martes, 26 de marzo de 2019

Hoy me he levantado indultador


Que sin verlos en el caballo me parece mucho lo del indulto. Manías

Basta con una buena cena, un paseíto para bajarla, un cola cao calentito, un sueño reparador, de ocho horitas o las que sean menester, para que al levantarme de buena mañana me entren unas ganas irrefrenables de indultar. Que empiezo por la magdalena, sigo por las galletas y tras su indulto me inclino por la tostadita, que las rebanadas no tienen los mismos sentimientos. Y claro, si nada más poner un pie en el suelo empezamos así, no les quiero decir nada si esa tarde me da por ir a los toros, perdón, a la tauromaquia que se dice ahora, a una con borreguitos amables y figuritas altivas. Entonces pierdo el oremus e indulto hasta al pañuelo de indultar.

Que vale, que sí, que ustedes los puristas, los aficionados, me pueden decir que hay que atenerse a una reglas. Que yo sé que tienen razón, pero yo les suelto eso de la democracia, del poder del pueblo y que si no sé cuántos miles quieren indultar, pues no se hable más. Que esto también es nuevo, aparte que no estaba permitido el indulto nada más que en las concursos, pero esa democracia taurina era como cualquier democracia del mundo. Se establecen unas normas, unos criterios y a partir de ahí, si los fulanos lo hacían como se debe, siempre respetando las normas escritas y los cánones clásicos, entonces el respetable juzgaba y recompensaba o censuraba, o lo que es lo mismo, locura o bronca. Y en lo tocante al bicho, al toro, pues tres cuartos de lo mismo, se le iba examinando a lo largo de la lidia, si iba al caballo, cómo iba al caballo, cómo se comprotaba en el caballo y hasta cómo salía del caballo; y así, tres veces o más. Luego el segundo tercio, el tercio de muerte y aparte de ver cómo reaccionaba ante los engaños, cómo metía la cabeza, si sus embestidas derrochaban boyantía, estos aficionados de antes medían hasta los terrenos en los que se desenvolvía, si mostraba prontitud hacia los medios o hacia las tablas, si tardeaba, si aprendía, si flaqueaba en la pelea. Vamos, un sin dios que requería no solo estar muy pendiente, sino también saber lo que se estaba viendo y lo que se quería ver. Que no me dirán ustedes que no es más fácil pasar de todo lo primero y parte de lo segundo y tercero y fijarse solo si va y viene al trapo rojo. Anda que no nos quita complicaciones de encima. Y eso es lo que prefieren los públicos.

A ver, que yo ni quito, ni pongo rey, que si lo que queremos es que haya indultos y más indultos, porque somos muchos los que nos levantamos indultadotes, pues cambiamos las reglas del juego y ya. Que es tan fácil como decir que se indultará un toro cuando el matador se ponga perezoso y decida que no coge la espada y cuando el señor ganadero se “hooliganiza” y se pone a hacer aspavientos al cielo, mientras el pueblo soberano recién despertado de su modorra, se suma al jolgorio y se pone a pedir que no lo mate. Que esa es otra, que pretenden que se estudie al toro durante los veinte minutos que está en el ruedo, con la pereza que eso da, cuando bastaría con aguantar entre cabezadas hasta que el menda de luces vaya a tomar la tizona y entonces, sí, entonces a vociferar, que es gratis. Es que si no lo hacemos así, ya me dirán quién indulta aquí. Con qué cara va uno de vuelta al barrio con indulto o sin indulto. Con la segunda los parroquianos del bar se desmontan a reír y con la segunda te ríes tú y además les puedes decir eso de: si te tenías que haber venido, pero como no quisistesss.

Que un día le dije a uno que quién era el presidente para negar un indulto que pide la mayoría y el pavo me soltó, muy serio él, que la autoridad. Luego voy y le sido que en qué se basa para no indultar y me suelta con esta fresca: en el reglamento. Y ya en voz más así por lo bajini, a lo de que si lo pide la mayoría y el ganadero, que por qué no había dado el indulto u me contesta que porque la mayoría puede pedir, que está en su derecho, pero que el presidente tiene que juzgar si se han cumplido los requisitos para conceder tal indulto y acto seguido pide parecer al matador y al ganadero, para saber si se lo quiere llevar de vuelta a la finca. Que ya el pavo este me estaba calentando tanto, que hasta le dije que seguro que habría visto pocos indultos en su vida y el andova va y me dice. Uno y sin que el Belador hiciera méritos suficientes para ello. Pero, ¿qué vida es esta? ¿Sin echarse uno o diez indultos por temporada? ¿Con qué se emociona aquí el personal? Y según se iba, se vuelve y me suelta: con el toro y el toreo bueno. Y allí me quedé yo, pensando en la magdalena, las galletas y las tostadas y esa sensación tan de mañana que me hizo pensar: hoy me he levantado indultador. 

