Eso es lo que pensaba ayer por la tarde, cuando estaba allí a la solanera en la plaza de Madrid. Idea que se me ha hecho más profunda al ver las crónicas de la prensa especializada. En la misma plaza sentía estar bajo los efectos de algún tipo de sustancia psicotrópica al oír esos Ooolej y Briiien tan profundos, en la segunda faena de Curro Díaz. Es verdad que este torero tiene ese no se que del que carece la mayoría y que o se tiene, o no se tiene, y que no se puede comprar; pero esa misma gracia y ese arte, lo empleó ayer para torear despegado, muy despegado y dejándose enganchar constantemente la muleta. Pero los Ooolej y Briiien, se escuchaban casi cuando iniciaba el lance y no cuando lo concluía. Como siempre decimos, cosas de la tauromaquia moderna. No quiero ser mal pensado, pero totalmente que parecía que los más rendidos al arte de Curro Díaz era un grupo muy concreto del tendido bajo del nueve, vamos, que parecía que hubieran venido en el mismo autobús, con el mismo origen y destino de todos sus ocupantes.
Algo parecido, aunque no tan forzado ni exagerado, ocurrió con Eduardo Gallo, que parece ya definitivamente perdido para la causa “clásica”, aquella de la que parecía que se iba a convertir en apóstol cuando vino a Madrid de novillero. Ahora va camino de la vulgaridad, con escala en la sosería más absoluta, y paradas en el provincianismo del encimismo y del pase invertido, después de meterse absurdamente entre los pitones. Eso sí, parecía que había desaprovechado un toro de bandera, que si bien es verdad que acudía a la muleta, no pudo aguantar ni la más mínima regañina del picador, porque como toda la corrida, después de la primera carrera por el ruedo, abrían la boca en busca de aire mientras lucían su descarada invalidez.
Pero ¿cómo es posible que haya tanta diferencia entre las opiniones de unos y otros? Pues no lo sé y lo que se me ocurre para explicarlo, no me gusta nada. Puede que sea por el calor, puede que sea por la ganas de ver algo que merezca la pena, puede que sea por los kilómetros que se hacen los de los autobuses, o porque del cuarto de plaza la mitad eran turistas, pero el caso es que se le sigue haciendo el caldo gordo a empresarios, toreros y ganaderos para que esto siga cómo a ellos les viene bien. Y de los tres, a los que realmente les viene peor es a los toreros, que se dejan engañar, hasta que un día se encuentran que les pegan la patada y les dejan tirados en medio de ningún sitio.
Algo parecido, aunque no tan forzado ni exagerado, ocurrió con Eduardo Gallo, que parece ya definitivamente perdido para la causa “clásica”, aquella de la que parecía que se iba a convertir en apóstol cuando vino a Madrid de novillero. Ahora va camino de la vulgaridad, con escala en la sosería más absoluta, y paradas en el provincianismo del encimismo y del pase invertido, después de meterse absurdamente entre los pitones. Eso sí, parecía que había desaprovechado un toro de bandera, que si bien es verdad que acudía a la muleta, no pudo aguantar ni la más mínima regañina del picador, porque como toda la corrida, después de la primera carrera por el ruedo, abrían la boca en busca de aire mientras lucían su descarada invalidez.
Pero ¿cómo es posible que haya tanta diferencia entre las opiniones de unos y otros? Pues no lo sé y lo que se me ocurre para explicarlo, no me gusta nada. Puede que sea por el calor, puede que sea por la ganas de ver algo que merezca la pena, puede que sea por los kilómetros que se hacen los de los autobuses, o porque del cuarto de plaza la mitad eran turistas, pero el caso es que se le sigue haciendo el caldo gordo a empresarios, toreros y ganaderos para que esto siga cómo a ellos les viene bien. Y de los tres, a los que realmente les viene peor es a los toreros, que se dejan engañar, hasta que un día se encuentran que les pegan la patada y les dejan tirados en medio de ningún sitio.
2 comentarios:
A veces, parece que vamos a un lugar distinto del que la mayoría visita. Hace muchos años, un escritor de nombre Jaime Avilés y apodado "Lumbrera", escribía los martes una columna llamada "Crónica de crónicos o ¿a qué corrida fui?", en la que exhibía esos despropósitos y dejaba ver que parecía haber asistido a una plaza distinta a la que todos los demás escribas habían acudido.
Saludos desde Aguascalientes, México.
Xavier González Fisher
Siempre alivia pensar que no soy el único con este tipo de trastorno, es más el domingo lo sufríamos un compañero de localidad y yo mismo. Quizás era cosa del sitio, del sol o del calor.
Un saludo para México.
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