lunes, 11 de mayo de 2015

Cómo lo habemos pasao, en grande

David Adalid se asomó al balcón, aguantando el vendaval que venía de la calle


Verás cuando lo cuente en el barrio, no me lo van a creer, tres horas casi de corrida, hasta las trancas de gintonis y kalimocho y dos orejas. ¿Se puede pedir más al mundo? Si es que ya ofende tanta fortuna seguida. Tras dos tardes de triunfos, a la tercera... lapoteosis, el apocalisis, la elisis planetaria de la Fiesta. ¡Dos orejas! ¡Dos orejas! Como se lo digo. y si no me creen, pregunten a mis colegas de la peña el “pito doble”, que han estado conmigo en la plaza. Una reoja para Eugenio de Mora, otra para Morenito de Aranda y lástima que no quedaran para Arturo Saldívar, que ha dado casi tantos trapazos como el primero, pero con menos garbo y salero.

Todo se ha conjuntado para el triunfo, unos toretes muy colaboradores, que es lo que prima, la colaboración, sin un mal gesto, sin poner en apuros a los matadores; si acaso alguna vez que acudían a los engaños con ese andar entre cadencioso y cansino de los bueyes. Que no eran bueyes, por supuesto, estos eran demasiado chicos para eso. Salió el primero para Eugenio de Mora y anda que tardó en pirarse a resguardarse próximo a toriles. Pero no crean que el maestro se ha inmutado. Allí le ha dejado correteando por el ruedo, yéndose a por el picador reserva. Una vez reconducido, ya en el de tanda ha cabeceado como un poseso, quizá por no gustarle que le picaran en las costillas. Al siguiente encuentro ya no quería más picotazos y el caballo ha tenido que ser el que se acercara al toro, ya saben, eso de acercar el piano a la silla y no al revés. Resultaba molesto pasarle de muleta, con un calamocheo molesto para el torero, que por otro lado tampoco hacía por bajarle la mano para dominar un poco la embestida; así que a cada momento quería marcharse de allí, sin fijeza ninguna en el engaño. Pero no había medicina que el toledano pudiera administrarle, a todo lo más, trapazos, brazo estirado y pico. Que hubo momentos de mano baja que reconciliaban al toro con la muleta y le hacía seguirla con más suavidad. Y si alguna virtud podemos encontrar en el espada es precisamente el que no se dejaba tocar la tela.

El segundo de Eugenio de Mora salió desplazándose largo por ambos pitones, e incluso el recibo puede catalogarse de aceptable, pero con ese gusto malentendido por el desmayo, en algunos lances lo único que se consiguió fue acortar los viajes, que no el encelar al toro, ni mandarlo. En el caballo no hubo pelea posible, por un lado el de aúpa no apretaba y por el otro, el toro se dormía en el peto. Muy mal lidiado, demasiados capotazos y sin cuidar esa virtud que el Valdefresno presentaba de salida de ir lejos en sus embestidas. Pero ya se sabe que en la tauromaquia moderna, la del toro descastado, esto no importa tanto, la bobona va y viene como el perrillo juguetón buscando la pelotita que le ofrece el amo. En la faena de muleta, lo importante de verdad, no todas esas pamemas que solo entretienen y hacen perder el tiempo, el de Mora comenzó hincando las rodillas en la arena. Pases deslavazados de aquella manera, pero que encendieron los ánimos del público, rematando con uno muy largo de pecho. Pa’qué más. Prosiguió acompañando las embestidas, alargando el brazo y abusando del pico de la muleta, siempre por el pitón derecho. Cambió al natural, pero el torero no se debía sentir demasiado cómodo, trallazos, tirones al toro y la muleta muy torcida, escupiendo al toro del engaño. Vuelta a los derechazos, posturas y más posturas, pases cortados a mitad de viaje y tras una entera muy trasera y caída, una oreja. Así está Madrid, muy, muy facilón y sin personalidad ninguna. Esto parece una jaula de locos, que lo mismo piden orejas, que protestan mansos, que se quedan fríos cuando hay toreo con más verdad que lo de pegar pases. Puede que también colaborara a la concesión de la oreja el que ante el cansino andar de las mulillas, remoloneando esperando no se sabe qué, o quizá sí que se sabe, se pusiera en medio un peón entorpeciendo aún más la procesión. ¡Qué cosas! Qué seriedad la de Las Ventas en la actualidad. Y no hay nadie en el callejón que ponga orden a lo que pasa en el ruedo.

