La vida sigue igual, no hay toro, pues no hay fiesta, y si no hay fiesta ¿qué hacemos tarde tras tarde en la plaza de Madrid? Pues muy sencillo, primero aburrirnos, que es lo más inmediato, y después puede que estemos asistiendo al inicio del final de un espectáculo que, desde que fue regulado por primera vez hace unos doscientos años, sólo crecía y crecía y crecía, hasta que llego su momento de estancamiento hace quince o veinte años. Pues bien, todos los signos parecen indicar que esto se acabará. Porque los que tienen en su mano remediarlo, empresarios, toreros, periodistas y demás “gente del toro” viven obnubilados en una nube de autocomplacencia y de autobombo, recreándose en lo buenos que son, sin detenerse un segundo a ver lo que realmente pasa ante sus ojos.
Un ejemplo claro ha sido la corrida del Puerto de San Lorenzo, un carrusel de inválidos en que lo más destacable fue el mansísimo primero. Algo que si nos fijamos en su trayectoria desde hace años, no nos puede sorprender, pero sigue viniendo feria tras feria, de una forma pertinaz y sin visos de mejora. ¿Dónde están aquellos toros que convirtieron a esta ganadería en uno de los hierros duros? Pues en el limbo.
Como ya he dicho, el más entretenido de todos fue el primero, al que una parte importante de la plaza protestó por manso. A esto hemos llegado, a esto a llegado la plaza de Madrid, a dar orejas por llegar a los cincuenta trapazos, a consentir en silencio el baile de corrales los días de figuras, a dar por desaparecida la Venta del Batán y a protestar un toro por manso, algo que sólo imaginábamos en plazas de carros. E incluso los hay que, cargados de razón, se enfrentan con el siete porque no protestan. El colmo, ahora resulta que quieren dirigir las protestas de cada uno y que no dudan cuando las cosas pintan en bastos para su torero, en espetarles eso de “baja tú”. Esto en el mejor de los casos.
Pero toda esta juerga esta aderezada por la presencia de los señores de las medias rosas. Un Miguel Tendero que tras una lidia caótica al primero, intentó torearle en los medios, pero tuvo que claudicar y marcharse a la guerra a las puertas de toriles. Allí le sacó los pases que el animal no tenía, estuvo valiente de verdad y después de tragar mucha quina, acabó con él. En su segundo, no tan peligroso, ni incómodo, nos obsequió con la vulgaridad de su toreo más personal, como fiel seguidor del toreo moderno. Lo mismo que los Cid y Castella, que decepcionaron, especialmente el primero, que ha pasado por la feria como alma en pena y como claro ejemplo del pegapasismo montado sobre le pico de la muleta. Él sabrá, pero así se está granjeando la enemistad de la plaza de Madrid, que si que es verdad que ya protesta los mansos, pero que todavía tiene quien sabe apreciar el toreo de verdad y que se enfada y mucho, cuando cree que están intentando engañarle. Lo dicho, él sabrá. Igual que sabrá Sebastián Castella que gasta toda la pólvora en los parones del inicio de faena, para una vez que se le han ido las fuerzas, deleitarnos con trapazo tras trapazo, dónde y cuando a él le cuadre mejor. En esto es como todos, que van a lo que a ellos les viene mejor y para ello se tienen que llevar a la afición por delante e irla echando de las plazas poco a poco, pues se siente. Que se callen y que se aguanten, que nosotros estamos de aniversario.
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