martes, 2 de mayo de 2017

A mi tío Ramón le gustaban los toros


´Quién espere ver lo que un día vio... que tire de imaginación y recuerdos




Qué bonito y reconfortante es que se reúnan las familias. Es innegable que la sangre tira, que ya puede haber kilómetros de por medio y que hayan pasado un buen  puñado de años, que la sangre tira. Que alegría nos llevamos la semana pasada, se nos presentó mi primo Ramoncín, bueno, el hijo de mi primo Ramón, el de Valparaíso, bueno, de Valparaíso es Ramoncín, que Ramón era nacido en Torremocha de las Dehesas, como toda la familia, bueno, toda no, solo mis tíos, menos el que nació en Valdilecha y los hijos del tío Cosme, que esos sí que todos… Pero, ¿qué hago yo contándoles este lío de familia? Bueno, a lo que iba, que se nos presentó Ramoncín en casa, o eso decía él, porque yo no lo había visto en mi vida. Menos mal que detrás asomó el tío Ramón, que a ese al menos le conocían mis hermanos mayores, porque cuándo se tuvo que marchar para allá lejos, yo aún… ¿Y qué más les dará a ustedes? La cosa es que han venido y es que mi tío tenía que cumplir una manda que hizo allá… hace muchos años; que no sé quería ir de este valle de lágrimas sin volver a ver una corrida de toros. Eso es afición.



Pues allá que nos fuimos, Ramoncín, que era el que sabía del manejo de la silla de ruedas a motor del tío y del cambio de las baterías, el propio tío Ramón, mis hermanos mayores, por aquello de que fueron los que tuvieron roce y yo mismo, aunque yo no me hubiera rozado. Y allí que nos presentamos en la plaza de Madrid, porque ya que venía de tan lejos, tampoco había que regatear esfuerzos. Él que hizo fortuna allá en las Américas, se vio empujado a volver a su tierra para calmar una vez más su afición a la fiesta. No quiero relatar lo que fue el ver salir las cuadrillas, la música, los alguaciles, esos rayos de luz y alegría que brotaban del centelleo de los trajes de luces, el pesado paso de los picadores y ese tintineo de las mulillas que confundió a Ramoncín y le hizo arrancarse por el “Jingle bell” como si estuviéramos ante el mismísimo Papa Noel. Del soplamocos que le sacudió el tío casi le jinca los paletos en el cogote al japonés de delante que no paraba de sonreír e inclinar la cabeza. “Niño no hagas más el imbécil, que no hace falta, ya se han dado cuenta todos”. Y el pobre Ramoncín no volvió a abrir la boca, no fuera a ser que a la siguiente guanta acertara con la piñata en la cresta del nipón.



Salió el toro y al pobre tío Ramón se le escaparon unas lagrimitas. “Qué belleza, qué portento de la naturaleza”, exclamó al verlo enseñorearse en el ruedo. Tomó los primeros capotazos y escuchó al de atrás: “que buen tranco”. Mi tío se volvió de un respingo y por prudencia se calló, pero no aguantó y me preguntó si había por allí carreras de caballos. Yo sonreí como un idiota y callé. Él me miró como si efectivamente, servidor fuera idiota. Se sorprendió cuándo vio que el animalito, después de medir el suelo con sus lomos, topó con el peto, se quedó parado y tras un leve roce el picador se apresuró a levantar el palo, para acto seguido apoyarlo en el suelo y usarlo como una pértiga en el Tajo. Pero la misma operación se repitió una vez más. El tío Ramón no sabía dónde mirar, pero el señor del tranco se lo aclaró todo con un comentario de buen conocedor de lo que allí estaba ocurriendo: “es que el toro se reserva para la muleta”. ¿Qué el toro qué? Exclamó el tío. “Es que hay que cuidarlo”, insistió aquel docente inesperado.



Me estaba relatando mi tío un par de banderillas que le vio a Morenito de Talavera, cuando se percató del cambio de tercio. El matador cogió la muleta y se dirigió a brindar al público, todo ceremonioso y rebosante de galanura, tiró la montera con desprecio, cuando la plaza rugió en un estruendo de felicidad. ¿Por qué? Preguntó el tito. Que ha caído boca abajo, le respondí. No sé si para entonces aún sospechaba que yo era idiota o si ya lo creía firmemente. Primeros pases de tanteo y el profe de atrás sentenció: pulsando, Currito, pulseadito. ¿Pulseadito? Le volvió la mirada y en qué hora, pues el enterado se vio en la obligación de aclarar el por qué de sus palabras: es que el toro tiene ritmo, puede servir y colaborar y aunque se venga por dentro, la toma bien por abajo, aunque a veces tiene alguna embestida informal y descoloca la cara, pero parece que va a descolarla, pero si el torero le respeta y no se mete. Vamos, que igual rompe pa’ lante, que parece que va a ser bravo para la muleta. Que si el toro es formal, igual le indultan y todo. ¡Sin molestarle, niño! Es un toro con muchas teclas. Y mientras el maestro se retorcía con posturas de contorsionista manchú intentando que el torillo se arrastrara una cuarta más por la arena, se escuchó un sonoro ¡Bieeeejjnnnn torero, bieeeejjjnnnn! Yo miré a mi tío, mi tío me miró a mí, miró a mis hermanos, mis hermanos le miraron a él, él miro a Ramoncín, pero Ramoncín no tenía bemoles de devolverle la mirada, porque veía que se comía al chino de delante. Apoyó las manos sobre las rodillas sacando los codos, respiró hondo, arqueó la espalda y al tiempo movía la cabeza diciendo que no, miró al suelo y sin encomendarse ni a Joselito, ni a Belmoente, se levantó y echó a andar buscando las escaleras. ¡Eh, oiga! Que no se puede salir hasta que acabe el toro. Estos que no entienden de la tauromaquia, le soltó el docente atrevido. El tío Ramón se paró, le miró y le respondió: 2Mire, en eso sí que no ha cambiado esto de los toros, porque en lo demás, en el toro, en la lidia y en lo demás, no lo conoce ni la madre que lo parió; que ni olé se dice ya, aunque tampoco me extraña, pues motivos no dan para ello”. Y así, sin haber terminado el primero de la tarde, decidió que se volvía a Valparaíso a seguir soñando cómo era la fiesta que él conoció, aquella a la que se aficionó y por la que se atravesó medio mundo para volver a verla una vez más; pero, claro, con lo que él no contaba es que todo esto, lo que ahora llaman tan pomposamente tauromaquia, había evolucionado y él no entendía tal evolución, quizá por algo tan sencillo como era aquello que le había impulsado a querer volver y es que a mi tío Ramón le gustaban los toros.



Enlace programa Tendido de Sol del 30 de abril de 2017:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-30-abril-de-audios-mp3_rf_18420843_1.html

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