Pues por si fuera poco, ahora también esto. Pobres antis. |
Uno ya va cumpliendo años, unos cuantos y empieza a tener
sus goteras, empieza a sentir que el mundo va muy rápido, empieza a decir eso
de que la música buena era la de mis tiempos, que pelis buenas las de mi época,
que bellezas las de... las de siempre y en más de un caso hasta servidor se ve
puesto en evidencia por esos jóvenes que vienen más “preparaos” que nunca. Si
es que ahora parece que los críos nacen más listos, ¿verdad? Yo creo que es la
alimentación, los yogures, sobre todo, y los zumos mineralizados con omega 3 y
vitamina G7. Ya cosas que uno no llega a entender. Siempre había pensado yo que
la naturaleza se disfruta a muchos kilómetros de las grandes ciudades y a
muchos más de Madrid, a pesar del Retiro, Casa de Campo, Juan Carlos I y el
parquecillo de al lado de casa. Porque claro, uno entiende que la naturaleza es
algo que se desarrolla como le viene en gana y que el hombre es incapaz de
dominar. Puede tener un cierto control sobre ciertas cosas, pero no demasiadas.
Que si el barbecho, el recebo, la montanera, los injertos que mejoran la
especie, la genética, la previsión del tiempo, el goteo y muchas pequeñeces
más, pero la naturaleza en si misma es incontrolable y cuando se pone farruca,
a correr, que no la frenas, ni pidiéndoselo por favor y con educación.
Las aves rapaces cazan y matan para poder subsistir, igual
que los lobos, los felinos y a veces, hasta el propio ser humano. Los roedores
se comen las cosechas, las vacas el pasto y estos, junto con caballos, mulos,
mulas asnos y demás bestias de carga, cagan dónde les pilla. No hay colegio de
pago, concertado, público o privado que les quite esa costumbre. Es más. Los
animales, estos y todos, huelen. Es lo que tiene la naturaleza, unas veces son
los aromas refrescantes de los pinos, eucaliptos o jazmines florecidos y otras
la peste de los cagarros recién plantados, que nadie se ocupa en retirar con
una bolsa de plástico, con sumo cuidado, para depositarlos después en el
correspondiente recipiente habilitado para residuos orgánicos, el cubo de las
cacas, dicho finamente. Y esto que parece tan absurdo, tan poco políticamente
correcto para muchas mentalidades modernas, ha sido la forma de vida de
nuestros abuelos, bisabuelos, tatatatatatarabuelos. Criaban sus animales para
matarlos y poder comer el tiempo que les durara el bicho, abonaban con
estiércol que recogían cada uno de los días del año. Mantenían a los animales
en corrales que se embarraban medio metro cuando llovía. Estaban a merced de
que una enfermedad se les llevara la ganancia de un año o que un pedrisco o una
plaga les metiera en doce meses de estrecheces y complicaciones. Así es la
naturaleza. El caballo daba coces, el perro bocados, el gato bufaba y las vacas
topaban, cuando no embestían, si eran moruchas, y te querían sacar las entrañas
cuando estas y los machos eran ganado bravo. ¡Qué cosas! Unos dulces animalitos
tirándote viajes queriendo ensartarte con las perchas.
Pero no todo era malo, claro que no. A veces hasta quedaba
tiempo para fiestas y en muchos pueblos, lo que más gustaba era eso de jugar o
ver como otros jugaban con el ganado bravo. Ya que el animal tiene esa
costumbre, aprovechémosla y pasemos un buen rato. Pero en estas que están en
mitad de la juerga, disfrutando después de haber recogido la cosecha, con
dinero fresco y con ganas de celebración. que llegan unos señores y te dicen
que nanay, que se acabó la historia, que eso es barbarie en estado puro y que
se acabó lo de matar a los animales; esos a los que incluso ponían nombre, a
los que cuidaban pasando muchas noches en vela, tratándoles como algo propio de
la casa, pero teniendo claro su fin, el matadero. ¡Qué salvajes y asesino!
