lunes, 9 de mayo de 2016

Concurso de castillitos de arena en la playa de Madrid

Algunos pensaron que sería una buena idea un día en la playa, pero si hay un toro de por medio, es mejor cambiar de planes


El ímpetu vanguardista y las ansias renovadoras de Taurodelta no tienen límites; de acuerdo que cuentan entre sus filas a un espíritu creativo e innovador como es el señor Casas, pero hay que reconocer que se superan día a día. Que ya no les basta con dar corridas de toros, magníficas todas ellas e históricas, faltaría más, que van y montan un chocolate en el ruedo, un barrizal de dimensiones estratosféricas y convocan un concurso de castillitos de arena en la playa en que se había convertido el ruedo de las Ventas. Quizá no le hayan dado el lustre que merecía tal acontecimiento, pues no parece muy recomendable que al tiempo se pretenda celebrar una corrida de toros. Eso es algo que tendrán que meditar, o playa o toros, pero las dos cosas no, porque entonces el aficionado puede sentirse engañado. ¿Por qué? Porque con un toro en medio no hay quién haga castillitos y con tal lodazal no hay quién pueda torear. Que yo sé que solo les guía la buena voluntad, pero eso es un poquito un engaño, ¿no creen?

Nos trajeron una corrida de Montealto dispuesta a reventar el concurso de castillitos y ya de paso, la tercera de abono, en íntima colaboración con los espadas anunciados. Mansos y complicados y raramente aguantaron con el palo en el morrillo más de lo que las almas puras están acostumbradas a ver y casi a imaginar. El primer cebón correspondía a Juan Bautista, que lo recibió aseadamente a la verónica, sin enmendarse. Se empleó en la primera vara, aunque siempre para afuera, mientras le tapaban la salida. Lo de contar la segunda entrada como un puyazo es un exceso de optimismo que nos vamos a evitar. Ya en el último tercio, Juan Bautista comenzó por el pitón izquierdo con dos tandas cortas y con carreritas para recuperar el sitio entre pase y pase. Prosiguió con medios pases, siempre con el piquito de la muleta, por momentos apelotonados, para volver al natural y acabar con una estocada recibiendo, un tanto traserilla y soltando la muleta. Se le concedió una oreja del soso primero, que como dicen ahora, fue bastante colaborador.

Salió Morenito de Aranda en el segundo poniéndose de rodillas delante de toriles, lo que a algunos nos hizo ilusionarnos pensando que lo de los castillitos iba a ser verdad, pero no, iba a portagayola, que como tantas veces se ha dicho, aparte del riesgo, no deja de ser una manifestación de intenciones por parte de los matadores. Verónicas aceptables que cerró con una media marca de la casa. Ya podía también esmerarse en poner el toro en suerte y no dejarlo allí tirado a su aire, que ya vendrá el del caballo en su busca. Un primer puyazo en el que se le pegó bien, tapándole la salida, por supuesto, del que se fue echando pestes hacia las inmediaciones de toriles, y una segunda entrada casi ni testimonial. Corretón, se dolió en banderillas y bastante. Lo recibió con la derecha por ambos pitones, destacando un bello trincherazo, derechazos largos con la pierna escondida, mucha cantidad y poca sustancia. Cuando se echó la muleta a la zocata en un instante se quedó descubierto y el toro le pegó un volteretón impresionante, que afortunadamente parece que solo quedó en el destrozo del vestido. No le mandó, ni le sometió en ningún momento, para acabar el animal entrando como un borrico remolón, buscando constantemente a su querencia. Y así hizo al notar la espada, salió despavorido hacia la puerta de chiqueros.

José Manuel Más no fue capaz de fijar al gordinflón tercero, mantazos desairados y el toro se fue suelto al picador de puerta; metió los riñones mientras le tapaban, más por querer salir del trance, que por bravura. Siguió deambulando por el ruedo perseguido por su matador y en estas que se encontró con el de tanda. Telonazos sosos, derechazos sin molestar al de Montealto, echándolo para afuera, desganado, carreritas con la izquierda, otra vez por el derecho, hasta llegar a ponerse pesado.