Enlace programa Tendido de Sol del 24 de marzo de 2019:

martes, 19 de marzo de 2019

Don Simón no quiere que nos abonemos


La fuerza que tomarían ciertas peticiones de indulto si antes hubiera emoción en el primer tercio

La primera gorda, Valencia. Y aparte de premios verbeneros, que no precisan más comentario, si nos detenemos en lo del ganado, incluidos los que quisieron devolver al campo, la conclusión es que mejor no detenerse y pasar de largo. Olvidar qué se deja atrás, pisar el acelerador y corriendo para adelante y alejarnos de todo lo que pueda recordar esa vergüenza de lo que el señor Casas, don Simón, ha echado en la plaza de Valencia. Pero claro, si uno se para a pensar, así, como sin querer, se da cuenta de que el señor Casas, don Simón, es el mismo caballero que ejecuta la feria de Madrid y si el tiempo no lo impide, disparará con la misma munición, los mismos borregos desfondados que se felicitan por mantenerse en pie dos ratitos seguidos.

Que no sé ustedes, pero a servidor le asaltan todas las dudas del mundo. En primer lugar, ¿quiere el señor Casas, don Simón, que el aficionado de Madrid se saque su abono para la feria o se ha zambullido en una campaña para alejar definitivamente a estos aficionados de la plaza de Madrid? Que vaya usted a saber, que lo mismo le compensa que su gestión dé pérdidas y así poder montar en la plaza una sala de conciertos monumental. Pero claro, en esto de San Isidro no están solo los abonados de la plaza, que también están los de la tele. Que igual el señor Casas, don Simón, quiere hundir al canal de los toros y montar él otro de cine para adultos; que no les diría yo que no, que uno ya no sabe qué pensar. Que queriendo o sin querer, hasta ha provocado que los “ecuánimes” comentaristas del canal de los toros afirmen que esto no se sostiene y que hay que protestar en la plaza. Bueno, todos, todos, no, que doña Cristina anda a lo suyo y le parece bien y divertido hasta que le den un tartazo en plena jeta, si eso está bien pagado. Pero a sus compañeros igual les han llegado mensajes de la superioridad quejándose de las audiencias o de no llegar al objetivo de abonados deseado. Y estos, los de la superioridad televisiva, ya sabemos cómo se las gastan, que hoy estás y mañana dejas de estar. Palmadita, gracias por los servicios prestados y todos al paro. Y eso sí que no, que se puede intentar ser amigos de todos los taurinos de este mundo y de otros mundos, pero las lentejas son sagradas.

Y la otra opción que nos queda es pensar que el señor Casas, don Simón, está haciendo méritos para que le nombren socio de honor del PACMA, porque le han propuesto montar una clínica homeopática en la plaza de Madrid, con salas de hidromasajes, de masaje tailandés, de sado- maso, de audiciones de la Voz , sesiones de Sálvame, mítines de todos los partidos, pero a la vez, entremezclados y con un concurso en el que el público tuviera que adivinar el partido de cada uno. Será que no tiene posibilidades la plaza de las Ventas. Eso sí, si el señor Casas, don Simón, lo que pretende es que suban los abonos de Madrid, que se incrementen las audiencias del canal de los toros y que la fiesta tome fuerza y auge para combatir al antitaurineo… Mal vamos, ¿eh? Mal vamos.

Que lo mismo la cosa está en que el señor Casas, don Simón, lo que quiere es echar al aficionado y recibir con los brazos abiertos a ese público verbenero dicharachero, irradiador de tonta felicidad, que ni se queja, ni protesta y que está dispuesto a pagar un pastizal por una entrada, una vez al año, que ya se sabe, un día es un día. Pero, ¡aaah! Que el problema es ese, que es un día o tres, pero no muchos más al año, que el resto del tiempo, de marzo a octubre, ni saben que se dan toros en Madrid; es más, que si en la puerta les ponen un chiringuito con las copas dos euros más baratas, ahí se quedan. Que aunque no lo crea y le pese al señor Casas, don Simón, quien mantiene esto es el aficionado. ¡Sí! Hágame caso. Que estos son los que sacan el abono año tras año y tras año y tras año y otro año más y que lo dejan en herencia a los hijos a los que hicieron aficionados. Que el aficionado es el que va a los toros durante todo el año, si hay carteles, porque si no, si lo que dan es lo que vienen dando ya desde años atrás, solo se llena ese cuarto de plaza de siempre a base de autobuses y de los cuatro locos que no tenemos ni vida, ni amigos, ni familia, ni perrito que nos ladre. De verdad, no entiendo nada, que casi es mejor no pensar, no sentir, dejar el cuerpo muerto, porque a poquito que uno se para a ver cómo está esto, me parece más que evidente que el señor Casas,  don Simón no quiere que nos abonemos.

