miércoles, 31 de mayo de 2023

Sigfrido y dos chavales de la tierra

Al final vamos a tener que buscar en la mitología táurica para encontrar una pizca de toreo de verdad y poder sacudirnos tanta vulgar modernidad.

En las novilladas vas la mayoría de las veces a ver qué pasa, porque si conoces a los novilleros, unas veces te suena haberlos visto hace… y miras en el programa y ya te suena, incluso hasta te recuerdan que cortó una, dos o mil orejas. Miras las fotos y ya empiezas a hilar que era de un pueblo pegado a Guadalajara, el otro que vive en Majadahonda, pero de golpe ves la foto de uno que se presenta, rubio de un rubio dorado como el oro del Rin, como el anillo del Nibelungo, de rasgos de divinidad teutona; el mismísimo Sigfrido vestido de luces, como aunando la mitología nórdica con los mitos mediterráneos. Que si alguno dudaba que esto de los toros- ¿o quizá debería ahora sí hablar de la tauromaquia? – esto es no ya cultura en si mismo, es la cultura por excelencia. Un galo de las cercanías del Ródano ha honrado la plaza de Madrid, Lalo de María, de movimientos majestuosos, ceremoniosos, acompañado en el paseíllo de un joven mesetario, Víctor Hernández, y un hijo de la Hispalis milenaria, Álvaro Burdiel. Todo en torno a esa patena que es el ruedo de Madrid, las ventas se vestía de magia y oro. ¿Y qué ganado para tal acontecimiento? No rebusquen, no, váyanse a lo más obvio, a lo más cotidiano. ¿Y qué es lo cotidiano en Madrid en los últimos tiempos? Pues quién el año pasado lidió ocho festejos y esta temporada ya lleva tres, Fuente Ymbro. Que hay aficionados con años de experiencia en las Ventas y no han visto en toda su vida ese número de festejos de muchas ganaderías. Que el día que se descubra el misterio de tanta comparecencia, como diría un castizo, lo mismo lo íbamos a flipar.

La novillada de Fuente Ymbro ha sido bastante desigual, que igual uno parecía un toro de los que sueltan por esas plazas de Dios, que pensabas que te habías colado en una sin picar. Y en general se picó poco y mal. Los animales sin más se dejaban, pero no mucho, y el cuarto fue notar el palo y salió espantado a toriles. Este no se quería ni dejar. Y en el último tercio, el segundo iba al engaño una y otra vez, el cuarto se comía a su oponente sin apreciar que nadie le iba a mandar y el sexto se fue sin que le dieran lo que requería, que era mucho más que trapazos, pedía toreo y no trapazos, pero… la cosa está como está.

Por su parte, Víctor Hernández, parecía más preocupado de sumar en su estadística, que en su bagaje como torero y lidiador. Que daño hacen a los chavales esos que solo entienden esto como una suma de despojos. Empeñado en el espectáculo, pases por la espalda y acumular muletazo tras muletazo, aunque ello conllevara una retahíla de trapazos distantes con el pico, acelerados, muchos tirones y mucho enganchón. En el cuarto, que llegó a la muleta bastante descompuesto, no fue de asentarlo y meterlo en las telas, es más, aún lo alborotó más, como alborotado era su toreo. Se le venía y no era capaz de hacerse con él, el novillo empezaba a dejar claro quién tenía el mando allí. Muy acelerado, venga a dejársela tocar. El toro acudía bronco, pero Hernández no encontraba la forma de remediar aquello y solo era capaz de dar carreras y más carreras.

Álvaro Buerdiel dejó algo positivo y es que con el capote citaba y se quedaba quieto, lo que ya es, pero en cuanto al manejo de los brazos, necesita progresar. A su primero no le entendió, no entendió las embestidas que le ofrecía a lo que respondía con vulgares trallazos, tirones con el pico, teniendo que recolocarse constantemente, para acabar con algo tan común y tan extendido entre los de luces, el acortar demasiado las distancias. A su segundo simplemente no supo por dónde atacarle y la receta fue la misma, siempre desde muy fuera. Y llegó el que se presentaba, el de figura apolínea, el que hacía pensar que en cualquier momento iban a salir las Walkirias por la puerta de cuadrillas o que el mismo Sigfrido aparecería rodeado de los enanos del anillo del Nibelungo. Pero aparte de amaneramientos y poses épicas de opereta, Lalo de maría daba para poco. Descolocado, desubicado, hasta en un momento se aprestaba a tomar espada y muleta y todavía andaban sus peones liados con los palos. Y a pesar de tanta elegancia épica. Su toreo rebosaba vulgaridad, trampas y destoreo, de brazos largos, muletas atravesadas, aceleradas y trapazos que hacían perder las manos a un flojo novillo. En el sexto solo dejó claro que tiene capotes y muletas para dar y regalar. Solo el cielo sabe cuantas veces tuvieron que acercarle otros trastos por perder los anteriores. Recibió al sexto de rodillas y al tercer trapazo o se enderezada o a ver qué pasaba. Pico exagerado y pierna retrasada, más todos los defectos frecuentes en toda la torería de la modernidad, pero sin asomo de toreo. Que se recordó en esta tarde a un torero al que tantas veces se le acuso de eso, del pico, José Fuentes, quien hace nada se marchó para torear en el cielo con aquellas maneras y aquella personalidad tan suya de torero. Un torero del que podrían haber aprendido tanto, entre cosas a torear, Sigfrido y dos chavales de la tierra.

 

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domingo, 28 de mayo de 2023

Dos pinceladas entre borrones y brochazos

O sea, que la verónica era eso. Pues que pena que no se vean más a menudo.

Ya se frotaban algunos las manos al contemplar a Urdiales toreando a la verónica al primer torazo del Pilar, rara avis en esto que ahora llaman “tauromaquia”; después vino un lento quite de Pablo Aguado y la réplica del riojano, con una sensacional. Todo por el pitón derecho, lo que impedía que la cosa fuera redonda y en muchos casos, sobre todo en el quite del sevillano, estética en el acompañamiento, pero menos es nada. Al menos han sido dos pinceladas que han podido evocar el toreo de capote. Pero ahí acabó la delicadeza y precisión del pincel del artista. A partir de entonces, allá que repartieron bidones de quintal repletos de pintura de color indefinido y brochas usadas y cubiertas de chorretones de pintura seca. Las paletas que debían ser los de El Pilar, pues tampoco ofrecían gran variedad de colores. El gris apagado de la mansedumbre, la falta de casta, la fuerza con pinzas, la casi imposibilidad de verlos en el caballo y, al contrario de lo habitual en la modernidad, no se decidieron a seguir la muleta como gallinas hipnotizadas por una tiza. Puede que el más potable fuera el que cerraba plaza, pero claro, si le toca al que el pintor de brocha gorda le encarga poner papeles y cintas para no manchar, pues pasa lo que pasa, que ni lo entiende, ni sabe entenderlo. Además salieron dos sobreros, uno del hierro titular que también fue para adentro y el del Conde de Mayalde, que tuvo mala suerte de a quién le tocó su lidia.

Urdiales, aparte de esas verónicas por un pitón, no tuvo la mejor tarde de su vida y eso que él sabe manejarse en esto de las pinceladas. En su primero, un torazo, todo se lo hizo por el pitón derecho, salvo un intento con la zurda en la faena de muleta, que pareció más que el riojano no se confiaba por ahí, que el que el toro tuviera algún defecto insuperable. El resto fue un toreo muy alejado de lo que se podía esperar y demasiado asimilado al que se ve todas, todas, toditas las tardes, con los mismos defectos y trampas, aunque no tan acentuadas como otros, incluso en esta misma tarde. Con su segundo no se mostró confiado ya de inicio. En el último tercio a nada que pegara un tirón con la muleta, el animal se venía abajo. Tanteo por aquí y por allá y el toro yéndose de las suertes como un mulo. Media lagartijera y a otra cosa. Que casi mejor así, si no estás, deja los pinceles para otro día en lugar de emborronar y emborronar empeorando las cosas.

Pablo Aguado empieza a no convencer ya a casi nadie con eso de la naturalidad que le encumbró hace un tiempo a los carteles de postín en las grandes ferias, pero al final, aunque lleve un mono blanco impoluto, no pasa de pegar brochazos burdos y desordenados, dejándose huecos sin pintar. A él le salió el primero de los que parecían más del Raboso, los Aldeanueva que tanta fama le dieron al Campo Charro, pero que ahora se mantienen y punto. Hubo toreo de capote de eso que se dice bonito, eso es innegable; basta saber ponerse en situación y la estampa puede ser d un preciosismo extremo, que tampoco es el caso, pero claro, si se torea sin torear, cómo se come eso. Que sí, que todo lo bonito que queramos, pero, ¡hombre! Háganselo al toro y no al aire. Pero en la faena de muleta ya no colaban ni poses, ni estética postmodernista, porque si empezamos a lo de siempre, léase pico, lejanías… bueno, ya saben, ¿no? En el quinto casi no tuvo opción ni de ponerse en los dos primeros tercios. Ya parado en el primero, apretó más en banderillas, para a continuación continuar la obra de trampas inacabada en su toro anterior. Borrones y más borrones en forma de enganchones, citar desde muy fuera, la muleta al bies, hasta que el toro se quedó parado, que no tardó mucho.

Y Francisco de Manuel, que no sé quién le dijo que iba para figura, con el mono hecho un pingajo, con brochas y rodillos de mil colores, con la lata llena de chorretones, se fue decidido a que no le llamara nadie ni para pintar las tapias del cementerio. Sin fijarse en la paleta que tiene entre manos, lo mismo se te pone de rodillas para una larga versión mantazo, que para iniciar el trasteo embarullado, que acaba liándose y el toro le prende, afortunadamente sin consecuencias. Era como si el solito se echara encima todo el cubo de pintura, pero nada, que no se desanimó, él a lo suyo, al toreo, o lo que sea, más vulgar, chabacano y sin sentido. Que sí, que siempre habrá los afines que le quieran subir a los cielos del taurinismo, pero es que es muy difícil, porque da para muy poco. Eso sí, una estocada en buen sitio y algunos creyeron que era el momento de darle orejas, patas y el toro mismo. Vuelta al ruedo en la que debió pensar que qué amables eran los que le movían el brazo para que pasara y otros diciéndole que no, pero esto ya se le iba de su entendimiento. Eso sí, no pensó ni por un momento en que le dijeran que dejara de pegar esos brochazos a pegotones, porque en el sexto tiró por el mismo camino y si la cosa no progresó, no es porque de Manuel se pensara el reconducirse, sino porque el mulo que le tocó se marchaba de las suertes sin querer que nadie le mareara a base de trapazos acelerados citando desde fuera, pico, enganchones, sin que le llevara con la muleta, lo que le provocaba al animal unas tremendas ganas de echársele encima. Al finalizar la tarde, pues el comentario de todos los días, una más y una menos y con el peso de un plomo que había caído sin compasión sobre las cabezas del personal que ya casi no llegaban a recordar esas dos pinceladas entre borrones y brochazos.

