viernes, 20 de mayo de 2016

¿Y para qué queréis que embistan los toros?

Si dieran las gaoneras con suavidad y templando...


Una frase que se repite una y mil veces, especialmente por los toreros, es esa de que piden que les embista un toro. ¿Y para qué? ¿Para darles pases? Para eso no hace falta que embistan, para eso es suficiente con que sigan la zanahoria. Y si ya les pedimos temple y conocimientos lidiadores, apaga y vámonos. Si nos quedamos mirando a Cuenca cuando un tío destroza un toro de un trallazo tan fuera de lugar, como chabacano y estúpido, para después encima ovacionarle, si nos quedamos alelados viendo como un monosabio colea hasta hartarse a un toro, si consentimos que no fijen un toro uy que este se pegue veinte vueltas al ruedo, si nos da lo mismo que un maestro, según dicen, ande por ahí paseando el capote y que deje el toro a su aire, si nos importa un pimiento que se les tape la salida a los toros y que se revienten empujando para los medios, si pasamos por alto todo esto y más, ¿para qué queremos que los toros embistan? ¿Para ver a ese grandioso maestro poniendo posturas, citando de culo, ya ni perfilero, templando, eso sí, pero llevando el toro con el piquito de la muleta siempre por fuera? ¿Para que un endiosado que se creyó figura se pasee por el ruedo con cara de patada en el estómago? ¿O quizá mejor, para que uno que se supone que quiere ser torero, desprecie las boyantes embestidas de un toro, trapaceando para ver si el paisanaje le arañaba una oreja al presidente?

A los del Puerto de San Lorenzo se les podía haber toreado y bien, pero para eso había que saber. Flojos, eso es evidente, pero ni inválidos, ni bobones. Otra cosa es lo que los de luces hagan y lo que nos quieran hacer ver. Porque, en mi personalísima opinión, que puede estar equivocada de medio a medio y seguro que lo está, para juzgar a un torero hay que tener en cuenta lo que tiene delante y para juzgar al toro, hay que tener en cuenta al que se pone delante y lo que le hace y a partir de ahí, nos echamos para adelante. Y tampoco puede ser que juzguemos según el nombre del torero, la ganadería o del nombre que venga en el programa. Lo del Puerto a nadie le pilla de nuevas si decimos que lleva siglos en un pozo oscuro, muy oscuro, pero si por sorpresa nos encontramos que le salen cinco que no debían estar enterados de que existía ese pozo, por lo menos podemos pararnos a ver y pensar qué ha pasado aquí. Lo que no quiere decir que mañana volvamos a las andadas.

Al primero, Román no le fijó, si acaso se puso a bailar con el capote y a todo lo más le puso en el caballo al relance. Se le castigó poco y en la segunda vara, tras pifia del de aúpa, empujó con las pocas fuerzas que tenía, mientras le tapaban la salida. Luego vino un quite por gaoneras, al uso moderno, que no es otro que el pegar latigazos sin tan siquiera intentar templar la embestida, bastaba con quitarle la tela de la cara de un tirón. Y para mantener el nivel, inició con la muleta con un pase por detrás, ¡novedad! Y un trapazo violento que acabó con el toro. ¿Por qué? Pues muy sencillo, si el toro quiere coger la tela y se la arrebatan de esa manera, lo más normal es que pasara lo que pasó. El joven Román no fue a clase el día que explicaron lo del temple y la buena medicina que es para que no se caiga un toro. A los bobones igual les da lo mismo, pero a los que quieren coger la muleta, un simple tirón lo acaba llevando al suelo. De la misma forma que hizo novillos, pellas, fumarse la clase, campana o cómo lo quieran llamar, el día en que explicaron que a un toro que se lesiona hay que estoquearle inmediatamente e intentando moverle lo menos posible.

A continuación vino don Enrique Ponce, que tras años de tranquila ausencia, creo que para las dos partes, volvía al ruedo de Madrid. A este segundo le hicieron rematar en los burladeros los miembros de su cuadrilla, simplemente con dejarle los capotes asomando por los burladeros. Luego le dejaron corretear hasta que se hartara, sin intentar al menos fijarle. Verónicas siempre echando la pierna atrás, aunque hay que destacar que el matador puso al toro en suerte para el primer puyazo, en el que el picador le tapó enseguida la salida al animal, que empujando solo con el pitón izquierdo, derribó. Y no había casi ni caído el picador, cuando un monosabio ya estaba coleando al toro con una saña poco frecuente, durante un tiempo que resultaba interminable, ante la pasividad del matador, que coincidía con que era el director de lidia. Eso sí, se aplaudió semejante conducta, que en otros tiempos habrían sido motivo, aparte de la consabida multa, de una bronca monumental, para los de luces y el auxiliar que está para levantar los pencos del suelo, colocar el estribo y poco más, si acaso dar ánimos. Pero eso ya digo que es cosa de otras épocas que parece que nadie echa de menos. No tardo ni un suspiro Ponce en llevarse el toro al picador que hacía la puerta, sin importarle el que se le pudiera ver ir otra vez al caballo a contraquerencia, él decidió y punto. No debía estar para malgastar el tiempo en tonterías. Ya con la muleta se dobló con él, citando y echando la pierna para adelante, en lugar de ganarle terreno, llevando al del Puerto con el pico de la muleta. Prosiguió con muletazos con la derecha, citando más que de perfil, de culo, con perdón, pero decir de posaderas queda aún peor, ¿no? Pases templados, todo hay que decirlo, escondiendo siempre la pierna de salida y abusando del pico. El muletazo podría ser largo, pero tramposo. Probó por el izquierdo, con la muleta muy torcida y pegándose sus carreritas entre cada muletazo. Volvió a su mano, la derecha, para proseguir con el pico y sin molestar al animal que le ofrecía francas embestidas. Incluso en un momento decidió alargar innecesariamente la faena, escuchando un aviso, y hasta parecía o daba la sensación de estar buscando otra cosa muy diferente a cerrar al toro para entrar a matar. Que cada uno piense lo que quiera. Pero había que mayar ya.

