticias cayera del lado de la luz y la esperanza, de la pronta recuperación del hombre herido. Difícilmente se puede hablar de lo que sucedió en el ruedo, después de lo sucedido y de las noticias que llegaban a través de las redes sociales. Lo que sí les puedo asegurar es que no puedo tener más ganas de volver a ver a este torero y contar lo bueno, lo malo y lo regular. Que si fuera mañana, mejor. Un toro de Pallarés que apenas fue castigado en el caballo, si acaso un raspalijón que apenas hizo mella en el toro. Escasito de fuerza, lo que se acrecentó con una vuelta de campana, midiendo la arena con el lomo. En la muleta parecía empezar con algo más de brío, que apenas mantenía, solo si no se le sometía con la tela, pero intentando seguir el engaño, hasta el momento de la suerte suprema. De Justo, buen estoqueador, cosa que ha demostrado a menudo en esta plaza. Se tiró sobre el de Pallarés, que al prenderle por el muslo le volteo en el aire, cayendo de muy mala manera recibiendo todo el golpe la cabeza y el cuello. El espada incluso pudo salir a la carrera para evitar un nuevo envite. Pero inmediatamente fue conducido a la enfermería, donde al poco se decidió que no podía continuar la lidia y que había de ser trasladado al hospital. Solo se puede decir una cosa, que Madrid no se va y que Madrid ya espera al matador de toros Emilio de justo. Ya digo que habrá más tardes y que se le pondrá bien, mal o regular, pero con él vestido otra vez de luces. Matador, ¡hasta pronto!

Menuda papeleta, el testigo lo había de tomar el salmantino Álvaro de la Calle, un torero con años de alternativa, pero muy poco rodado. La verdad es que uno no es partidario de que estos compromisos tengan que ser asumidos por los sobresalientes. Se corta la corrida y punto. Que dentro le esperaba una corrida con toros cinqueños y a punto de cumplir los seis en pocos meses. Que yo entiendo que la gente haya pagado su entrada, pero no hay vida que valga el precio de entrada alguna. Quizá ahora usted espere que yo juzgue a Álvaro de la Calle, pero le pido disculpas, pero no creo que sea justo, no creo que sea el momento. Solo decir que en el cuarto de la tarde pudo haber encontrado la gran oportunidad, pero lo voy a dejar ahí. Ha `pasaportado a los cinco que aún estaban enchiquerados con toda dignidad, con mucha vergüenza torera y con los recursos que tiene, no con más. Quizá en el quinto empezó a acusar el desgaste físico, quizá no midió ese desgaste, pues en varios momentos alargó en exceso el trasteo con la muleta. Hábil en ocasiones con la espada y más atascado con el verduguillo. Lo que no sabemos es si este gesto obligado le reportará algún contrato. Un torero al que se le vio llegar y marcharse a pie por la esplanada de las Ventas, con su mujer y su niña. Una imagen que ilustra la grandeza y lo duro de esta fiesta y de los que se quieren abrir camino. Eso sí, esa niña puede estar muy orgullosa de su papá.

