Quizá Ignacio Sánchez Mejías podía opinar sobradamente sobre el Toreo y la Cultura. |
Ya saben ustedes que tengo una debilidad especial por los
antitaurinos y un gran afán por entenderlos y si hace falta, hasta me pongo en
su lugar, algo que ellos parece que no son capaces de hacer. ¿Se imaginan? Si
este gesto de empatía fuera mutuo, igual nos entenderíamos mucho mejor, el
diálogo sería mucho más fluido y hasta podríamos disfrutar de una bonita
relación casi de amor entre taurinos y antis, vamos que hasta podríamos
celebrar todos los años nuestro enamoramiento, acudiendo todos juntos a una
capea en una finca del campo bravo. Ya puestos a elucubrar, podrían crearse
asociaciones mixtas entre miembros de un colectivo y los del otro. Sería
precioso, bien es verdad que habría que superar algún que otro inconveniente,
pero ya se sabe, querer es poder.
Pero ¡ojo! Sin prisas, tiempo al tiempo, porque ya lo dicen
los italianos, quien va “piano”, va “lontano”, que resumiendo, quiere decir que
despacito y buena letra. No podemos adaptarnos los unos a los otros así de
sopetón. Parece recomendable que los de ambas partes se den espacio. Si una
pareja mixta decide invertir en una finca, por eso del común amor por la
naturaleza, y dedicarse a la cría del ganado bravo, por ser una esta la especie
que les ha acercado y que les ha dirigido a su encuentro, lo razonable sería
que se compartiera la hacienda de forma alternativa. Y me explico, porque la
cuestión es muy simple. De forma autónoma el anti y el pro, podían pasar
temporadas de diez o quince días en el campo, para ya más adelante, poder gozar
de la calma y sosiego de la naturaleza ya en compañía. Así el anti podría gozar
de la compañía de los utreros y toros de cuatro años jugando por el jardín de
la casa al corre que te pillo, podría enseñarles a subirse a los sillones para
ver series de dibujos animados de Walt Disney o invitarles a dormir sobre una
alfombra a los pies de la cama. ¿Y quién dice que no podrían reunirse todas las
reses, toros, vacas, terneros, mastines, gallinas, cabras, ovejas, caballos y
burros en torno a la pérgola de la entrada a la casa para escuchar la colección
completa de Cantajuegos? Si es que lo estoy viendo, todo paz, armonía y esa
galvana de los cuerpos a la hora de la siesta.
Pensarán que he perdido la cabeza, pero yo les rogaría que
no se aventuraran a hacer juicios de valor prematuros. A ver, pretendemos que
los antis crean a pies juntillas lo que nosotros afirmamos sobre el toro, que
si no deja que nadie se le acerque, que si ataca por el simple hecho de ver que
algo invade su territorio, que toma esta actitud agresiva sin permitir tan
siquiera un signo de buena voluntad por parte del visitante y que por muy dócil
que sea o esté habituado a los que le echan de comer y les cuidan, hay que
tener mil ojos, pues en un segundo te puede levantar del suelo y dejarte como
un guiñapo con la ayuda de esos mástiles que luce en la testa. Sin contar esa
fuerza, ese querer coger que los que nos llamamos aficionados suponemos en el
toro de lidia. ¿No podemos cuanto menos concederles el beneficio de la duda?
El toro es un rumiante, un herbívoro y como tal, según dicen
los que parecen conocer mejor que nadie sus reacciones y comportamientos, esto
les impide radicalmente el ser un animal agresivo. Si al menos tuviera garras o
colmillos, aún, pero con los cuernos como única arma ofensiva y defensiva, no
hay lugar para peleas. Eso sí, sería recomendable que la parte taurina de la
sociedad pusiera velas a todos los santos, pidiendo porque la otra parte de la
parte contratante, considerada como la primera parte, tengan razón y se cumplan
sus vaticinios. Quizá después puede que los antis empiecen a entender por qué
se lidia al toro en las plazas. Lo que puede que no lleguen a comprender es el
motivo por el que se le trata con tanto mimo, porque permanece en el campo, en
su medio natural, disfrutando de la vida durante cuatro o cinco años, de la
misma forma que lo vienen haciendo sus antepasados desde hace siglos, quizá
milenios. Como citaba Fernando Claramunt en su Historia Ilustrada de la
Tauromaquia, hay fósiles que delatan la presencia del toro en los mismos
lugares en los que se criaba en el siglo XX, que datan desde hace
aproximadamente 50.000 años. Quizá la causa sea que a nadie se le ocurrió meter
un animalito de estos en una casa para acariciarle el testuz mientras los
vaqueros contaban historias de toros.
