Hace unos cuantos la afición se quejaba tarde tras tarde y con
amargura, del monopuyazo. Aquella mala costumbre de pegarle al toro los tres
puyazos en uno, sin esperar a que se pasara más veces por taquilla; sería para ahorrar
en puyas, para evitar que luego se arrepintiera y no quisiera volver el
negrillo o porque ya puestos, una vez que calentaba el pica el brazo, para qué
desaprovechar el viaje. No se entendía, ni se aceptaba el que se pudiera
prescindir de los otros dos puyazos, ni se admitía esas escasas intenciones de
medir el castigo y de mostrar las condiciones del toro al que pagaba su entrada
para ver precisamente eso. Y sobre todo con un toro al que había que picar, ya
que no era demasiado recomendable dejarlo crudo. Sí es verdad que eran los
tiempos de las caídas, pero igual que ahora hay ganaderías de cámara de estas
falsas figuras, también las había entonces. Ganaderías que pagaron muy cara su
estrecha relación con los mandones; basta recordar a Espartaco y el Puerto de
San Lorenzo, Ponce y Sepúlveda o Samuel, cómo algunos ejemplos de esto que
digo.
Aquellos años en que se empezó a solicitar el cambio de
tercio con el toro debajo del peto, costumbre que ahora es la generalidad y de
lo que ya nadie se extraña, es lo más natural del mundo, aunque sea una
barbaridad. En ese único puyazo se abusaba de la carioca, de tapar la salida al
toro, de picar trasero y de otros tantos vicios que se han instalado en la
suerte de varas, hasta llegar casi a su institucionalización, previa anuencia
del respetable, que se hace respetar más bien poco. Una degradación sistemática, continua y con
todo el descaro del mundo, que nos ha conducido al monopuyazo de hoy, que nada
tiene que ver con aquellas malas mañas de otros días.
El monopuyazo de nuestros días, al que allanó de forma
inestimable el terreno aquel Ministro del Interior, el señor Corcuera, famoso
por la patada a la puerta, pero al que nadie le exigió responsabilidades por la
patada a la Fiesta. Inspirador de un reglamento más permisivo con las malas
artes, con el fraude y con la demolición controlada de la Fiesta de los Toros;
y él que se las daba de buen aficionado. Pero bueno, vayamos al monopuyazo al
uso, que yo creo que sería más correcto llamar monopicotazo, por aquello de
intentar calificar fielmente lo que ocurre cuando salen los caballos a la
plaza.
Tal y cómo dicen algunos aficionados con tanta socarronería,
cómo amargura, cómo cabreo contenido, con el monopicotazo al toro no le sacan
sangre ni para “una análisi”. Vale que en Madrid suelen poner más empeño en
disimular, incluso los señores tocados de castoreño interpretan perfectamente
su papel de apretadores profesionales y a gente a la que incluso les hacen
creer que están picando al toro. Basta con hacer que uno se agarra muy fuerte
al palo, se arrebuña sobre él, encoge una pierna y se queda muy quietecito.
Imagino yo que también cerrará los ojos como si estuviera haciendo fuerza a las
ocho de la mañana en la intimidad del cuarto de baño. Que no siempre es así, porque
hay veces que si el torete deambula por el ruedo a la carrera y de raspalijón
le hacen un arañazo en el lomo, eso ya contabiliza como puyazo. Pero ya digo
que esta pantomima es casi exclusiva de Madrid, en las otras plazas utilizan
otras pantomimas diferentes.
El pan nuestro de cada día por esas plazas de Dios es que
vaya el toro por los aledaños de la montada, se le pega una colleja cariñosa
con el palo y el señor coletudo con grandes aspavientos solicita el cambio de
tercio entre la algarada del respetable que apoya la moción y el consentimiento
del señor presidente, que se evita el compromiso de tener que contar los
puyazos, no vaya a ser que se líe y cuente dos cuando han sido tres o
viceversa. Pero si el maestro lo pide, se acabó el problema. Así no me extraña
que estos peticionarios de cambios de tercio prematuros y sus parroquianos se
asombren en Las ventas cuando al segundo arañazo el usía saca el pañuelo blanco
y se alzan voces con eso de “¡Hay que picar!”. Y la respuesta llena de razón y
convencimiento no se hace esperar: “Es que si lo pica, se cae el toro”. A lo
que los amantes de eso que se llamaba la suerte de varas responden más
convencidos aún: “Pues que se caiga”. Y entonces es cuando estos isidros,
turistas transeúntes o profesionales que viven de esto no entienden nada y se
creen que se han colado en un cotolengo. Pero tranquilos, que esto empieza a no
ser frecuente.
