lunes, 29 de enero de 2024

Vertigine perdix, mareando la perdiz

Esto no es solo discutir sise dan orejas o no, hay muchos, muchísimos, detalles que hacen esto más grande.


Puestos a marear la perdiz, hagámoslo también en latín, que ya es marear, “vertigine perdix”, que diría Marcial; Marcial el romano, no el más grande, el del pasodoble. Y no me negarán que no estoy haciendo lo mismo, no decir nada y llenar líneas. Pero quizá mi inspiración se encuentre en los taurinos y no tan taurinos, incluido algún que otro habitante de los palcos hace unos días. Parece evidente que la fiesta cuenta con una larga lista de cuestiones que la perjudican y perjudican también los propios intereses de los aficionados, de los que pagan por ver toros y que ven como se vulneran permanentemente sus derechos y nadie, absolutamente nadie intenta protegerlos. Es más, los hay quienes anteponen los intereses de empresas, toreros o ganaderos, antes que los del aficionado. Este no cuenta y el público… el público no está para ponerse a exigir sus derechos y si en algún momento alguien les plantea tal tarea, solo los ven mermados y en peligro si los presidentes no se lían a dar orejas a diestro y siniestro. Ya saben, que si no, luego viene lo del altercado de orden público y eso no, eso no puede ser. O sea, que los niños se pillan un berrinche y hay que darles el caramelo, ¿no?

Pero, ¿qué es lo que plantean taurinos y no tan taurinos? Pues ya saben, “vertigine perdix”. ¿Por qué no obligamos a que haya que cortar dos orejas en un toro para abrir la puerta grande de Madrid? Por poner un ejemplo. Muy bien, que sean dos orejas, pero claro, cuando las dos orejas se empiecen a regalar, por eso del orden público, ya saben; entonces, ¿qué hacemos? Pues siguiendo ese camino, podemos poner que haya que cortar dos orejas, el rabo, la pata, la otra pata y así, hasta que haya que llevarse el toro a casa. Y entonces no se podrá sacar a nadie a hombros, porque no habrá cristiano que aguante a toro y torero subido a la chepa.  Pero dejémonos de “vertigine perdix” y seamos serios por una vez. Y digo yo, si no es más fácil aplicar el reglamento, mantener el sentido común y la seriedad y no volvernos locos. Porque al público también se le educa, lo mismo que se le maleduca, igual que se le hace que aprenda como desde los micrófonos y desde el taurinismo tergiversan y retuercen conceptos que siempre habían prevalecido. Que claro, que si un señor dice eso tan manido de que la primera oreja es del público y bla bla, bla bla bla, pero no dice que si pincha y se le da la oreja al caballero de luces le está dando la segunda, como si su actuación fuera merecedora de dos orejas, pues apañados estamos. Que me dirán que esto no es así, lo que ya da una idea de la edad de cada uno. Y si me confirman esto, es que ya tienen ustedes cierta edad y no aprendieron de esto por Canal Plus y demás locutores televisivos.

Que qué ingenuo yo también. Que digo que esto se resuelve con sentido común, con afición, partiendo del palco, pero claro, si resulta que uno escucha a un señor presidente de una plaza de Madrid que él defiende a la empresa, al torero… Que creo que no tengo que decirles dónde lo he escuchado. Pues uno piensa en lo del principio, cuando empezaba con lo de “vertigine perdix”. ¿Qué sentido común y afición podemos esperar de quien defiende a los que quieren arramplar hasta el último céntimo a costa de toros inválidos en el ruedo, de triunfos prefabricados para luego poner a ese supuesto triunfador por cuatro pesetas, a esa ganadería que echó una corrida muy buena que no se pudo picar, pero que le compran seis borrego por dos duros y si acaso ya le pagarán cuando el 29 de febrero caiga en Pascua. Eso sí, siempre habrá sitio para ocurrencias, desvaríos y bla bla bla… Que no para la afición, el sentido común y salvaguardar el espectáculo, rito o cómo quieran llamarlo, que este no importa. ¿Y cómo nos distraen y nos hacen mirar para otro lado dejándonos embobados? Pues eso, mareando la perdiz o como decía Marcial, el romano, no el más grande, el del pasodoble, “vertigine perdix”, mareando la perdiz.

 

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martes, 23 de enero de 2024

¡Vaya tropa!