 

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sábado, 27 de mayo de 2023

Si es que, ¿qué podía salir mal?

De toda una tarde solo la lidia de javier Ambel y los pares de Curro Javier. 

En esta feria plena de aciertos por parte de Plaza 1 desde el primer momento en que se confeccionó la presente feria de Madrid, ganaderías, toreros, precios populares, los canales para la retransmisión de los festejos, toros en el Batán, presidentes con un rigor jamás visto, el festejo de este 26 de mayo es de los que mejor ilustran toda esta gestión y que alguien tenga valor y argumentos para contradecirme, ¿no? Un cartel con hierros de garantía de la tauromaquia del momento. Muchos hierros, tantos como… Que podían haber sido más si el señor del palco hubiera escuchado las protestas del público ante la falta de trapío de más de uno. Que el personal no se conforma con nada, ¡hombre! Nos dan ocasión de ver un verdadero… ¿saldo? Dos de Núñez del Cuvillo que pa’ qué. Un novillote adelantado y una raspa que daban ganas de invitarle a un colacao con madalenas. Que igual se piensan que fueron al caballo y que además les picaron; pues dejen de pensar cosas raras, que ir, bueno, sí, si se puede decir así, pero lo de picar. Luego hubo otro de Toros de Cortés, que lo de Toros quizá sea o para despistar o porque el nombre se lo pusieron sus propietarios al final de una larga noche de agitación, Y tres de Victoriano del Río, que al menos no jugaron al despiste con los nombres. Que hay que tener mucho cuidado con esto, porque no hay que despistar, porque imaginen que encabezando el cartel del día ponen arriba, en letras grandes y de molde “Feria del Ganado Caprino de la Sierra de Madrid”. Pues luego van a la plaza y la gente se lo cree. ¡Ojito con lo de poner nombres! Si les cuento el comportamiento en varas de estos, como de los dos primeros, les puedo decir que si se ponían así o asá, pero si cuento que les picaron les estaría engañando. No engañaría si dijera que todos mansearon más o menos, pero manseando con sosería, porque si al menos hubieran sido unos mansos encastados, de esos que huyen, que no los meten en los capotes. Que a estos tampoco los han metido sus matadores y cuadrillas en los capotes, pero más bien por la poca o nula pericia en su manejo, que por complicaciones de los toros. Eso sí, ya saben cómo funciona esto del toreo moderno, o tauromaquia como lo llaman ahora los eruditos de la modernidad, que ven la muleta y van y vienen sin pensárselo. Que habrá quién me diga que alguno se rajó y que acabó hasta escapando de la muleta. Pero es que en esto, como en todo, también hay límites y si el espada en cuestión quiere llegar al top 10 de los records Guinness del trapazo, igual los animalitos se hartan y les dicen que pa’ tu tía, que ya está bien de ir y venir, para no llegar a ninguna parte.

Una tarde en la que se anunciaban tres toreros enseña de la tierra, de la suya, por supuesto. Miguel Ángel perera, que como es habitual en Madrid, lo único destacable fue mantener ese rictus sobrio, serio, como de úlcera duodenal; Alejandro Talavante, queriendo recuperar el rumbo perdido hace… ¡Éramos tan jóvenes! Y Ginés Marín, que es el perfecto aparentador, que aparenta que quiere torear de verdad, que aparenta ser un torero de pellizco, que aparenta que va a romper en cualquier momento, pero que a poco deja siempre de aparentar. Con estos mimbres, díganme ustedes qué podía salir mal. Y los astros del firmamento además deciden que en tan trascendental fecha se rompa la sequía y que el cielo de Madrid descargue agua como para provocar un naufragio en el coso de la calle de Alcalá ¡Dita sea!

En esta tarde la mayor virtud de Miguel Ángel Perera ha sido su capacidad para llamar al agua. Era salir sus dos toros, con perdón a los toros, y venga a tirar de paraguas. Y el capote, pues poco más que para resguardarse del chaparrón, menos cuando su segundo le desarmó ya de salida y se agarró al olivo, recordando a aquellos legendarios genios del toreo, pero solo por un instante. Era recuperar los trastos y volvíamos a la realidad de un sopapo. Con la pañosa, pues es contarlo una vez y ya vale para siempre. Pico, siempre fuera, más allá del hilo del pitón, escondiendo la pierna de salida y como en ese su segundo, dónde quisiera ir el animal, que si ahora al cuatro, que si al tres, que si a toriles, todo salpicado con inoportunos enganchones. Aunque él parecía estar cómodo yendo detrás del de Victoriano, venga pases y más pases, que hasta le tocaron un aviso, luego un segundo ya con prisas y el tercero no sonó, pues sería porque se le agotaría la pila al reloj del señor presidente, porque el tiempo pasar, pasó y el tercero no sonó.

Talavante estuvo, pero como si no estuviera, que cuando no se aceleraba con el capote, lo hacía con la muleta y además para poner en práctica un ventajismo que no gusta, aunque si había quien jaleaba todo. Que si el extremeño para calentar el cotarro tiene que tirar de telonazos, de trapazos por la espalda, que si ahora miro al tendido y en ningún momento se plantea el torero de verdad, aquel que un día ejecutó, pues algo pasa. Aunque ya digo, si no llega a ser por el mal manejo de la espada, igual…  Y Ginés Marín, pues como sus compañeros de terna y casi como todos los del escalafón, hoy te traigo un repertorio y te lo repito en los dos toros y mañana otra vez y al otro y al otro y así eternamente. No es capaz de fijar un toro, como casi todos y todo lo basa en el trapaceo muletero, pico, lejanías, baile, enganchones… en fin, qué les voy a repetir que no les haya repetido ya antes. Y en estas, con toros prototipo de la tauromaquia moderna, tres ídolos de la tierra a los que siguen sus paisanos hasta el fin del mundo, un palco consentidor, un público consentidor, amable y con ganas de jarana y la declaración del final de la sequía en la Plaza de Madrid, nada podía fallar y seguro que más de uno se repetía por lo bajini: si es que, ¿qué podía salir mal?

 

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viernes, 26 de mayo de 2023

¡Ossseaaa! ¡Tíaaaa! En plan tía

La lluvia y el cartel han hecho que la Vane se me pusiera farruca y decidiera ella ir a los toros a ver a su Josemari. Perdonen las disculpas.


Que me he ido a los toros a ver a Josemari, ¡tíaaa! ¡Tía! En plan, que mayor le he visto, al pobre. Con lo que él era. Que guapo sigue siendo un rato, tía, en plan tía, pero le he visto muy apagadito, tía. Cómo si en plan no tuviera ganas de nada. Que había otros dos, porque tía, en plan siempre son tres, ¿no, tía? Uno así como encorvado y otro muy mono, pero poniendo unas posturas, en plan posturas, que parece que le debes algo, pero desde hace mucho tiempo y que en plan no se lo pagas. Que iban a torear unos toros de… espera, es que eran de muchos señores, en plan con muchos nombres. Si lo tenía en plan apuntado. Dos de la sierra, porque eran del Puerto de San Lorenzo; tres de una casa o algo así, pero de la sierra, de un albergue, seguro, porque ponía de la Ventana del Puerto; y otro de la montaña, pero de la parte de abajo, de donde ponen la estación de esquí, Valdefresno, en plan valle, ¿no? Que bueno, tampoco han sido nada del otro mundo, algunos con unos cuernacos, ¡tía! ¿Te acuerdas de cuando la Susi y su novio? Pues parecido, tía, en plan tía. Que un señor no paraba de gritarles, pero bueno, los he visto peores. Eso sí, pobreticos, debieron estar de fiesta la noche anterior, porque en plan que no tenían fuerza, se caían todo el rato, en plan despanzurrados. Si a uno le han mandado para su casa otra vez, que no debía de haber sido el único, y ha salido otro que debían de haberlo depilado, o a su dueño, el Vellosino. Que sí había uno más chiquito y otro casi, pero no tanto, para el de las poses flamencas, sí, un en plan muy famoso, que se ha pasado todo el rato colocándose el capote, que sé cómo se llama el telón ese grandote y rosa. Chica, tía, que lo colocaba y lo colocaba y había un señor que le decía todo el rato, así, a voces: a tu sitio. Que debe haber un sitio para colocarlo y darle pataditas como hace él.

Que Josemari, ¡que buena gente! Ha dicho que el del palo largo a caballo no le pinchara casi nada. Y es que tiene un corazón, pa comérselo. Luego con lo rojo, pues oye, lo ponía así como de punta, como para llegar al toro a tocarlo de lejos con la punta de la muleta, que así se llama. Luego el toro daba vueltas, despacito para no caerse y así en plan con la otra mano lo mismo. Oye, que así no se mancha el traje, que luego lo tendrán que lavar en su casa y esto no admite lavadora, si acaso en el programa delicado, quizá. Luego en el otro, pues le ha dejado que corriera por todo el redondel. Que ha llegado al señor del caballo y solo le ha puesto así el palo, casi donde se le acaba la pelota esa al toro, pero no ha apretado, no tendría ganas. Y Josemari luego ha ido con lo rojo y en plan no le veía yo con ganas. Estaría pensando en sus cosas, pero otros días me ha puesto más que hoy. Pero guapo, guapo, guapísimo y quién me diga lo contrario, le araño, porque por mi Josemari, en plan, A- R- A- Ñ- O.

Luego iba el encorvado que te decía, que se llama Emilio y su papá se debe llamar Justo y por eso a él le llaman Emilio de Justo, en plan, tía, yo que sé, eso decía un señor de mi lado que no hacía otra cosa que decirme que me sentara, y no me ha dejado salir nada más que tres veces a por un yinto. Tía, tanto rato y solo dos yintos, en plan seca que estaba. Pues nada, don Emilio de Justo se puso a torear y oye, que dejó al grandullón gordote que salió de suplente para que corriera por todas partes. Luego se fue a la puerta por donde había salido, se le habría olvidado algo dentro. Y ere un toro bien listo, porque él solito iba adónde el señor del caballo y chica, tía, que se enfadaba, porque daba mucho con un cuerno en las faldas del caballito. Y el señor Emilio hizo parecido a Josemari, que copiota, con la puntita de la muleta, así con una rodilla casi en el suelo. Y cuando el toro estaba pasando, le quitaba el trapo. El toro iba separado, sería por lo de luego limpiar el traje, que cucos. Y ya de pie siguió con lo mismo, tía, en plan yo atravieso esta tela, que pase lejos y no me mancho y además el toro se echaba así para afuera. Y tía, y así con la muleta cogida con la zurda, con lo difícil que tiene que ser, porque así igual le cuesta más eso de la puntita y que se vaya para fuera. Luego salió otor, que tía, en plan desbarató donde se esconden los toreros, que brutez. Menos mal que después el señor del caballo le dejó descansar allí a su lado, sin pincharle casi, ni nada, tía. Luego así como agachado, le pegó unos pases, que no sé, a mí me pareció lo mismo que antes, pero la gente gritaba y con Josemari no gritaron igual, solo un poquito. Que todo el rato se cuidaba de que no le manchara, así con la muleta solo con el pico y apartado todo el rato. Bueno, o, porque unas veces se ponía casi de espaldas, movía un poquito la tela y la quitaba, así pases cortos, como si diera un cuarto de pase, ¿sabes? Y además así, muy rápido, luego en vez de dar muchos, le daba uno y se paraba, uno y se paraba, se ponía en otro sitio todas las veces y hala, más pases. Que la gente estaba tía en plan juergote, pero como pinchó con la espada, luego ni le hicieron darse un paseo por el redondel.

