martes, 17 de mayo de 2016

Toros para los toreros

Teoría y práctica del volapié.


En estos tiempos que corren en los que el café es descafeinado, la cerveza es sin, el jamón es light, el tabaco sin nicotina y los toros son sin toros, en estos días en los que se supone que predomina la estética sobre la ética, lo superfluo sobre lo esencial y la bisutería sobre la joyería, resulta que asoma un rayo de verdad, una ráfaga de toreo cargado de autenticidad y el aficionado sale ilusionado y sin echar de menos eso del arte por el arte, ni renegando de la sangre. La sangre está, no se quiere ver la del hombre, pero si aparece se venera y se honra al torero que la ha derramado por algo tan grande y eterno como es el toreo. Y justo después de las figuras, del esperpento, de la pantomima, de los que se suponen que van poner esto en órbita, de tardes de esas en las que no está el toro, irrumpen tres chavales Filiberto, Juan de Castilla y Luis David Adame, que con novillos del Montecillo han dicho que quieren ser toreros. Luego cada uno ha hecho lo que ha podido, pero enfrentarse a esa novillada ya ha tenido su aquel. Dos han ido para la enfermería y el otro no ha rehuido esa posibilidad, por momentos muy cercana, pero ha peleado para salir con bien del trance. Que ya lo decía Pedro Romero, creo que lo decía él, que un torero no da un paso atrás mientras tenga muleta y espada en la mano. Ya ven y ahora hasta los hay que la tiran a la arena.

Salió el primer Montecillo para Filiberto, que lo recibió entre desganado y agarrotado. Ni llevarlo al caballo con decisión, tan siquiera, para que el animal empujara con mucho ímpetu y tirando muchas cornadas al peto, mientras el de arriba le picaba como a casi ningún toro en la feria, y de igual forma lo hizo en la segunda vara. Y me habría gustado ver al novillo en una tercera entrada, dónde es muy probable que el genio hubiera dejado de empujarle y habría cantado la gallina en ese mismo momento. ¡Ay las terceras varas! En la faena de muleta el murciano solo ofreció pases y más pases, sin torear, lo que propiciaba que su oponente le fuera comiendo terreno, que por otro lado, fue salir de esa primera serie y ya dijo basta, saliendo a escape a terrenos menos hostiles. Allí había mucho que torear y solo le dieron pases. Sin entregarse por el izquierdo, reservón, abusando del pico el espada, lo que provocaba las coladas entre el bulto y el engaño, mientras uno escapaba al abrigo de las tablas y el otro intentaba cazar algún pase por dónde cayera. Muchas dudas, sin acabar de saber por dónde meterle mano al toro, dejando pasar el tiempo y cada vez con más riesgo. Lo peor fue que al entrar a matar, Filiberto se cortó en la mano izquierda con la espada y tuvo que pasar a la enfermería.

Dejaré a Juan de Castilla para el final, pues el verse de repente con cuatro novillos, así sin tiempo a pensárselo, merece capítulo aparte. Luis David Adame se presentaba en Madrid y muchos fueron los que le recibían con ciertas reservas, que si le lleva la empresa de la plaza, que si su hermano, pero a poco que se le vio, todo eso se esfumó. Recibió al que sería su único novillo, a portagayola, para continuar con verónicas desairadas. Mostró variedad con el capote, puso al novillo al caballo con un galleo. No se le castigó demasiado en el primer encuentro en el que se le tapó la salida, mientras empujaba solo con un pitón, lo de la segunda, ni existió. Pase por detrás para iniciar con la muleta, para después torear templado con la derecha, aunque demasiado perfilero, escondiendo la pierna de salida. Desafortunadamente el toro hizo por él y le pegó una cornada en la pantorrilla. Pudo acabar de mala manera la lidia, pues se le notaba mermado tras el percance. Naturales sin colocarse mal del todo y sin acabar de confirmar del todo lo apuntado. A continuación pasó a la enfermería y como su compañero Filiberto, ya no pudo continuar en el ruedo.

Juan de Castilla recogió a su primero con verónicas deslavazadas, como la inmensa mayoría, a lo que colabora ese no dejar que sean los peones los que paren el toro, para después intervenir el matador, pero ellos sabrán. Sorprendió que dejara el toro en suerte, para empujar con fijeza y acabar derribando al picador, quién en la segunda casi ni le señaló el puyazo. Hizo hilo con los banderilleros y a esas alturas ya andaba buscando el amparo de las tablas. Y así transcurrió el último tercio, uno escapando y el otro a pillarle. Trapazos con la muleta atravesada, con lo que el animal se le quería ir por el hueco que dejaba la tela, sin quedarse quieto y teniendo que aguantar el molesto calamocheo, lo mismo por uno que por otro pitón. Una estocada entera, sorprendiendo la forma de ejecutar la suerte, echando la muletas abajo, a las pezuñas y saliendo de la suerte con la tela en la mano y la espada en el morrillo. Sería casualidad.

Y así pasamos al cuarto, un verdadero cebón, que no iba al caballo ni de muy cerca. Se le acabó picando, cabeceando muchísimo y repuchándose en la segunda vara. Lo sorprendente es que ante ese no querer ir del novillo, nadie le aconsejara, ya que al novillero no se le había ocurrido, que cambiara la lidia y se llevara el caballo más a favor de querencia. Sosos y parado en la muleta, un trasteo sin historia y de nuevo esa forma de entrar a matar. Pues va a resultar que de casualidad, nada, ya es mucha coincidencia. Muleta abajo, descubre la muerte y mete la espada. Así de sencillo.
El quinto parecía que si le estiraban los brazos, alargaba la embestida. No quería palo y se lo quería quitar, como todos, manseó. Apretó en banderillas, haciendo hilo por los dos lados. En la muleta Juan de Castilla a todo lo más que llegaba era a acompañar las embestidas, pico, carreras, trallazos y el toro comiéndole terreno a cada muletazo. Mucho trapazo, mientras más de uno ya esperaba el momento de la espada. Tercera estocada y tercera vez que repetía esas buenas maneras.


Al sexto le quiso recibir desde los medios y con el capote a la espalda. El del Montecillo se percató de su presencia cuando ya llevaba casi más de medio ruedo recorrido. Enganchones y apretones, para acabar bregando a la verónica e intentar enmendar aquel sin sentido de mantazos. El toro fue al caballo a su aire, le taparon la salida, pegó cabezazos y se escapó dando la vuelta al penco, más una segunda vara señaladita, si acaso. El animal ya mostraba una acentuada querencia a las tablas, no separándose ni dos palmos del olivo. Y allí se tuvo que ir Juan de Castilla, quién fue arrancando muletazo tras muletazo, exponiendo mucho, incluso corriendo la mano bien en algunos pasajes y teniendo que mirar por no quedarse fuera, porque ahí el del Montecillo se le venía a él. Coladas, desarmes y dónde no había nada, él se empeñó en encontrar. No quería nada para afuera, si acaso, al hilo de las tablas, dónde ya se había aculado descaradamente. Y para acabar, otra estocada, esta un pelín rinconera, pero matando con la mano izquierda. Le concedieron una oreja, que aunque solo hubiera sido por las cuatro estocadas a los cuatro novillos, ya estaba bien dada. Mala corrida de El Montecillo, pero no aburrida, no había tiempo para eso. De mala condición, mansa y peligrosa, para tres chavales que se las vieron tiesas con ella. En definitiva no fueron otra cosa que toros para los toreros.


Enlace programa Tendido de Sol del 16 de mayo de 2016:

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