Esto está a punto de empezar y ya estamos echando cosas de menos, las mismas cosas desde hace años y es que nada cambia, solo evoluciona... a peor,


Pues anda que pinta bien el panorama taurino. Que si le echamos media pensada, todo transcurre entre peleas de patio de vecinos, que si tú no tienes lo que hay que tener para… que si yo tengo eso y más… Que si el señor García Garrido está condolido porque la afición no se le ronde de hinojos, con lo que él se esfuerza. Pero claro, luego salen los rumores de lo que puede ser el próximo San Isidro y para qué más. Y aún espera que le hagamos fiestas. Que buena feria para un pueblo. Los de siempre, con el ganado de siempre, aunque parece que en casi un mes de toros en Madrid, habrá dos o tres hierros del interés de quién gusta ver el toro. Y para que nadie se llame a equívoco, a pesar de su presencia en la última feria, aquí no incluyo lo de Victorino. Que pueden salir interesantes, pero hace mucho, pero mucho, que esto dejó de simbolizar al toro que gusta de ver a lo que queda de afición venteña. Pero, ¡Vaya! Ya he caído en su trampa. Ellos quieren que nos detengamos en el detalle, en lo superficial, en lo primero que salta a la vista, si viene tal o cuál o si traen a este o al otro hierro. Pero seguimos dejando a un lado la más que lamentable e imparable degradación de la plaza. Una plaza que el señor García Garrido, que no se me ofenda, ve única y exclusivamente como un negocio, en el que solo cuentan las perras. Lo demás… Lo demás no importa. Que lleva años atropello tras atropello y seguimos enredados en si este viene cuatro tardes o el otro tres, en si al final vendrán Cuadri, Saltillo, Cebada o si se confirma lo de Miura o Baltasar Ibán. Mira que nos hemos puesto facilones. Que como buenos hijos de esta tierra, protestamos en la barra del bar, pero luego llega uno con las medias rosas, pega cuatro brincos, seis carreras y tres trapazos y ya le convertimos en nuestro campeón de la “tauromaquia”. Que ya les digo yo que el problema no es que vengan esas tres o cuatro tardes, ni mucho menos. A Madrid hay que venir siempre, pero el problema es venir siempre con lo mismo, a ver si con seis u ocho toros se cortan despojos. Pero, ¿se imaginan que vinieran con variedad en el toro, comprometidos, alternando con alguien que les pusiera las cosas complicadas? Y me dirán que así se les quitan oportunidades a los modestos. Es que para esos modestos debería haber una temporada sólida, no para salir del paso y cubrir el expediente, dónde muchos tuvieran su oportunidad real. Que Madrid no es solo la feria. Pero no, a estos modestos se les anuncia para estrellarlos y si no están como Mazzantini, ya no valen. El problema es cómo han acabado montando esto, que antes y después de las ferias, no solo la de Madrid, no hay vida.

Nada ha cambiado, bueno, algo sí, que ya tragamos con toda naturalidad el que con lo comercial vayan los comerciales, en que si algo se sale de eso llaman a los que no tienen otro camino si quieren pillar toro y pa’lante. Pero tranquilos, que siempre encontrarán al que analice la feria con pelos y señales, que si análisis de los de luces, que si análisis de las ganaderías, que si unos u otros estuvieron grandiosos en Villanueva de los Parches, que si aquel toro fue de vacas en el pueblo de al lado, que si… y así nos va. Les propongo un juego, un juego que yo jugué hace unos años. ¿Por qué no cuentan los puyazos que de dan a cada toro y luego cuentan los que se han dado en toda la feria y en especial a esos toros que luego van a premiar con placas, azulejos o bolígrafos grabados? Igual se sorprenden. Pero puyazos, no el que les vacunen contra el Covid o la glosopeda. Que ahora llamamos puyazo a cualquier raspalijón que se le de a un toro. Y puestos a jugar, apunten el peso de los toros y al lado una crucecita que diga si a pesar de los kilos los animales tienen trapío, seriedad. Y no les pido que cuenten capotazos o muletazos a ley, porque la espera se les puede hacer muy larga y lo de contar trapazos me parece inhumano y sería muy fácil perder la cuenta.

Que con todo este panorama habrá quién me diga que me calle, están en su derecho, y que esos de los tanto despotricamos llenan los tendidos. “Touché” Eso es innegable, pero claro, si yo intento hablar de toros, no me cambien la suerte poniéndose a hablar de finanzas. Que si es así, ahí yo nada tengo que decir, la economía nunca fue mi fuerte, aunque tampoco lo pretendí jamás. Que es una forma de medir los éxitos de una empresa, desde luego, pero, entonces, ¿por qué nos quieren hacer creer que les interesan los toros? Aunque tranquilos, siempre les puede quedar la salida de comentar lo que digan en la tele, cátedra suprema de la tauromaquia, ideal para luego ir a la plaza y soltar cuatro palabros de los que sueltan los amos de los micrófonos. Pero ya les digo que con estos tampoco merece la pena intentar hablar de toros, ellos manejan otro idioma, ese que hay aficionados de toda la vida de Dios que no entienden. Que igual más o menos se pueden hacer una idea, pero vamos, que es como si uno habla en castellano y el otro en portugués. Que el primero se entera de poco y el segundo pilla algo más, pero sin alardes. Y en este guirigay andamos, que unos van a lo suyo, otros se dejan engatusar y entran con decisión al trapo, mientras otros miran al cielo sin entender nada y exclamando eso tan de aquí que se puede aplicar a cualquiera: ¡vaya tropa!

