sábado, 19 de mayo de 2018

Doctor, soy una plaza de toros… ¿o de un pueblo el día de la verbena?


Cuánta diferencia entre el toreo por alto y los telonazos

De mayor quiero ser un camión de bomberos o mejor, un parque temático o no, mejor un convento de clausura. Sí eso, un convento de clausura o mejor no, mejor una plaza de toros, eso me gusta, voy a ser una plaza de toros, la Plaza de Madrid y me voy a llamar de las Ventas. Y ahí empezó ese tormento de la plaza de Madrid, que no sabe ni lo que es. Que al final se decidió por eso, pero claro, ahora hay que decidir qué tipo de plaza, que ahí hay mucho que decidir. Y en estas está esta plaza de unos años para acá, que de repente se quiso hacer moderna, pero no quería dejar de ser una plaza seria, pero también se quería hacer amiga de las figuras del momento, aunque, tampoco iba a despreciar a los populacheros, pero, ¿cómo se conjugaba eso con lo de ser una plaza dónde pasarlo bien? Y además, una plaza dónde tomar copas y que no pareciera demasiado una plaza de toros, pero esto último lo solucionó en visto y no visto un francés que se vino a pasar una temporadita al foro. Bueno eso y casi todo lo demás. Pocos cotolengos habrá en el mundo con tanta capacidad como la plaza de las Ventas de Madrid. Ríanse ustedes de Jeckyll y Hide, que era un simple al lado de esta plaza de mis amores. Y lo peor de todo no es que cambien cantidad de pacientes todos los días, lo malo es que también cambia el psicólogo, el sofá y el método, que hoy es psicoanalista, mañana conductista y pasado… del Aleti. Esto es un sin vivir. Que uno va a los toros y antes tiene que pensarse muy seriamente a dónde va, que hoy te ponen Victorinos y van los autodenominados toristas, mañana Saltillos y los aficionados al toro, al otro figuras y acuden aficionados a la tauromaquia, luego viene Finito para los exquisitos, Fandi para los locos de la velocidad, o los Jandilla, para Padilla, Caastella y Roca Rey y se te llena… dejémoslo en que se llena, de gente y de cáscaras de pipas.

Quizá ya deberíamos olvidarnos de pensar en las Ventas como una plaza de toros y pensar más en un parque temático del absurdo, todo dependiendo del día. Está claro que si se anuncian los Jandilla, no se puede hablar de corrida de toros, de toros de lidia, se sobreentiende. Que te salgan seis toros y que el único medio puyazo se lo lleve un animal que derribó al piquero, que momentos después se puso a arrearle badana por rencor. Con presencia justita en casi todos, menos en los que rondaban los cinco años y medio, que eran otra cosa. Que venía Juan José Padilla a despedirse de Madrid y el público va y le saca a saludar. Que no digo que haya que ser rencoroso, pero homenajear de esta forma a un señor que hace unos años se burló desde el ruedo de la afición de Madrid, pues es un poco extraño, ¿no? Aunque a los que había en la plaza, quizá la Plaza de Madrid les importe un pepino, ellos habían ido a jugar, como a los concursos de la tele, así que a jugar. Pero viendo a Padilla evolucionar por el ruedo, la pregunta era: ¿y cómo es que no se había retirado ya? Mal con el capote, con un toro al que no se le picó, pasó por el peto, pero eso ya no quiere decir nada. Banderilleó de tal forma que hizo añorar a los peones, con uno muy pasado, otro casi en la cara y el violín, muy desafinado. Calcando el mismo tercio en su segundo. Comenzó su lección de destoreo de rodillas, pegando banderazos como si fuera un capa del siglo pasado. Ya en pie, exceso de pico, sin parar quieto en ningún momento, a media altura, todo muy forzado, exagerando las poses, para acabar viendo cómo el de Jandilla se le subía a las barbas y acababa aperreado con él. En el cuarto, más de lo mismo, un toro que empezó no haciendo caso a los capotes, que le obligó al matador a darse la vuelta, le desarmó y que tuvo que sujetar con acierto Manuel Rodríguez, Mambrú. En la primera vara, el picador no acabó de agarrarse bien y tras unos momentos de apuro, acabó midiendo la arena con los lomos. Y luego, ya se sabe, tú me has tirado, pues yo te tapo la salida y te doy lo tuyo y lo de toda la camada. Quizá si a este toro se le hubiera cuidado, y no me refiero a una labor sanitaria para que aguantara, sino a lidiarlo con un mínimo de sentido común, igual habría podido ser un toro para hacer algo más que pegar trallazos, defenderse con el pico y tratar de librarse de un animal que se hacía el amo. Carreras, culo fuera, mientras el Jandilla apretaba cada vez más, desarme, evidente falta de recursos y fin de la presencia de Padilla en Madrid, vestido de torero, al menos de momento.