¿Se puede entender esto como cultura? Pues no lo sé, no
tengo ni idea, pero tampoco es algo que me preocupe en exceso. Lo que sí que
creo es que es un conocimiento que no se debe despreciar. ¿Es tortura? Pues
francamente, en esto sí que me atrevo a decir que no, ni mucho menos. El juego
con los toros se ha venido practicando en la Península Ibérica desde tiempo
inmemorial. Hay documentos que acreditan la celebración de festejos con toros,
encierros, toros alanceados o cualquier otra actividad en la que el hombre
sorteaba la muerte. Pero esto no es algo que se le ocurriera a un señor un día
y que a partir de entonces fuera imitado por sus vecinos. Esta es la conexión
entre el hombre y el medio, esa relación con su hábitat, con los animales con
los que comparte su espacio, igual que gracias a los productos de la tierra y
para satisfacer una necesidad primaria, como es el sustento, se empiezan a
poner los cimientos de la gastronomía. ¿Cultura? Puede que sí, ¿por qué no? Quizá
en el origen no lo sea, pero su caminar a lo largo de los siglos y la
identificación con una tradición y unas costumbres, puede que sea lo que
convierte lo cotidiano, lo doméstico, en un acontecimiento cultural.
Con los mismos razonamientos, ¿es cultura el toreo? Pues
creo que en su conjunto, podemos afirmar rotundamente que sí. ¿Es cultura toda
manifestación en la que se hace intervenir al toro? Pues personalmente creo que
la respuesta también debe ser afirmativa. Hay celebraciones, espectáculos o como
quiera que los llamemos, que no se justifican culturalmente por responder a una
tradición. Creo que todo el mundo tiene in mente varios casos que responden a
tradiciones que no pueden ser admitidas como hecho cultural. ¿Dónde está la
barrera, dónde se marcan los límites? Pues cada uno puede marcar la línea allá
donde le plazca. Independientemente de que el final del toro sea morir, creo
que hay un factor que diferencia eso que dicen tortura, aunque sobre esto
habría mucho que discutir, de la cultura, y no es otro que el ofrecer al toro
su opción de triunfo, que durante la pelea el toro pueda salir victorioso. ¿Qué
el final siempre es el mismo? Como el de todos los animales que cría el ser
humano, no hay otra. Y si además nos referimos al toro y a la necesidad
territorial que exige su forma de vida, resulta más que evidente que hablamos
de una raza que no puede vivir sin estar bajo control no es posible su
convivencia directa con tipo de ganado y mucho menos con el ser humano. Todos
hemos escuchado eso de que el toro en el campo no hace nada, que no ataca y que
permite que se pasee a su lado sin que mínimamente se incomode. Puede ser que
sí, pero yo no me iría de picnic a ninguna dehesa donde estuvieran pastando
estas criaturitas. Luego allá cada uno, que hagan lo que más les apetezca. Ya
con verlos al otro lado de una cerca es suficiente para decidir no saltarla; no
me parece que sean como el oso Yogui, que aprovecha un despiste para quitarte
la tortilla, ¡uyuyuiiiiii! Estos te “descomponen los emparedados, el auto, la
crema de cacahuetes y la crisma si es preciso”. Pero insisto, allá cada uno con
sus probaturas.
Eso sí, igual los antitaurinos pueden llamarse a engaño si
un día pasan por delante de una tele y ven una corrida de las figuras, con los
toros de las figuras y con esas poses y esas maneras de las figuras. Entiendo
que vean esto como un abuso, en el que al toro se le han hurtado muchas de las
posibilidades ya no solo de salir triunfante, se han eliminado incluso sus
posibilidades de asustar, de intimidar a su oponente y al espectador. En el
momento en que el toro no impone respeto, ni se siente su majestuosidad,
entonces algo falla. Lo más importante se convierte en accesorio, en un mero
objeto decorativo para que el torero se enseñoree como si se tratara de un
matador de toros. A mí, personalmente, en estos casos, el torero me parece el
típico abusón mayorzote que asusta a los pequeños, y el toro me da la misma
lástima y me produce el mismo rechazo que cuando veo a esos niños aguantar las
bravuconadas de esos alevines de macarras. ¿Esto es cultura? Pues decidan
ustedes. ¿Es tortura? Pues lo mismo, juzguen y decidan.
4 comentarios:
Enrique, ya te vale, vaya susto me has dado con el título del post.
Una vez leído el artículo completo, pues que quieres que te diga, a mí me pasa exactamente lo mismo. Vamos, que cualquier año de estos nos vemos tu y yo en Pamplona corriendo el "encierro" del 5 de julio de la misma manera que nuestra madre nos trajo al mundo.
Un abrazo
¡¡UFFFF!!! que susto.
Que grande es usted D. Enrique.
Luis:
Lo de ir en bolas, aún, pero lo de correr, aunque sea el 5 de julio, no sé que decirte. Muy bien me lo tienes que pedir, jejejeje.
Un abrazo
Manolo:
No te asustes... de momento, aunque como sigan así las cosas, no prometo nada.
Un abrazo muy fuerte para ti
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