 

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domingo, 7 de enero de 2024

Los toros en la vida

A veces los toros están tanto en nuestras vidas, que hasta hay sitios en que te los encuentras hasta por la calle.


Es muy frecuente encontrarse con gente a la que no solo no interesa esto de los toros, sino que están en contra de todo lo que huela a toro, vaca, torero o hasta pasodoble taurino, pero ni ellos mismos son conscientes de lo mucho que tienen que ver con todo esto, aparte del lenguaje que les salpica continuamente cuando dicen con toda autoridad eso de cambiar de tercio, perder los papeles, en corto y por derecho, desde la barrera, brindis al sol y un largo etcétera, pero… ¿queda ahí la cosa? Ya les digo yo que no. A ver, piensen simplemente en un viaje en avión, la nave ha aterrizado y ya tienen ahí a todas las señoras y señores pasajeros como si esperaran en la manga para que les rociaran el lomo de zotal. Callan, no suelen ni rechistar, hasta que el vaque… perdón, la tripulación abre la puerta y salen a la carrera por ese pasillo cerrado, en tropel, que si se les pone delante el mundo, arrasan con él y se lo llevan puesto por montera. Hasta que llegan a la sala, al cerrado, y ya se dispersan y se calman.

Pero qué me dicen de esos que antes, en el mismo aeroplano, se tienen que acomodar y empiezan a moverse sin parar, a dar patadas como si estuvieran desembarcándolos en la plaza. Y no les digo nada de la que montan para meter el baúl de la Piquer en los compartimentos sobre los asientos. Pum, pam, zas, venga golpes. Que hay toros a los que les ponen la divisa y no dan tanta bulla. Pero, qué me dicen de la salida de un colegio, con los padres en la puerta, ansiosos, berreando para que su ternero les identifique entre esa masa de progenitores. Y de nuevo alguien da la salida, los maestros, y los añojos salen en estampida y el ambiente se llena de un eterno berreo, ¡Mamá! ¡Papá! ¡Jonatan! ¡Lucas! ¡Abuelo! Pero oiga, que todos identifican los mugidos familiares y al final cada uno encuentra a los suyos.

Y ahora, pongámonos en situación, vayamos al campo y esperemos al atardecer a un señor entrando en un cercado, a pie, con un saco al hombro y todos los animales, erales, utreros, cuatreños, van como corderitos detrás del hombre del saco esperando que el pienso caiga y casi sin que toque el suelo merendárselo. Pues bien, ¿alguna vez han ido a un cóctel’ ¿Quién no ha ido nunca a un cóctel? Pues seguro que identifican la imagen de la gente arremolinada a la puerta de las cocinas y en cuanto sale una bandeja con camarero debajo, o al lado, se tira enajenados a por el canapé, tantas veces como bandejas crucen esa puerta del cielo, sin apenas preguntar si son de paté, carne, pescado, veganos, pseudocaviar, pseudoangulas, pseudo lo que sea. En ese momento les preguntas cuál es su canapé favorito y te responden que el de comida.

Que no crean que a algunos en ocasiones, en muchas ocasiones, no nos gustaría parecernos a un toro, poseer su valor, el no volverle la cara a la pelea, su nobleza, esa casta que les hace aprender para ganar en la lucha, ese poder, esa fortaleza y desde luego, esa belleza natural de un animal único ya admirado cuando la civilización aún estaba en mantillas, objeto de artistas, de representaciones simbólicas en las cavernas, convertidos en deidades, mitos guardianes de laberintos, toros blancos momificados como reyes, protagonistas de juegos en tiempos en que los dioses olímpicos habitaban en las cumbres de los montes, figura central en los lienzos de genios del pincel, don Paco, don Pablo, y eje del último rito casi mitológico que queda en la vieja Europa y uno de los últimos del globo. El toro, al que se teme, se admira y se ama por igual, el que deja mudas las gargantas, al que aún se le puede ver arrancándose de lejos peleando en el caballo, queriendo coger los engaños con saña y que lo mismo te entrega la gloria, que te quita la vida en ese camino a la gloria. Yo quiero parecerme al toro, me identifico con él, él hace que alabe al torero, que me conmueva su valor, el poder de la inteligencia sobre un vendaval. Porque sin el toro, no hay héroes en el ruedo, sin el toro, nada de todo el rito es justificable y pasa a ser una pantomima insoportable. Solo el toro tiene el poder de convertir esto en grandiosidad, en una gran ola que cubre el mundo y a la que no son ajenos escritores, artistas, músicos, escultores, pintores, nadie que tenga la suficiente sensibilidad para ver y entender al toro y darse cuenta de que quieran o no, siempre encontraremos a los toros en la vida.

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