Pocas veces se puede recordar el sabor de las tauromaquias añejas |
En tiempo en que la escasez de trabajo es la norma, hay
sectores que se encuentran en el extremo opuesto. Habrá quien piense que esta
noticia de última hora puede resultar insultante, pero así es la vida. Según se
ha sabido, el fisioterapéuta de Miguel Ángel Perera y monsieur Castelá, que era
la misma persona, ha presentado su renuncia de forma irrevocable a los
apoderados de ambos matadores. Parece ser que debido a la actividad de éstos y
a la forma en que la desarrollan le obligaba a trabajar casi a destajo para
poder reducir las contracturas de los músculos propios de la espalda. “Un día
se me iban a tronchar, en la plaza o en la camilla y no quería asumir esa
responsabilidad. Además me estaba quedando sin las palmas y las yemas de los
dedos de tanto frotar, esto se había convertido en un infierno”, ha declarado
Francisco Modón cuando se marchaba con sus enseres para ocuparse de su nuevo
cliente, el también matador de toros Ángel Teruel.
Cómo está el mercado laboral, pero bueno, de eso, que se
ocupen los que saben, nosotros a lo nuestro a esto del toro, perdón, a eso que
llaman el toro y si no, fíjense en lo que pasó el día del Santo en la plaza de
Madrid. Esto no hay quién lo salve. Lo que llaman evolución parece más una
mutación, una cosa bella y armónica se ha convertido en monstruo horroroso. No
sé si a lo que han echado los hermanos Lozano bajo el hierro de Alcurrucén, se
les puede llamar toros, ya sea por su presencia o por su comportamiento. Salió
un primer… toro, más escurrido que una bayeta, con menos trapío que esos
novillos de Madrid que ponen de los nervios al Juli y a las demás personas con
su humanidad. Hubo que meterle debajo del peto casi y en la segunda vara se arrancó
de tal manera que más parecía ir gazapeando. Luego, como moderno que era, iba y
venía detrás de los engaños. A lo que hizo segundo no se le picó, y además se
permitió salir de najas. Se dolió en banderillas, donde no tuvo ni intención de
meter la cara. De tercero hizo un animalito chico y gordo, lo que nos gusta en
Madrid, que den kilos, lo demás ya se sabe que no importa, aunque así
consigamos que todos los ganaderos del mundo saquen al toro de tipo, pero es
que somos así de bobos, nos embrujan los kilos. Buscaba la salida en los
terrenos de toriles. El trance del caballo pasó y punto, sin picar, pero eso
tampoco es novedad. Como cuarto algo más parecido a un ciervo, con una cuerna
escandalosa y pobre presencia, tullido, manso y enamorado del terreno de donde
salió, y si no, se conformaba con buscar las tablas. El quinto ya parecía más
un toro, manso, pero un toro. Que brincos pegaba al notar la puya la primera
vez que se acercó al señor picador y como corneaba el peto en la segunda. Sus
embestidas eran más arreones de manso que otra cosa, cambiando cuando no sentía
dolor en los lomos. Y el último, un mocito escurrido, solo se dejó en la
primera vara y en la segunda, en la que toreó a caballo con muy buen aire Luis
Alberto Parrón, moviendo el caballo y cogiendo bien al animal, en buen sitio,
empujó lo justo del primer golpe al peto. Esperó mucho en banderillas, defecto
que mantuvo hasta el final.
Antes de la dimisión o renuncia de su fisioterapéuta,
monsieur Castelá paseó su misticismo por el ruedo venteño. Primero confirmó la
alternativa a Ángel Teruel y luego ya se centró en lo suyo, se dignó en
permitir que Ambel Posada se desmonterara después de dos complicados pares de
banderillas, y con la muleta en la mano, se fue lejos del Alcurrucén, llamándolo
desde los medios. Serie de trapazos sin temple, lo mismo con la diestra, que
con la siniestra, despidiendo al animal hacia fuera. Y monsieur Castelá que es
muy creativo y le gusta improvisar, repitió esto durante toda la tarde; ya se
sabía que era un improvisador nato. Más pico si cabe en su segundo, las mismas
series de trapazos y poco más, bueno sí, un solemne bajonazo digno de las más
grandes figuras del toreo. Seguro que el galo se ha marchado contrariado, con
la elegancia y misticismo con que torea.
