El señor que llevaba niños a los toros, con uno de ellos a punto de envenenarse con este sentimiento
Cuántas veces se le ha hecho esa pregunta a un niño y cuántas veces la respuesta ha sido la misma, quiero ser torero. Ese era el mayor aliciente para un niño que jugaba al toro, cuando todavía se jugaba al toro. Los domingos iba al campo con su familia y siempre se llevaba su capte rojo, que enrollado a un palo hacía también de muleta. El balón podía ser que se le olvidara, pero el capote y los palos que hacían de estaquillador y estoque, jamás. Luego se pasaba el día dando pases al aire y simulando con la boca los clamorosos olés de una imaginaria plaza, llena para ver aquellas faenas que siempre se premiaban con las dos orejas y el rabo.
Aquel niño ya conocía el orden de la lidia, primero el capote, que había que echar abajo para sujetar al toro, luego el picador, las banderillas y la muleta. Naturales, redondos, de pecho y la estocada en todo lo alto. El mismo niño que jugaba al toro, pero al que no le gustaba hacerlo en el cole porque los demás niños empezaban con la muleta y seguían por las banderillas y así no era, el orden no era ese. Así que se aguantaba las ganas y jugaba a otra cosa, aunque tuviera que aguantar la tentación de coger la montera de juguete de otro niño.
Cuando más le gustaba torear en público era en el pueblo de su padre, esos sí que sabían del orden en que se hacían las cosas. Sabían hasta organizar encierros, que acababan en la plaza portátil que se montaba en la plaza del pueblo para las fiestas. Unos niños hacían de toro y otros de mozos que corrían por la calle larga del pueblo, bajaban por la del cuartel y al llegar a la arena, cada uno se buscaba su refugio en los burladeros, porque la cosa era muy seria.
Qué presente estaba el toro en la cotidianeidad de aquel niño, que lo mismo jugaba con los muñecos de plástico, los indios, a atacar la diligencia, que se montaba una corrida de toros con aquellas figuras coloreadas de toreros, monosabios y picadores, que siempre se tenían que enfrentar a los toros más bravos del mundo. Con la boca imitaba los clarines y timbales, de Madrid o Sevilla, porque para algo conocía los toques propios de cada plaza y empezaba la corrida. Pero ojito, si al mismo tiempo había otra por la tele había que estar calladito, que a papá le gustaba ver los toros en silencio. Que no estaba mal eso de las corridas televisadas, pero era mejor cuando su padre le llevaba a la plaza, que por lo menos era en color. ¡Los toros en la plaza! ¡Qué maravilla! Cuando le decían ¿Te vienes a los toros? Pues claro. Y allá que iba tan contento con su papá, que le llevaba a los toros. ¿Quieres agua? Y en la puerta de las Ventas bebía de un botijo en el que una señora vendía tragos a todo aquel que quería refrescarse. Luego a ver llegar a los toreros. ¡Allí viene uno! Y llegaba un coche grande, de formas redondeadas, con una mole que le aplastaba la capota, de color rosa y amarillo, entreverada del rojo de las muletas. Se abría la puerta del coche y empezaban a bajarse unos dioses vestidos de luces, elegantísimos, muy repeinados dejando paso al matador, que era el que tenía el traje dorado. Luego no era de extrañar que el niño le pidiera a su madre “mamá, péiname como a Paco Camino” Y la madre intentaba imitar el añadido haciendo que amontonaba el pelo de la nuca.
