Adelante con los faroles, a ver dónde vamos a parar |
Ya está bien de darle vueltas a las cosas, demos carpetazo a
la cuestión del toro, al final se ha encontrado una óptima solución a todo
esto, Se acabaron esas barreras y esos prejuicios extraños que nos han frenado
desde hace siglos el satisfacer nuestros impulsos. Hoy en día, si usted lo
desea, puede tener un toro en su casa, como su mascota. No tenga cuidado de que
le vaya a romper la cristalería de la abuela, ni que vaya a rayarle el parquet,
ni tan siquiera se afilará las uñas detrás de la puerta de la cocina; eso sí,
no espere que le tráigalas zapatillas o que vaya al puesto a buscar el
periódico y mucho menos que duerma sus pies todas las noches. Pero para hacerle
carantoñas y cucamonas, no va a encontrar nada mejor. Elija bien, eso sí, que
no se le ocurra encapricharse de un toro encastado, porque con esos no hay
quien haga carrera. No se complique, ni busque más, coja las ganaderías que han
salido hasta ahora en San Isidro y de casi cualquiera de ellas puede sacar su
mascota, incluyendo lo del Ventorrillo. Otra mansada más, como casi todas las corridas, aunque quizá estos desarrollaron más peligro del permisible para
tenerlos pastando en el jardín o rumiando las flores de las macetas, para los
desajardinados.
De buena gana habrían mandado al jardín a los de El
Ventorrillo la terna anunciada, Sergio Aguilar, Miguel Ángel Aguilar y Arturo
Saldívar. Para desvanecer posibles dudas, el madrileño ya empezó sufriendo el
viento que no paró y el primero de la tarde, gordote él, que nada más salir ya
buscaba la salida, por aquí, por allá, detrás de las tablas o lo mismo detrás
del capote al que atacó como un rayo para llevárselo por delante. Entró al
caballo para cornear el peto de lado y en la segunda vara, donde tardeó, se marchaba
sin hacer caso al picador y cuando entró, sólo fue para recibir un picotazo.
Muy aquerenciado en tablas, le costaba muchísimo salir de allí, pero cuando iba
a favor de ellas parecía un tren, más arrollando que embistiendo. Aunque las
condiciones no eran las más favorables, Juan Navazo pareó con soltura y
torería, metiendo muy bien los brazos y aguantando el ver pasar el pitón
rozándole el vestido, incluso en los dos pares se permitió el lujo de colocarse
la montera cuando casi ni había salido del par. Sergio Aguilar empezó por alto,
muy quieto, pero siempre luchando contra las rachas de aire. Intentó colocarse
bien, torear con verdad, pero sin esa intensidad que hace saltar al público de
sus asientos. Transmitía sosería, la misma que tenía el toro y hasta llegó a
ponerse pesado, alargando demasiado la faena. A su segundo, el cuarto manso,
parado y escarbando, que falló en su intento de saltar al callejón, le costó
que se fijara mínimamente en los capotes. Fue suelto al caballo, le taparon la
salida y le aplicaron su dosis de castigo. El toro incluso respondió empujando,
aunque ya no tanto en la segunda vara, donde le taparon de nuevo y le volvieron
a pegar con el palo. Esperó en banderillas por ambos pitones, para en el último
tercio ser recibido por el matador, que no se desmonteró, con muletazos a una
mano a derecha e izquierda. Más complicaciones con un molesto gazapeo que
dificultaba la colocación al matador, que se colocaba a cada pase ofreciendo el
pecho, pero que imposibilitaba cualquier posibilidad de ligar. Era un pase, le
quitaba la muleta y vuelta a empezar. Muy frío, no llegaba a los tendidos con
tanta intermitencia. Quizá habrá que esperar, pero habría que darle una
solución a ese inconveniente y conseguir enlazar la faena de una forma continuada.