Morenito de Aranda volvía a Madrid a refrendar lo hecho en su última comparecencia o a devolver las orejas. Realmente vino con mucha disposición y seriedad, con ganas de torear y no de pasar el trámite. Salió declarando a lo que venía queriendo recibir a su primero en la puerta de chiqueros. Bueno, es un gesto, pero los toreros no se miden por esas cosas, hace falta mucho más. Salió del compromiso como pudo, pues el toro se le echó encima. Verónicas en malos terrenos, paso atrás, para que el toro acabara escapando a las tablas. Se le dejó en suerte en la primera vara, para que el animalito, justito de presencia, empujara con fijeza, con la cara alta y de medio lado. Quite del burgalés, queriendo el toro marcharse de la tela, para acabar enroscándose a la cintura del matador, mientras seguía los vuelos del capote en una magnífica media. Un segundo puyazo acudiendo con prontitud, pero al paso y sin que se le pudiera picar, solo se le señaló el puyazo. Lástima de suerte de varas. Bien lidiado por David Adalid, un toro que constantemente buscaba las tablas. Una trincherilla para comenzar el trasteo y allá que se fugó a la puerta de chiqueros. Hubo que sacarlo a contraquerencia y allí instrumentarle dos tandas con el toro muy metido en la muleta, llevándolo muy toreado, para evitar posibles fugas. Por el pitón izquierdo ya podía ser donde fuera, que al segundo muletazo tomaba las de Villadiego. Dándole todas las ventajas, en toriles, en los corrales o en la dehesa salmantina, el de Valdefresno aguantaba el primero sin meter la cara y al segundo ¡Agur! Vuelta a la mano derecha para arrancarle una tanda de mérito y se acabó, cualquier intento de torear era inútil y solo hacía que afear una buena actuación.

Pero no fue en este toro en el que el público se entusiasmó, fue en un sobrero del Risco en el que ya se entregaron más y con más decisión para eso de las orejas. El titular de Valdefresno se rompió una mano casi al final del tercio de banderillas y el señor presidente, por su cuenta y riesgo, lo devolvió a los corrales. Es de agradecer, pero el reglamento dice que en ese caso hay que entrar a matar allí en el ruedo y se acabó lo que se daba. ¿Por qué quién me dice que en un caso de un toro complicado no vaya un peón a inutilizar el toro adrede para que lo devuelvan a los corrales? Que no es el caso, porque precisamente Luis Carlos Aranda estaba llevando una brega pulcra y eficaz, sin un capotazo de más y molestándole lo justo. Al del Risco lo recogió con el capote Morenito, que veía que el toro se le comía por el genio, más que por otra circunstancia favorable. En el caballo ya se le vio lo que llevaba dentro; le costó ir al peto, cabeceó desesperadamente y eso que tampoco se le castigo demasiado, es más se quedó sin picar y quizá habría favorecido al torero el que le hubieran dado un poquito más, aunque solo hubiera ido de nuevo para recibir un cachete picarón. En banderillas puso en apuros a David Adalid, quien, aguantando el achuchón, dejó un buen par. Ya en la muleta se mostraba el toro un poco pegajosete y el espada, sin templar, se dedicó a pegar trallazos, dificultando que aquel siguiera las telas. Mejor cuando los pases eran con la mano baja y al notarse el animal sometido, curiosamente sus embestidas ofrecían mayor suavidad. ¡Curioso! Lo que son los toros, les muestras quién es el que manda y se entregan. Aceptables derechazos, aderezados de trincherazos con gusto y profundos de pecho. Por el pitón izquierdo se venía más rebrincado, se quedaba a medio viaje y dificultaba la tarea el que acababa echando la cara arriba. Airoso cambio de mano, para sacar un buen pase de pecho con la mano izquierda, mientras el toro acusaba esa falta de caballo con esas embestidas un tanto desabridas. Pases a dos manos por ambos pitones para cuadrar al toro y una estocada casi entera un pelín trasera y tendida, que le dieron la oreja a Morenito de Aranda. Si tuviera que dar mi opinión, diría que excesiva, que quizá una vuelta al ruedo con fuerza, como decían antes los clásicos, pero así está Madrid, u orejas o la nada. Pero que ese despojo no empañe una actuación que dejó buen gusto en el aficionado, que mantuvo el crédito concedido a un torero en estado de gracia.