Al entrar en la plaza todo era más oscuro y también más ruidoso. Que orgulloso iba de la mano de su padre; llegaban los dos delante de un cajón alargado donde un señor con gorra echaba los papelillos que cortaba a las entradas, se subían unas escaleras y allí aparecía el ruedo dorado e inmenso. Con sus rayas pintadas de rojo, que era el color que se usaba antes en Madrid. A sentarse la almohadilla y a esperar a que sonaran los clarines. La magia ya había empezado. Esa magia que ya nunca abandonaría a aquel niño que sonrojaba a su padre cuando se ponía a torear entre el tendido alto y el bajo, sin importarle que en el ruedo hubiera torero o no, consiguiendo sus primeros y casi últimos olés de su vida. El padre que, aunque avergonzado por el desparpajo del niño, también provocaban el orgullo del aficionado que quiere adivinar a un aficionado del futuro. Ese mismo orgullo que el padre ya convertido en abuelo, sintió cuando una tarde entró en la plaza cogido de la mano de su nieto, el hijo de aquel espontáneo que ya gritaba ¡maleta! a los desafortunados coletudos de una tarde sin suerte. Era el orgullo del abuelo que ya creía tener a quien dejar las llaves de una afición. Recorría los pasillos respondiendo a los comentarios de aquellos que no podían evitar dar la bienvenida a un nuevo correligionario. Unos llamaban al niño torero, otros le preguntaban si le gustaban los toros, otros simplemente le sonreían y hasta un alguacilillo jubilado le raptó por un segundo y le intentó subir a uno de los caballos que abrirían el paseíllo. Pero ¡ay! los años y la frágil espalda obligaron a la autoridad de otro tiempo a pedirle al padre a que aupara al niño en la montura. Pero daba lo mismo, la magia no se iba a romper por un ligero contratiempo.
El abuelo al fin se iba a poder marchar tranquilo, ya tenía quien le sustituyera cuando él no estuviera. Ya dejaba otro aficionado que velara por la salud de la tauromaquia, aunque como la realidad suele ser caprichosa, no fue el nieto el que mantuvo encendido el fuego sagrado de la tauromaquia. El destino quiso que fuera la nieta, con la que nunca entró de la mano a la plaza de Madrid, la que nunca montó el caballo de los alguacilillos y a la que casi no tuvo tiempo de disfrutar, la que parece empeñada en continuar la fe de sus mayores y que todas las tardes, cuando su padre se prepara para irse a la plaza le hace la pregunta de: ¿Hoy no hay entrada para mí?
26 comentarios:
Me a encantado, una preciosidad!! enhorabuena y a ver si hay entradas para ella!!
Y yo, que quería ser picador!!!
Saludos y enhorabuena por el artículo
Pepe Pastor
Scotty:
Para cuando sea más mayor, y ya esté completamente envenenada con el toro, seguro que habrá entradas para ella.
Un saludo
Pepe:
Pues creo que revelas otro amor además del toro y puede ser el del caballo ¿no?
Un saludo
Se me ha puesto un nudo en la garganta leyendo tu artículo. Por unos instantes he recordado momentos de mi infancia. En mi casa el destino también quiso que fuese yo. Un saludo Enrique.
Isa:
Al final creo que se repite la misma historia, con la diferencia del sitio y del momento.
Un saludo
La historia es muy bonita. Muchas historias con el mismo fondo se las he oído contar a muchos aficionados venteños.
Desgraciadamente, la historia se repite cada vez menos.
Un abrazo,
J.Carlos
Enrique, muy bonito, esta contado como un cuento, pero con la clara realidad reflejada en muchas personas.
J. Carlos:
Ya digo que esta misma historia se ha repetido muchas veces. Ahora es menos frecuente, la verdad.
Un saludo
Diego:
Cada uno podrá poner los nombres que mejor le encajen, por supuesto.
Un saludo
Joder Enrique, que no se me saltaban las lagrimas desde que murio Chanquete. Y no es coña.
Creo que la historia es preciosa. Pero si me tuviese que quedar con algo, es sobre todo con el principio. Con aquel chaval que cogia su trapillo rojo y su palito y se ponia a dar lances al viento... joder, que bueno!!!
Me encantan estas cosas y sobre todo tener la oportunidad de conocer a, por lo menos, uno de sus protagonistas. Me pasa lo mismo con mi amigo Peter, que a lo mejor un dia te cuento algo de el.
Seguro que con tan buen maestro, habrá entradas aseguradas para tan buena alumna.
Enhorabuena y un abrazo.