¡Insensibles! Que en pleno invierno a lo más que llegaban era a tenerlos en el
establo, cuando no en prados con encinas en los que los pobres animales se
resguardaban. ¡Qué inhumanos! Lo suyo habría sido que les hubieran cedido su
cama, su fuego y su comida y para San Martín, en vez de darles matarile,
montarles una fiesta del pijama, una fiesta sorpresa, con limonada y canapés de
Dog Chow. Si ya lo vaticinó Walt Disney, a nada que haya un poco de interés,
hasta podrías sacar a bailar un tango a la vaca Flora, cuando no una conga con
Marcelo, el cerdo que tiene un tipito para comérselo; siempre hablando
figuradamente, claro.
Pensarán que me he vuelto loco, pero loco de atar, de
tratamiento prolongado y les aseguro que no haría ningún intento por
convencerles de lo contrario, pues ese mismo pensamiento ronda mis
entendederas. Pero de la misma forma, estoy seguro que a muchos de ustedes se
les han venido a la mente actitudes y comportamientos de muchos que se hacen
llamar amantes de los animales, amantes de la naturaleza. Y ya digo, se hacen
llamar así. Lo que no tengo tan claro es lo que ellos entienden por naturaleza.
Tengo la sensación de que en lugar de acercarse ellos a esta, lo que han
pretendido y siguen en su empeño, es llevar la naturaleza a su entorno ala gran
ciudad, creyéndose que el Retiro, Casa de Campo, Juan Carlos I y el parquecillo
de al lado de casa son eso: pura naturaleza. Es como un intento de urbanizar el
campo. Tanto ecologista de nuevo cuño, animalista, filiorrepollista berzoprófago,
casi antropofóbico es como si hubieran querido inventarse un nuevo orden
natural, con las malas vibraciones que dan todos los nuevos órdenes, en los que
primero se equipara a los seres irracionales con los racionales, para, dando un
paso más, colocar a los animales en la cumbre de la pirámide de los seres vivos
que poblamos la tierra. Por supuesto que los animales tienen que tener derechos
y que merecen vivir en las mejores condiciones posibles, pero en las
condiciones óptimas para su desarrollo como especie, atendiendo a sus
necesidades y a su papel para mantener el equilibrio de su ecosistema, no crear
unas condiciones propias para el hombre y trasladárselas a ellos, como si
fueran seres racionales con entendimiento y capaces de razonar. Sinceramente,
esto me parece una tiranía y un maltrato hacia los animales.
Parece además como si solo hubiera dos posicionamientos
posibles, los extremos, sin haber más opciones intermedias. Los que les
pondrían un piso en la playa a los animales y los que apiolarían a todo bicho
viviente que encontraran a su paso. Con la cantidad de matices que puede haber
entre uno y otro punto de vista. Pero llega a tal punto esta obsesión proteccionista
de los animales, que la aplicación de sus fundamentos acarrearía el sacrificio
de miles y miles de ejemplares. Sin ir más lejos, ¿se habrán planteado en algún
momento que si hoy se prohibieran las corridas de toros, en diez o quince días
asistiríamos al sacrificio sistemático y apresurado de cientos de miles de
cabezas de ganado? ¿Se habrán parado a pensar que la supervivencia de prácticas
como los toros o la caza, garantizan la conservación de estas especies, de su
medio natural y la de todos los animales que comparten ese medio? ¿Se habrán
parado a pensar que el que siga habiendo toros y caza es la causa principal de
que el campo siga siendo campo, igual que el monte sigue siendo monte en la
medida en que la subsistencia del hombre depende de su conservación? No lo sé,
pero lo que sí sé es que parece que todos estos grupos se han alejado
abruptamente de la naturaleza real, no de la que ellos han idealizado, y quieren vivir un mundo imposible e insano
para el equilibrio del planeta, ellos siguen a lo suyo, en su nube, por mucho
que me expliquen ahora lo que quieran, pretenden un espacio exclusivo para
ellos, algo parecido a ese engendro de los antis y su naturaleza customizada.