martes, 12 de marzo de 2019

Los antis van de dos en dos


Aquí, esperando a los antis, los de dos en dos y los otros, a ver qué se cuentan

El ver a dos activistas antitaurinos echarse a un ruedo es algo que molesta sobremanera a los que asisten a una plaza con la idea de ver un corrida de toros o novillos. Es como si profanaran su espacio sagrado. Una circunstancia que ocurre más frecuentemente de lo que a la mayoría nos gustaría. El último caso ha sido en Illescas, antes de la celebración de un festejo de campanillas; hasta el rey emérito acudió a esa cita que parecía que ni pintiparada, para la gente guapa. Y un día así no se puede estropear por una inconveniente de semejante porte, con lo bien que lo tenían todo preparado los organizadores. Que es salir esta gente a la arena y el personal se desata, unos se acuerdan de las madres, otros de los padres; división de opiniones, cómo diría el genial Rafael el Gallo. Que los que van tan a modo esa tarde a los toros pierden cualquier rasgo de mesura y buenas maneras. Dos fulanos que saltan allí en medio y provoca que nos volvamos del revés. Que si pudieran, tomarían el lugar de las fuerzas del orden, y la porra, y despejaban aquello en un zas, zas, sin mediar palabra. ¡Hay que ver! Con lo civilizados que somos la gente de los toros y que perdamos la compostura por esto.

Dense cuenta lo civilizados que podemos llegar a ser, que después de haber pagado una tela fina por una entrada a los toros aguantamos que en lugar de l toros, tal y cómo estaba anunciado, nos echan novillos y aquí no pasa nada, que lo primero son las formas. Que en este caso fue lo de José Vázquez, pero que en la línea de puntos pueden rellenar con cualquier nombre de cualquier hierro de los habituales. Lógicamente, estos seis animales se anuncian acompañados de tres señores que visten el traje de luces, con sus correspondientes cuadrillas. Pues bien, nada importa con que los de a caballo sean simple testimonio de una parte de la lidia que en su día fue; no importa que los señores espadas se limiten a dar dos capotazos con porte aflamencado, ni que el segundo vaya de casi de incógnito y que un tercero se limite a jugar en el ruedo sin respetar a sus compañeros, que se dedique a trapacear y que cuando no le cuadran las cosas solo intenta escurrir el bulto. Y a todo esto, la autoridad que no sabe ejercer precisamente su autoridad. Y aquí paz y después gloria, nadie se inmuta, nadie se ofende, nadie se ofusca, ni pierde las formas una vez comprobado y cometido el fraude a quien ha pagado una pasta por ir a los toros.

Que esto fue en Illescas, pero, ¿cuántas veces ocurre a lo largo de una temporada? ¿Cuántas veces va a ocurrir? Que más bien parece que lo que molesta es que molesten los ajenos a la fiesta, que para eso están los propios. Lo que no se puede consentir es que sean los antitaurinos los que quieran perjudicar y acabar con la fiesta de los toros, que para eso ya tenemos los nuestros, que con todo el derecho del mundo son los que pueden demoler este espectáculo. A ver si ahora van a venir de fuera a decirnos cómo apuntillar todo esto. Que habrá quién vea en esto una tremenda incoherencia, que no les digo que no, pero así somos. Y que no se les ocurra llamar antitaurinos a estos taurinos, lo mismo al que cría esos animalejos que quieren  hacer pasar por toros, a los toreros, que ya sabemos que no tienen límites en lo de buscar y encontrar la máxima comodidad, a quién organiza este circo, a quién debería regularlo con el reglamento en la mano y hasta a los que pagan su entrada y solo quieren felicidad, ficticia, pero felicidad al fin y al cabo, que como si fueran al barrio rojo de Ámsterdam, quieren confundir con amor lo que allí reciben, pero al final, ni eso es amor, ni esto es la fiesta de los toros. Eso sí, todos saben muy bien y no vaya usted a discutírselo, que los antis van de dos en dos.