El segundo de la tarde era del hierro de Domingo Hernández, que ya de salida perdió en alguna ocasión las manos, le taparon la salida en el caballo y parecía que la consigna era que no le quedaran demasiados bríos, quizá para no complicar la tarde al que tenía que llevar la corrida al completo. El toro se dolió con los palos y para el comienzo del tercer tercio se marchó a terrenos de toriles, los cuales no perdía nunca como referencia, presentando un peligro incierto y dando la sensación de ser el dueño de la situación. El de Victorino era un ejemplar clásico de los que ya tantas veces nos ofrece este ganadero/exnovillero/ epistolario/ empresario/ promotor turístico, un toro infame, blanco, sin presencia y hasta con algún kilo de más para semejante animal. Se quedaba debajo de los vuelos del capote y se revolvía con presteza. En el caballo simplemente se dejaba el de antes Albaserrada. En los primeros compases de la faena de muleta se despanzurró en la arena y hubo de contemplarse esa imagen del peón coleando para intentar que el animalito se pusiera en pie, lo que en este caso constituía una verdadera hazaña para el cárdeno al que le costaba mantenerse con un mínimo decoro ganadero. Y salió el de Victoriano del Río, que animó los ánimos de la concurrencia con tres arrancadas, tres, al peto. Iba pronto, sin derrochar alegría, pero con prontitud y sin demasiada fiereza en la pelea. O quizás sin esa fiereza que se puede exigir a un toro para que se pueda considerar merecedor de premio alguno. Se le lidió bastante deficientemente, mucho mantazo con los capotes, además de un duelo de chicuelinas entre los dos sobresalientes. El don Victoriano iba allá adónde le llamaban desde cualquier sitio de la plaza sin pensárselo dos veces. Ya en el último tercio él mismo parecía torearse, iba, venía, metía la cabeza y a cada muletazo iba dando la sensación de que se iba a ir que se aprovechara esa boyantía y prontitud. Se le dio la vuelta al ruedo y que cada uno piense lo que guste, pero bueno, la cosa podía haber sido peor. Y peor fue el de Palha, un grandullón feote y destartalado, que en el peto se limitó a dejarse mientras le tapaban la salida, como a casi todos del encierro, siendo cuando le quitaban el palo cuando más peleaba en el caballo. Coincidió que eran los momentos en que parecía que Álvaro de la calle acusaba lo que ya llevaba a la espalda. Cerraba la tarde el de Parladé, al que mejor cogió el picador de turno, pero sin apenas poderle castigar, porque evidenciaba una evidente falta de fuerza. Que el animal quería seguir los engaños, pero no le llegaba el aliento para eso. Que si aquí contara la intención, pues al animalito habría que agradecerle el esfuerzo, pero si al toro hay que presumirle el posible poder, mala cosa. Así concluyó una tarde en la que las escasas protestas vinieron de los que parecían en principio dispuestos a romperse las manos dando palmas y por el contrario, los que otras veces protestan y exigen se mantuvieron respetuosos y agradeciendo el esfuerzo de quién no venía para de repente verse en el compromiso de su vida. Ya ven esos a los que quieren ver fuera de esta plaza de Madrid supieron estar a la altura de las circunstancias y reconocer al que dio todo lo que tenía para dar. Si ya se anuncia otra tarde ya habrá tiempo de exigencias. Esta vez no era el día, porque apenas habíamos visto cómo se habrían los capotes y las muletas se hizo presente la verdad de la fiesta y sin apenas dar tiempo a pensarlo, se quebró la ilusión.

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jueves, 7 de abril de 2022

Nos quieren quitar la libertad


La libertad verdadera en el toreo empieza por el toro, con su poder, su fiereza.

Libertad, que palabra tan hermosa, con tanto contenido y que sobada y resobada está, además de que según quién la sobe, la vacía y la vacía de contenido y deja de significar lo que todos entendemos por libertad, para pasar a significar el que hagas, pienses y hables como a mi me da la gana. Te doy absoluta libertad para que hagas lo que yo quiero y además te empujo a que salgas a la calle y lo berrees hasta reventarte las cuerdas vocales y si llega el caso, pues a remangarte y liarte a mamporros con quien se niegue a hacer y a que tú hagas lo que a mí se me ponga en… ahí mismamente. Y en esto de los toros, qué les voy a contar, que solo nos falta poner a una plaza Monumental de la Libertad y que la inaugurara el Niño que quiere ser Libre, el Libre, como aquella película de piratas. En los toros ahora todo es libertad, por aquí, libertad por allí; que uno empieza a pensar que hay mucho sobón de las palabras en este mundo del taurineo.

Pero, ¡ay el pero! Que no, que no quieren libertad nada más que para ellos, quieren su libertad y tu sumisión. En los toros siempre ha habido disputas, discusiones hasta subidas de tono, pero no pasaban del momento. Ahora, siguiendo las doctrinas del mando único, cualquiera se ve con galones y fuerza para imponerte su “libertad”. Desde los medios de comunicación y en especial desde las televisiones te dicen, te exigen, cómo debes comportarte, qué debes aplaudir, qué te debe gustar y además manifestarlo con entusiasmo. ¿Qué libertad es esa? El buen aficionado es el que calla y solo levanta la voz para “bienear” la vulgaridad, mientras el silencio, silencio cómplice de tal vulgaridad, ellos lo llaman respeto. Respeto al que se vale de los toros para medrar y aprovecharse solo él. Respetar, según ellos, es callar ante mentiras que no hacen más que socavar los fundamentos sobres lo que se construyó el toreo. Apelan a todo, a la buena educación de aquel que no protesta y traga, aunque tal comportamiento llegue a rayar en la estupidez, pues si te están dando el timo de la estampita, callas y además aplaudes, ya me contarán qué es eso.

