lunes, 20 de mayo de 2013

Las lágrimas del maestro Pepe Luis



Pepe Luis Vázquez, el maestro
Estábamos en la plaza de Madrid asistiendo a la corrida de Bohórquez, ante la que se enfrentaron Juan Bautista, Juan del Álamo y el azteca Diego Silveti, cuando repentinamente comenzó a llorar el cielo. Las lágrimas de la corte celestial por el maestro Pepe Luis Vázquez, Pepe Luis. El maestro de San Bernardo que alternó con los más grandes, Manolete, Marcial Lalanda, Domingo Ortega, con su hermano Manolo Vázquez e incluso Curro Romero. El artista supremo que hizo del toreo un tratado de belleza, con su frágil naturalidad, consiguiendo un todo armónico, lo mismo ante el pastueño que ante el complicado. Ante los Miura, desmintiendo esas teorías modernistas de que ante estos es imposible crear belleza. O quizá las lágrimas eran las del propio Pepe Luis, quien se asomó a las Ventas y viendo lo que pasaba en el ruedo, no pudo evitar la congoja.

Quizá no pudo soportar como los pupilos de Bohórquez no admitían ni un picotazo en el caballo, o la forma en que los varilargueros ejecutaban la suerte. Es que es difícil asimilar el que al primero no le lograran poner en suerte y que se fuera con dos arañazos y a pesar de ello se quedara aplomado, con embestidas muy sosas y a regañadientes. El segundo, muy corretón de salida, recibió un picotazo a tres palmos del morrillo y otro muy trasero, viniéndose de lejos. En banderillas ya no le quedaban carreras que dar, esperaba, para a continuación acabar de hinojos frente a la muleta de su matador, aunque si según dicen el toro es el colaborador, el torero ¿quién es, el jefe de sección? El pequeñín que salió tercero, muy distraído, fue al caballo al relance, no apretó y se le tapó la salida, como en el rasponazo de la segunda vara. Después vino la tremenda tromba de agua y casi sólo se puede señalar que no claudicó ahogado por las mareas. Salió cuarto un remiendo de Carmen Segovia, que acudió a los petos al paso, como si se oliera lo que le iba a pegar el picador, más que a los titulares de Bohórquez. Luego se quedó como una malva para la muleta, tomándola con nobleza y suavidad, para que el espada se pudiera lucir a gusto, pero eso es otra cuestión. Al quinto se le acarició el lomo en las dos entradas al caballo, y al menos en la segunda vara se pudo ver como Óscar Bernal le tiraba el palo para pararlo, algo que ya casi no se ve. En el último tercio ofreció embestidas francas para que el de luces las hubiera aprovechado para torear y reivindicarse, pero no siempre las cosas son como deben ser. El sexto también demostró sus dotes atléticas, dando vueltas pegado a las tablas. No se le fijó y fue descompuesto y al relance al caballo. Se le picó trasero y tapándole la salida. Tras el picotazo del segundo encuentro se quedó muy parado, teniendo como único objetivo el mantenerse en pie, que ya es pedir poco a un toro, que no se derrumbe.

Los espadas salieron triunfadores y felices de la plaza, pero si hay alguien que les quiera bien, que les aclare que las cosas no son lo que parecen. La plaza de Madrid se convirtió por unas horas en la Monumental de Benidorm, regalando orejas a todo el que pasaba por allí, con un público que debía pensar que agitando los pañuelos conseguirían disipar esas nubes llenas a rebosar de agua y pedrisco. Abría plaza el francés Juan Bautista, aquel que un día le regalaron una oreja por ser la última de la feria y a partir de ahí no hay quien se lo quite de encima. Desplegó ese toreo tan suyo, soso, aburrido, sin chispa, sin gracia, sin alma. Un ejercicio de baile más aburrido que la televenta, que se repite y se repite. Una parsimonia que en su segundo cambió por trallazos con pico, derechazos con pico y sin torear. Porque el temple no es torear despaciiiito. Temple habría sido aplicar la velocidad que la embestida del de Carmen Segovia requería. Pero el galo iba a lo suyo, ventajista, naturales de uno en uno y, a pesar de todo, paseó una oreja, con un concepto de la mayoría por parte del presidente, muy sui géneris.

Juan del Álamo, aquel prometedor novillero al que un servidor nunca vio el más mínimo detalle, dejó una clara muestra del toreo a la carrera. Ya puede ponerse de rodillas, que de pie o tres palmos levitando, que pega unos trallazos que hace crujir el cielo. Pico, retorcimientos, sin temple, sin mando, carreras para recuperar el sitio, dando la sensación de que en cualquier momento podía echar a volar, cosa que estuvo a punto de ocurrir con unas manoletinas que aún no se sabe a quien se las daba, si a las nubes, a los isidros o al de Bohórquez. En cambio a su segundo, después de dos largas de rodillas según pasaba el toro por allí, le instrumentó unas buenas verónicas, llevando toreado al animal y ganándole terreno. Lo que vino después ya es otro cantar. Un galleo despegado y un tanto lioso para llevar el toro al caballo. Comenzó citando de lejos con la muleta y a partir de ahí una serie de trapazos sin orden, ni concierto, yendo detrás del toro como si fuera un maletilla en una capea de pueblo, para ver si cogía toro. Todo un verdadero caza naturales. Muy vulgar y tramposo. Dejó una entera tendida y visto el ambiente de la plaza no tomó el descabello y fue dejando pasar el tiempo alargando innecesariamente la agonía del toro, una triquiñuela que perjudica a la propia fiesta, según mi opinión, claro. Otra orejita.

Diego Silveti estaba transmitiendo buenas sensaciones, valiente y variado con el capote, empezó su primera faena muy firme en los medios, con un pase por detrás, otro por delante y de nuevo otro por detrás. Valiente y muy voluntarioso, quizás habría lucido bastante más si no hubiera tenido que torear con aletas y escafandra, aunque para el bondadoso público consideró que merecía una oreja. Lo del último tuvo muy poca historia ante un semimarmolillo no apto para el toreo moderno, clásico o futurista. Pero creo que se puede volver a ver al mexicano en otra oportunidad, al menos un día en el que pueda acabar seco y no necesitar manguitos para torear. Pero eso seguro que tardará en pasar, a no ser que se derramen otra vez las lágrimas del maestro Pepe Luis.

2 comentarios:

Juan Medina dijo...

Qué curioso, Enrique. Seguimos en la misma onda. Debemos estar conectados con algún bluetooth taurino. Tu dibujo del maestro Pepe Luis Vázquez y la foto que elegí para un post en el blog, son "hermanas". Nos ha gustado a los dos esa arrancada del toro y ese pedazo torero citando con tanta personalidad.
Un abrazo.

Enrique Martín dijo...

Juan:
Yo que tú me preocuparía, jejejeje. Pensé en un natural, tan característico, la verónica, pero no creía que nada pudiera englobar todo lo que fue y el cartuchito al menos era algo muy personal suyo.
Un abrazo