Enlace programa Tendido de Sol del 10 de marzo de 2019:


miércoles, 6 de marzo de 2019

Ferias de primera en plazas de tercera


La fiesta de los toros parece haber encontrado refugio en pueblos que no renuncian al toro. Mejor que sea un punto de partida, que no el testimonio de otros días.

Como diría el otro, de toda la vida de Dios, dónde se marcaban las directrices de la fiesta, las tendencias, dónde daban los campanazos toros y toreros, era en las plazas de primera, las ya sabidas Bilbao, Valencia, Málaga, Sevilla o Madrid. Cualquier cosa que allí pasaba trascendía al resto del mundo de los toros. El aficionado miraba y confiaba en esas plazas. La expectación por conocer carteles, de ferias y de no ferias, porque por aquellos días, los toros no se movían solo a golpe de feria y los toreros lo mismo actuaban en mayo en Madrid, que en junio, marzo o septiembre. Las ganas de no faltar a un festejo señalado no diferían de San Isidro a julio, ni de abril a septiembre. Y el aliciente era mayor, pues no resultaba fácil poder tener una entrada, solo las que dejaban los abonados, en su mayoría público local. Pero, ¡cómo ha cambiado el cuento!

Hemos llegado a un punto en el que no solo no se entiende que fulanito o menganito mate tal o cual hierro, sino que ya parece o una locura o una gesta sin precedentes, el que se anuncie fuera de los respectivos ciclos feriados. Y el aficionado se traga esta perla, encantado y convencido de que las cosas deben ser así ¡Válgame! Pero conscientes o sin darse cuenta, que quizá no quieren dársela, los aficionados acaban yéndose a buscar el toro a otros ruedos que no son precisamente los de primera. Paradojas de la vida, para encontrarse con el toro los hay que van para ver novilladas y esto solo se lo garantizan algunas plazas de tercera, plazas de pueblo, pequeñas, sin la grandeza de las monumentales, pero manteniéndose fieles a esa fe única del toreo, la del toro.

Ahora mismo en España, el que quiera calmar su hambre de toro, toro serio y al margen del toro comercial, tiene que viajar al sur. A la provincia de Murcia, Calasparra; a Toledo, Villaseca de la Sagra y a la Rioja, a Arnedo. Cosas del toro. Cin listado de ganaderías con mucha chicha, Escolar, Cuadri, Ibán, pArtido de Resina, Cebada, Fernando Peña, El Puerto, Jandilla, Monteviejo, La Quinta Prieto de la Cal y Miura. Que podrán cuestionar tal o cual hierro, pero que variedad hay. Y repito, esto en plazas de tercera y para novilleros. El mundo al revés.  El mérito de los modestos se convierte en el sonrojo de los opulentos. Sin pretenderlo, esas ferias de novilladas se convierten en una denuncia de lo que es en la actualidad el poder establecido de la fiesta.

Queda claro que todo lo que no sea comercial se convierte poco menos que en clandestino y no solo es casi inviable verlo en las grandes ferias, quizá a excepción de Madrid, sino que el desprecio de los magnates de la fiesta es manifiesto y motivo de orgullo para todos ellos, porque llegados a ese punto que ellos consideran de exquisitez, ya no tienen por qué cruzarse con nada que no sea el medio toro. De la misma forma que esos que manejan todo esto no tienen ninguna consideración por la fiesta de los toros, no cuidan el fortalecimiento de esta y nada les interesa, a no ser que sea el llenar la saca en provecho propio. Parece evidente que han dimitido de su obligación de mantener y engrandecer los toros y lo dejan en manos de esas escasas ferias de pueblo, en plazas de tercera. Que está claro que en los pueblos, las plazas de tercera y segunda tiene que crearse el sustrato que soporte todo esto, pero dejarlo en manos de unas pocas localidades de un puñadito de ferias, aparte de irresponsable, es injusto. Ahora resulta que el futuro, o el poco presente que nos queda, lo dejamos en manos de Calasparra, Arrendó o Villaseca de la Sagra; que muestran dan de no arrugarse con el compromiso, pero estas ferias, estas plazas, también necesitan el modelo de Madrid, Sevilla y el resto de plazas de primera. Porque la ovación a unos no puede tapar el bochorno de otros, pero así están las cosas. Que parece que por el momento, al aficionado no le queda más salida que acudir, y con gusto, a las ferias de primera en plazas de tercera.