viernes, 19 de junio de 2009

Hay que picar a los toros

El tercio de varas, ¡cómo echamos de menos eso que se llamaba el tercio de varas! Eso que según los antiguos, era parte fundamental en la lidia del toro bravo. A lo mejor hoy ha dejado de serlo, porque ya no existe el toro bravo; ahora vivimos la época del mulo y como mucho, del mulo “enfadao”. Y como a esta nueva especie de animalito para torear, le molesta el que le piquen, pues vamos a hacer este ratito lo más corto posible.

Aún recuerdo cuando en la plaza de Madrid los toros iban tres veces al caballo, pero tres veces cada uno, no tres veces entre los seis, como casi ocurre ahora. Y se oía eso de “le han pegado de lo lindo”. Hoy eso lo hemos cambiado por “no le des que se cae”. Cosas de los tiempos. Pero lo peor es que son mayoría los espectadores que si ven que el toro sale tambaleándose, creen que no hay que picarle. En buena lógica, eso podría ser así, pero ¿a dónde nos llevaría esa postura? Pues a nada bueno. Pero hay que tener algo muy presente y es que si un toro no puede ir dos veces como mínimo al caballo y aguantar dos puyazos, pues no vale para ser lidiado. Y no me refiero a esa mojiganga en que el animalito topa con el peto, e inmediatamente el picador se limita a señalar el puyazo. Esta caricatura de suerte de varas resulta ya una broma demasiado pesada, que nos lleva directos a... no se a dónde nos lleva, pero lo que si tengo claro es que no tiene buena pinta












Se supone que la suerte de varas empieza en el momento en que el picador empieza a torear desde lejos, citando al toro, llamando su atención y dándole los pechos del caballo. Contando siempre que matadores y subalternos estén bien colocados, en su sitio, y no deambulando por detrás del caballo. Una mala costumbre que antes corregían los alguacilillos, cuando no eran un mero objeto decorativo. Pero a los que tarde tras tarde salen ahora en Madrid sólo les queda el nombre y el plumero en el gorro. Casi nos da igual que salgan estos, o la reina de las fiestas de Morata de Tajuña. Ya pueden citar al toro desde dentro del burladero, como hacerle la carioca, como hacerle dar vueltas cuando está a punto de doblar, que ellos nada, a lo suyo, a pensar que van a entregar una oreja y en el abrazo tan sincero que le van a dar al maestro.
Pero volviendo a la suerte de varas, ya pocas veces se hace con pureza. Hablaba antes de cómo el picador debe torear a caballo, andando para adelante, para tras, levantando el palo y haciendo sonar el estribo. Y el que no se emocione con esto, es que tiene una idea de la fiesta muy diferente a la mía. Y todo esto esperando que llegue el momento en que el toro da un pequeño saltito hacia delante y se arranca al caballo. El clamor se hace uno en la plaza, y en décimas de segundo el picador para al toro con la vara antes de que éste llegue al peto y el toro se estrella contra la protección, pero empuja y empuja con los riñones y con el alma si es preciso, y levanta el caballo del suelo, pero no consigue derribar porque el varilarguero se agarra al palo, al caballo y al cielo si hace falta, para aguantar allí arriba, casi con el único apoyo del palo. En pocos segundos se concentra toda la épica del toreo. Pero aunque parezca mentira, esto nos lo quieren birlar y pretenden que pase de ser un trámite molesto a un recuerdo borroso. Hemos llegado al extremo en que se elige al mejor toro de la feria a un toro que en varas, en el mejor de los casos, sólo se dejó picar y poco. Casi nadie se plantea ya si cuando a un toro le tapan la salida, si empuja por bravura, por la mansedumbre que le hace buscar desesperadamente una vía de escape.

Tampoco quiero cansar, pero de la suerte de varas se podría escribir muchísimo más, pero que sepan esos “abolicionistas del primer tercio” que se encontrarán con la resistencia del aficionado, que como estoy pudiendo comprobar a través de los que siguen este y otros muchos blogs, somos unos pocos, y seremos más.

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