Pero lo curioso es que este público modernito luego se queja
del monopuyazo, monopicotazo que decíamos antes. Y es que al final, no sabemos
lo que queremos. Pretendemos que el primer tercio sea lo más breve posible, que
dure sólo el tiempo que se tarda en pedir dos cervezas, una coca, un limón y un
cubata muy cargado, y en repartir pipas para todos, para estar dispuestos para
el momento cumbre de los trapazos de muleta. Pero también queremos que piquen
tres veces, que haya quites y que la mona se aguante en pie. Si es que uno se
vuelve loco con tanta contradicción. A mí que me lo expliquen. Y ¿saben el
peligro de todo esto? Pues que los chavalillos que se ponen las medias rosas no
han oído hablar de eso de medir el castigo, piden el cambio de forma mecánica e
inconsciente, sin darse cuenta de que en la calle de Alcalá alguna vez, tampoco
demasiadas, sale un torillo con sus cosas, pidiendo entrar una tercera vez al
peto y si no se le da lo que quiere, al del chispeante, como dice mi amigo
Antonio Vaquerizas, le hace sudar más que en Zafra con jersey de cuello vuelto
en pleno agosto. Si es que no aprendemos, toda la vida chanchulleando, para que
al final nos asome el truco por las mangas de la chaqueta. Pero todo se dará
por bien empleado, si al final no nos confundimos entre el monopuyazo y un
cariñoso picotazo.
9 comentarios:
Enrique:
Siendo sincero cada vez me gusta menos el toro en la plaza. El primer tercio ya está ahí como por costumbre, las banderillas lo mismo y encima el último tercio (donde se centra la tauromaquia actual) está lleno de mentiras y ventajas. Hay veces que veo una corrida de toros y solo se parece a aquello que me gustaba de niño que aquellos que se llamaban "toreros" se visten igual (a veces ni eso).
La suerte de varas es una parte importantísima de la lidia y ya nadie le hace caso. El aficionado cada vez entiende menos y exige menos. Los toreros tampoco entienden. En la prensa ni aparece como fueron los toros en el caballo. Y se indultan toros mansos para el caballo pero da igual. Hay veces que pienso ¿Esto qué es señores? Las rayas ya no se respetan, los picadores no saben picar, no se mide el castigo, el público aplaude a toros mansos en el caballo tan solo porque se arrancan desde lejos... Al rato me respondo: Esto es la tauromaquia moderna. Enrique a este que escribe que lo busquen en el campo.
Perdón por la parrafada amigo Enrique pero sigo añorando aquello que llamaban suerte de varas. Un abrazo y enhorabuena.
Amigo Enrique, como siempre tocando las auténticas teclas de la tauromaquia (o por lo menos la que me enseñaron a mi). Agarrate que en esta viene una gran parrafada. Ahi lo llevas.
Como siempre, no puedo estar mas de acuerdo contigo, pero sobre todo me quedo con el último parrafo, en el que parece que tienen el tiempo contado para ejecutar el primer tercio, como si de una actuación del "tu si que vales" donde en dos minutos tienes que dar lo mejor de ti. No señores. Esto, desde mi modesto y no interesante punto de vista, debe ser como un tentadero en el campo. El toro se debe ver y hacer ver. ¿Tanto trabajo cuesta ponerlo una primera vez en distancia considerada, darle lo justo para que se entere de que va la cosa e ir poniendolo cada vez mas lejos las veces que requiera el animalito en concreto para que cante lo que lleve dentro?. Ah, es que así, a lo mejor muchos a la segunda buscarían la puerta de toriles. Pues señores, que la busquen.
Voy a poner un ejemplo reciente, además en la plaza de tu pueblo Enrique. "Aviador", de Cuadri en el 2011. Aquel Castaño que se echo a los lomos dos veces a caballo y picador romaneando como jamás he visto a un toro. Pues fue manso, sin mas. En el tercero cantó la gallina, pero tenia mas poderia que toda una camada entera de Garcigrande. ¿Porque no se pudo una cuarta vez de mas lejos para ver si era casta o genio lo de los tres primeros puyazos?. Pues al bueno de Alberto Aguilar le recordó en la muleta que es lo que era, porque no lo midió y casi no le cuesta el pellejo (gracias a Dios que no) en la muleta con aquel castaño manso pero encastadisimo de Cuadri
Pero este es el mal de la fiesta Enrique, que nos creemos que a todos los toros con un picotazo les basta y muchos se equivocan por no medir. He puesto el ejemplo de Aviador, pero si quieres te pongo otro mas elocuente: "Estio" de Dominguez Camacho el año pasado. Daba pena por su aspecto hasta de dejarle caer el palo ¿no?, pues fijate.
En fin, que ya no aburro mas. Es que me lo pones a huevo macho. Me tocas y me arranco al cuarto de vuelta.
Un abrazo y perdón por la parrafada.
Es que, Enrique, nosotros ya "no entendemos". El señor Corcuera estaba "humanizando la fiesta"...