El segundo espada era Miguel Ángel Perera, un hombre
juicioso, que según le va la fiesta, así opina. En el pasado llegó a decir que
el público de Madrid era tonto y este ha decidido que tuvo unas sensaciones que
no se “puen aguantá”. No me dirán que eso no es imparcialidad. No, seguro que
no me lo dicen. Lo mismo es que el ser vulgar y adocenado te pone como a una
moto, algo parecido a lo que le ocurre al público, que pierde la cabeza, la
conciencia, la tarde y la afición. De salida sufrió un revolcón, tras el cual
decidió inhibirse de la lidia hasta que llegó la hora del trapito rojo; ya
saben, eso para lo que nacen toros y toreros, lo demás sobra. Pases empalmados
que encandilan a los isidros, de pecho moviendo los pies y exagerando una
barbaridad la pierna de salida en cada pase. Mientras repetía las series una y
otra vez, sin saber a qué nos llevaba eso y sin torear jamás, siempre
acompañando, la plaza deliraba. La táctica era, tanto con la derecha como con
la izquierda, largar un trapazo vaciando la embestida allá a lo lejos, todo lo
lejos que se podía estirar el brazo, recolocarse y esperarle para los
siguientes haciendo evidente que retrasaba la pierna de salida, citando con el
culo y si no había que citar porque no remataba el pase y los empalmaba unos
con otros, pues mucho mejor. Tal y como maneja la muleta, se diría que a Perera
le patrocinará la próxima temporada Spontex, el rey de las bayetas. Que poquita
gracia para dar vuelo a la muleta o capotes. Espadazo tendido y caído y una
oreja que a los paisanos y personal asiduo a carteles pintureros, les supo a
gloria. Lo que no sé es que opinaron cuando se dieron cuenta que no se comía,
que si acaso, se la quedaba el torero. En el quinto repitió faena, muy vulgar y
populachero, añadiendo una tanda de manoletinas y un bajonazo de los que hacen
época. Dirán que estuvo por encima del toro, firme y serio; pues bueno, para
ellos y me digan lo que me digan, es un torero muy basto y sin ninguna gracia.
Si al menos toreara toros y no monas.
Ángel Teruel abrió y cerró plaza. No había toreado antes en
la plaza de Madrid, torero de estirpe, hijo de aquel Teruel elegante, firme y
hasta con gusto; un madrileño de Embajadores que no gozó de esa incondicional
adhesión que después se ha dado con otros toreros de la capital. Eran otros
tiempos, quizás más exigente. No podemos afirmar que Ángel Teruel hijo haya
estado magníficamente, con este ganado y su forma de torear era realmente
complicado. El borrego moderno no casa bien con el toreo de siempre, pero aún
así, ha dejado ver la clase que atesora, con una elegancia y naturalidad que no
es frecuente ahora mismo. Protagonizó uno e los momentos más destacados de lo
que llevamos de feria, cuando al comenzar la faena de muleta recogió al toro
por bajo, por ambos pitones, toreando y ganando terreno al animal, para acabar
con un cambio de mano por la espalda y rematando con un templado pase de pecho.
