domingo, 20 de mayo de 2018

Hasta el año próximo


A veces solo el toreo sobre las piernas es el que admiten ciertos mansos y si se ejecuta con verdad y con majeza, hasta puede ser merecedor de trofeos

Quizá haya quién hable de la bondad de Madrid, pero en justicia, eso no es exacto, quizá sería mejor que habláramos de la bondad del mundo, pues es el mundo entero quién pasa por esa plaza a lo largo de toda la feria, gentes de todos los rincones, que como peregrinos acuden una vez al año a los toros, a la feria de San Isidro, que muy mal tenemos que estar como para no cumplir esta manda. Que no creo que haya una promesa mejor que la de ir a los toros, pero quizá no sea muy conveniente el pretender que todo el personal se adhiera a su juerga. Que si unos quieren jalear cualquier cosa que se les ponga delante, pues venga, que quieren pedir orejas, pues están tardando, pero no pidan al resto que se tiren por el mismo precipicio y muchos menos enfrentarse al que no quiere ir de la mano con ellos barranco abajo. Pero no, será por eso de la unidad, algo tan sobrevalorado, que o nos despeñamos todos o ninguno.

Quién sí que estaba para tirarse por el barranco fue la corrida de Alcurrucén, mansa de provocar, con el peligro de los mansos, buscando siempre su querencia, con una especial atracción por los terrenos de toriles. Bien presentados los que levantaban de los cinco años y bastante más justos los demás, cuarto y quinto, pero todos manseando, incluido el de Lozano Hermanos. Y junto con los de Alcurrucén, no es para que se fueran al abismo, desde luego, pero no se puede decir que los espadas tuvieran su mejor tarde. Curro Díaz dejó clara su tendencia iniciada hace un tiempo, de entregarse al toreo moderno, con la elegancia de siempre, con esas maneras de artista, pero con hechos de toreo ventajista, muy vertical, pero muy perfilero. Le costó hacerse con su primero, que entraba a arreones, echando la cara arriba. Llegó suelto al caballo y fue notar el palo y pegó un respingo, que de la inercia acabó en toriles. Ya una vez conducido al caballo, corneó el peto mientras le tapaban la salida, para después simplemente dejarse. Complicado en banderillas, haciendo hilo por ambos pitones. Bien en los comienzos de faena, por bajo y a una mano, con un trincherazo estimable que se deslució cuándo el Alcurrucén se arrastraba por la arena. Muletazos estimables y algún enganchón que deslucía el conjunto. Ya en pie, por la derecha, Díaz no dudó en atravesar la muleta, escondiendo exageradamente la pierna de salida. Cambió de mano y en un traspiés cayó el espada, cuándo el toro hizo por él, pegándole una voltereta bastante fea, que afortunadamente quedó en el susto. Volvió al derecho para continuar desde muy fuera, acortó distancias para seguir con muletazos de uno en uno, para concluir citando de frente, pero sin poner nunca la muleta plana. El que hacía cuarto no estaba para capotes, ni para nada, solo quería espacios abiertos dónde nadie le molestara. Apenas le tocaron con el palo, si acaso se dejó y punto en el primer encuentro. Bien recogido por abajo en los primeros compases de la faena de muleta, para a continuación repetir con el toreo ventajista de su primer toro. Daba la sensación de cierto arrebato, cómo si tuviera cierta prisa. Muletazos con la izquierda tirando del engaño en línea recta, con enganchones y recolocándose constantemente. La duda es si esta modernización aún tiene vuelta atrás, que si bien es verdad que los hay que le jalean, ya no llena el ojo como lo hacía hace demasiado tiempo.

Volvía Joselito Adame con su entusiasmo a prueba de bombas, lo que está muy bien, pero no es suficiente y más cuándo lo que acompaña a tal entusiasmo es un falta de recursos y toreo de verdad, alarmante y que ya cansa, pero que pase lo que pase, seguro que volverá en futuras citas a Madrid. Su primero era manso, como toda la corrida, pero este venía con sorpresa, traía un regalo envuelto en papel de colores, pero Adame se quedó con el envoltorio. Salió este segundo suelto, echando las manos por delante, el azteca respondía con mantazos y el toro, muy abanto, se fue a buscar al reserva, a ver si por allí le iba mejor. Fernando Sánchez impidió que llegara al caballo. Suelto siguió y suelto llegó al de tanda. Se agarró bien Óscar Bernal, mucho derrote. A partir de entonces, el Alcurrucén estaba muy pendiente del peto, se fue suelto, desde muy lejos, el pica se agarró bien de nuevo, en buen sitio, se iba, volvía, se volvía a ir, mientras el maestro andaba por allí, que no cerca de dónde se desarrollaba la lidia. Se venía a todo lo que estuviera a distancia, apretó a los banderilleros, que tuvieron que saludar, Miguel Martín y Fernando Sánchez. Adame decidió comenzar con telonazos por alto, el toro no se cansaba de seguir la tela, aportando toda la emoción que podía vivirse en el ruedo. Requería un torero que le mandara y a Joselito solo se le ocurrió despatarrarse y torear con el pico de la muleta, sin ofrecer el mando que exigía el Alcurrucén. Muy fuera, sin templar, enganchones y poco a poco el animal se le iba subiendo a las barbas, un toro que podía haber sido de triunfo, rubricándose el trasteo con unas manoletinas. El quinto de la tarde, junto con el cuarto uno de los que pasaban justitos, se frenaba en cuanto le presentaban los capotes, echando las manos por delante, muy suelto, llegó al caballo y al notar el palo salió pegando respingos, hasta desembocar en el picador que guardaba la puerta, que con buen criterio, se empleó a fondo con el manso, había que aprovechar la ocasión, no fuera a ser que no hubiera otra oportunidad. El toro no paraba de cabecear y has coces tiraba. Que algunos ya pensaban que don Jesús María volvería a mandar a los corrales a un manso, pero no, ¡qué alivio! Se le pudo llevar al caballo titular y efectivamente, no hubo opción, salió de najas. Adame intentó torearlo lejos de su querencia, pero no había manera, el toro precisaba mando y una lidia eficaz, pero se le ofrecía lo de siempre. A cada muletazo se quería ir, pues bien, acabemos en la puerta de chiqueros. En este caso hay que reconocerle a Joselito Adame el que asumiera tal riesgo, pero ya está, porque el toreo posterior no dejaba de ser distante, con demasiadas ventajas, pero que fue jaleado con vehemencia por esos que eligieron esta como la corrida de este año. Estocada caída y oreja. Ya he contado lo de meritorio que había, pero ni de lejos se acercaba a nada que pudiera suponer una oreja. Y ahora, quizá por este despojo, tendremos que aguantar a este torero un año más, porque ya sabemos que aquí cuenta la estadística y algo menos el toreo.

