Y vuelta a la ausencia de la lidia |
Les juro que lo de Samuel un día eran toros, con fortaleza,
no tan exageradamente corralones y que hasta eran del gusto de algunas figuras,
como el insuperable en lo suyo, el maestro Enrique Ponce I de Xátiva y V de su
barrio. Si le gustarían, que incluso pensó que podría mejorar la ganadería. Lo
que no pensó el ganadero es que el maestro Ponce es un amante de la caza y
entre caza y toro sale un híbrido entre toro y ciervo, el Cérvidus Mansurronis
Samuelensis. La ilusión que tuvo que poner don Samuel al ver como un maestro se
implicaba en el progreso de su ganadería. Si hasta estaba pensando en comprarse
un traje nuevo y abandonar ese traje gris que tiene para las grandes ocasiones,
que vaya que no le ha salido bueno, con los años que lleva luciendo ese terno
gris perla. Pero parece que se le han soltado las costuras, las coderas están
pasadas por el roce, el forro habría que cambiarlo, remendar los bolsillos por
dentro y repasar los botones, vamos, algo parecido a lo que igual le vendría
bien para su ganadería. Es como si hubiera decidido hacer los remiendos con
hilo verde puñeta, poner parches en las coderas con retales de una camiseta del
bar “El Coscorrón” y el forro con unos desechos de la tela que sobró de las
cortinas de la ducha de su casa. Esperpéntico ¿no? Pues eso, como el hierro de
Samuel Flores.
Nos echó de primeras un animal que casi arrastraba las
patas, muy flojito, muy parado, viendo a ver que pasaba allí. Un toro colín,
que parecía que se hubiera pillado con una puerta en el campo, porque ya saben
que hay quien pone puertas al campo. Molestaba especialmente el viento, lo que
dificultaba la tarea de los de luces. Le ponían al caballo y se iba sin querer
saber nada de aquello, las cuadrillas y el confirmante Pérez Mota se
esforzaban, pero tampoco tenían demasiada maña. Se le picó poco y de mala
forma, en el de tanda o el que hacía la puerta, se iba del caballo a buscar las
tierras en las que mejor se sentía, allá hacia toriles. Se puso bastante peligroso,
se dolió muchísimo de los palos y cada vez se le acrecentaba la querencia a
toriles. Durante una larguísima ceremonia de confirmación, los peones se
hartaron de pegarle capotazos para sujetarle en un burladero. Pérez Mota empezó
por arriba, se le revolvía, se defendía mucho, se acostaba por el derecho y el
torero lo intentaba con muletazos sin mando alguno, lo que hacía que el peligro
fuera mayor. Quizá era necesario mucho más mando y poder que eso. Contra el
molesto punteo de las telas sólo se le opusieron trapazos intrascendentes, que
le acabaron llevando a toriles. Metisaca y bajonazo pescuecero.
Antón Cortés, al que un día se le puso el cartel de
“artista”, lleva tiempo haciendo sitio al de incapaz y vulgar. A un toro
excesivamente cornalón, muy corretón y al que nadie fue capaz de fijar en los
capotes. Así el ciervo se pensaba allá por las sierras en Cazorla y los de
luces que estaban en las fiestas de su pueblo, en la capea de los mozos. Dos
picotazos según salían los picadores por la puerta de cuadrillas y el animalito
escapó de allí haciendo fu como el gato y tirando coces, por si alguien le
seguía. Mientras el toro entraba al caballo cabeceando para quitarse el palo y
con la cara alta, el matador andaba por allí en una parcela donde hacía un rico
solecito. Después le metieron debajo del peto y le dieron más leña que en la
primera vara. Cortaba bastante por el lado izquierdo, se revolvía. Pero ante
estas dificultades Ángel Otero se vino arriba y dejó un magnífico par por el
aguante, por ganar la cara del toro y tragando saliva metió las manos, clavó y
se fue de allí viendo revolotear los pitones en trono suyo. Mantazos por abajo,
banderazos, tanteos como si buscara una grieta en un muro, mientras el de don
Samuel se defendía sin parar. Enganchones, desconfianza y tras un pinchazo
escapando, un glorioso bajonazo.
A Rubén Pinar, quien un día parecía candidato a sostener el
cetro del toreo en Albacete, le salió una cabra con cuernos, que no aguantaba
en pie. Le devolvieron el dinero por la compra y se fue a otra tienda a buscar
un sobrero de Aurelio Hernando, un jabonero sucio con la sangre de Veragua, que
igual le hizo pensar al torero si no era mejor el otro inválido. Entraba al
capote muy rebrincado, para evidenciar la poca pericia de Pinar con este telón.
Un golpe de aire y no tuvo más recurso que echar el capote a un lado y él
escapar hacia el otro. El jabonero se fue suelto al caballo, vara trasera que
le hizo cabecear al notar el palo. En la segunda se le pegó quizá por demás,
especialmente si tenemos en cuenta que fue trasera. Echaba la cara arriba por
el pitón derecho y el matador lo recogió con trapazos por abajo, hincando la
rodilla en la arena, pero cuando ya había pasado el toro. Sin dar opción al
torero a reaccionar, el toro se le venció por el pitón derecho en el primer
muletazo y le enganchó malamente, haciendo pensar que le había calado, pero
afortunadamente pudo seguir la lidia. A continuación todo se resume en mantazos
y en estar a merced del toro, con muchas carreras y muy descompuesto.