Miguel Ángel Delgado era de esos toreros que parecían más
para rellenar días, pero al menos ha demostrado que se niega a ser una mera
comparsa, sin suerte, pero queriendo hacer las cosas. Aunque no empezó
precisamente demasiado bien, con un primer toro al que nadie era capaz de fijar
en los capotes y eso que debió pasar por las manos de todos los que pisaban el
ruedo. Aunque de cerca, tardó en tomar el caballo, le taparon la salida y ni
tan siquiera llegó a cumplir en el peto. En la segunda fue directamente al anca
del penco, para acabar saliendo rebrincado y escapando lo más lejos que podía
de aquel martirio. Dificultó la labor a los banderilleros, esperando y haciendo
hilo, lanzándose a la carrera cuando creía tener la presa a su alcance. Delgado
le recibió con un estatuario, desistió de los siguientes y aguantó las oleadas
descompuestas del manso. Naturales tropezados, embestidas muy inciertas, y el
empeño del matador de ponerse a pegar pases, sin acabar de admitir que ello no
era posible. Coladas, arreones, desarmes y un continuo quererse ir. La verdad
es que el sevillano se la jugó, pero de forma absurda, porque aquello era
evidente que no iba a mejorar, más bien lo contrario. Sólo le quedaba la
estocada para demostrar sus ganas de querer agradar. Se tiró muy derecho, pero
la espada se le fue más allá del rincón. El quinto era del estilo de toda la
corrida, despreciando los capotes, yendo al caballo al paso, cabeceando bajo el
peto y esperando a los banderilleros a que se metieran en la boca del lobo,
doliéndose de los palos, acusando el defecto de vencerse por lado izquierdo. Le
citó Miguel Ángel Delgado con pases por detrás y por delante a una mano, hasta
que el de El Ventorrillo perdió las manos. Bien en un pase con la derecha y
unos naturales con el toro muy metido en la muleta, aunque retrasando la
pierna. Pecó de encimista, con ganas eso sí, pero de nuevo estrellándose contra
el muro de la mansedumbre. Le costó entrar cuatro veces con la espada, para
cobrar cuatro pinchazos, tomando el descabello y desoyendo esa regla de que se
mata con la espada, el verduguillo no es más que un mero recurso. No se puede
tirar de él si ni tan siquiera ha sido precedido por una media, que menos.
Cerraba la terna Arturo Saldívar, uno de los mexicanos que
vinieron hace unos años como si el vuelo fuera barato. Se les jaleó mucho,
quizá en demasía, para al año siguiente despojarles de todas las glorias,
también de una forma poco racional, pues no eran tanto como se dijo, aunque a
algunos les interesaba vender la cosa así. Le tocó al azteca un toro muy
comodito de cabeza, demasiado abrochadito, que incluso empujó algo en el
caballo, aunque sin ganas, para qué engañarnos. En el segundo picotazo, ya ni
eso. En banderillas hizo hilo con los toreros y apretó por lado izquierdo, y
entre medias se dolía de eso que le picaba detrás del cogote. Saldívar se
plantó de rodillas para pegar derechazos sin temple. Ya en pie, retrasaba la
pierna de salida, aunque llevaba al toro muy metido en la muleta. Mostró mucha
quietud, pero los pases no le salían limpios, a lo que ayudaba ese llevar el
brazo encogido, como si tuviera un tope que le impidiera correr la mano. Muchos
recursos populacheros, bernadinas muy quieto, que no podían faltar y mucho
valor. ¿Mereció esa oreja que le pidió la gente tras una estocada entera
tendida y bastante trasera? Pues como las que se vienen dando durante toda la
feria, incluidas las de las figuras, o quizá poniendo estas como ejemplo de lo
que no debe ser y de lo que es ahora la plaza de Madrid, que en lugar de marcar
criterios para el resto del mundo, ahora parece una centrifugadora donde se
vierten todas las atrocidades y verbeneos de las demás, para acabar siendo
esto, una vulgar plaza de talanqueras. En el sexto, Saldívar se encontró con un
gordinflón muy soso, más interesado en ver que había detrás de las tablas que
en lo que pasaba en el ruedo. Una primera vara yendo el toro de dentro a
afuera, saliendo más allá del tercio, en la que el picador se aplicó a base de
bien, eso sí, la segunda solo la señaló, picando en buen sitio. Se paró en
banderillas, para continuar así en la muleta. El mexicano intentó su toreo de
quedarse quieto, pero el animal no tenía nada. Encimismo, metido entre los
pitones, pero sin lograr otra cosa que ponerse pesado.
No quiero entrar en lo de las orejas, porque no creo que
merezca la pena, ni tan siquiera en si los presidentes deberían haber accedido
o no en según que casos, aún siendo el signo más evidente de la estrepitosa
decadencia de la plaza de Madrid, con un público en su mayoría compuesto por
los que sólo van a ver a las figuritas, por los que vienen de excursión a
Madrid o por los que quieren sentar cátedra igual que hacen en la plaza de su
pueblo. La decadencia viene en el momento en que el aficionado de Madrid
abandona la plaza y cuando los que entran en su lugar no valoran el que el toro
no tenga trapío, que no se pique a los toros, que se haga de mala manera, que
prefieran los ejercicios atléticos a los banderilleros que cuadran en la cara,
que se estremecen con la cantidad y no la calidad, que asumen y justifican el
fraude y a trampa, que no hay nada por encima de las orejas y que tragan con la
pantomima, porque quieren “divertirse”. Vienen con el adoctrinamiento
televisivo y se muestran intransigentes con los que protestan, pretendiendo
desactivar la influencia que puedan tener los aficionados de Madrid y la de
esta plaza sobre las del resto del mundo del toro. Ahí está el origen de todo
esto.
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