En esa televisión que todo lo televisa y que todo lo comenta, incluso los que ocupan el micro se permiten afirmar que a los que protestan hay que expulsarlos y hasta me atrevería a decir que conminan a los asistentes a una plaza a ser ellos mismos la mano ejecutora de sus deseos. Sí, como lo oyen, esos que tanto temen los altercados de orden público porque un presidente no concede un despojo, pero a los
que no les importa a que a un señor que paga su entrada le eche… de la manera que sea. Que dicen que molestan a otros paganos, pero entonces, si hay que estar callados como en misa, ¿qué libertad es esa? ¿Libertad para quién? ¿Para el de los mamporros? Porque para el que no tiene opinión de rebaño, quizá habría que recomendarle que se agenciara unas piernas veloces y ágiles que le sacaran de aquel nido de “libertad”. Pero claro, que es un inocente mamporro al lado de lo que recomiendan algunos señores que lucen medias rosas. Uno se atreve a mentarnos a la madre por una emisora de radio, mientras que la locutora le ríe la gracia, pero es que hubo quien llegó más lejos y se atrevió a pedir que a esos que le incomodaban les pusieran un artefacto explosivo justo debajo de la almohadilla. Que no sé ustedes, pero mucho sentido de la libertad ajena, especialmente de la libertad de expresión, no es que fuera el fuerte de semejante individuo.

Que me dirán que cuento casos extremos, quizá sí, pero lo que resulta mucho más cotidiano es en el tendido, cuando alguien no puede soportar que no compartas tu entusiasmo por su paisano y se te vuelven, te insultan te provocan y hasta llegan a amenazar. ¿Se puede así alguien sentir en libertad? Complicado. Pero aquí pide libertad todo el mundo, el empresario para hacer lo que le dé la gana en su provecho; el de luces, porque le impiden torear, porque no le dan los festejos que él y nadie más que él, cree merecer; los que se apoderaron un día de los micros para decir barbaridades con el único fin de agradar a su amo; los que se pasan un día por la plaza para ver al paisano y también los que van con frecuencia, pero que no permiten que se les toque al amigo, al primo o vecino, que ellos saben de buena tinta que es buena persona y solo por eso no hay que reprenderle. Que será que los demás no son buena gente, o lo mismo es que hay que ir a preguntar cada tarde si a este o al otro se le puede o no decir ni mu. Y ahora, que me expliquen en qué consiste eso de la libertad, aunque la verdad, me voy haciendo una idea y de entrada empiezo a desconfiar de esos que cacarean eso de que nos quieren quitar la libertad.

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lunes, 4 de abril de 2022

Música, música, músicaaaaa

 

Solo nos pudimos conformar con el destello de José Chacón en banderillas

Tarde de toros en Madrid y el grito más notorio ha sido el de un señor pidiendo música, clamando al cielo porque los señores profesores estaban de instrumentos caídos. Que esto que no pasa de ser una simple anécdota, da una idea del público que se pasa por Madrid últimamente. Un público que igual se limitan a sestear cuando no toca el paisano, pero que cuando sale el chico del Matías, ahí se reactivan como si les recargaran las baterías. Que el chaval, o no tan chaval, puede estar abanicando las golondrinas, que se jalean sin reservas y finado el burel, sea después de una, dos, tres o mil intentos y alguno más con el verduguillo, se agita sin rubor la mascarilla. Sí, sí, la mascarilla, que así, de lejos, igual desde el palco parece un pañuelo y así no se tienen que quitar el pañuelico de la peña que lucen al cuello. ¡Mascarillas al viento! Eso sí, si desde el palco no se atienden las demandas orejiles, después, ni se les pasa por la cabeza sacar a saludar al paisano o incluso empujarle para dar la vuelta al ruedo. Pero no, no hay despojos, no hay juerga; se corta el jolgorio de golpe.

Pero con la señora novilla de los hermanos Sánchez Herrero, la verdad es que jolgorio, lo que se dice jolgorio, poco o más bien nada. Desde el campo charro nos llegó lo que en muchas plazas, incluso en carteles de figuras o especialmente en carteles de figuras, habría pasado como una corrida de toros. Una presentación impoluta, que solo bajó quizá en el cuarto, que parecía lo que era, un novillo. Corrida con complicaciones, acrecentadas en primer lugar por las rachas de viento y en segundo, por las nefastas lidias que espadas y cuadrillas les han propinado. Que no niego el reconocimiento que se merecen los chavales después de haber estado delante y haber salido andando, pero si me lo permiten, cuando se hace el paseíllo en Madrid hay que tener más ambición que la de cortar las orejas. Has que querer mostrar toreo y capacidad lidiadora, recursos para intentar limar los defectos del toro y si esto no es posible, porque no siempre lo es, evitar que estos se vayan acumulando a cada momento. Justo lo que sucedió en la novillada, con el riesgo no de no triunfar, no de no llevarse a casa unos despojos que ya no sirven para otra cosa que para echar al puchero. El mayor riesgo es para los propios novilleros, que como sucedió en el segundo de la tarde, pudieron haber sembrado el ruedo de tragedia. Que sí, que todos nos conmovimos al ver a José Rojo a merced de los gañafones que le tiraba del de los Hnos. Sánchez Herrero, qué mal rato; pero el que se jugó el pellejo con todo al negro, fue el que vestía de luces.