Y luego el flamenco que te decía, que sí, guapito, pero a mí me gustan más, no sé, tía, en plan, ¿sabes? Que le mandaron un torito muy mono, así como el hermanito pequeño de los otros. Y empezó a mover el capote, ya no se me olvida. A este tan mono tampoco le pinchó el señor del caballo. Y con la muleta, este chico, que me dicen que se llama Roca Rey, aún tenía más cuidado con no mancharse el traje. Le llamaba así apuntándole con la punta de la muleta y le daba pases con ella todo el rato. Si había veces, muchas veces, que el animalito le daba con los cuernos en el trapo, pero él seguía con las posturas y los pases. La cogía también con la otra mano y lo mismo. Que parecía que el toro iba adónde mejor le pareciera y él iba allí a darle más pases. Luego los daba de uno en uno, sería para contarlos mejor, uno, otro, otro, otro… y se puso muy cerquita de los cuernos, pero el torito era bueno y no quería hacerle nada, aunque una vez casi le mancha el traje. Y anda que no se le pudo poner perdidito, porque con una estocada así muy hacia un lado, el toro empezó a echar sangre por la boca, que en plan tía, que horror, mita si se mancha. En el último hizo así como si toreara con el capote, el telón rosa, pero como de lejos, que igual el toro no lo veía. Oye, que yo pensaba que a los toros les picaban con el palo, pero igual ya no. Luego con la muleta, lo rojo, el estirado este la movía muy rápido y el toro se caía. Que el señor de antes decía que tenía que hacer sin frío, ni calor, templado, que no sé que será. Pues nada, él era o frío o calor, porque iba muy rápido, pero siempre con la muleta solo con la punta, porque las muletas también se gastan y mira si hay que ponerlas un remiendo, que no es de extrañar, porque el toro se la enganchaba mucho con los cuernos y luego al entrar con la espada, hasta la tiró al suelo. La pena es que mi Josemari estuvo en plan como desganao y no sé, igual si se fuera un teimpecito a la playa. Que tía, por qué no se van todos de colegueo una temporadita a la playa de San Juan o a la que quieran, ¿no? Pero vamos, que…¡Ossseaaa! ¡Tíaaaa! En plan tía.

 

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jueves, 25 de mayo de 2023

Pases a cascoporro… sin toreo


Estaría bien que un día alguien que supiera nos explicara la diferencia entre torear con ayudados por alto y pegar telonazos

Se nos llena la boca con eso de la lidia, ¡qué importante la lidia! Que si no es lo mismo dar pases que torear, que si el mando, que si llevar al toro, que si pasárselo cerca, pero caen cuatro gotas y hay amenaza de lluvia y se nos nubla la razón, o la sinrazón. Que ya saben, una cosa es predicar y otra dar trigo. Que si a las figuras se les echa en cara que si esto, que si lo otro, pero ya saben, la lluvia y la amenaza de lluvia, que todo lo vuelve del revés. Que la tarde ya venía un poco rara. Se decía que toda la corrida de Algar5ra había sido rechazada después de haber estado en el Batán, sin que nadie hubiera dicho nada. Que los veterinarios no parecen estar por la labor de ir a reconocer los toros a la Casa de Campo; si acaso, cuando estén a punto de ir para la plaza. Se hablaba de camiones yendo y viniendo, de otra corrida con otro hierro y al final, cuatro de lo anunciado y dos de Montalvo. Algo que ha sorprendido a todo quisque y en parte ha irritado, porque eso del oscurantismo, de la falta de transparencia, el no decir nada, el callar todo, pues despista y enfada a los que pagan su entrada, pero estas son las formas y maneras de esta empresa. Al menos, aunque amenazara lluvia, los tres espadas no han variado, por este lado podían estar tranquilos, no había motivo para la devolución de entradas y así hicieron el paseíllo el Payo, Román y Francisco José Espada. Lo de Algarra no ha salido exagerado, ni mucho menos, pero ha salido una corrida seria y luciendo unas arboladuras que daban respeto, aunque ya digo que sin exageraciones. Lo de Montalvo ya era más feote y hasta algo más grandotes, lo que confirma que el tamaño y el trapío a veces caminan por aceras opuestas.

El primero de la tarde ya de salida daba la impresión de estar enterándose de todo. No era una boba que se tragaba mantazos y trapazos sin rechistar. Le dieron bien en el caballo, se enceló en el peto, aunque cuando más ímpetu mostraba era empujando para afuera y cuando no sentía el palo en los lomos. En el transcurso de la lidia se aquerenció una barbaridad en terrenos del seis, lo que le hacía más peligroso. Lo cambió de sitio el Payo para empezar pegando trapazos y haciéndole perder las manos. El animal estaba pendiente de todo, media las embestidas y no se acababa de entregar en ningún momento, a lo que tampoco contribuía la sosería del azteca, abusando del pico y de las lejanías, para concluir de un bajonazo. Empezaba el personal a quererse acordar de aquel novillero que tanto prometía, pero hace ya tanto de eso, que solo les llegaba la memoria a los que ya casi peinaban canas y visto lo visto, los más jóvenes empezaban a pensar que el señor de todas las tardes estaba perdiendo el caletre. Su segundo, uno de Montalvo, se mantenía en pie a duras penas, sin poderle picar, llegó al último tercio más mal que bien. Trapazos, enganchones y carreras para recuperar el sitio. El Payo estaba aperreado con un inválido, pero cuando no se está, no hay mucho más que hacer. Quiso justificarse metiéndose entre los pitones, pero aquello no tenía justificación posible.

Román, la simpatía de luces, recibió a su primero con capotazos que daban la sensación que no se ajustaban al viaje del toro. Nadie le sujetó y anduvo suelto por el ruedo. Cabeceó en el caballo, donde, como su antecesor, se enceló con la guata cuando no le castigaban. Se dolió de los palos, muy mal lidiado, algo que ya se repite con demasiada frecuencia, llegó a la faena de muleta con Román citándole de lejos, donde le recibió presentando el pico de la muleta, muy fuera y manteniendo demasiado las distancias. Lo mismo por el pitón izquierdo, con el agravante de las carreritas para recolocarse, enganchones, muy vulgarote, y el toro se le iba escapando sin que le hubiera aprovechado lo que tenía de potable. Muchos pases, pero de toreo, nada. A su segundo del hierro parche, más de lo mismo, sin cuidar la lidia. Al animal no se le picó y en esa capea improvisada, el toro mostró su condición tirando derrotes al caballo y a continuación buscando terrenos libres en dirección a toriles. En el trasteo Román se lo sacó hacia los medios para darle distancia. Dos coladas por el derecho y el torero se empezó a alborotar. Muchos trapazos siempre fuera, con el pico, con enganchones y sin dominar en ningún momento las embestidas, el valenciano se limitaba a estar por allí sacudiendo las telas, más latigazos y sin asomo de dominar la situación. Un trapazo por aquí, un enganchón, ahora el toro le pega un arreón y libra la cogida, y el toro llevándole por la calle de la amargura, pero no se crean, que el personal estaba entusiasmado, que era Lagartijo el Grande derrochando simpatía y poco más. Muletazos de todos los colores, pero sin torear, porque ya saben, ¿no? Y al final, pues nada, una orejita.

El tercero, Francisco José Espada, parecía jugar en casa. Le tocó quizá el más justito de presencia del encierro, al que recibió con una tafallera de la que el animal, lógicamente, salió despedido a corretear por el ruedo. Y así continuó el de Algarra, sufriendo una lidia nefasta, en la que su matador no hizo nada, absolutamente nada, por sujetarlo y ordenar aquello mínimamente, lo cual parecía harto complicado, pues ni él mismo sabía encontrar su lugar en la plaza. No se le picó apenas, bastante tenía el animal con correr y seguir corriendo. Comenzó el trasteo el fuenlabreño con telonazos con uno por detrás, que ya empezó a calentar al personal. Lo que gusta la chabacanería, oiga. Continuó con el toreo moderno de todos, perfilero, trapacero, dándole distancia, pero acelerado, brazo estirado y en una de estas casi le levanta del suelo. Más pases, pases y más pases, largando tela, en línea, ahora por la espalda, bernadinas que acaban enredándose y estocada soltando el trapo al hocico del animal. Y el personal a pedir la oreja, que quizá calculadora en mano, pues…Calculadora de pañuelos, no crean que para contar trapazos, porque igual estos superan cualquier conteo de pañuelos, por muchos que hubiera. El presidente no se la concedió, quizá porque pensó en la ausencia de toreo, que era evidente, aunque ya saben eso de las peticiones si no se falla a espadas, ¿no? Su segundo, también del hierro titular, salió escarbando desde el primer momento. Primera vara en mitad del lomo y todos al suelo, toro, caballo y picador. En el siguiente encuentro el de aúpa quiso librar su rencor por la costalada y la verdad es que se quedó a gusto, mientras el toro soo se defendía con el pitón izquierdo. Una nueva entrada, a pesar de que Espada pedía el cambio, pero el trompazo no se podía considerar una vara, trompazo sí, vara no. Trapazos iniciales de rodillas y el paisanaje, que abarrotaría el cercanías, enloquecido. No importaba que cortara los muletazos de golpe, estaba de rodillas y eso lo tapa todo. Y por las buenas, pues a ahogar al toro, muletazos embarullados, mucha trampa y carreras infinitas, no había descanso, trapazo con la zocata y a correr, mientras el toro seguía el engaño y empezaba a dar la sensación de que al espada Espada se le estaba yendo el de Algarra. Vulgarísimo y pleno de triquiñuelas y lo que es peor, vino el revolcón, con cornada incluida. El público ya estaba decidido a entregarle la plaza si era necesario, pero el continuo fallo con el estoque frustró cualquier opción de despojo. Que los estadísticos se frustrarían por las orejas no cortadas, por la Puerta Grande no abierta, pero los que esperaban ver toreo, ellos quizá tenían otra idea, otras sensaciones igual muy dispares a los contadores de despojos. Que lo mismo les preguntabas y te decían que habían visto pases a cascoporro… sin toreo.

