A veces los toros están tanto en nuestras vidas, que hasta hay sitios en que te los encuentras hasta por la calle. |
Es muy frecuente encontrarse con gente a la que no solo no
interesa esto de los toros, sino que están en contra de todo lo que huela a
toro, vaca, torero o hasta pasodoble taurino, pero ni ellos mismos son
conscientes de lo mucho que tienen que ver con todo esto, aparte del lenguaje
que les salpica continuamente cuando dicen con toda autoridad eso de cambiar de
tercio, perder los papeles, en corto y por derecho, desde la barrera, brindis
al sol y un largo etcétera, pero… ¿queda ahí la cosa? Ya les digo yo que no. A
ver, piensen simplemente en un viaje en avión, la nave ha aterrizado y ya
tienen ahí a todas las señoras y señores pasajeros como si esperaran en la
manga para que les rociaran el lomo de zotal. Callan, no suelen ni rechistar,
hasta que el vaque… perdón, la tripulación abre la puerta y salen a la carrera
por ese pasillo cerrado, en tropel, que si se les pone delante el mundo,
arrasan con él y se lo llevan puesto por montera. Hasta que llegan a la sala,
al cerrado, y ya se dispersan y se calman.
Pero qué me dicen de esos que antes, en el mismo aeroplano,
se tienen que acomodar y empiezan a moverse sin parar, a dar patadas como si
estuvieran desembarcándolos en la plaza. Y no les digo nada de la que montan
para meter el baúl de la Piquer en los compartimentos sobre los asientos. Pum,
pam, zas, venga golpes. Que hay toros a los que les ponen la divisa y no dan
tanta bulla. Pero, qué me dicen de la salida de un colegio, con los padres en
la puerta, ansiosos, berreando para que su ternero les identifique entre esa
masa de progenitores. Y de nuevo alguien da la salida, los maestros, y los
añojos salen en estampida y el ambiente se llena de un eterno berreo, ¡Mamá!
¡Papá! ¡Jonatan! ¡Lucas! ¡Abuelo! Pero oiga, que todos identifican los mugidos
familiares y al final cada uno encuentra a los suyos.
Y ahora, pongámonos en situación, vayamos al campo y
esperemos al atardecer a un señor entrando en un cercado, a pie, con un saco al
hombro y todos los animales, erales, utreros, cuatreños, van como corderitos
detrás del hombre del saco esperando que el pienso caiga y casi sin que toque
el suelo merendárselo. Pues bien, ¿alguna vez han ido a un cóctel’ ¿Quién no ha
ido nunca a un cóctel? Pues seguro que identifican la imagen de la gente
arremolinada a la puerta de las cocinas y en cuanto sale una bandeja con
camarero debajo, o al lado, se tira enajenados a por el canapé, tantas veces
como bandejas crucen esa puerta del cielo, sin apenas preguntar si son de paté,
carne, pescado, veganos, pseudocaviar, pseudoangulas, pseudo lo que sea. En ese
momento les preguntas cuál es su canapé favorito y te responden que el de
comida.
Que no crean que a algunos en ocasiones, en muchas
ocasiones, no nos gustaría parecernos a un toro, poseer su valor, el no
volverle la cara a la pelea, su nobleza, esa casta que les hace aprender para
ganar en la lucha, ese poder, esa fortaleza y desde luego, esa belleza natural
de un animal único ya admirado cuando la civilización aún estaba en mantillas,
objeto de artistas, de representaciones simbólicas en las cavernas, convertidos
en deidades, mitos guardianes de laberintos, toros blancos momificados como
reyes, protagonistas de juegos en tiempos en que los dioses olímpicos habitaban
en las cumbres de los montes, figura central en los lienzos de genios del
pincel, don Paco, don Pablo, y eje del último rito casi mitológico que queda en
la vieja Europa y uno de los últimos del globo. El toro, al que se teme, se
admira y se ama por igual, el que deja mudas las gargantas, al que aún se le
puede ver arrancándose de lejos peleando en el caballo, queriendo coger los
engaños con saña y que lo mismo te entrega la gloria, que te quita la vida en
ese camino a la gloria. Yo quiero parecerme al toro, me identifico con él, él
hace que alabe al torero, que me conmueva su valor, el poder de la inteligencia
sobre un vendaval. Porque sin el toro, no hay héroes en el ruedo, sin el toro,
nada de todo el rito es justificable y pasa a ser una pantomima insoportable.
Solo el toro tiene el poder de convertir esto en grandiosidad, en una gran ola
que cubre el mundo y a la que no son ajenos escritores, artistas, músicos,
escultores, pintores, nadie que tenga la suficiente sensibilidad para ver y
entender al toro y darse cuenta de que quieran o no, siempre encontraremos a
los toros en la vida.
Enlace Programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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