El relevo irrelevante |
Cuando llegan los fríos del invierno parecen inevitables las
castañas asadas, las bufandas recién estrenadas, el ponerse a buscar unas botas
cómodas para ir calentito, el chocolate con churros y las divagaciones taurinas,
siendo estas las que más duran, que aguantan recias hasta allá los meses de
marzo, abril e incluso mayo; todo depende del fuste de lo divagado. No sé si
será cosa mía, pero uno siente como si de un tiempo a esta parte le estuvieran
queriendo preparar para el ánimo para recibir a una nueva generación de toreros
que se está cociendo poco a poco por parte de los taurinos. Es como si los
geses, las figuras presentes, se les fueran agotando, a mí se me agotaron hace
siglos, y nos fueran preparando el cuerpo para unas fotocopias que poco parece
que puedan mejorar lo presente, pues ninguno da la sensación de que pueda
emerger con fuerza y decisión. Ojalá me equivoque de medio a medio.
La cosa funciona con una simpleza que casi ofende; por un
lado parece que se empiezan a agudizar los sentidos de los expertos, al Juli le
empiezan a descubrir esos lunares que para muchos son borrones en toda regla
desde hace años, a Perera se le deja ahí en tierra de nadie, a Manzanares se le
deja entre dos aguas, a su aire, a Morante... a Morante..., pues eso a Morante
se le mantiene en Morante, que ya es bastante. Y a los demás, si surge, si
suena la flauta, se les hacen fiestas y alegrías y si no, pues no se les deja y
punto, que tampoco inquietan a nadie. A todo lo más, les sale un Fandiño y
basta con dejarle ver las golosinas de las figuras, para que se crea la
reencarnación de Antonio Fuentes, todo arte y armonía. Sin dudarlo, abandona su
camino, el del toro, ese que hace tragar quina y a partir de ahí, cuando quiere
hacer lo de todos y renuncia a lo que él y unos pocos más eran capaces, queda
automáticamente desactivado. Está claro, si quiere competir a base de valor y
pundonor con las figuritas ya hechas al mojicón con cuernos, parte en clara
desventaja, pues estos le ganan en experiencia y gollerías para la masa.
Una vez eliminadas las supuestas amenazas, solo hay que
esperar a que alguno dé la sensación de que pueda despuntar. Da igual la plaza
en la que deje ver sus condiciones de figura en ciernes. Por no importar, no
importa ni que en Madrid haya estado bien, mal o regular, vamos que como si no
asoma por la calle de Alcalá, eso ya no cuenta. Con un par de despojos que
echen a la saca, suficiente. A nadie les importa la forma de desmembrar al
animal, ni la condición de este. Vean lo que insisten en convencernos de la
valía de Juan del Álamo, que ha ido prácticamente a oreja por actuación en las
Ventas y, tirando de estadísticas, le han convertido en un firme puntal para la
temporada que viene. Nadie repara en la vulgaridad y el paisanaje que le
procuraron aquellos despojos. Como dicen los que saben, lo que cuentan son los
goles, el puntuar, en terminología chupi. Pero no nos olvidemos del más sólido
baluarte redescubierto por los aficionados, el gran Rafaelillo, que tras una
serie de naturales tensos y peleados, todo lo hecho a partir de entonces ha
adquirido valores épicos e incontestables, sin pararse un segundo a meditar
sobre ese quedarse a merced de los toros, sin saber por dónde meterles mano,
sin la más mínima noción de la lidia, haciéndoles a los toros verdaderas
perrerías, pero como aguanta ahí, las masas se le rinden. ¡Ay! Si pararan un
segundo y vieran que es un magnífico hacedor de alimañas. Convierte en
intratable lo que le pongan por delante. ¿El método? Muy fácil, con no aguantar
quieto y echar a correr para meterse en las orejas, el toro aprende tarde o
temprano a revolverse antes de hora. El muchacho anda a respingos por allí y la
multitud ve como se le enciende su alma aficionada.