 

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miércoles, 24 de mayo de 2023

La abuelita que renegó de sus “nietos”

Solo un tercio de banderillas

Los novilleros suelen despertar la ternura de los más mayores, será porque ven en ellos anhelos pasados de su propia juventud, porque se ven reflejados por lo que habrían querido ser y no fue, porque ven en estos jóvenes a su hijo, su nieto o un sobrino que quiso ser torero. Será por eso que van muy a favor de los chavales y como amenaces con llevarles la contraria en su entusiasmo novillerofilial, ¡ojito! Que en esos casos no conocen, ni quieren conocer, simplemente sacan las uñas y que cada uno se cuide como pueda de l que le pueda pasar. Que se nos ha puesto allí cerquita una dulce abuelita, que ella siempre va al tendido, pero con la lluvia, no estaba la cosa para exponerse a salir con los huesos calados por el aguacero. La buena mujer empezó repartiendo galletas, repartiendo olés y palmas gratuitas, porque decía que los muchachos eran muy jovencitos y había que darles calor, que sintieran que se les apoyaba, pero… Que a regañadientes ha aguantado los tres primeros toros, pero ahí la buena mujer se ha levantado y ha gritado con el brío de las mujeres de esa edad que tanto han pasado en la vida: “Hasta aquí, ya está bien”. Y a partir de ese momento, les prometo que no me habría cambiado por nada del mundo por cualquiera de los tres novilleros que han pechado con la de Montealto, ni Jorge Martínez, ni Jorge Molina, ni Sergio Rodríguez. ¿Razones? Pues ahora les cuento.

Que los de Montealto no se puede decir que hayan sido alimañas que devoran criaturas límbicas, ni mucho menos, todos han blandeado, sin llegar a eso de la invalidez, pero blandeaban, defecto que se veía acrecentado por la falta de temple y tirones a diestro y siniestro que les dedicaba la terna actuante, sin distinción de que fuera el primero, el segundo o si llegaban de Murcia, Toledo o Ávila; esto solo valía para distinguir a los paisanos que se habían acercado para mojarse en pos de jalear al chico de la tierra. La novillada de Montealto ha manseado en el caballo y cuando alguno parecía querer pelear en el peto mientras le tapaban la salida, cuando veían el campo abierto, pezuñas para qué os quiero, salían echando pestes del señor de la pata de hierro. Que vaya tardecita de los caballistas, que uno picaba trasero, otro en la paletilla, otro casi en la rodilla del novillo. Pero las cuadrillas tampoco es que se hayan lucido, en colaboración con sus jefes, o quizá al revés, han permitido que los novillos corretearan por el ruedo a su antojo, sin ser capaces de fijarles en los capotes. Solo Juan Carlos Rey y Toñete han dado la cara, y el pecho, en el segundo tercio del tercero de la tarde. Aquí la señora se nos volvía dando palmas y no con mirada de reproche por protestar o no aplaudir la labor de los de luces, más bien era una mirada de alivio, como diciendo “¡por fin!”

De los espadas aspirantes, pues Jorge Martínez se puso el sello de promesa a esperar porque un día dio un muletazo y el de pecho, pero eso hace ya mucho, demasiado. Hoy en día es uno del montón, tomándose demasiadas ventajas, más pendiente de dar el pase que de cómo darlo y si después de citar desde fuera, meter el pico, dejársela tocar y largar tela, tiene que pegarse una carrera, pues se la pega. Pero que nadie se confunda y piense que esto es exclusivo del murciano, que esto llega a novilleros y matadores de toros, modestos o figurones. Mucha aceleración, muchos tirones y ya se sabe, eso propicia que si el novillo no está demasiado boyante de fuerza, pues al suelo de morros. En su segundo más trallazos y más acelerado si cabe, que se ve que sí. Vulgar, aturullado y soltando la muleta en la cara del animal al ejecutar la suerte suprema. Esto sí que no lo consentía la señora de las galletas. Que si la muleta se agarra con los… bueno, esto no lo puedo reproducir, que eso de tirársela a la cara es una falta de torería, que eso en las plazas de… ¡Vaya con la señora! Aquí ya le dio la caja de galletas a una joven que no paraba de decirle que se calmara, que la tensión, que si el azúcar, pero…Jorge Molina no es que se alejara demasiado de los esquemas habituales. Intentó un estético inicio de faena por abajo, pero si pegamos tirones, si hay enganchones, pues no es lo mismo. Trallazo tras trallazo y el novillo por los suelos. ¿A qué les sonará eso del temple? ¿A unos señores medievales con yelmo y espada larga? Otro que al entrar con la espada suelta el trapo, pero la señora aún estaba en plan comprensivo, aunque esto le duró muy poco, como ya hemos comentado. En su segundo el toledano se puso espectacular y ya saben, lo espectacular ahora es que me paso el toro por delante, por detrás, lo tiro por aquí y por allá, pero torear, lo que se dice torear, más bien nada. Bien es verdad que con la nefasta lidia recibida, el de Montealto podría acusarlo y ponerse complicado, pero eso no quita para que se le tratara de otra manera y no a base de trapazos, hasta que se hartó y acabó queriéndose ir a las tablas al segundo muletazo. Hasta terminar en la puerta de toriles y allí, al segundo intento con la espada, recibió un derrote seco y quizá innecesario. Hasta en estos momentos se quedan descolocados estos chavales, al igual que sus mayores, que parecen despreciar eso tan valioso en los toros, la colocación. En los dos primeros tercios, como llevamos observando durante toda la feria, se quedan por allí en medio plantados y como espectadores de lujo, estorbando más que otra cosa, pero ya digo, eso de la colocación ya es un bien que se ha perdido, salvo honrosas excepciones. Y Sergio Rodríguez, pues si sus dos compañeros iban de uno malo a otro peor, parecía que el abulense no podría superar tal nivel de incapacidad. Pues adivinen. Superó el listón y con nota. Que a más de uno le gustaría saber que enseñan en las escuelas, que más bien parece que hay un plan de estudios único y un maestro universal que solo educa taurinamente en la vulgaridad. Que sí, que hay quién aplaude esto, lo que me hace pensar si dicha vulgaridad a quien gusta y quien mejor la aprecia son los… en fin. Que Rodríguez debió pensar que había que divertir y a ello que se puso. En su primero se plantó de rodillas, con barrizal y todo, para pegar trapazos destemplados por dónde le venía bien a él , que no al novillo. Trapazos, banderazos al viento y la muleta que parecía un trapo de fregar. La señora no paraba ya de gritar que meneara los vuelos de la pañosa. Que poética y que ingenua, ¡manejar los vuelos! Que el de Montealto parecía, como se dice ahora, que podía valer, pero con estas formas y maneras solo sirven los que se torean solos, que en cuanto el de luces tiene que poner algo de su parte, adiós la luz. Al sexto no fue nadie capaz de sujetarlo ni un poquito, él iba a su aire y a su aire siguió, yéndosele de improviso al inicio de faena, pero allí estaban esperándole una ensalada de trapazos monumentales. Que si un latigazo, que si una carrerita, que si me desarmas, que si enganchones y así por los siglos de los siglos. La señora estaba desesperada, movía la cabeza, refunfuñaba y de vez en cuando levantaba la cabeza para intentar gritar algo, con la cuidadora avisándola del siguiente escalón. Ella que había empezado con ese sentimiento de amparo a los jóvenes y se acabó convirtiendo en la abuelita que renegó de sus “nietos”.

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lunes, 22 de mayo de 2023

Solo para paladares exquisitos

Si resulta que un peón lidia, enseña al toro a meter la cara y al torero lo que tiene delante, pero este no le hace caso, allá cada uno.


Dicen que ahora en esto de la “tauromaquia” el pueblo se lo tiene que pasar bien y ya de paso, emocionarse, siempre con esta cantinela. Que sí, que en los toros también va la cosa de divertirse, se pasarlo bien, pero no se confundan, que esta diversión nada tiene que ver con subirse al tren de la bruja y esquivar escobazos, ni entrar en la casa del terror y gritar mucho, tanto, que ya no te queda voz para pegar alaridos en la montaña rusa. En los toros la diversión suele venir de la mano del toro y del que pone encima la mesa recursos, conocimientos y capacidad para poder a un animal que te saca sus complicaciones, que parece una cosa pero luego es otra y que al final le haces ir por dónde en principio no quería. Pero a veces también parece que toda una plaza se sube en el tren de la bruja y se divierte pasando sustos por un señor tan incapaz, como con pocos conocimientos para merecer estar en el ruedo vestido de luces.  Que la gente aplaude hasta la locura la ineptitud y la vulgaridad, eso es un hecho innegable. Que también sucede que los hay que traen unos esquemas prefabricados y no se apartan de ellos ni un ápice y en cuanto ven algo que medio se ajuste, ¡hala! a pedir orejas, a aplaudir como focas en un circo, plas, plas, plas. Que si a un espada le pega un revolcón un toro, no hay nada que pensar más, le coge, se aplaude y se piden trofeos. Que se mete entre los cuernos, pues más aplausos, que pega pases aunque sean enganchados, palmas. Que le arranca el toro las telas de la mano, pues hala, a seguir aplaudiendo. Y si encima hay unos desalmados que se fijan en todo y protestan precisamente la incapacidad del torero en cuestión, pues se responde aplaudiendo más fuerte. Y el catálogo se podría ampliar casi hasta el infinito y más allá. Que parece además que los que protestan, aparte de ser unos amargados a los que echan de su casa todas las tardes de feria, tampoco saben saborear la exquisitez de lo que el trapacero en cuestión está desarrollando en el ruedo. Que esos trallazos, esos desarmen, esos enganchones, esos muletazos eléctricos solo son para paladares exquisitos, esos que degustan los bocadillos de chapas con deleite, levantando el meñique al cielo.

Y anda que los tres espadas, Adrián de Torres, Juan Leal y Leo Valadez no han tenido oportunidad de demostrar su concepto de la lidia y del toreo, con los de Fuente Ymbro. Que podemos seguir haciendo los chistes que nos pone la empresa en bandeja acerca de sus muchas presencias en esta plaza en los últimos tiempo, pero en esta ocasión hay que dedicarles un apartado especial. La corrida ha ofrecido una presentación como hasta ahora no se había visto en la feria, ni en la temporada, en una corrida completa. Interesante, con muchos matices, nada plana. Una curiosidad, todos a excepción del primero han escarbado hasta casi sacar petróleo, pero luego no han evidenciado una mansedumbre de libro, han tenido un comportamiento en el que hay que detenerse un momento y a su vez fijarse en el espejo de lo ofrecido por la terna y sus cuadrillas, que excepto Curro Javier en la lidia al primero, han estado en perfecta sintonía con sus maestros.

