miércoles, 6 de mayo de 2015

Vamos a dar lecciones, a ver si ya...

A los toros hay que ir como se dbe, ¿o no van los toreros de dulce y oro?


Respaldado por los amplios, amplísimos conocimientos que servidor atesora sobre esto de la Tauromaquia y con la feria de la Primera Plaza del Mundo en ciernes, que quiere decir que ya no queda nada para que empiece, voy a tener a bien desplegar mi sabiduría para que ustedes, simples mortales y seres poco avezados en estas cuestiones, no desentonen cuando se acerquen a la Plaza Monumental de las Ventas de Madrid. Que yo sé que me lo van a agradecer, aunque nunca será suficiente, pero como soy un tío generoso, no les voy a cobrar nada, si acaso, la voluntad, que nunca debería ser inferior a los 30 o 40 euros, y ahí lo dejo.

Lo primero de todo es la forma de ir a la plaza. La indumentaria/vestuario es fundamental. Pueden elegir el estilo sport, pero elegante y señorial. Los caballeros con una chaqueta de punto, con los puños vueltos, sin corbata pero con pañuelo, pantalones pesqueros, sin exagerar, zapato sin calcetines, pelo engominado “haciatrás” y un clavel reventón en la solapa, que demuestre esa alegría de ir a los toros con los amigos; si no le acompañan, allí se hacen amistades, que todos somos taurinos. Eso sí, sin olvidar los ademanes, muy importantes, con esa postura de las manos como si acabáramos de amasar pan y buscáramos un paño en el que limpiarnos el pringue de los dedos, acompañando el gesto con una ligera encorvadura de chepa y ese saludo tan socorrido del: “¡Maestroooo! Malegroverte”. Todo seguido. ¡Ojo! Con no soltarle esto al Municipal que está retirando coches con la grúa, pues puede llevarse una sensación errónea.

Las señoras pueden vestir como gusten, pues como dicen los castizos, las señoras siempre van perfectas. Eso sí, siempre ayuda el que vayan encaramadas a unos tacones de cuatro alturas; pero que esto no se les note en la expresión, por nada del mundo. Que no es que se agarren al bolsito de la manera que se agarran porque lleven un capital, es que así se les pasa el vértigo, pero si en lugar de bolsito, les pones a mano una barandilla, les aseguro que no dudan ni un segundo, al pasamanos de cabeza. Las más atrevidas pueden lucir un clavel, a juego con el del caballero, sujetando sus bucles con mechas recién dadas esa mañana. Y por si refresca, un chal despreocupadamente descolocado y muy bien colocado, sobre los hombros. La bandejita de pasteles casi mejor que la lleve el hombre, más que nada para prevenir accidentes, ya que la señora se estampe contra el suelo si se salta al vacío desde esos tacones, al menos, que salvemos la merienda.

También se puede optar por el estilo taurino de pro, aficionado de bodega de barrio. ¡Ojito! Camisa guayabera con pechera de batista, en tonos cremas, en toda la gama, o azul celeste y si es con cierta apariencia ajada y con el color matado, mejor, que eso quiere decir que se está curtido en mil batallas por las plazas de todos los pueblos de la región. La camisa sin meter, a su caer y las mangas “remangás” a mitad de brazo, para que se vea la esclava, el reloj, el sello de la familia y para que destaque la uña destapa birras, que si se sabe usar es más útil que una navaja suiza. Estos aficionados es muy habitual que sean caballeros solitarios, pues a la parienta no le gustan los toros, vale que aguantaron de novios eso de ir a los toros, pero ahora ya prefiere quedarse en casa. Ya si eso, el día de los caballos le cede gustosamente la entrada, para que vaya con la parienta de otro colega, tan aficionado como él al toro y lo que sea, pero sin señoras, bueno, con señoras igual sí, pero no con la propia. Que esto de los toros es cosa de hombres.

A la plaza se va con tiempo, con el tiempo necesario que nos permita recorrer, como poco y tirando por lo bajo, cuatro bares de la zona. Bares en los que uno debe desenvolverse como si el dueño fuera tu hermano, ¡qué digo hermano? Tu compadre. Que igual los camareros no te han visto en su vida, pero los taurinos nos hacemos cómplices con la simple mirada. Nada más plantar el pie en la tasca ya hay que marcar terreno y dejar claro que allí hay uno que sabe de lo que se habla. Echemos mano de una corrida de Atapuerca de los Montes en la que viste a Fulanito de Triana torear como los ángeles, jamás nadie vio nada igual. ¡Aaaayyy! Pobres infelices que os tenéis que conformar con ir a los toros en Madrid o Sevilla. Paparruchas. Expláy
ense sin miedo, pues es poco probable que nadie haya estado en Atapuerca de los Montes a los Toros y si alguno se atreve a hacer tal aseveración, ya sabemos de qué pie cojea, pues en este pueblo no se ha dado un festejo, ni mayor, ni menor, ni para conmemorar las bodas de Cascorro.

Los verdaderos aficionados, los “afisionaos”, esos no entran por cualquier sitio, esos entran por el patio de arrastre, más que nada, para saludar a los conocidos. Si se va con la señora y se ha elegido el modelo sport, pero elegante y señorial, a las damas le haremos una reverencia y un amago de besamanos. “Mira querida, este es Paco, el carnicero del Mercao de Ventas. Tanto gusto. Mira Mamen, Jacinto el ferretero, aquí mi señora. A sus pies, un placer”. ¿Un placer? ¿A sus pies? Dejémoslo estar. Iremos entrando y recogeremos el programa de mano que nos ofrecen unos espabiladillos que lo coge del dispensador que tienen a su espalda, pero que por una propinilla, la voluntad, te lo acercan metro y medio. Pero tú se lo aceptas con una sonrisa socarrona y dándole una palmadita en el lomo. Y nunca responderemos a los exabruptos con que nos ataquen por no tener voluntad y guardarnos la propina. No abriremos el programa sin dirigirnos antes a una de las barras de la plaza, esas que con tanto mimo mantiene la empresa de Madrid. Tal acercamiento se producirá al grito de “¿Un peloti?” Seguido de eso tan recurrente de: “Maestro, ponga de beber”. ¿ponga de beber? No, si quieres te pongo una chaqueta, que esa te queda estrecha de hombros y con esa panza no te abrocha, ¡No te giba el pavo!


Lo que va después, una vez que se entra ya a la localidad es algo que me cuesta describir, no tengo palabras para transmitir tales sensaciones. Siento no poder acabar la lección de otra manera, pero no sé si será por la emoción que me embarga al sentir el granito venteño debajo de mi sentir o porque después de tanta visita a tascas y tabernas y tanto peloti, se me nublan los sentidos y el entendimiento. Eso sí, los baños de la plaza podrían cuidarlos un poco mejor, porque no se imaginan lo que es arrodillarse ante uno de esos inodoros, por muy de la Primera Plaza del Mundo que sean.

3 comentarios:

fabad dijo...

¡Que grande eres Enrique!

Enrique Martín dijo...

Fabad:
Muchas gracias, un abrazo muy fuerte

Enrique Martín dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.