Ya se ha consumado el insulto a la fiesta y a la inteligencia que ha supuesto la feria de San Isidro y la del Aniversario en Madrid. Aquello que algunos nos quisieron hacer ver como un serial con las mejores ganaderías y los más pujantes maestros de la tauromaquia. Y ¿cuáles son los resultados? Vulgaridad, aburrimiento y ausencia de los valores taurinos clásicos. Si quitamos los días de Morante y Esplá, lo único rescatable son actuaciones aisladas como las de Diego Urdiales, Fandiño y alguno más, que para recordarlo tendría que revisar de nuevo los carteles y las notas tomadas entre bostezo y bostezo. Y si se trata de recordar orejas, entonces sí que me rindo. Pero los taurinos ya se habrán quedado tranquilos, unos ya habrán llenado la saca y otros, una vez pasado el trago de Madrid, seguirán con su gira por las plazas de por ahí, en las que sí saben de toreo moderno.
Algo muy parecido ocurre con el ganado. Si quitamos los de José Escolar y los de Palha, lo que más despunta es lo del Pilar y Alcurrucén, que se dejaron torear con la muleta. Que nadie piense que me he olvidado de la vuelta al ruedo del toro de Victoriano del Río que mató Esplá. No es que me haya olvidado, es que esa vuelta al ruedo me parece tan excesiva como las orejas que se han venido regalando durante todo este mes. ¿Qué fue bien a la muleta? Sí. Pero en el caballo no hizo ni intención de meter los riñones, simplemente se dejó.
Como viene siendo habitual, casi cualquier tarde puede reflejar lo que han sido las dos ferias y lo que es la fiesta en este momento. La última por ejemplo, la de Alcurrucen, nos demostró varias cosas. La primera que cuando toros como los de ayer, que no quisieron saber nada de caballos, capotes o banderillas, acaban sirviendo para la muleta, normalmente no son aprovechados por sus matadores. Que si el toro presenta la más mínima dificultad, el matador de turno se pierde y colabora para empeorar ese defecto. Que estos figurones sólo saben pegar pases, muchos pases, amparados en el ya excesivo abuso del pico, en esconder escandalosamente la pierna contraria para hacer el pase más largo, pero menos hondo y que una vez que creen haber conseguido una orejita, se tiran a matar dónde mejor les venga, incluso tirando la muleta con todo descaro.
Esto es a grandes líneas lo que hizo con los de Alcurrucén, Rubén Pinar, que arañó una orejita en cada toro por demostrar su incapacidad y salió a cuestas por la Puerta Grande, para alegría de los transeúntes esporádicos de las Ventas. Esos que dicen voy a Las Ventas, en lugar de voy a los toros. Como los que cuando van a Sevilla se dedican a llamar a sus amistades para decirles: estoy en el AVE.
De los otros dos poco se puede decir, de Ferrera que corre como alma que lleva el diablo, sin hacer nada ni medianamente regular, y de Matías Tejela, que estuvo por allí, pero nada más. Total, si mañana se anunciarán en Brihuega, cortarán mil orejas y se lo celebrará todo el mundo como si hubieran triunfado en… en Madrid, hace veinticinco años. Lo malo es que esta parece ser la tónica que va a seguir la fiesta de aquí en adelante. Entonces habrá que plantearse cambiar el verbo torear, por el de “pasear”.
Algo muy parecido ocurre con el ganado. Si quitamos los de José Escolar y los de Palha, lo que más despunta es lo del Pilar y Alcurrucén, que se dejaron torear con la muleta. Que nadie piense que me he olvidado de la vuelta al ruedo del toro de Victoriano del Río que mató Esplá. No es que me haya olvidado, es que esa vuelta al ruedo me parece tan excesiva como las orejas que se han venido regalando durante todo este mes. ¿Qué fue bien a la muleta? Sí. Pero en el caballo no hizo ni intención de meter los riñones, simplemente se dejó.
Como viene siendo habitual, casi cualquier tarde puede reflejar lo que han sido las dos ferias y lo que es la fiesta en este momento. La última por ejemplo, la de Alcurrucen, nos demostró varias cosas. La primera que cuando toros como los de ayer, que no quisieron saber nada de caballos, capotes o banderillas, acaban sirviendo para la muleta, normalmente no son aprovechados por sus matadores. Que si el toro presenta la más mínima dificultad, el matador de turno se pierde y colabora para empeorar ese defecto. Que estos figurones sólo saben pegar pases, muchos pases, amparados en el ya excesivo abuso del pico, en esconder escandalosamente la pierna contraria para hacer el pase más largo, pero menos hondo y que una vez que creen haber conseguido una orejita, se tiran a matar dónde mejor les venga, incluso tirando la muleta con todo descaro.
Esto es a grandes líneas lo que hizo con los de Alcurrucén, Rubén Pinar, que arañó una orejita en cada toro por demostrar su incapacidad y salió a cuestas por la Puerta Grande, para alegría de los transeúntes esporádicos de las Ventas. Esos que dicen voy a Las Ventas, en lugar de voy a los toros. Como los que cuando van a Sevilla se dedican a llamar a sus amistades para decirles: estoy en el AVE.
De los otros dos poco se puede decir, de Ferrera que corre como alma que lleva el diablo, sin hacer nada ni medianamente regular, y de Matías Tejela, que estuvo por allí, pero nada más. Total, si mañana se anunciarán en Brihuega, cortarán mil orejas y se lo celebrará todo el mundo como si hubieran triunfado en… en Madrid, hace veinticinco años. Lo malo es que esta parece ser la tónica que va a seguir la fiesta de aquí en adelante. Entonces habrá que plantearse cambiar el verbo torear, por el de “pasear”.
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