Al que habría plaza, Adrián de Torres le ha regalado más capotazos de los necesarios y muchísimos más de los recomendables. Peleó en el peto levantando al caballo, siempre con el pitón izquierdo. La segunda vara fue simplemente un picotazo y entre medias, un intento de quite por chicuelinas y el de Linares sufrió un muy feo revolcón. Empezaba a dejar ver que por el derecho había que tener mucho cuidado y pronto dejó claras sus inclinaciones. Telonazos de recibo, muy quieto, quizá olvidando la lidia de Curro Javier, quien en vista de que su jefe solo pensaba en sacudir las telas, le aplicó una muy buena lidia. En primer lugar, para poner el toro en suerte en banderillas y en segundo, y más transcendente, para enseñarle a embestir, por abajo y sacando los brazos. Pero de Torres decidió por tirar por lo alto y por quedarse quieto, que tiene su mérito, y no por empezar pudiéndole. Por el pitón derecho mucho trapazo, mucho enganchón y metiendo el pico, lo que era acrecentar el peligro, pues si ya se acostaba por ese lado, solo hacía falta que se le mostrara el hueco entre el engaño y el torero. La falta de mando era sumar más incertidumbre en cada embestida. Igual por un lado que por el otro, con el de Fuente Ymbro haciéndose el dueño. El matador se quedaba fuera, cite dando casi la espalda y el toro hacía por él sin pensárselo dos veces. Se le vería y se le colaba una y otra vez, hasta que volvió a voltearlo en cuanto le vio a poca distancia. Arreón va, arreón viene, para cerrar con un bajonazo que parecía entre recibiendo y al encuentro. Sería por el miedo, sería porque los exquisitos vivieron de cerca el miedo, que no se enteraron de la falta de recursos del toreo, que don Adrián decidió darse una vuelta al ruedo. A su segundo le picaron poco y trasero, y en el trasteo el espada volvió a demostrar su absoluta falta de recursos. Mucho enganchón, siempre muy fuera y sin conducir nunca las embestidas. Mala suplencia y dejando en mal lugar aquellos que en su día se hacían lenguas de este torero, que esta tarde ha dejado una instantánea muy pobre de lo que es como matador de toros.

Juan Leal es un torero que quizá haya que entenderlo y confieso que servidor no es capaz de ello. Él viene a sus cosas y le da igual lo que tenga delante. Su primero, como el resto de la corrida, no paraba de escarbar y olisquear la arena, pero mostró fijeza en la primera vara y ya derrotó al peto en la segunda, aunque tampoco se le castigó apenas. Y el galo de espectador en el centro del ruedo, aunque casi mejor, porque tenía verdaderas dificultades hasta para llevar al toro con el capote. Con la muleta intentó empezar de rodillas en los medios, pero no, tuvo que irse al abrigo de las tablas y allí sí, allí que pudo largar sus banderazos desordenados. A continuación, pues un no saber qué hacer, trapazos, enganchones, sin dominar lo más mínimo, para acabar ahogando al toro, que si de uno en uno, sacudidas de tela, ahora por aquí, después por… una amalgama de vulgaridad y chabacanería que no hay estómago que lo aguante. El quinto ya empezó enganchándole las telas, apenas se le picó, a pesar de que en la segunda entrada mostraba fijeza. Y leal pretendiendo competir en quites con Leo Valadez. De nuevo comenzó de rodillas, que si por detrás, que si por delante, que si me aturullo y ¡zasca! La muleta a la cara del toro. Más trallazos, vulgar hasta decir basta, pico y pierna de salida escondida exageradamente, enganchones, carreras y un repertorio de trapazos difíciles de contar, aparte de innecesario. La negación del toreo en su versión más populachera posible. Pero lo seguirán poniendo, seguro, pero…

Leo Valadez, en esta tarde de incompetencia suma, era el tuerto en el país de los ciegos, intentando ser vistoso y variado con el capote, lo que siempre se agradece, pero por momentos las ejecuciones no eran todo lo precisas que se requería y en una tarde en la que se requería algo más que colorines con las telas. A su primero no se puede decir que se le picara, buscaba la puerta de toriles mientras se dejaba las pezuñas escarbando. El mexicano se lio a pegarle pases y más pases, todos con pico, fuera de cacho, enganchados… lo de todos y lo de siempre, muy vulgar, pero entusiasmando al personal, sobre todo a los muchos paisanos que decidieron acompañarle y que le jaleaban allá por el tres, pero ya se sabe, si hay pases, muchos pases, los finos paladares se despiertan y se contagia el entusiasmo, tanto, que hasta se premió un bajonazo con una oreja. El sexto salió en busca de los terrenos de toriles en cuanto se libró de los mantazos de recibo. Pendiente de las tablas, fue bien picado por Alberto Sandoval en la primera vara y en la segunda, casi ni señalada. El toro entraba con violencia, bronco, había que pararlo, pero a la salida del último par hizo hilo con el banderillero y se estampó contra las tablas. Pareció quedarse dañado y la sospecha se confirmó. A partir de ahí se paró, alguna arrancada, pero pronto se paró, se puso reservón, más por imposibilidad física, que por condición del animal. Valadez queriendo desplegar su repertorio, pero aquello no andaba y cerró con otro bajonazo. Y unos salieron pensando en una corrida que no fue buena, pero que sí mantuvo el interés, que hizo cosas de manso y otras de menos maso, que tenían sus cosas que si no se tenían en cuenta podía aflorar el peligro, que no estaban para shows de plaza de quinta, ni mucho menos, o quizá los que todo lo aplaudían, los de los pañuelos, los de los continuos paseos por tendidos y gradas fueron los únicos que supieron apreciar aquella somanta de trapazos vulgares; y es que va ser que todo aquello estaba reservado solo para paladares exquisitos.

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sábado, 20 de mayo de 2023

¡Ojito con los controles de alcoholemia!

A veces el toreo abstracto entusiasma mucho más que el toreo clásico, para que luego digan que lo abstracto no gusta.

Una tarde de esas, de esas qué, una tarde, ¡Vaya tarde! Con un ambiente, un ambientazo, ¡vaya ambientazo! Uno que entra por la bocana y lo primero que suelta es un ¡Vivasssspaña! A otro le paran con una bolsa de hielos como para detener el cambio climático; a otros no les retiran las botellas de cristal, pero sí cuando ya se han bebido el güisqui y la ginebra, que más bien parecía que es un nuevo servicio de la empresa, te trincas el alcoholazo y se te llevan los cascos, ¡qué detallazo! Para que luego digan de Plaza1, que visto lo visto, pensarán que están en todo. Lo que ha extrañado es que en esta ocasión no había tantas fieles a Manza como tardes pretéritas. ¡Qué está pasando! Ni un ¡Guapo! Ni un parpadeo pícaro al alicantino. ¿Es que ya no nos encandila como antes? ¿Es que hemos entregado nuestra honra a otro más joven, más galano y con más desparpajo farandulero? ¿O es que ahora que se nos echa la calor preferimos alguien que nos abanique hasta echarnos a perder el peinado de peluquería? Si ya lo decía Almaviva, la donna è mobile qual piuma al vento, muta d’accento e di torero.

Cartel primoroso, que hasta un portero me lo anunciaba al llegar a la plaza. Toros de Jandilla, a modo para las figuras y tres figuras, Castella, que volvía después de su retiro sabático; Manzanares, que da color y glamour allá dónde se anuncie; y Pablo Aguado, que sigue con esa etiqueta de la naturalidad, aunque que no se despiste, porque se la están cambiando por otra menos biensonante. Lo de Jandilla ha presentado unas láminas de primor, quizá alguno bajaba un pelín pero nada, seamos optimistas, que luego nos tratan de derrotistas, de malajes, de amargados y no es plan, que los comentarios luego los lee la familia y pasan un mal rato. Pues eso, bien presentados sí que estaban, pero… Aquí viene el pero. Lo de mantenerse en pie era un verdadero triunfo. Que no se ha echado ninguno para atrás, pues porque en el palco debían estar con el pinto pinto con el pañuelo blanco y el verde y al final siempre ha ganado el blanco. Picar, lo que se dice picar, a ver, ¿qué entendemos por picar? Si es que el toro vaya, choque los cinco con el de aúpa y estén ahí un rato de plática, pues venga, han picado a los seis, incluso alguno se ha quedado dormido apoyado en el peto, o que tendría más que contar que los demás. Pero la verdad, tampoco creo que el raspalijón puede considerarse como un puyazo, ni en esta modernidad ñoña y con aspiraciones incruentas. Quizá solo el sexto, que puso en apuros a Mario Benítez y que si no se agarra bien al palo con firmeza, igual no solo le descabalgaba el de Jandilla, sino que hasta podría haberse llevado una buena costalada de esas de acordarse toda la noche. Eso sí, como buenos pupilos de la tauromaquia reguetón, en la muleta iban y venían que para qué más. Sosos como la sopa de un hospital, pero acudían y todo. Que parecía que estaban para recibir los óleos y los muy canallas se arrancaban. Eso sí, gracias a la colaboración de los de luces, entre trallazos, tirones y absoluta ausencia de temple, poco tardaban en besar de nuevo la arena, aunque hoy, tarde de tópicos y frases hechas sin sentidos, podría decir el albero de Madrid. ¡Qué bonito! El albero de Madrid, la playa de Madrid, la exigencia de Madrid… ¡Ay, no! Eso no, que igual hay quien se me ofende y no quiero yo.

Una tarde en la que el calor no ha apretado demasiado, pero la gente tendría sed y anda que no volaban los barreños esos llenos de cualquier mezcla alcohólica. Si los había que salían en todos los toros. Volaban y hasta aterrizaban en la espalda del de delante. Pero no pasaba nada, se pedía otro y punto, total, si ya son hasta más baratos que una entrada, no como antes. Y en estas, pues vamos a disfrutar, a pasarlo bien en los toros. A gozarla con Sebastián Castella, antes Monsieur Castelá, que otra cosa no tendrá, pero previsible es un rato. Con el capote y en los dos primero tercios, no le esperen, porque no está. En su primero ya con la muleta, dando aire, pico, carreras y hasta atropellado por momentos, mientras el animalito luchaba por mantenerse en pie, pero aún así, seguía el trapo rojo. Pero el apocalipshit llegó en el cuarto, no cuarto cubata, que puede ser, en el cuarto toro de la tarde. Que se le apelotonaron los lances de capote, pero eso es lo de menos. Tirones y caídos iban de la mano, pero aún así, tuvo arrestos para levantar al caballo. Se dolió en banderillas, pero nos esperaba lo más grande. Castella dando derechazos y más derechazos. Antes telonazos, que siempre gustan, para cerrar con el pico. Tomó la diestra, sobre la que desarrolló prácticamente toda su labor. Muchos pases, siempre con el pico, fuera de cacho, trallazos sin temple, salpicados de enganchones. Cambió de pitón y más carreras y más enganchones, dando la sensación de que el toro se le podía venir arriba. El acudía a todo una y otra vez y después de volver al derecho, retornó al zocato, con la muleta muy atravesada, lo que no impedía que esa malva embistiendo dejara de hacerlo. Luego, para que se perdieran las cabezas, más trapazos encimistas, vulgar y perfilero, demasiado, manoletinas y una estocada en el sitio. Pues hala, a lo loco, a lo loco, dos orejas, que anda que no disfrutó el de Beziers. Hubo a quién le pareció demasiada benevolencia del palco, a otros les supo a poco y a otros, que también los hubo, un disparate más a sumar a la ya larga lista que están elaborando entre todos los presidente, los mulilleros, los peones que entorpecen el proceso del arrastre, el público deseoso de contar despojos y el patrocinador principal de la feria, Garrafón Gin.