Marín:
No me dirás que tú no cogiste un palito, lo metiste en un trapo y te sentiste el dueño del mundo vestido de luces. Imagino que eso seguirá existiendo entre algunos chavales, pero cuando les oigo hablar de como empezó su afición, o interés, no lo tengo muy claro, el caso es que yo no me veo. Yo me veo en los niños que ni figuras, ni dinero, ni nada, toreros, eso es lo que querían ser. Y es que es una afición y un sentimiento tan bonito, que no creo que haya muchas cosas que se le parezcan.
Un abrazo
Magnifico relato de una realidad que creo que han vivido muchas personas llenas de ilusiones y de un gran romanticismo, y de lo creo estar seguro es que algunos de los niños de hoy y muchos adultos no lo sienten como en toces, par mí habido otras décadas de la tauromaquia mas emocionantes y "verdaderas" que la actual.
Pues no voy a coger el palito de pequeño Enrique!!!
Te dejo el enlace en que doy fe de ello. No se si te acordarás.
Un saludo.
http://marin-lastmohican.blogspot.com/2010/12/mi-padre.html
Juanito:
Desafortunadamente, hoy los toros no están ya casi presentes en nuestra vida diaria.
Un saludo
Marín:
Claro que me acordaba y sobre todo de la foto en que le sacaban a hombros. No le conocí, pero esta foto se me quedóen la cabeza. Lo que tú escribiste ya me pareció de mucha valentía, más que ponerse delante de un toro, y ahora mucho más. Estas son las herencias que más se valoran, que nunca se pierden y que a pesar del dolor, llenan de alegría el corazón.
Un abrazo
Enrique:
Me sumo a esos recuerdos. Son clavaedos. ¿Que sería entonces si no tuviésemos esa ilusión?
Quizá sea por qué de chavales y gracias a la inocencia que rebosamos, desconocemos el interior de lo que se cuece en el mundillo de los toros.
Cuando te empiezas a meter en "esto"... la decepción es enorme. Nada tiene que ver la cara que nos muestra "La Fiesta" con la realidad de su infraestuctura y sus "gentes". Por eso es mejor recordarlo así, tal y como lo has descrito, por qué así debería ser.
Un abrazo!
David:
Probablemente todo es cuestión de eso, ilusión y cariño. A unos nos rebosa y otros no saben lo qué es.
Un saludo
Enrique.
Tu entrada me hace recordar tiempos pasados en los que yo, como tambien seguramente muchos niños de mi edad, jugaba al toro en mi casa usando como tal a mi hermano menor.
Me liaba un trapo para hacer el paseillo más guapo que un San Luís (eso pensaba yo), y respetaba la liturgia de la corrida en todos sus tercios. Con el palillo de una percha de madera me hacía el estaquillador y, con otro trozo de palo el estoque (simulado, y sin necesidad de presentar el parte médico. Mi madre me dejaba una tela un poco mayor y ahí montaba yo mi muleta para dar pases sin fín a mi hermano, hasta que, cansado y aburrido de hacer de toro, me dejaba compuesto y sin novia. Digamos que se "autoindultaba".
Mi afición, ya lo comenté hace tiempo aquí http://miguelitonews-miguelitonews.blogspot.com/2010/02/mi-aficion.html, se alimentaba cada vez más con estas "corridas" de único espada. Así no competía con nadie y salía casi siempre por la puerta grande.
Antes no teníamos tele, ni móvil (aqunque mis hijas no se lo crean), ni mucho menos Internet, así que nuestra imaginación era desatada y más "humana", y jugábamos en las calles. Ahora sería impensable ver a un niño jugando al toro. Por una parte porque no les nace y por otra, porque, de no encontrar un "caballo blanco" les costaría pagar por torear.
Un saludo y enhorabuena.
Enrique, yo me hice aficionado de la mano de mi padre en la Monumental de Barcelona,esa que van a cerrar estos monstruítos insensibles e insaciables y de la que hoy mismo, he estado leyendo la crónica del dia de su inauguracion ,el 27 de Febrero de 1916 con Joselito (el auténtico) a la cabeza.