Sebastián Castella hacía su primer paseíllo este año en Madrid. Capotazos de recibo a pies juntos, que más que llevarlo, le veía pasar y le quitaba el capote de repente. Lo del primer tercio no pasó de un apoyar el palo en el toro, cosa que al cuatro, al cinco y los tendidos del seis le pone como locos y se rompen las manos a aplaudir, en esta y en todas las corridas. Ahí es dónde realmente reside el espíritu modernista y populachero de esta plaza, con la circunstancia de que nunca se cansan de aplaudir y jalear, porque cómo todos los días se relevan unos a otros, no se cansan. Comenzó Castella la faena de muleta con telonazos por alto, a pies juntos, cogote levantado. El animal perdía las manos, Castella más allá de la pala del pitón y atravesando el engaño y mientras se sujetaba en pie, tomaba la muleta, pero la cuestión era esa, que se sujetara y que el maestro no le mandara allá por la circunvalación. En el quinto, comenzó con capotazos sin parar de moverse y lo mismo tiraba de verónicas rectificando, que por chicuelitas, que te cantaba una ranchera. En el caballo, el animal se dejaba, sin más, pero sin castigarle. En el segundo encuentro se partió la vara y el señor picador aún lo intentó con esta astillada. Inicio de faena citando desde los medios, con muletazos por detrás, por delante, por arriba, por abajo, la muleta a la diestra y derechazos empalmados que levantaron a la concurrencia. Lo que habría sido si los hubiera rematado y ligado, pero… Muchísimo pico, citando desde muy fuera, siendo lo más jaleado un desarme. Arrimón con trapazos bastos, desangelados, sin sentido, de una vulgaridad extrema, peleándose con el animalejo, pero que tuvo como premio un despojo del Jandilla.

Roca Rey era el esperado, el deseado, ese joven que se viste de torero, vive como torero, habla como torero, pero es Roca Rey, al que no le importa desentenderse de la lidia en todo momento, excepto cuándo toma la muleta, que se queda aparcado por el ruedo sin tan siquiera cumplir con su obligación de auxiliar a los compañeros en el ruedo, él está a lo suyo, que está muy bien, pero en estos casos, quizá mejor lejos de un ruedo, ¿no? En su primero, el primer terció se puede resumir en un no picar, llegando al extremo de que sin llegar casi al peto, en la segunda entrada se partió el palo y el peruano pretendía que se cambiara el tercio. Pases por alto, muletazos por la espalda y el toro rodando por el suelo. Naturales metiendo el pico de la muleta en el testuz del animal, muy fuera, levantando la mano al final del trapazo. Muy perfilero, demasiado pesado insistiendo en darle pases al moribundo, que por momentos hasta le puso en apuros. Capotazos sin ton ni son para recibir al sexto, al que por supuesto no se picó, lo que no quitó para que se ovacionara al picador. ¿Lo entienden? Razón a don Larios o Mr. Beefeater. Más telonazos para dar comienzo a su repertorio, que se veía deslucido por ese contaste intento de mantenerse en pie del Jandilla, quién no tenía otra idea en la cabeza que llegar a terrenos de toriles. Allá que se fue el matador, para darle pases a costa de lo que fuera, con el toro casi apoyado en las tablas, según venía le cazaba uno, para que siempre que veía la salida a su querencia, se marchaba sin pudor. Y como fin de fiesta, las manoletinas. Esos tendidos de sol entusiasmados, otros sin dar crédito a que eso alguien lo considerara toreo. Protestas, disputas, cállate, no quiero, baja tú, no traje traje, que aplaudo porque me da la gana, pues aplaude y déjame a lo mío. Un manicomio como no hay dos, diferente del día anterior y del posterior y del otro y del otro y mientras, sin que a nadie parezca preocuparle, en el sofá del psiquiatra un paciente que ha perdido completamente su identidad, pregunta lleno de ansiedad:  doctor, soy una plaza de toros… ¿o de un pueblo el día de la verbena?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enrique, estamos en las mismas de siempre. Los de abajo intentan engañar a los que nos sentamos arriba. La tauromaquia está degenerando en nuestra plaza. Lo que se echa de menos a aficionados como Salva o Fausto, más que nada porque manifestaban en voz alta lo que muchos pensamos y eso hacía que los de abajo se pusieran las pilas. Ahora apenas se les recrimina y hacen lo que les viene en gana.

Ninguno sabe qué hacer con el toro antes de que salgan los picadores. Saben que hay que entretener al público y poco más. Tapar la salida al toro en la suerte de varas se ha generalizado. Si el toro está moribundo, no se le pica. Si el toro sale con fuerza, se le masacra... en una vara. No sea que por equivocación agasajen al aficionado con una suerte de varas en condiciones (por cierto, me molesté mucho con Alberto Aguilar por hurtarnos de una gran suerte de varas con el cuarto de Baltasar Ibán). En el segundo tercio los quites brillan por su ausencia, no me extraña que banderilleen con miedo! Otras veces como ayer Roca Rey, ni se ponen detrás del banderillero hasta que no le llaman la atención. En el último tercio, ventajas por doquier. Pico exagerado, no se coloca en el sitio ni Dios, la pierna de salida retrasada, enganchones y alivios en la suerte suprema. Esto ya no lo cambia nadie. O sale un toro que pide el carnet de matador o nos aburrimos como ostras. Para ver enfermeros me quedo en La Paz o el Gregorio Marañón.

Sinceramente, no creo que la Fiesta se vaya a resentir por la retirada de Padilla. Los alardes de valor se hacen colocándose y echando la pata p'alante, no banderilleando pueblerinamente. Lo mismo para Roca Rey. El valor no son las espaldinas, bernadinas y el tancredismo. El valor es echar la pata p'alante, recibir al toro desde 10 metros y no enmendar la posición en cada muletazo y matar por derecho. Y la figura francesa tuvo que tirar de repertorio populista porque eso era lo que había ayer en Las Ventas, populismo de plaza de pueblo.

Uno ya está harto de la carioca, del toreo del arrimón, de los adornos, de los enfermeros y de este pestilente espectáculo.

Un abrazo
J. Carlos