Manzanares anduvo por allí. A su primero, que buscaba los terrenos donde se le molestara, le dejó a su aire, para luego intentar liarse a pegar muletazos, si el animal no se le venía al suelo, lo que solía suceder entre tanto tirón destemplado. Que no templó ni una guitarra. Pico, tirones… lo de siempre. Se quiso venir arriba en un arrebato de fin de faena, pero nada y con el bajonazo que soltó, si aún había algún partidario esperando algo, se le quitó la idea de golpe. Su segundo no paraba de buscar las tablas durante toda la lidia y si se le quería pasar de muleta, se caía. Se le paró pronto y Manzanares se limitaba a merodearle unas veces y a enhebrar enganchones otras. Pablo Aguado se las vio con dos inválidos, que el sexto a las primeras se despanzurró en el suelo. Mala lidia y no me digan por qué, pero cuanto más se protestaba la invalidez, el espada alargaba más la faena. Siempre me han sorprendido los toreros que cuando se les protesta su labor, alargan innecesaria e injustificadamente el trasteo. Es como si quisieran castigar al personal con su incompetencia, reconocida por ellos mismos con esta actitud. Finalmente las divinidades taurinas le castigaron haciéndole pasar un mal rato con los aceros. Justicia divina, que dicen. Pero a nada que dobló el último Jandilla, para allá que corrían las gentes, algunas incluso con el vaso en la mano, escaleras abajo. Que si pensamos en lo consumido, para bajarlo bien, quizá deberían haber tomado a cuestas a Castella y haberlo llevado en manifestación taurina hasta Sol, ida y vuelta, a ver si así ya les bajaban los índices, que luego nos paran los señores de azul o los del tricornio y a ver cómo les explicamos que venimos de ver una apocalipshit taurómaca. Así que, ¡ojito con los controles de alcoholemia!

 

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viernes, 19 de mayo de 2023

Las emociones nos confunden

La soledad del artista, a veces acompañada de la frustración del que quería ver y no vio.


Que levante la mano el que no haya escuchado nunca que esto de los toros es cuestión de emocionarse o incluso que lo haya dicho en primera persona. Y claro, cada uno se emociona con lo que considera, allá cada uno. Es una coartada perfecta para que no te discutan el fervor por el toro bobo de carril que va y viene, que a veces está más que justito de todo y que por si fuera poco, no se le puede picar, porque el animalito no soporta tanta emoción sobre sus lomos. Pero los hay que pierden la cabeza con la emoción que les genera ver al paisano tirando trapazos o al gran maestre de la modernidad embaucando a uno de esos toros que con tantas carencias también emocionan, porque va y viene. Y si ya ven al sumo artista del universo taurino menear el capote medio con donosura y la muleta con esa gracia de los picaruelos que te levantan la novia con una verborrea que no se puede aguantar, ¡pa qué más! Y a ver quién dice nada, porque ellos se han emocionado. Que se emocionan igual que la abuelita que pone en la nevera el retrato que le ha hecho su nieta de cuatro añitos en el colegio. Que por supuesto que no es una obra de arte, pero a ver quién le dice nada a la abuela.

Que la cosa no estaba fácil, porque los Alcurrucenes no estaban por colaborar. Bueno sí, que son siempre muy colaboradores, pero igual es que no tenían esa capacidad necesaria para emocionar. Que los veías y bueno, venga, que pasen por toros, pero si los tienes que mirar dos veces para creértelo y además les miras las coronas sobre el testuz, se te empieza a resquebrajar el principio universal de la emotividad taurina. El primero hasta se puede decir que iba más para decepcionar que otra cosa, así, sin miramientos. Que parecía más topar que embestir. En el caballo respondía al notar que el palo le apretaba, pero luego no quería historias; muy parado, no quería nada con nadie y hasta empezaba a cruzarse peligrosamente por el pitón izquierdo y a ponerse complicado, pero nada, si él no estaba por la labor, Morante de la Puebla lo estaba menos. Dos por aquí, otro por allí y ponte que voy con la espada. Visto y no visto, que si no nos vamos a emocionar, ¿para qué seguir? En su segundo, uno que podría pasar por novillo adelantado, le quiso instrumentar esos capotazos ahora tan suyos de manos altas, como homenaje a los emocionados de antes de la guerra. Solo uno que aparentaba sirvió para que los clamores se alzaran al cielo de Madrid. Y al Alcurrucén, que se arrancaba al caballo hasta con cierta alegría y prontitud, le pagaron su entusiasmo con una cuchillada casi en la barriga. Y cuidado, que la cosa se iba a poner a cien; chicuelinas de Juli, así, de esas que en el verano te alivian la calorina como un abanico de Casa de Diego, pero sin decorar. ¡Que Morante se iba a quedar como si nada! No, señorito. Que allí se fue a responder, ¿se lo imaginan? Unas verónicas enganchadas del de la Puebla, pero daba igual, el personal se había emocionado y eso es lo que cuenta. Tomó la pañosa tirando de telonazos por los dos pitones, que se remataron con uno de pecho con la punta de la muleta y el toro doblando las manos, pero daba igual, se avecinaba algo grande. Le cambió los terrenos llevándoselo al seis y allí empezó con derechazos metiendo el pico de la muleta, tirando con él del toro. A cada tanda se evidenciaba más y no se sabe si era porque los muletazos con el pico también emocionan o porque los daba muleta, el caso es que el personal parecía haber sido agasajado con su retrato hecho por una niña de cuatro años, ¡qué emoción! Los enganchones los obviamos, pero si analizamos el toreo con la zocata, ahí la muleta estaba aún más atravesada. Metido entre los pitones instrumentó varios de uno en uno, más pico, fuera, pero la espada le privó de una emotiva vuelta al ruedo, quizá con la emoción de portar una oreja, pero…

El Juli, aunque muchos no lo crean, también emociona. Su primero se le quedaba ya de salida, se dio media vuelta y lo condujo hacia los medios con el capote. Derrotaba en el peto y cosa extraña, no le taparon la salida. Inició el trasteo llevándoselo a los medios, para comenzar con su retahíla de muletazos con el pico y la muleta retrasada, muy encimista, con alardes como un cambio de manos para después citar con la zocata dando la espalda. Con la izquierda largaba tela, quitándosela de repente de la cara, para volver a cambiar de pitón y terminar con un arrimón, que no vean ustedes lo que esto emociona al personal, a unos porque eso les gusta y a otros porque se les venían a la memoria esas típicas plazas de carro que antes montaban en las plazas mayores de los pueblos. Pero este sentimiento se extendió a su segundo, al que no se picó, continuando la misma línea de toreo trapacero con el pico de la muleta y citando más allá, bastante más, que al hilo del pitón. Que si no llega a pinchar, tal y cómo estaba el ambiente de emociones, quién nos dice que no… Pero la suerte hizo que pinchara repetidas veces y todo quedó en nada.

Tomás Rufo también emociona, claro que sí, lo único que no sé si las emociones alcanzarán más allá del kilómetro 100 y 110 de la N-V, a la altura de Talavera de la Reina y poco más. Decir que no se puede ser más vulgar, más trapacero, menos capaz, quizá sea decir mucho, porque ya sabemos cómo está el escalafón, pero lo que es innegable es que este torero pone todo de si mismo para lograr al menos podio en el campeonato de la vulgaridad. Que su primero hasta parecía que iba a ser algo al verle pelear, aunque solo por un pitón, pero en la segunda vara salió como alma que lleva el diablo. Su segundo tiraba derrotes que parecía iba a triturar el peto y en la segunda vara lo que recibió fue a costa de que el caballo iba detrás de él, o la par, pero sin dejarle escapar. Y en los dos trasteos, Rufo solo daba para exagerado pico, citar desde muy fuera, carreras y más carreras, meterse entre los cuernos, que eso siempre emociona mucho, y alargando desquiciantemente las faenas, con esa sensación de que ya ha va a por la espada y no, sigue y sigue y… Y cuando los más allegados ya buscaban el pañuelo, porque se habían emocionado, largó un bajonazo que a pesar de todo, jalearon. Luego se les debió venir abajo el entusiasmo al ver las protestas y dejaron el pañuelo dónde estaba. Pero claro, qué se le va a hacer, que la gente va a la plaza dispuesta a dejar brotar todas sus emociones, pero cuidado, porque ya saben ustedes que a veces, muchas veces y más en esto de los toros, las emociones nos confunden.

 

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jueves, 18 de mayo de 2023

A ver si aún pueden remontar

El toreo de capote según los novilleros es sacudir la tela levantando cuanto más aire, mejor


Novillada diferente, los Maños, que no podemos hablar ni de gran corrida, ni de una corrida nefasta, horrorosa, porque no se comía a nadie como si fueran el Minotauro del Ebro. Simplemente eran distintos a lo que se está habituado y sobre todo para los de luces, tres jóvenes que se supone    que quieren ser toreros, alguno incluso con la alternativa a la vista, pero mucho tienen que mejorar, para que lleguen a ser algo. Que sí, que en un futuro pueden hasta ser figuras ganando dinero a espuertas, pero matadores… Eso… mucho tienen que remontar para ello por lo visto con la novillada de los Maños. Una novillada desigual, unos justitos de trapío, raros para ser de sangre Buendía, otros mucho más ajustados a la idea que siempre se ha tenido de estos. Qué curioso, los más cornalones eran los que menos imponían y los que portaban una cuerna más moderada eran los más serios de la corrida. Que a ver si ahora en eso del trapío no hay que fijarse en pitones destartalados, ni en kilos, sino en el conjunto, en la seriedad que transmiten. Pero claro, aquí uno no puede evitar hacerse preguntas. Resulta que en una novillada los Maños echan unos animales, no todos, que responden al tipo de Buendía, y dejemos de lado lo de Santa Coloma, y, ¿resulta que de novillos dan la seriedad que parece que no dieron los toros del mismo hierro hace unas semanas? ¿Resulta que unos toros se rechazaron por no sé qué causas extrañas, que al ganadero le gustaban sus toros como eran aquellos y ahora hasta dan la talla novillos que no han cumplido los cuatro años? Lo que es innegable es que la novillada ha salido como ya ni los jóvenes y los del escalafón superior quieren que salgan, porque no saben qué hacer con este toro.