Pués bien yo era más vergonzoso que tú y mis mejores faenas las hice en el cuarto de baño, con una especie de capotillo que usan las mujeres para peinarse y que tiene un vuelo precioso, sobre todo para las serpentinas ,las gaoneras soltando el capote y todo tipo de fantasías que veía en muchos toreros, mejicanos sobre todo.
Naturalmente que después venía la faena de muleta, pero eso ya con una toalla.
Lamentablemente todas mis faenas acababan con avisos,los que me mandaba mi madre para que terminara de ducharme de una vez.
Qué bonito y qué pena que toda ésta canalla esté acabando con tanto romanticismo y tanta belleza, amparandose unos en su egoismo feroz y otros en una sensibilería falsa , cínica,miserable e ignorante porque piensan que los toros vienen de Franco o del Rey Miramamolín cuando en Cataluña han florecido más que en ninguna parte, con tres plazas funcionado en Barcelona.
¡Miserables los unos y cobardes éstos tíos, que se afanan en intentar hacernos a todos sus súbditos, a base de prohibiciones para nosotros y derechos de pernada para ellos.Tal y como en la Edad Media.!
Un saludo a todos los que soñábamos y seguimos soñando el toreo.
Miguelito:
¡Qué buenas eran las perchas! Tenían la medida justa. Yo hasta pienso que las hacen con estaquilladores desechados. Es verdad que ya es imposible ver a niños jugando al toro. Se les puede ver toreando, pero no jugando. No con esa espontaneidad y carga imaginativa de los nilos de antes. Ahora torean para perfeccionarse, antes toreábamos en Sevilla, Madrid, Pamplona o en el cielo y triunfábamos después de poder, dominar y deshacernos de un barrabás. Son otros tiempos, pero es una lástima que aquellos se hayan perdido para siempre. Así es difícil que esto perviva. Ahora se mantiene sobre la ilusión que nos creció aquellos días de grandes faenas en la cocina o en el salón de casa.
Un saludo
Franmartin:
POr un momento te creí como Ponce, que te daban los avisos por pesado, pero claro, si ocupabas el baño solo para tí, las faenas tenían que ser clásicas, cortas, intensas y que cada pase fuera un latigazo que destrozara al toro alrededor de ti.
Lo de Cataluña es un necio empeño de negar demasiadas evidencias, de querer borrar el pasado de golpe y recrear otro que aalgunos les interesa mucho más. Pero parece que los taurinos siguen sin aprender y sin enterarse y siguen por un lado con que se ven perseguidos, pero no corren, y que en otros sitios como Madridd, Andalucía, extremadura y tantos sitios más, nunca pasará lo mismo. Pues ya lo has dejado muy claro, en Barcelona la afición daba para tres plazas y ahora no da para nada.
Un saludo
Yo veraneo en un pueblo de Valencia y da gusto ver a los niños en la esquina de mi calle que hay una plaza jugando a los bous al carrer, tienen un carreton para que uno haga de toreo y otro recorte y se van turnando, cuando se cansan de él cogen los pitones y se van corriendo todos delante simulando a los mayores, este año les hago una foto para que lo veais, parece una imagen añoja pero es de pleno siglo XXI.
¡Que bonito tu relato Enrique! me a emocionado mucho.
Una venteña
Venteña:
Pues a esos niños habrá que cuidarlos como oro en paño. Que gusto que no les dé vergüenza jugar al toro a la vista de todo el mundo.
Lo que escribí es de cuando a los niños no solo no nos importaba que nos vieran, sino que además nos poníamos chulos.
Un abrazo
ENRIQUE,como ves esta vez tu nombre está como el de David Mora en mi blog...EN MAYÚSCULAS.
Imagina que te levantas pensando en ir a la playa y al asomarte por la ventana ves que está lloviendo..
Te quedas en casa, te pones a leer un blog y te encuentras con esta entrada.
Se puede pedir algo más?
Bueno, va...que embistan los del Conde!
Un abrazo!
Iván:
Lo que cambian las cosas cuando hay toro ¿verdad? Luego será bueno, malo o regular, pero el toro es lo que da sentido a todo esto.
Un saludo
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