El tercero sí que llegó a rematar en una ocasión y sin que los peones se lo “sugirieran” dejándole el capote atrás. Muchísimo capotazo inútil, para que ponerlo y sacarlo del caballo, todo para que se le castigara poquito, a pesar de que el animal mostrara cierta fijeza en el peto. Con la muleta Daniel Luque mostró un toreo muy ramplón, con el pico, sin templar jamás, dejándose enganchar la tela y en otro alarde de trallazos continuados, el animal se rompió una mano. En su segundo cabe destacar el aseado toreo a la verónica, que en estos tiempos ya es mucho, sin castigarle en caballo, para ya con la muleta ir a lo que mandara el toro, ¿que a toriles? Pues a toriles. Se pasó acoplándose el tiempo que un buen torero tarda en hacer una gran faena, pero este... El toro buscaba la muleta, pero solo se encontraba con tirones y ausencia absoluta de temple, con un manejo de la franela similar al que merecería la bayeta de un bar. Accidentalmente, porque fueron excepciones, cuando Luque corría la mano se encontraba con una embestida suave y dulce, pero por lo que parece, el matador no le echó muchas cuentas a esta circunstancia.

Y vuelvo a Ponce, que se las tuvo que ver con un sobrero de Valdefresno, de lo mismo, pero diferente. Salió echándose por el pitón izquierdo, mientras el matador le acortaba el viaje por el derecho al no estirar los brazos con el capote. Se puede decir que en el caballo dejó tirado al toro, sin colocarle. Este empujó con fijeza, echando la cara arriba, le taparon la salida y le dieron para que no le faltara. En el segundo encuentro empujaba más por lado izquierdo, sin que le faltara castigo para él y para dos corridas enteras. Primeros muletazos de tanteo y el toro le comía el terreno. Posturitas, carreras y hasta algún muletazo apelotonado, con lo que esto gusta al respetable. Abusando en exceso del pico y sin acabar de saber por dónde meterle mano al toro. Merodeaba por sus alrededores, hasta que el animal acabó yendo como un mulo. Un poquito de quitarle las moscas y quizá los habrá que digan que estuvo en lidiador. Pues que lo digan. La sensación que me dio a mí es que no pudo con el de Valdefresno; que no quiero yo decir que se arrugara por la arboladura del animal, que la tenía, pero seguro que Ponce ha tenido que enfrentarse a muchos de estos. Seguro.


Salió el último, al que le endiñaron unos mantazos en toda regla, eso sí, Román le puso con corrección las dos veces que fue al caballo. Hay cosas que deberían ser la tónica, que se han convertido en la excepción. Cabeceó mucho en el peto, peleando solo con el pitón izquierdo, mientras le hacían la carioca. Gaoneras como relámpagos mandando el temple al limbo. Comenzó la faena de muleta en los medios, citando de lejos y pegando un soberbio banderazo que despistó a más de un avión que sobrevolaba la capital. Muchísimo pego, peleón, sin temple y el toro comiéndose al torero valenciano. Embestidas francas que había que dominar y Román no lo logró. Enganchones y tandas cortitas, precisamente por eso, por esa falta de mando y dominio sobre el toro. Naturales que parecía que eran de frente y sin llegar a ningún sitio. Invertidos de rodillas que algunos entusiastas debieron confundir con algo grandioso, pero que no quedaron en más que anécdotas chabacanas de toreo ramplón, muy vulgar y adocenado. Los tres matadores dejaron ira lo bueno que tenían los toros, despreciando aquellas buenas embestidas que un día reclamarán para otros toros, pero, ¿por qué no aprovecharon las presentes? Que embista un toro, que embista un toro ¿Y para qué queréis que embistan los toros?

4 comentarios:

Antonio Fernández Box dijo...

Con este fiasco de Toros y toreros a ver quien se anima a meterse una tacada de kilómetros?
Lo único por lo que merecería la pena seria por ver tu exposición y poder conocerte personalmente, aunque actualmente no me es posible.
un abrazo.

Anónimo dijo...

Venden la trillada frase de:los toros no colaboraron,no se dejaron,no fueron agradecidos,punteaban la muleta,sordo peligro,mirón y cuentos más.El público de aluvión con la difusión de la prensa al dictado compra la moto.Saludos.
T.Green.B.

Enrique Martín dijo...

Antonio:
Muchas gracias, pero cuando no se puede, no se puede. Seguro que habrá más ocasiones de encontrarnos y de que veas otra exposición mía... espero, jajaja.
Un abrazo

Enrique Martín dijo...

T.Green.B:
Piden una cosa y cuándo les llega no saben qué hacer. Lo del público es tremendo. En la plaza se nota a la legua de que muchos hablan por boca de su amo y todo lo que se salga de ahí, o no existe o no es posible. Y si al menos los de la tele no les contaran la mitad del cuento y se lo contaran hasta el final.
Un saludo