Un primero, bastante justito, que se arrancó con alegría al caballo y que solo peleó por un pitón. Un novillo sin ninguna maldad, mejor por el derecho, pero que no era una tonta del bote y sin ser un dechado de casta, pues no daba facilidades y su matador, Diego García, que venía a dar pases, muchos pases, no pudo con él. El segundo, menos que justo, empezó tirando derrotes en el peto, se fue al caballo con alegría en el segundo encuentro, cortaba por el derecho en banderillas y eso lo manifestó durante toda la lidia, acostándose por ese lado, sin que Christian Parejo intentara minimizar ese defecto, lo que le costó un tremendo trompazo al inicio de la faena de muleta. Al final el animal acabó saliendo de los muletazos como un burro. Al tercero ya le empezaron a malear de salida, un toro que metía la cara en el peto, que vio volar mucho capote enganchado, que se fue suelto al picador de la puerta, que en un tercer encuentro cabeceaba y se acabó repuchando, siguió suelto y cortando por el derecho y al que Mario Navas no entendió en ningún momento. Un cuarto, como su hermano anterior con unas trazas que recordaban a los Buendía de siempre, al que dejaron muy suelto, al que le pegaron en el caballo, mientras solo empujaba con el pitón izquierdo. Se repuchó, se dolió y bastante de los palos y ya en la muleta siguió sin que Diego García le sujetara. Pronto empezó saliendo de los muletazos buscando las tablas y su matador se limitaba a intentar cazar muletazos. El quinto, como es regla general, lo recibieron con mantazos desangelados, dejándole que se fuera suelto a su antojo. Mal picado, como toda la corrida, mostró fijeza, aunque sin humillar demasiado, para acabar tirando derrotes en el segundo encuentro. Esta ha sido una tónica que se ha visto en toda la corrida, en la primera vara parecían querer pelear con fijeza, pero a la segunda ya venían los derrotes al peto. Christian Parejo se empeñó en dar pases, a destajo, mientras el paisanaje le jaleaba hasta los enganchones, porque ya se sabe, había que ensalzarle y si de paso se cruzaba algún disidente, pues ya saben, ¿no? Que no se me ocurre una forma mejor y más eficaz de engañar a un chaval, pero ellos sabrán. Y el sexto, el más discreto de pitones, que ya de salida se llevó por delante a Mario Navas, empezó apretando en sus embestidas, mostró codicia en el caballo, pero tampoco se pudo ver mucho más, pues durante toda la lidia su matador estuvo en el callejón para que le arreglaran el vestido y llegado el momento del trasteo de muleta, salió, le pegó cuatro trapazos, el animal se le comía, se le vencía por el derecho y al final se juntaban demasiados inconvenientes, así que optó sin más, ni más por quitárselo del medio.

Los novilleros, como todos en general, son discípulos e hijos de su tiempo, una época en la que todo es pegar pases, mil, obviando la lidia, un toreo de capote con fundamento, no salir a hacer un quite que cuanto más vistoso se pretende más lioso es y más aire dan a los novillos. Que el toreo de muleta es igual en todos, pico de la muleta, cites desde muy fuera, brazos muy estirados, echando el toro para afuera y estocadas allá dónde caigan, porque el personal aplaudirá con frenesí si el acero cae dentro de lo negro, cárdeno o cómo sea el bicho, celebrando incluso los bajonazos. Diego García supuestamente venía como triunfador de otras tardes y ha evidenciado lo mismo que esas otras tardes, que no tiene recursos, que no se puede mantener en esto solo con el paisanaje animando, que le hace falta mucho más, que le queda un mundo para poder ser torero. Christian Parejo amparado por los de su tierra y toreando para ellos, lo que le da para muy poco. Y Mario Navas, que entró en el cartel a última hora, pues como todos, sin ideas y lo peor es que es falta de ideas se pagan con trompazos como el que se ha llevado y ese no es un camino demasiado aconsejable, porque los toros cogen y cogerán siempre, pero si encima les dan facilidades… Que lo mismo los tres llegan a ser profesionales, ¡qué digo! Figuras de la tauromaquia, pero toreros, lo que se dice toreros, lo tienen complicado y claro, para lo de figuras, tampoco es que queden muchas vacantes, porque los sitios los ocupan los que los ocupan. Solo queda esperar qué les traerá el futuro y para eso de ser toreros, pues habrá que esperar a ver si aún pueden remontar.

 

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martes, 16 de mayo de 2023

16 de mayo sin toros en Madrid

Gloria al Rey de los Toreros, siempre en la mente de los aficionados. Los mediocres, los advenedizos y los que solo son negociantes, no tienen cabeza para los más grandes.

Joselito el Gallo, allá dónde esté, no ha podido sentir ese minuto de silencio que Madrid guardaba todos los años en su memoria. Se les pasó, no se dieron. No habrá ese minuto de silencio en el que la afición de Madrid, esa a la que tantas veces mostró lo que era el toreo. En silencio se rompían las manos, el alma, ese sentimiento de aficionado a los toros, cada 16 de mayo, en pie en la piedra de Madrid. Siempre se les recuerda, claro que sí, pero al menos esa tarde se podía hacer dentro de su idea de plaza de toros, en esa monumental que pensó, que promovió y que nunca llegó a ver. ¡Joselito el Gallo! Tardes de novilleros que querían ser y que en ese silencio podían saber quién era el Rey de los Toreros, mucho más allá de biografías, libros o historias que volaban de boca en boca. Un torero, un hombre, al que décadas después, ya más de un siglo, se le sigue venerando, rindiendo el respeto que solo merecen los más grandes. Y precisamente a los más grandes es a los que menos respetan y menos quieren respetar los menguados de sentimiento y afición al toreo.

Me contaba una aficionada de esas de una vez, una señora, alguien excepcional y muy querida, que su abuelo, aquel 16 de mayo al salir del teatro se enteró de la noticia de que Joselito había caído en Talavera, Bailaor se llamaba, y con las mismas marchó a su casa, cambio su corbata por una de luto y se dirigió a la casa del torero en la calle Arrieta, en Ópera. Como si con el calor de estar presente quisiera guardar el calor de la vida de quien ya yacía frío, inerte, quien ya había subido al cielo de los toreros, al cielo del toreo. Y esa corbata de una vez, de una noche de duelo, fue la corbata de una vida, la que nunca se volvió a quitar, porque él, como todos los aficionados de aquella época y de todas las épocas venideras nunca dejarían de honrar al más grande, a José Gómez Ortega, Joselito”, “Gallito”, “El Rey de los Toreros”.

 

José Gómez Ortega, “Joselito”

Inmortal, DEP

Dónde guardarán tanta vulgaridad

Al final, van a tener que declarar el natural especie protegida en peligro de extinción


Podría parecer que con el paso del tiempo la capacidad de sorpresa cada vez es mayor, pero en esto de los toros no tiene límite. Que a lo mejor alguien podría pensar que como ahora todos son artistas, apenas quedaría sitio para la chabacanería, la vulgaridad y el mal gusto en un ruedo. Pues imaginen, coloquen una línea roja a la altura que mejor les parezca. Bien, pues con toreros como los de la tarde del Parralejo, ese límite se dispara al infinito. Eso sí, cada uno en su estilo. Perera como siempre con un rictus y forma de moverse de enfado eterno, que parece pretender castigar al mundo con su toreo en lugar de intentar deleitar. Ángel Téllez, aquel joven que algunos vieron no hace mucho como un adalid del toreo, aparte de vulgar, incapaz, inoperante, vacío. E Isaac Fonseca, novillero prometedor que venía empujando, queriendo ser, pero que ya en el escalafón superior se mueve como un elefante en una cacharrería, pero a oscuras. Y para colmo, el personal mesándose las guedejas de lo emocionados que decían estar. Que ya sabemos que esto de la emoción, aparte de ser algo subjetivo, es una coartada para que nadie te pida explicaciones o cuestione el que te entregues en cuerpo y alma a un tramposo y vulgar trapacero. Que si torea el paisano al que de niño veías jugar en la calle y ahora sale de luces a una plaza, ya te emocionas, y si además se lía a pegar trapaces, pues te emocionas todavía más, tanto como la abuelita al ver el retrato que le ha hecho su nieta de cuatro años, en que los brazos y las piernas son unos palotes y el pelo más palotes muy juntos. Pero esto, emocionar, emociona, ¿no?

Primera aparición en la feria de Miguel Ángel Perera y la verdad, igual se ha hecho un poco largo. Lo de siempre, anodino con el capote, sin cuidar la lidia del de José Vázquez, un cornalón al que no se le ha picado, que a lo más se apoyaba de lado en el peto y que doblaba las manos más de lo deseable. Y el extremeño se dispuso a largar el repertorio ya de sobra conocido, con una parsimonia desesperante, como si estuviera acometiendo una obra maestra del arte universal. Venga a largar trapazos con el pico de la muleta, exagerando el esconder la pierna de salida, dejándose torpeza el engaño y siempre muy fuera y pasándoselo a lo lejos. Pero como la cosa no echaba a volar, pues nada, había que tirar de todos los recursos de talanquera, el arrimón, trapazos de uno en uno con la muleta retrasada, venga a sacudir el trapo, hasta sonarle un aviso antes de pensar en entrar a matar. Hay que reconocer que el viento resultaba muy molesto, pero esto nada tiene que ver con la vulgaridad y el poco gusto para torear. En su segundo, ya del titular del Parralejo, bien presentado, como toda la corrida, cornalón, como todos, dejó que anduviera suelto por el ruedo, apenas se le picó, aunque el animal sí que tuvo momentos de meter la cara, otros solo se apoyó en el caballo y hasta llegó a mostrar fijeza en la pelea. Se dolió de los palos y parecía que se iba a quedar parado, pero ya saben cómo funciona el toro moderno, que pasa de la nada en los dos primeros tercios, a entrar a todo en la muleta. Es verdad que besaba la arena cuando el mantazo era pegando un tirón, pero luego entraba y entraba y entraba y no se cansaba. Una malva embistiendo y metiendo la cara en la tela, no en toda, solo en la del pico que le ofrecía Perera. Pico, pico y más pico, la pierna atrás a recolocarse, siempre fuera, dando toda una clase de toreo vulgar y ventajista con el sello del espada. Se manejó mal con la espada y quizá eso evitó algún posible despojo.

Ángel Téllez recibió a su primero sacudiendo el capote como un látigo, incapaz de fijar al toro que se marchó solito al encuentro del caballo, donde solo se dejaba sin plantar cara al de la vara. Ya en el último tercio, mucha precipitación, acelerado y toreo mucho más que modernos, casi toreo punk. Enganchones, prisas, muleta atravesada, sin parar quieto un momento, más enganchones, más trapazos, mucha trampa y poniendo poses muy flamencas, culminando, tras un pinchazo, con un bajonazo de los que te piden destierro a Fuerteventura. A su segundo le saludó entre enganchones a un toro que derribó por dos veces en el caballo. Muchas dudas, sin saber por dónde echar mano al del Parralejo. Este se complicó en banderillas, parado, no había forma de ponerlo en suerte, hasta que Juan Navazo decidió no esperar al toro, sino ir a buscarlo para clavar en paralelo a las tablas. Inició el trasteo dejándose enganchar la tela, para proseguir con lo que parece que va a ser su sello personal, la ventaja, el pico, la sosería, citar desde muy fuera y cuando se comprobó que el toro ya no daba un paso más, pues lo habitual, echarse encima y a que pase el tiempo. Si algún día alguien le pudo conceder crédito como torero y más como figura, en esta feria lo ha devuelto con creces envuelto en una vulgaridad poco soportable.