Y ya en serio, no debo dar el pésame. Invito a leer estas reflexiones de "Alcalino" sobre lo que sucedió en la recién terminada temporada de la Plaza México. Dan calosfríos:
http://www.lajornadadeoriente.com.mx/columna/puebla/tauromaquia/luces-y-sombras-de-la-temporada-grande_id_21040.html
He seguido la Temporada de la México por televisión y sucribo de pé a pá lo que en el artículo que nos recomienda el amigo Xavier, expresa con claridad y rigor el señor "Alcalino".
Y todo esto tiene que ver con esta entrada,Enrique, porque lo que tu expresas con tanto acierto, es la consecuencia de lo que nos cuenta "Alcalino".
Verdaderamente lastimoso el espectáculo de la México, con la gran mayoría del público jaleando las monerías realizadas a un animalito agonizante ,soportando la paliza del coleta.
Y lo peor es que eso se está viendo ya en casi todas las Plazas de España,incluídas Sevilla y Madrid.
No quieren darse cuenta los del castoreño que ya mismo están todos ellos en el paro, como paso previo al de sus señoritos.
Que esto no tiene apaño lo sabe ya hasta mi nieto Guillermo que tiene siete meses.
Alberto:
No es nada extraño ese gusto por el campo. Está claro que esto tiene un origen rural y se ha trasplantado a la ciudad, pero ahora estamos asistiendo a una Fiesta de Centro Comercial, bullanguera, sin sustancia, banal y en la que no se puede buscar ni un mínimo de emoción. Cómo los restaurantes de comida rápida que todo está preparado y muy estandarizado, en los toros es lo mismo. Desafortunadamente.
Un abrazo y sigue en el campo, que allí te buscaremos.
Marín:
Joer, mira que aburres, jejejeje. Bien sabes tú que nos haces disfrutar aquí, en El Retoñal y ahora en Marín Pictures. Tú ves esto cómo un enorme abanico de posiblidades, que se abren en otras tantas dependiendo de las reacciones del toro, y así contínuamente, hasta que dobla el toro. Y aún todavía seguiremos pensando, hablaremos con unos y otros y puede que cambiemos nuestra opinión sobre ese toro. Pero ahora se trata de simplificar y uniformar todo. Hace un extraño de salida, pues manso y se acabó. Y como estos chicos, tampoco saben resolver problemas, pues hala, le cuelgan el sambenito y pa'lante. Y además, cómo perfectamente apuntas, parece que se tiene miedo a que el toro cante su condición, y si es manso, pues que lo sea y si no lo es y es una apariencia por errores del maestro, pues oye, que apechugue el maestro. Si es que esta variedad es lo que hace esto tan irresistible. Pero ya sabes, hay taurinos por ahí, que aseguran que es imposible saber si un toro es bravo o manso, que eso no lo sabe nadie. Pues hala, que no lo sepa nadie, pero seguro que un picotazo es mucho más difícil saberlo. Toma, parrafada por parrafada, pero es que tú tampoco te quedas corto, me levantas el palo, me tocas el estribo y allá que voy, al menos a ver si convenzo a alguien con mi bravura.
Un abrazo
Xavier:
Es el recurso de siempre, el que no me sigue es porque no sabe, quién no me da la razón, porque no entiende nada de nada y si además esto lo afirma un jovenzuelo respecto de alguien mayor que él, entonces, apaga y vámonos, pero creo que en nuestra ignorancia vivimos felices.
Un abrazo
Franmartín:
Pero es que tu nieto no está pendiente del cubata, de que le vean en el tendido, de que lleguen los canapés y de poder llegar al barrio alardeando de que ha visto corta medio millón de orejas en una tarde. Eso sí, enséñale que no tiene caso discutir con estos prendas figurófilos y picadorófobos. Y todos celebrando el final de esto, con gran gusto y algarabía.
Un abrazo
Enrique;
Veo que le has dado un nuevo look al blog!!!
Como vien dice Alberto Ariza, "el aficionado cada vez entiende menos y exige menos" donde un servidor esta deacuerdo en su totalidad. "los toreros tampoco entienden" casi totalmente de acuerdo, dado a que sobre mi parecer, no quieren entender. "en la prensa ni aparece como fueron los toros en el caballo" Esa es la clave...la prensa... donde por desgracia, muchas veces no se saca a relucir lo que sucede en el ruedo, porque por regla general las cronicas se ciñen mas en el tercio de muerte o de muleta.
Esta claro que la prensa radiada o escrita, juega un gran papel a la hora de enjuiciar un festejo taurino, pero por desgracia estamos metidos en un sistema muy muy dificil de salir, porque desgraciadamente y con el corazón en la mano, vende mas la tauromaquia moderna 2.0, que la fiesta de los toros que tanto nos gusta...
Un abrazo
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