De nuevo Antón Cortés se disponía a demostrar su arte,
cuando vio aparecer un perchero estilo Luis XV por la puerta de chiqueros, creo
que excesivamente cornalón y lo mismo que pienso que un toro enorme y cebado no
es sinónimo de trapío, tampoco lo es uno feo y con esa arboladura, hay que
intentar ser lógico. Si además añadimos que no embestía, que arrollaba y que
los de luces parecía que le presentaban el telón para ver si lo atravesaba,
pues el resultado es que aquello se convirtió en la casa de Tócame Roque. Al
ciervo con la cara muy alta, le taparon en el caballo y quizá el mejor rasgo
del animal fue que simplemente se dejó picar; ya es exigir poco. En la segunda
vara tuvo que ir el caballo al toro y no al revés. ¿Y Antón Cortés? Pues debió
pensar que desde el estribo derecho se veía muy bien el espectáculo, sin caer
en que él era el que tenía que lidiar y estoquear a aquello. Volvió una tercera
vez para pegar cabezados en el peto, por si alguien tenía dudas sobre lo que
llevaba dentro. Peligroso en banderillas, esperando y recortando por el pitón
izquierdo. Cortés le recogió con unos trapazos, con mucha inseguridad, incómodo
con el gazapeo del toro, muletazos con el pico y enganchados, alargando en
demasía el trasteo de una forma que nadie entendía. Acabó con una entera caída
soltando el trapo al viento.
Pérez Mota tuvo que tratar con otro ciervo, como no, más
propio para que pastase por los montes de El Pardo que para ser lidiado en la
plaza de Madrid. Le toca el picador reserva y sale casi pegando voces y
pidiendo socorro. Nadie se dispone a pararlo. En la primera vara le tapan la
salida y evidencia que no quiere tener el palo en el lomo. Lo mismo que en la
segunda, de la que además se fue suelto. En el segundo tercio no metía la cara
y se dolía de los palos. El espada más que ir a torear parecía ir a la guerra a
pelearse con el animal, muchas carreras, enganchones, banderazos, ratonero y
trapacero. Una estocada que pareció que estaba en todo lo alto, pero que luego
se vio que se había ido un poco caída.
Rubén Pinar parecía que tenía la situación bajo control,
cambió la lidia al burladero del 7, pero las cosas no debieron empezar según
sus planes. No fue capaz de fijarlo, estaba a la deriva dependiendo de lo que
quisiera el toro, no pudiendo ni ponerlo en suerte correctamente. Así fue
suelto y desde dentro a topar con el caballo, para que el picador le cogiera
bien con el palo. Una segunda vara se quería quitar a cabezazos y que le hizo
salir suelto. En la tercera entrada le hicieron la carioca para al menos poder
administrarle algo de castigo. El tercio de banderillas fue una capea, el toro
muy suelto y convirtiéndose en el dueño del ruedo. Con la muleta Pinar no le
lograba sujetar y se pasó el tiempo con un trapazo y una carrera detrás del
animal para ir a buscarle por toda la plaza. Pretendía hacerle la faena al uso
y el ciervo de Samuel no se había enterado de lo que tenía que hacer. Muy
pesado, demasiado, quedando en evidencia sus escasos conocimientos de la lidia,
pues si bien era un toro abanto, lo que no puede ser es que no se haga
absolutamente nada para intentar solventar este defecto. Ahora habrá que
esperar para ver si el ganadero de toros de lidia, don Samuel Flores, se decide
por continuar haciéndolo o si monta un parque temático con ciervos, muflones y
señores con taparrabos simulando la caza con arco.
2 comentarios:
Tarde nefasta a más no poder. Dos que deberían estar en el banquillo por muchos años: Samuel Flores y Antón Cortés. Pérez Mota no me gustó pero al menos le puso ganas y Pinar me gustó aún menos pero también se fajó con los morlacos, cosa que no hizo Cortés.
Samuel va de mal en peor pero permíteme una ligereza de pensamiento: tengo la sensación de que son toros que, si les aguantas y les dominas, se puede sacar algo de ellos al final de la faena aunque esta tenga que prolongarse hasta que haces entender al animal quién es el que manda y cómo se debe embestir. Lo digo, no porque me lo invente, sino porque he visto hacerlo de esa manera aunque de eso hace ya algunos años. Lo cuál no es óbice para que se tiren unos añitos (añazos) sin pisar la plaza.
Un saludo y esperemos que la de Cuadri salga mejor (realmente lo creo).
J.Carlos
P.D: Voy a hacer una predicción: el mejor lote va a ser el de Bolívar.
J. Carlos:
Juego con ventaja porque he tenido la desfachatez de contestarte tarde y con los Cuadri ya vistos, pero al final Bolívar ni tuvo suerte, ni la buscó. Sobre los de Samuel, hace muchos años daba gusto verlos, eran toros y había que torearlos, pero ha llegado a tal punto su degeneración, que no sé tan siquiera si tiene solución. Lo de Antón Cortés es de traca, creo que es de los más poco agraciados para ser matadores de toros de lo que ahora anda por los ruedos. Y puede que sea por eso por lo que los frecuenta tan poco. Viene a Madrid porque ya sabemos que esta plaza es la de la Operación Triunfo del toreo. Casi como Rubén Pinar, al que quizá perjudicó el empeño de alguna televisión en meterlo hasta en la sopa, cuando a lo mejor no estaba preparado.
Un abrazo
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