Isaac Fonseca ha sido uno de los novilleros que más expectación ha levantado en los últimos tiempos, un torero de entrega, pero ahora ya es matador de toros y al menos se le podía pedir un poquito más de cabeza y sentido común, y hasta que tuviera en cuenta a lo que se está enfrentando. Su primero, que abría plaza, un remiendo de José Vázquez, salió suelto y nadie hizo por ir a sujetarlo mínimamente; fue suelto al caballo, derribó y el caos se apoderó del ruedo mientras el animal seguía de acá para allá. Fue al de puerta y al notar el hierro, a escape en otra dirección y así hasta el cuarto intento en el que se le pudo pegar algo más tapándole la salida, que era la única manera de poderle dar un puyazo, mientras cabeceaba al peto. Pero en banderillas hasta parecía acudir a la llamada de los peones. Derrotaba en los comienzos del trasteo, echando la cara arriba al levantarle la mano con la muleta. Incluso daba la sensación de que Fonseca no abusaba del pico, pero por el contrario, pegaba tirones y al enredarse con la tela, acabó desarmado. Muchos pases, todos sin sentido, dando vueltas como una veleta, sin mando, transitó del seis al diez pegándole mandobles sin conmover ni a la parroquia mexicana que fue a verle doctorarse. Al que cerraba plaza lo fijó echándole el capote abajo. El animal perdía las manos con facilidad. No se le castigo, solo le aguantaron el palo, mientras él cabeceaba al caballo. Estaba el toro para medirle mucho, para llevarle muy templado evitando tirones que le harían rodar por el suelo con toda seguridad, pero Fonseca decidió comenzar de rodillas y cambiarle el viaje violentamente por la espalda, lo que hizo que el toro se despanzurrara con ese quiebro repentino. Reincidió en lo de rodillas y otra vez por detrás y por delante, con el entusiasmo de la parroquia, que no del toro. Enganchones, trapazos y todavía parecía que el toro se le iba a subir a la chepa. Tirones y el del Parralejo al suelo, más enganchones, venga latigazos, todo vulgarísimo, con un toro que de haberlo visto, igual podría haber sacado mucho más. Su obsesión era darle muletazos y venga muletazos, sin importarle que le hubieran mandado un aviso desde el palco. Y la sensación con que se salía de la plaza, aparte de que se había pasado media vida sentados sobre la piedra, es que lo del Parralejo había sorprendido porque sacó lo que a lo mejor no se esperaba, que no los supieron aprovechar para eso que tanto gusta de las orejas, pues los ha habido que han ido y venido, incluso cuando parecían que no iban a dar un paso. Y los tres matadores, un dechado de vulgaridad, cada uno en su estilo, uno el veterano que ya lleva décadas con lo mismo, expresando la nada, la más absoluta vulgaridad más propia de talanqueras; otro que parecía que iba a ser un “torerazo”, como decían sus amistades más o menos allegadas y que se ha visto que da para muy poquito, casi para nada y menos; y un tercero que el va a soltar su repertorio, tenga delante un toro, una escalera de mano o una máquina de coser, que lo importante es que los de sus ¡vivas! lo pasen grande. Pero a nada que reflexionemos un poquito, medio segundo, la pregunta que no sabemos si alguien nos puede contestar es saber dónde guardarán tanta vulgaridad.

 

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lunes, 15 de mayo de 2023

Con el toro no hay amigos que valgan

hay ocasiones en las que puede que sea mejor lidiar que dar pases, aunque no todo el mundo pueda pensar lo mismo


Que la plaza de Madrid está de un cariñoso que empalaga es evidente, se saca a saludar a los amigos un día sí y otro también, algo muy alejado de aquellas ocasiones excepcionales en que a un torero se le ovacionaba al finalizar el paseíllo; se jalea todo, todito todo lo que haga el amigo o conocido, mientras que lo mismo se le niega a otros; se ovacionan toros de salida que ni tan siquiera han salido aún. Que siempre habrá quién no comparta tales muestras de amistad, pero claro, la amistad es bonita, pero tampoco hay por qué airearla, ni hacer que los demás compartan ternura, porque igual hay quien no entiende de tanto afecto público. Que igual los hay que van a ver una corrida de toros, con toros y toreros y no “Lo que necesitas es amor”. Pues nada, otra tarde más que sacan a saludar, en esta ocasión a López Chaves, y que ovacionan apenas ha pasado el pilar de toriles, uno de José Escolar. Y después hablaremos de ese jalear el hacer que hace de Robleño.

La de José Escolar, la única con toros de toda la feria, que ha destacado por lo que sorprendía ver tanto pitón astillado, la buena presencia generalizada de las reses, aunque hubo alguno con menos culata de la deseada, lo mal que se les ha picado y lo poco que se les ha picado, quizá a excepción del cuarto. Los de a caballo en más de una ocasión han puesto en práctica, aparte de lo habitual de la carioca y tapar la salida sin más opción, eso de hacer la tourmix, agarrar el palo como si con el puño se fuera a apuntar con el pulgar hacia el suelo, o simplemente levantar el palo, algo tan aplaudido en plazas de por ahí y que ya hasta se atreven a pedir en esta cariñosa plaza de Madrid. Que ya le damos mimitos hasta a los toros y celebramos que no se pique ¡Cómo está el mundo! La corrida se puede dividir en dos partes, la primera con los tres primeros con sus dificultades, con complicaciones y un tercero que las tenía, pero que podía haber dado más de sí. Y los tres últimos, anodinos y el sexto un inválido de vender cupones. Pero bueno, al menos en la mitad del festejo hemos estado en tensión. Igual es que en los otros tres tanto pasar la bota con vino del pueblo ha surtido sus efectos hasta en los toros.

López Chaves, que se despedía de Madrid, siempre y cuando no se contrate para Otoño, se vio sorprendido por su primero que le arrancó el capote en uno de sus arreones, pero no se desanimó y hasta pretendió lucir al toro en el caballo dándole distancia, pero el animal, que no paraba de escarbar, tardeaba y cuando ya se decidió a arrancarse, fue solo para dejarse sin más y acabar yéndose. El salmantino tomó la muleta y en los primeros pases el Escolar se defendía. Pico dejándosela tocar demasiado y en un descuido fue arrollado sin consecuencias. Le arrancó unos muletazos largando tela y sin mando, solo a ver si no le cogía, sin torear, con enganchones y el público muy a favor. A su segundo le dejó corretear por la arena, unos mantazos y el animal seguía suelto. Mala lidia, muy desordenada, que se complicaba en banderillas cuando esperaba peligrosamente por el pitón derecho. En el último tercio unos muletazos por abajo más eficaces que estéticos, pero después todo fueron carreras, banderazos, todo rematado arriba, hasta que el cárdeno dijo que hasta aquí y se paró. El espada acortó mucho las distancias, intento de muletazos de uno en uno, pero aquello ya no se movía ni empujándole. Media en buen sitio y a partir de aquí, Domingo López Chaves será un recuerdo en la mente del aficionado.

Fernando Robleño puede ser el torero que más adeptos tenga en esta plaza, al que más se consienta y el que mejor sepa darles lo que piden, toreo arrebatado, sin toreo, sin mando, sin lidia, pero él está ahía a dar derechazos y naturales, sin que a nadie le importe el que a veces el toreo puede ser otro, al menos para poder dominar a un animal. Verónicas muy aceleradas, más que toreando, librando las arrancadas de la mejor manera que sabe. Con la muleta más de lo mismo, por abajo no le castiga, le da pases, muletazos por el derecho, pero sin mandarle y librándose del gañafón echándoselo para afuera, lo que con un toro con el peligro de este segundo, puede ser demasiado arriesgado. Que más que valor, parece que está ahí a ver si no le pasa nada y claro que se valora el tener valor, pero esto del toreo creo que es algo más que estar a ver si te libras. Al menos, solo al menos, un poquito de poder, de mando, de lidia, de sometimiento, lo que Robleño no pone en práctica en ningún caso. Eso sí, no vean cómo se lo jalean. Y tuvo que ser ya al final del trasteo, cuando el toro le dijo que si le ponía en paralelo a las tablas y le ponía la tela tirando de él, igual iba, como fue en una tanda. A su segundo le recibió con mantazos, no aguantando y teniéndose que dar la vuelta perdiendo terreno hacia los medios. Que puede ser esto un buen recurso con algunos toros, pero quizá no con este. En el último tercio parecía más empeñado en hacer ver que el toro era un marrajo, que en poderle. Mucho trapazo, mucho baile, nada de dominio, pases yéndose a medio muletazo. Muy vulgar y aperreado con este quinto al que despachó de un pinchazo y un bajonazo infame. Pero tranquilos, que esta plaza tan cariñosa ella, seguro que seguirá jaleando las ratonerías de Fernando Robleño y es que no hay nada como tener amigos. Eso sí, al que no los tenga, que se prepare, que con ese no habrá compasión. Ese se las llevará todas juntas.

Gómez del Pilar quizá tuvo la mejor oportunidad de la tarde, no sin complicaciones, desde luego, porque aquí no se regalaba nada, ni la hora. Aseado con el capote, el que hacía tercero hasta metía la cabeza en el engaño. Muy mal y poco picado, aunque en la segunda entrada el picador no acababa de atinar y clavaba por todas partes. Empezó el madrileño el trasteo por abajo, bien, aguantando por los dos pitones. La tomó por el pitón derecho y le arrancó una tanda de mérito, tirando del animal y con quietud. Otra menos aparente y cuando parecía que dominaba y entendía la situación, se dejó ir un momento a favor de la querencia del toro y este le levantó por los aires. A partir de ese momento, avanzando por el cinco camino del cuatro, mucha carrera y nada de mando. Una tanda jaleada con muletazos empalmados, que no ligados, nada por el izquierdo y al final todo se quedó en aquel buen comienzo, aunque se le premió con una oreja y al de Escolar con una incomprensible vuelta al ruedo. Que ya llevamos… Que lo mismo cuando salga uno bueno y completo, a alguien se le ocurre decir que hay que indultarlo y entonces sí que la vamos a tener. El que cerraba plaza era un inválido que nunca debió haber permanecido en el ruedo, pero el madrileño se empeñó en ello, brindó esto que no se aguantaba en pie al público y estuvo intentando lo que no era posible, una y otra vez, para al final tener que conformarse con que aquello se mantuviera sin besar la arena. Algunos se marcharon decepcionados, otros pensando que al menos habían visto tres toros con mucha incertidumbre y los amigos, pues quién sabe, igual se fueron a hacerle la visita a su torero, aunque si sale el toro de verdad, por mucho que tantos se empeñen y pongan tanto de su parte, con el toro no hay amigos que valgan.

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