Toreo al hilo del pitón, con la muleta plana y el toro con los dos pitones
dentro de la muleta dejando un trincherazo exquisito. Con la izquierda y la
muleta más torcida, no consiguió lucimiento alguno, en parte por la sosería que
mostraba el toro por ese lado. En el que cerraba plaza volvió a desplegar esa
elegancia sobre la arena, aunque en esta ocasión más despegadito del toro y llegando
a hacerse pesado al intentar que el toro acudiera al engaño, pero ya hacía
tiempo que se había quedado definitivamente parado. Como se decía antiguamente,
a este torero se le han visto cosas y quizá habría que verle otra vez. Algo que
no se puede decir de los demás, que más bien ya cansan de enjaretarnos siempre
esa vulgaridad que tan feliz hace a los isidros y que tanto orgullo les
produce. Pues nada, adelante con los faroles, porque ya lo dijo el sabio, “que
no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Cortarán orejas, la respiración,
el pelo o el jamón de pata negra, pero torear es otra cosa que,
afortunadamente, no tiene nada que ver con esta pantomima. Sobre todo porque se
parte de una carencia fundamental, cuando esta figuras aparecen, el toro se
difumina.
4 comentarios:
Parece que la ganadería ha conseguido el tipo de toro que al taurineo en general, con todos los calificativos que estamos hartos de nombrar por activa y por pasiva.
Me parece una exageración la oreja de Perera. Es cierto que templó la embestida de un animal que iba y venía con buen motor pero lo suyo era más un “acompañar” que un “mandar”, justo lo contrario que dicen los cánones de la tauromaquia. Y le reconozco esto como mérito porque estamos en unos tiempos en que a la mayoría del escalafón este toro se les habría subido a la chepa. Pero de ahí a pensar que su faena era merecedora de premio media un abismo. Y es que el bueno de Perera escondía la pierna de salida, algunos dirán que para alargar las embestidas y otros diremos que para evitar
exponer la femoral a base de mandar en la embestida del toro haciéndole descarrilar e ir por donde no quiere ir, que es justamente lo que se denomina TOREO. Si a eso unimos un cierto retorcimiento en la figura y que no estuvo por encima del toro con la mano izquierda tomando todo tipo de precauciones, además de echarse fuera a la hora de matar da como resultado que una vuelta al ruedo hubiera sido un justo premio.
En el quinto, un toro que ofrecía alguna complicación a modo de tornillazos, no pudo lucirse tanto y, además de las susodichas limitaciones con la izquierda, hubo de recurrir a los adornos amanoletados al final de la faena para calentar el ambiente.
De Teruel sólo destaco los inicios por bajo sacándolo al tercio pero anduvo toda la tarde fuera de cacho y, entre toro y torero cabía un tranvía. Si estas son las ganas que tiene de ser figura, me parece que no lo va a conseguir.
De Castella no diré nada porque no me gusta hacer leña del árbol caído. Dicho queda.
Un saludo
J.Carlos
¡Vaya via crucis que te estás recetando!... Yo lo que he visto hasta ahora (por la tele, hay un océano entre Las Ventas y mi pueblo), es que lo que ha salido por toriles es un muestrario de saldos... El ganadero no envía las "cabezas" de sus camadas, sino lo más feo y destartalado que encuentra en sus cerrados. Y así nada más no se puede.
Y del fisioterapeuta, pues te diré que entiendo que esta vida se ha vuelto "multidisciplinaria", pero ¿para qué cargar con un profesional de esos en la cuadrilla de un torero? Alguien dijo que los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa (yo incluyo allí las revolcadas y achuchones) y "antes" los toreros se recuperaban con fricciones de alcohol alcanforado y árnica. Hoy, ¿será que los toreros son menos "curtidos" que los de ayer?
En fin, que veo que no te resta más que dosificar el esfuerzo, que tienes aún muchos días por delante...
Y perdón por los desvaríos, pero se me acabaron las pildoritas y no he ido a la farmacia a resurtir...
La viuda preconiza que,el esconder la pierna de salida es para alargar la embestida.¡Ja!Un cuento de Calleja con moto adicional.
P.D.S.
Los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa y,sí dieran caramelos,todo el mundo sería torero.
Lo dijo el gran Frascuelo.
Coripe.
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