Paco Ureña es otro ejemplo de estos toreros a encumbrar,
aunque quizá sea de los que haya demostrado más posibilidades de mostrarnos
algo, pero dándole su tiempo, sin prisas y sin hacerle creer lo que todavía no
es, ¿qué puede ser alguien? Parece difícil, pero no imposible, pero como le
quieran acelerar, igual se sale a la segunda curva. Aunque no llega a lo de
López Simón, a quién en un visto y no visto nos lo han convertido en el gran
maestro de los años venideros, el que va a poner esto patas arriba. Si le cogen
los toros es porque se pone dónde otros ponen la muleta. Que es verdad, pero lo
que no cuentan es quienes son los que ponen ahí la muleta y dónde se ponen
ellos. Un chaval con ciertas maneras, pero que ha cimentado sus éxitos sobre un
toreo ventajista, de pierna retrasada, muleta torcida, pases rectilíneos y
ausencia absoluta de mando y dominio, aparte de una preocupante precariedad en
lo tocante a la lidia del toro. Erguido, sin exagerar demasiado los ademanes,
pero con una teatralidad ajena al toreo, que aunque llegue a las masas, nada
tiene que ver con el toreo de verdad. Y esto es mi opinión, mi humilde opinión.
Si además añadimos a todo esto la épica de las cogidas, del revolcón a
destiempo, de las representaciones sacando rédito a las visitas a la enfermería
de la parafernalia que le montan y del ridículo de una teatralidad fuera de
lugar, pero que tiene su efecto en los tendidos, pues el r4esultado es ese, el
de la gran figura que nos va a sacar de pobres. No llega a los límites de
Jiménez Fortes, al que le cantan como gesta las consecuencias de una falta de
recursos alarmante y que le llevan una y otra vez a la cama, sin que falte ese
animoso palmero a quien no duelen as cornadas, para eso ya está el chaval, al
que hay que reconocerle unas ganas desmedidas de ser torero.
Y por último, el que seguramente llegue más lejos, porque
tiene una mejor infraestructura detrás de él, es Roca Rey. Un verdadero
fenómeno que va escalando puestos subido en un toreo superficial y sin
sustancia, gracias a que el torillo con el que se anuncia, se lo permite. Si
parece que las crónicas de sus triunfos llegan a la prensa cuando el torero aún
está pegando trapazos y sin intención de tomar la espada. Bullanguero,
chispeante, variado en eso de agitar el capote al aire, entusiasma lo mismo a
chinos que a japoneses, que son los que al final tiran del personal para
enrolarse en las filas de cualquier torero que se precie. Pero, ¿cuáles son los
factores comunes a todos estos toreros? En primer lugar, que por su bisoñez o
necesidad, son muy maleables y sus mentores los pueden menear de acá para allá
a su antojo. Lógicamente, ellos quieren llegar y esa fe ciega en apoderados o
empresarios con poder, les convierten en un títere a merced de los que mandan.
Son baratos y de momento, no ofrecen complicaciones. Si les prometen cuarenta
reales por firmar mil contratos, los chavales ven los cuarenta reales y nada
más. No se paran a pensar que por el camino de la verdad, igual con treinta
tardes y demostrando su valía, podrían cobrar no cuarenta, cuatrocientos
reales, pero claro, están empezando y no se ven con fuerza para exigir y quizá
también se dejen cegar por una aparente facilidad que se trunca en el momento
en el que el jefe decide que no funcionan de acuerdo a lo esperado.
Pero de momento ahí nos los están preparando a fuego lento,
quizá ahora que parece que los de arriba ya empiezan a estar muy vistos, que a
lo mejor sus exigencias ya incomodan demasiado, que hasta pueden ya parecer
excesivas y que no cuentan con el predicamento de otros momentos. Pues si
parece que estos y otros toreros empiezan a despertar cierto interés, que
parece que son medianamente admitidos, que en caso de duda tiran de estadística
y que las voces en contra prácticamente son inexistentes y nada enérgicas, pues
adelante con los faroles. Quizá cuando el aficionado se quiera rebelar, ya los
públicos, la prensa y los taurinos han cimentado sólidamente a estos ídolos de
nuevo cuño ya no hay quien les apee del burro. Será porque no es la primera vez
que vemos algo parecido, porque algunos nos acordamos de aquello de “una nueva
hornada” de jóvenes promesas, que luego formaron parte de las sucesivas bandas
de los “G”, la cuestión es que la mosca nos anda detrás de la oreja y pensamos,
¿está llegando un relevo prefabricado?