Juan del Álamo parece este año condenado a los complicados y con la de Alcurrucén, a los mansos. Asomó el tercero de la tarde en el ruedo con un paso mortecino, para pararse a la puerta de toriles ¡Lagarto, lagarto! Ya en el capote del matador, se frenaba, se fue buscar otras tierras. Ya en el peto, pegó un salto al notar el palo, para después recibir el castigo correspondiente, tapándole la salida y después echar la cara muy arriba tras el picotazo del segundo puyazo. Le recibió en la muleta con muletazos por abajo, el toro tirando arreones, con el salmantino toreando sobre las piernas, aunque no con el lucimiento y convencimiento que más de uno esperaba. El toro no estaba para más y si Juan del Álamo hubiera cogido la espada, no se le podría reprochar nada, pero ya sabemos, si vas un día en tu vida a los toros, vas a ver derechazos y naturales, de la manera que sean, lo que pareció obligar al torero a estar ahí, pasando el tiempo, para evitarse así los pitos. Embestidas broncas por el izquierdo, saliéndose a mitad del muletazo con la cara alta, tal cuál si fuera un mulo de carga. No se tragaba ni un muletazo. Bajonazo, que en este caso tampoco es para mandarle a los civiles, y a otra cosa. Y si quedaban dudas, solo había que ver como el animal buscaba la muerte al abrigo de las tablas. El de Lozano Hermanos, parecía hermano de los anteriores, y no quiero hacer el chiste fácil sobre la propiedad de este hierro, pero su comportamiento fue casi idéntico. Tres veces que se acercó al caballo y tres veces que salió a escape al notar la vara. Tiró del Álamo de un trasteo por abajo, con algún muletazo rescatable, pero todo se perdió cuándo empezó con el toreo de lejanías, con el pico de la muleta, hasta que en un natural se le coló con peligro, para seguir el animal saliendo de los muletazos como un burro. Hasta que definitivamente, acabaron ambos en toriles. Triste manera de cerrar el festejo, con la charla tan animada que habían mantenido con el vecino o vecina de localidad, compartiendo merienda, yintonis a nueve euros, pipas y hasta insultos a los díscolos, que eso de insultar en compañía une mucho. Pero todo se acaba y al final llegan las despedidas y dónde unos, incluidos casi todos los protestones dicen “hasta mañana”, otros, las benévolas máquinas de dar palmas y agitar pañuelos dicen eso de “hasta el año próximo”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enrique, ayer me entretuvo más esta corrida que los jandillas del Viernes. Al menos mostraban fuerzas suficientes para aguantar una lidia normal y se pudo cortar alguna oreja. Los tres últimos es cierto que no sirvieron para nada pero los tres primeros fueron pasables.

Respecto a los matadores, igual que los toros. Mejor la primera parte de la corrida que la última. No es que hicieran nada de relevancia pero se les vio disposición. Vi a Curro Díaz intentando hacer las cosas mejor que otras veces, más de verdad, en ocasiones exponiendo las femorales (cosa que no se ha visto en la mayoría de las faenas de oreja de la feria). Es cierto que no hubo un muletazo de mención, ni siquiera esos adornos que llevan su sello pero más de verdad que otras veces. Tampoco Adame hizo nada destacable pero no intentó engañar. Y Del Álamo menos pinturero que otras veces, metiendo al tercero huidizo en la muleta, no tan fuera de cacho y sin hacer el toreo de alcayata de antaño.

La segunda parte de la corrida fue aburrida, tanto por los toros como por parte de los matadores. La oreja de Adame fue de risa, una demostración de no conocer las condiciones de un manso (como todos los demás) pero además haciendo trampa y, tras una estocada muy defectuosa, irse al centro del ruedo a pedir la oreja a modo de futbolista que acaba de meter un gol. Esto ni es ético ni debería ser premiado. Si sales a saludar es porque te lo pide el público, no es de recibo que un matador de toros mendigue la oreja brazos en alto.
Lo más destacable el primer par de los que puso Fernando Sánchez, dejándose ver, dando todas las ventajas al toro, asomándose al balcón y saliendo airoso de la suerte caminando, ¡como debe ser! Ah, y muy atento a los quites.

Un abrazo
J.Carlos