Que sin verlos en el caballo me parece mucho lo del indulto. Manías |
Basta con una buena cena, un paseíto para bajarla, un cola
cao calentito, un sueño reparador, de ocho horitas o las que sean menester,
para que al levantarme de buena mañana me entren unas ganas irrefrenables de
indultar. Que empiezo por la magdalena, sigo por las galletas y tras su indulto
me inclino por la tostadita, que las rebanadas no tienen los mismos sentimientos.
Y claro, si nada más poner un pie en el suelo empezamos así, no les quiero
decir nada si esa tarde me da por ir a los toros, perdón, a la tauromaquia que
se dice ahora, a una con borreguitos amables y figuritas altivas. Entonces
pierdo el oremus e indulto hasta al pañuelo de indultar.
Que vale, que sí, que ustedes los puristas, los aficionados,
me pueden decir que hay que atenerse a una reglas. Que yo sé que tienen razón,
pero yo les suelto eso de la democracia, del poder del pueblo y que si no sé
cuántos miles quieren indultar, pues no se hable más. Que esto también es
nuevo, aparte que no estaba permitido el indulto nada más que en las concursos,
pero esa democracia taurina era como cualquier democracia del mundo. Se
establecen unas normas, unos criterios y a partir de ahí, si los fulanos lo
hacían como se debe, siempre respetando las normas escritas y los cánones
clásicos, entonces el respetable juzgaba y recompensaba o censuraba, o lo que
es lo mismo, locura o bronca. Y en lo tocante al bicho, al toro, pues tres
cuartos de lo mismo, se le iba examinando a lo largo de la lidia, si iba al
caballo, cómo iba al caballo, cómo se comprotaba en el caballo y hasta cómo
salía del caballo; y así, tres veces o más. Luego el segundo tercio, el tercio
de muerte y aparte de ver cómo reaccionaba ante los engaños, cómo metía la
cabeza, si sus embestidas derrochaban boyantía, estos aficionados de antes
medían hasta los terrenos en los que se desenvolvía, si mostraba prontitud
hacia los medios o hacia las tablas, si tardeaba, si aprendía, si flaqueaba en
la pelea. Vamos, un sin dios que requería no solo estar muy pendiente, sino
también saber lo que se estaba viendo y lo que se quería ver. Que no me dirán
ustedes que no es más fácil pasar de todo lo primero y parte de lo segundo y
tercero y fijarse solo si va y viene al trapo rojo. Anda que no nos quita
complicaciones de encima. Y eso es lo que prefieren los públicos.
A ver, que yo ni quito, ni pongo rey, que si lo que queremos
es que haya indultos y más indultos, porque somos muchos los que nos levantamos
indultadotes, pues cambiamos las reglas del juego y ya. Que es tan fácil como
decir que se indultará un toro cuando el matador se ponga perezoso y decida que
no coge la espada y cuando el señor ganadero se “hooliganiza” y se pone a hacer
aspavientos al cielo, mientras el pueblo soberano recién despertado de su
modorra, se suma al jolgorio y se pone a pedir que no lo mate. Que esa es otra,
que pretenden que se estudie al toro durante los veinte minutos que está en el
ruedo, con la pereza que eso da, cuando bastaría con aguantar entre cabezadas
hasta que el menda de luces vaya a tomar la tizona y entonces, sí, entonces a
vociferar, que es gratis. Es que si no lo hacemos así, ya me dirán quién
indulta aquí. Con qué cara va uno de vuelta al barrio con indulto o sin
indulto. Con la segunda los parroquianos del bar se desmontan a reír y con la
segunda te ríes tú y además les puedes decir eso de: si te tenías que haber
venido, pero como no quisistesss.
Que un día le dije a uno que quién era el presidente para
negar un indulto que pide la mayoría y el pavo me soltó, muy serio él, que la autoridad.
Luego voy y le sido que en qué se basa para no indultar y me suelta con esta
fresca: en el reglamento. Y ya en voz más así por lo bajini, a lo de que si lo
pide la mayoría y el ganadero, que por qué no había dado el indulto u me
contesta que porque la mayoría puede pedir, que está en su derecho, pero que el
presidente tiene que juzgar si se han cumplido los requisitos para conceder tal
indulto y acto seguido pide parecer al matador y al ganadero, para saber si se
lo quiere llevar de vuelta a la finca. Que ya el pavo este me estaba calentando
tanto, que hasta le dije que seguro que habría visto pocos indultos en su vida
y el andova va y me dice. Uno y sin que el Belador hiciera méritos suficientes
para ello. Pero, ¿qué vida es esta? ¿Sin echarse uno o diez indultos por
temporada? ¿Con qué se emociona aquí el personal? Y según se iba, se vuelve y
me suelta: con el toro y el toreo bueno. Y allí me quedé yo, pensando en la
magdalena, las galletas y las tostadas y esa sensación tan de mañana que me
hizo pensar: hoy me he levantado indultador.
Enlace programa Tendido de Sol del 24 de marzo de 2019:
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