En toda la tarde no solo no se puso a ningún toro al caballo en condiciones, tampoco se les picó, ni se intentó medirles el castigo y a fuerza de lo visto, a alguno le habría venido muy esos dos puyazos bien dados, evitando que fueran al encuentro a su aire, el que se les tapara la salida, el que se les pegara un picotazo y luego se les dejara en el peto arremetiendo sin picarles, sin medir. Eso sí a más de un pica se le ovacionó por lo bien que no picaron. Ya saben, esa humanidad que se genera en los autobuses de peñistas camino de Madrid. Se les dejó a los novillos que anduvieran a su aire y en demasiadas ocasiones estos se marchaban decididos a la puerta de toriles. Y luego, pues eso, a ver quién es el galán que se presenta allí con un trapito a darle capotazos, muletazos, o en el mejor de los casos, a intentar sacarle de aquella querencia tan marcada. Un desbarajuste en las lidias que quedó especialmente patente en ese segundo que sin que nadie se ocupara de él, especialmente José Rojo, marchó en busca del caballo que hacía la puerta y se llevó de mala manera a Julián Gómez Carpio, cuando este evitaba que se estampara de mala forma con el peto. Tres viajes que afortunadamente quedaron en el susto, igual que el de Alex Benavides, para acabar con el ya señalado del propio matador.

Como suele ser habitual en los últimos tiempos, hablar de las carencias de un novillero es hablar de las de los demás. Parece como si hubiera un molde de toreros modernos. Aunque, pensándolo bien, igual ese molde es una realidad, el que se impone en las escuelas actualmente, más preocupadas en “cuidar” a los chavales, intentando seleccionar en extremo el ganado, a veces exigiendo que se toquen las defensas, el que aprendan a venderse, a dar mantazos a diestro y siniestro con el único fin de alterar al personal para que luego agiten los pañuelos… o las mascarillas, pero no a torear, ni a algo tan básico y tan primario como a defenderse. La única variación entre los matadores depende del paisanaje que consigan arrastrar. Carlos Olsina no debió lograr que se moviera demasiada gente y su toreo ventajista, con el pico, citando casi metido en las orejas y echando al animal para afuera, dejando que le tocaran demasiado los engaños, aparte de su nefasto manejo de la espada y sobretodo del descabello, no consiguieron levantar entusiasmo alguno. Eso sí a una espectadora en la barrera del cinco sí que le hizo sobresaltarse sobremanera cuando el verduguillo se le vino encima, saliendo despedido desde el ruedo. Eso sí, en el último de la tarde Olsina aprovechó para acercarse a la aficionada e interesarse por su integridad; todo un detalle a valorar.

José Rojo, aparte de los vicios habituales, mostró una amplia variedad de trallazos electrizantes y a toda velocidad, sin mando, por supuesto, como sus compañeros, pero con el agravante de ir allá adónde le llevara el novillo, aunque fuera a la misma puerta de toriles. Y parece, por el bullicio que preparaban, que el más acompañado era Daniel Barbero, pero ni así dio mucho de sí. Quizá era el menos ducho, el que presentaba más carencias, y ni las continuas peticiones de música fueron capaces de animarle y tapar tanta pobreza torera. Igual que sus compañeros, dejándose tocar en exceso los engaños. Una más y los novilleros llevándose las ilusiones de los que cada domingo van a la plaza a ver si atisban una nueva figura que alimente sus ilusiones taurinas para un futuro que pinta más bien oscuro. Que donde pone un nombre ustedes mismos pueden poner otro, de los de esta tarde, de las pasadas y me atrevo a decir que de las venideras. Eso sí, mientras unos esperaban toreo, otros se desgañitaban pidiendo, clamando, exigiendo algo que en Madrid no se da, afortunadamente, música, música, músicaaaaa.

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

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