Gracia, la que Arturo Saldívar no tiene. Todo lo que puso sobre el ruedo parecía ir cumpliendo simplemente un trámite. Mantazos largando tela con el capote, dos visitas al caballo para no hacer casi ni sangre al sobrero de los Hermanos Revesado, un tercio de banderillas de solo tres palos y cuando se llega a lo potente, la muleta, ninguna sorpresa, pases por detrás marcando la salida al flojo tercero que medía el suelo con sus lomos mientras el mexicano iba de trallazo en trallazo. El trasteo era un deambular por el ruedo así como se le antojara a un animalito que bastante tenía con mantenerse en pie, mientras el señor de luces se empeñaba en dar pases, sin saber si aquello tenía algún fin cierto. Algo muy parecido a lo sucedido en el sexto de la tarde, que ya era noche cerrada, con la plaza a media luz, no se sabe si por fallo de la iluminación, porque la empresa decidió ahorrar o porque para ver lo que había que ver... Pero Saldívar no se dio por aludido, él tenía un guión aprendido y lo tenía que soltar desde la primera a la última frase. Mantazos aburridos de recibo, una lidia desangelada a un toro que no se le pudo picar, so pena de derrumbe. A todo lo más se le señalaron los dos puyazos y quizá me esté pasando y no llegara el castigo ni a eso. En una arrancada en banderillas se despanzurró por la arena y a partir de ahí aquello ya no era un espectáculo apto para menores. El de luces pesado queriendo pegar pases, siempre aprovechando el viaje y no toreando y el de Valdefresno sin querer ya ni pases, ni pasos. Afortunadamente el castigo tocó a su fin y pudimos salir corriendo en busca de los infelices que no pudieron estar en los toros esa tarde de las dos orejas. Pudimos pasearnos por el barrio diciendo muy alto y para que todo el mundo lo escuchara: “cómo lo habemos pasao, en grande”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tarde no peor que otras muchas que tendremos que tragarnos en el serial isidril. Orejas a mi juicio bastante generosas propiciadas por un público, al menos en mi zona, cuyo porcentaje era superior al de los abonados habituales. Muchas caras desconocidas y algunos seguidores, sobre todo del de Aranda, sacando pañuelos sin ton ni son.

No me gusta la moda esa de ver al matador, cual futbolista, dirigiéndose con los brazos en alto al centro del ruedo como si hubiera metido un gol para pedir a los autobuseros que tiñan los tendidos de blanco.

Luego se quejan que un triunfo en Madrid no les abre puertas en otras plazas. La facilidad con que se otorgan las orejas hacen que una oreja en Madrid no signifique prácticamente nada, aunque ellos lo crean.

Saludos
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Yo he visto que hay quien dice que de Mora y Morenito ya son toreros de Madrid, como si se nos conquistara con orejas y más orejas. Quizá Morenito pueda ir en ese camino, pero en Madrid se entra de otra forma, no por despojos.
Un saludo