Volvía Juan Bautista a ver si arañando la una más una podía abrir la Puerta Grande. Pero este no era el anterior. A los capotazos con desgana respondió marchándose en busca de la salida. Se fue suelto al primer puyazo, se agarró bien Paco María, que picó haciendo la carioca. El toro se empleaba, quizá más por este recurso, que no por bravura. El público pidió que se le pusiera de lejos para el segundo puyazo, pero el animalito no estaba para esas cosas; escarbó, lo que igual podría ser un mérito para el indulto, pero la gente no estaba por la labor, quizá pensaban más en los castillitos de arena en aquel barrizal cada vez más impracticable. Se quejó de las banderillas y daba la sensación de que podía complicarse si no se le hacían muy bien las cosas y se le dejaba claro quién era el que mandaba allí. Empezó el galo por abajo y a nada que quiso, ya le desarmó, Se iba quedando a medio pase, se empezaba a revolver y ya ni una más una, ni dos más dos, aquello era ingobernable.

Salió el cuarto, emplazado, a ver quién iba a buscarle, pues fue Morenito a recibirle con unas verónicas en los medios. El Montealto fue pronto a la primera vara, paro se dejó sin más; tampoco se le castigó. En la segunda vara, en ese ambiente playero, el picador decidió sacar la caña de pescar y claro, ni picaban, ni atinó con el palo y al suelo que se fue. Esperaba en banderillas y ya en la muleta se quedaba debajo en todos los pases. Peligroso, tirando derrotes, enganchando las telas, peor por el pitón izquierdo y hasta echando la cara arriba. Morenito de Aranda pinchó dos veces y se saltó a la torera eso de que se mata con la espada, tomó el descabello y a otra cosa.

Salía el último de la tarde, o de la noche, que cada uno decida. Ya se acababa el suplicio para el respetable, pero a Más le quedaba pasar por un verdadero quinario. Desganado, cumpliendo el trámite, manteo de recibo al toro, que cumplió en la primera vara, eso sí, siempre para afuera mientras le tapaban la salida, cumplió también en la segunda. Muy mala lidia, esperaba mucho por el pitón derecho, quizá algo más claro por el izquierdo, pero ni mucho menos para pensar que allí había algo. Empezó el madrileño por abajo, el toro estaba peligroso, de embestida bronca, trallazos y siempre dejando que tropezara la muleta. Ahora con la izquierda, vuelta a la derecha, tirones y nada de provecho. Se acabó poniendo pesado y cuando quiso rematar la tarde, la cosa estaba de que no; mitin con la espada, pinchazo tras pinchazo, intentos con el descabello, un aviso, dos y sonó el tercero. Una lástima, de verdad. No creo que hubiera que correr al torero a gorrazos, bastaba con el silencio, pero tampoco era para arrancarse con una ovación. Que ya confundimos demasiadas cosas. Entre el respeto y la ñoñería hay un largo trecho. Eso sí, viendo la cara de José Manuel Más, les aseguro que no parecía que tuviera demasiadas ganas de salir a saludar, las lágrimas que asomaban decían todo lo contrario y ya ha quedado claro que estuvo garrafal, que hizo que el público se preguntara con más razón el por qué de su presencia en San Isidro, lo que quieran, pero en esa amargura al menos demostró la dignidad, el orgullo y el amor propio del que quiere aferrarse con uñas y dientes a querer ser torero.


José Manuel Más y sus compañeros de terna, Juan Bautista y Morenito de Aranda tuvieron que salir a torear en un ruedo infame, un barrizal que no era el lugar más apropiado para ponerse delante de una corrida de toros, independientemente de lo que hicieran después, pero si por presiones de la empresa o de otro tipo se ven obligados a decir sí a seguir adelante, en esos casos debe ser la autoridad la que diga que la corrida no se da. Se tardó media hora en esa pantomima de querer acondicionar el ruedo, los areneros caminaban con dificultad, las zapatillas se les quedaban pegadas al piso, volquetes que iban y venían, uno sacaba barro y el otro metía arena. Y la cosa tiró para adelante dejando de lado el sentido común, ignorando los riesgos para los toreros y obviando el derecho del espectador a un espectáculo íntegro y con unas garantías mínimas un óptimo desarrollo de este. Quizá lo más sensato, y divertido, habría sido lo del oncurso de castillitos de arena en la playa de Madrid.

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